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El día de los profesores monstruosos: Aventuras del Comando Relámpago, #2
El día de los profesores monstruosos: Aventuras del Comando Relámpago, #2
El día de los profesores monstruosos: Aventuras del Comando Relámpago, #2
Libro electrónico112 páginas1 hora

El día de los profesores monstruosos: Aventuras del Comando Relámpago, #2

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Ir al colegio puede ser mortalmente aburrido… hasta el día en que se convierte en una aventura mortal. Solo dos semanas después de su primera misión, el Comando Relámpago se enfrenta a una nueva amenaza, aún más peligrosa. Por alguna causa misteriosa, los profesores de su colegio se están convirtiendo en monstruos, uno tras otro.

De nuevo, Superpepe, Leo, Ceci y Toni son los únicos que pueden detenerlos. ¿Conseguirán descubir la causa de que sus profesores, que ya son bastante monstruosos de por sí, se estén transformando en monstruos de verdad? Y si averiguan cuál es el problema, ¿podrán solucionarlo? Para ello, tendrán que enfrentarse a todo tipo de criaturas, desde una mujer lobo hasta zombis y muchos otros seres terroríficos.

Emocionante segundo número de la serie Aventuras del Comando Relámpago, destinada a que los niños se aficionen a leer con libros entretenidos y llenos de acción. Son historias en las que hay malos y buenos, en los que se lucha por el bien y en los que se menciona con naturalidad a Dios y se representa con una luz favorable a la Iglesia y los sacerdotes.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 oct 2020
ISBN9781393370031
El día de los profesores monstruosos: Aventuras del Comando Relámpago, #2

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    El día de los profesores monstruosos - Gonzalo del Castillo

    1. ¿DE QUIÉN FUE LA CULPA?

    La culpa fue del niño nuevo. Todos los de la clase nos conocíamos del año anterior menos él. Se llamaba Bran y venía de Gales, que está al lado de Inglaterra. Tenía un aspecto frágil e inofensivo, pero estuvo a punto de provocar la destrucción de todo el colegio.

    Como vi que estaba muy solo y algo triste, quise animarlo y le di mi poema.

    —Es una historia sobre este colegio, en la que cada profesor se convierte en un monstruo diferente —le dije, así que él se puso enseguida a leerla.

    Ahora que lo pienso, quizá podría decirse que, en realidad, lo de la invasión de los monstruos fue culpa mía.

    Me parece que tengo que remontarme un poco más atrás para que toda esta historia se entienda. Empezaré por el principio: me llamo Leo y soy cazador de monstruos.

    2. ALGO QUE LEER

    Sí, soy cazador de monstruos. Mis amigos y yo creamos un grupo para dedicarnos a defender nuestra ciudad de los monstruos que pudieran amenazarla.

    La idea se le ocurrió a Superpepe, un día de las vacaciones de verano que estábamos aburridos.

    —Ya sé lo que podemos hacer —dijo, mientras estábamos sentados en la hierba—. Vamos a crear un nuevo club, un club de cazadores de monstruos.

    Al principio pensamos que estaba loco, pero consiguió convencernos, como hace siempre. Superpepe es mi mejor amigo. Se llama José y en su casa le llaman Pepe, pero como para él todo es superesto y superaquello, lo llamamos Superpepe. Siempre se le ocurren ideas fantásticas para divertirnos y la mejor que ha tenido nunca fue la de crear el Comando Relámpago.

    El nombre del grupo lo inventé yo: Comando R.E.L.Á.M.P.A.G.O, es decir, Comando de Restricción, Extinción y Liquidación de Auténticos Monstruos y Plagas Aberrantes, Gigantes y Oscuras. Es un nombre estupendo, ¿verdad?

    Cecilia es la única chica del grupo, pero no te creas que solo sabe hablar de ropa, zapatos y cosas de esas. Cando tuvimos nuestra primera aventura, Ceci fue tan valiente como los demás. Dos días después de crear el Comando, en nuestra ciudad se produjo una epidemia de momias radioactivas. Un faraón de la antigüedad salió de su sarcófago y empezó a sembrar el caos por las calles con otras cuatro momias. Hasta secuestraron al pobre Toni, que es el cuarto miembro del Comando, y tuvimos que rescatarlo antes de que lo convirtiera en momia y lo esclavizara.

    ¡Fue impresionante! Imagínate lo que es estar un día jugando al fútbol con tus amigos y, al siguiente, luchando con momias para salvar tu ciudad.

    Lo malo es que, por muy cazadores de monstruos que fuéramos, teníamos que ir al colegio como los demás y, una semana después de que consiguiéramos acabar con las momias, se acabó el verano y empezaron de nuevo las clases.

    Entonces fue cuando conocimos a Bran, el niño nuevo. La verdad es que me daba un poco de pena. Solo habían pasado tres días de colegio, pero siempre parecía estar triste y todavía no tenía ningún amigo. Por las mañanas, lo acompañaba al colegio su padre, un señor muy serio, alto y delgado, con el pelo bastante largo y tan rubio que parecía blanco, sobre todo al lado del pelo negro de su hijo. Aunque sabían hablar en español, entre ellos los dos hablaban en galés, una lengua extraña que sonaba como si estuvieran cantando.

    La directora nos había explicado que la mamá de Bran había muerto y que teníamos que ser sus amigos y cuidar de él. Todos lo intentamos, pero Bran no colaboraba. En el recreo, en vez de jugar con los demás, prefería ponerse a leer algún libro en su lengua. Y en clase hacía lo mismo.

    Eso hizo que me cayera simpático, porque a mí también me gusta mucho leer. Por eso soy el científico y experto en monstruos del Comando Relámpago. Además de cazar monstruos como los demás, me ocupo de reunir toda la información posible sobre los tipos de criaturas fantásticas, sus costumbres y debilidades. Con lo que descubro, poco a poco voy escribiendo el Superlibro de los Monstruos, Engendros y Otros Bichos Raros.

    El cuarto día del curso, mientras estábamos esperando a que llegara la profesora de matemáticas, vi que Bran estaba sentado en su silla, contemplando el techo con aire aburrido. Por una vez, no tenía ningún libro en las manos.

    —¿Hoy no lees nada? —le pregunté.

    Se me quedó mirando un rato, como decidiendo si merecía la pena hablar conmigo o no, y al final me respondió, con ese extraño acento que hacía pensar en aventuras y lugares lejanos.

    —Ya he terminado el que tenía y se me ha olvidado traer otro.

    —Vaya, qué mala suerte.

    —Sí, ahora tendré que pasarme todo el día escuchando las tonterías que se enseñan en esta escuela y que no sirven para nada. ¿Matemáticas? ¡Qué estupidez!

    Me quedé algo extrañado. Quejarse del colegio es normal, pero Bran se pasaba un poco.

    —¿No tendrás tú algún libro interesante aquí que pueda leer? —me preguntó, al ver que yo no decía nada—. Mis preferidas son las historias de aventuras, magia y mundos lejanos.

    —Lo siento —le dije encogiéndome de hombros—. Solo tengo los libros del colegio. Aunque quizá...

    —¿Quizá?

    —Quizá podrías leer algo que escribí yo el año pasado. A los demás de la clase les gustó mucho. Pero no sé si a ti te gustaría, porque está escrito en verso. Es un poema.

    —Me encanta la poesía —dijo Bran, con un extraño brillo en los ojos—. De donde vengo, todo el mundo escribe poesía y canciones. ¿De qué trata tu poema?

    —Es una historia sobre este colegio, en la que cada profesor se convierte en un monstruo diferente —le respondí, mientras hurgaba en mi mochila buscando el cuaderno rojo donde estaba escrita la poesía—. Es divertidísima.

    —¿Cada profesor es un monstruo?

    Noté que eso había despertado especialmente su atención.

    —Sí, todos monstruos diferentes, gobernados por la Directora, que es Su Majestad Tenebrosa la Gran Reina Araña.

    —Hum, creo que podría ser interesante —me dijo, haciéndome un gesto para que le entregara el viejo cuaderno—. De todas formas, no tengo nada mejor que hacer.

    —Así sabrás todo lo que hay que saber sobre los profesores. Y te reirás un rato. Si hay alguna palabra que no comprendas, pregúntamela y yo te la explicaré.

    Bran abrió el cuaderno y se puso a leer, completamente concentrado, como si yo no estuviera.

    —Tienes que tener cuidado de que no lo vean los profesores. El año pasado nos pillaron y me confiscaron el cuaderno. Por suerte, tenía una copia guardada, pero todos los de la clase estuvimos castigados una semana entera.

    No me hizo ni caso. Cuando iba a repetirle que debía tener mucho cuidado, llegó la profesora de matemáticas y tuve que volver a mi mesa.

    ¿Cómo iba yo a saber que el caos y la

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