La disputa feliz: Cómo disentir sin pelearse en las redes sociales, en los medios y en público
Por Bruno Matroianni
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Nunca aprenderemos a disputar con quien es distinto a nosotros sin realizar el esfuerzo que exige ese aprendizaje. Es algo que no aprendimos en el colegio. Y sin embargo todos, desde que tenemos un smartphone en la mano, nos vemos lanzados a un debate público, complejo y plural, en medio de interlocutores muy diversos. Su lectura nos ayudará a encontrar sosiego y satisfacción en esta dinámica. Es una ruta para aprender a sostener el propio punto de vista ante quien no está de acuerdo, sin peleas.
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La disputa feliz - Bruno Matroianni
Título original: La disputa felice. Dissentire senza litigare sui social network sui media e in pubblico
© 2017 by Franco Cesati Editore
© 2019 de la edición española realizada por SANDRA CAULA
by EDICIONES RIALP, S. A.,
Colombia 63, 8.º A - 28016 Madrid
www.rialp.com)
Preimpresión: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-5170-5
ISBN (edición digital): 978-84-321-5171-2
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Índice
Portada
Portada interior
Créditos
Prefacio
1. Encuentros del otro mundo
1. Sobrecarga de libertad
2. El final de los mundos
3. El gusto de la disputa
4. Qué no es una disputa feliz
2. Hay modos y modos
1. ¿Cuánto cuenta el cómo?
2. La postura en el juego
3. Darse a entender
1. Pocas (pero buenas) ideas
2. La pirámide invertida
3. Habla como vives
4. Releer, repensar, reevaluar
4. Desactivar el conflicto
Desactivar el conflicto
1. La paradoja de la pelea
2. Las expresiones beligerantes
3. El poder de ignorar
4. La comunicación no hostil: un manifiesto útil
5. Salir de tu «zona de confort»
Salir de tu «zona de confort»
1. Frame, echo chamber* y prejuicios cognitivos
2. La relación con la información y las fuentes
3. La relación con otros en la red
4. Entre los contendientes, disfruta quien reelabora
6. Disentir sin pelear
Disentir sin pelear
1. Representarse a sí mismo
2. Romper las burbujas
3. Ser subversivo
4. Sin púlpito, mejora la prédica
5. La lotta continua
El caso de la abadesa y La Zanzara
1. Los impulsos sexuales en el monasterio
2. El matrimonio homosexual
3. La actitud serena y la eficacia de la intervención
4. Las hermanas son mujeres como todas
5. Elevar el listón, delimitar el tema, adherirse a la realidad
6. Tú eres es el mensaje
Agradecimientos
Autor
Prefacio
He sido ruin mucho tiempo, especialmente en las redes sociales. Cuando comencé a entrar en foros de debate, hacia finales de los años noventa, le daba mucho valor a la respuesta rápida, al sarcasmo y al cinismo. No es que me agradara especialmente hacerlo, pero me hacía sentir à la page. Era estupendo pinchar a la gente, burlarse, reírnos juntos de alguien. Era estupendo, pero tenía un costo: en el fondo, muy en el fondo, persistía la duda de si lo que estaba haciendo era algo correcto.
Desde entonces, desde que empecé en estar online, algo ha cambiado: la gente llegó a la red. Al comienzo éramos cuatro gatos, todos conocidos, y nos sentíamos los pioneros del ciberespacio. Pero ahora es diferente: Internet ha acogido a todos en sus redes, absolutamente a todos. Y surge entonces un nuevo riesgo: la ofensa mediante el sarcasmo o mediante la broma de doble sentido, pues ya resulta completamente normal encontrarse con «los otros» en las redes: con gente que tiene una visión política diferente a la tuya, otra religión, otros hábitos y tradiciones, y unas referencias culturales desconocidas hasta ahora para nosotros.
Me di cuenta de que aquellos comportamientos que siempre había considerado una señal de distinción, ya no lo eran (tal vez nunca lo habían sido). ¿Cómo discutir con personas que sostienen ideas tan radicalmente diferentes a las mías? ¿Era posible que yo, que me consideraba una mente abierta y sin complejos, bien informada sobre los temas fundamentales, fallara en la comunicación precisamente cuando esta era más importante, al poner en contacto mundos tan distintos?
Debo admitirlo: estuve consternada por un tiempo. Es difícil, ciertamente, saber comportarse cuando salimos de nuestra reconfortante burbuja, interconectada con otras burbujas también reconfortantes para quienes vivían dentro de ellas...
Pero encontré el modo: la disputa feliz. O, mejor dicho, encontré al disputador feliz: Bruno Mastroianni. Un hombre paciente por vocación, capaz de explicar cómo no perder los estribos a la primera de cambio, cómo tratar precisamente a quienes no piensan como nosotros. Mastroianni da un giro: en lugar de tratar de convencernos de que discutir no está bien, nos muestra lo divertido y satisfactorio que puede ser disentir sin pelear. Mediante la descripción de nuestros peores tics comunicativos, casi dolorosa, La disputa feliz invita a cambiar nuestra actitud hacia las opiniones diferentes a la nuestra, que dejan de ser un problema insuperable y se transforman en una extraordinaria ocasión de enriquecimiento. Y nos invita a hacerlo de una manera simple y directa, sin hablar desde el estrado. No tenemos la sensación de «ser educados» por el enésimo gurú de la comunicación; más bien —y aquí se revela el filósofo que Mastroianni lleva dentro— acompaña al lector para que aprenda y consolide sus propias competencias de comunicación.
En este volumen se habla de miedo, de sobrecarga comunicativa, de los haters[1] más y menos conscientes, de qué competencias son necesarias para cualquiera, no solo para los profesionales; también se habla del contenido —que debe coexistir armoniosamente con la forma—, y de aspectos que van más allá de lo virtual, como la postura, la mirada, el tono de la voz, la importancia de la sonrisa al hablar y al escribir (porque, según el autor, también se percibe si sonríes mientras escribes).
Se detiene mucho en la importancia de hacerse entender y en la necesidad de usar las palabras apropiadas, que verdaderamente informen sobre la realidad: palabras icásticas, como le gustaba decir a Italo Calvino. Como es de Calvino la invitación a releer, repensar, reevaluar lo que se ha dicho o escrito.
Luego el libro entra en el meollo: nos muestra cuántas veces la discusión se polariza en posiciones extremas y, más o menos conscientemente, nos vemos obligados a posicionarnos ante una disyuntiva. Llegados a este punto, Mastroianni desactiva el conflicto con sugerencias extremadamente prácticas, como la de abandonar la propia zona de confort para aventurarnos en un territorio desconocido, mucho menos desconocido de lo que pensábamos (simplemente, no lo mirábamos de cerca).
En definitiva: disentir sin pelearse. Y, como asegura el autor, ¡SE PUEDE! Ese es grito del Dr. Frederick Frankenstein en la película de culto El jovencito Frankenstein. Y a decir verdad, lograrlo es una verdadera satisfacción.
Que nadie se engañe con el título: en este libro no hay buenismo. La disputa es feliz porque se vuelve gratificante para los contendientes, no porque evite la confrontación o edulcore la realidad. Este libro es la celebración de la diferencia, vista como un valor positivo y no negativo; como la única, la verdadera burbuja que nos puede hacer crecer. Como disputadores, como comunicadores, pero también, simplemente, como seres humanos.
Vera Gheno
[1] Personas que muestran sistemáticamente actitudes hostiles ante cualquier asunto. El término se ha popularizado en internet para designar a quienes, para expresarse sobre cualquier tema, se valen de la burla, la ironía y el humor negro (N. de la T.).
1
Encuentros del otro mundo
Este texto nace como respuesta a un malestar: la pelea continua. Peleamos en Facebook, peleamos en el bar, peleamos en los periódicos, peleamos en la televisión. La pelea ahora parece ser la única manera de afrontar cualquier problema relevante de la vida. Todos estamos listos para el altercado, nos enzarzamos en interminables discusiones en las que invertimos tiempo y energía; pero al final no nos quedamos contentos. Confrontación tras confrontación, estamos cada vez más cansados, insatisfechos, heridos, encolerizados.
¿Por qué nos peleamos tanto? En, parte por nuestra naturaleza (somos seres racionales dotados de capacidad para disentir), y en parte, porque esa habilidad se ha potenciado con el desarrollo de la tecnología: gracias a la red nos hemos proyectado, en muy poco tiempo y sin los recursos culturales ni educativos apropiados, en un escenario de confrontación constante y cotidiana entre gente que viene de mundos muy distantes. Y seamos sinceros: a nadie le resulta fácil, en este encuentro, aprender a discutir con personas tan diferentes.
Antes de la llegada de lo digital vivíamos cómodamente en mundos separados. Ciertamente, la globalización y la comunicación de masas ya nos habían conectado de algún modo, pero seguía siendo una comunicación mediada, limitada en el tiempo y el espacio. Al disidente, al extranjero, al migrante, al militante político del partido opuesto, a la persona de la otra religión, al «diferente», lo veíamos en la televisión o cuando viajábamos, nos mudábamos, o salíamos de nuestra vida cotidiana habitual. Hoy nos lo encontramos en Facebook, cuando contesta a la última frase que compartimos en el camino de casa al trabajo. Nuestro mundo y el suyo se entrecruzan sin intermediarios, sin protección.
La diversidad, que antes era una experiencia específica en la vida, se ha convertido en un aspecto ordinario de la realidad[1]. Nuestra época nos exige una cercanía nunca vista con los extranjeros, y la aceptación de un rango siempre creciente de diferencias[2]. Tanto desde la perspectiva del encuentro entre culturas distintas (porque la cultura ya no coincide con el territorio[3]) como en la confrontación con el otro que tenemos al lado: hasta en la comunicación entre miembros de una misma cultura, hay visiones diferentes[4].
El encuentro/desencuentro entre mundos también sucede online en otro sentido, porque nos restriega en la cara lo que antes no veíamos. En otros tiempos, la ignorancia, la mezquindad, la violencia verbal emergían y se manifestaban solo a veces. Se circunscribían a los muros de casa y solo lograban difundirse en áreas sociales propias de comportamientos primitivos; hoy los encontramos a gran escala y escritos en negro sobre blanco en las pantallas de nuestros teléfonos inteligentes: medible, cuantificable en los posts, con comentarios y tweets que inundan la red, ya que cualquiera puede escribir cualquier cosa que se le pase por la cabeza sin pedir permiso a nadie[5].
El choque puede ser fuerte. Los periodistas ilustres, acostumbrados a tener un micrófono y a estar frente a audiencias silenciosas, no soportan y estigmatizan a la «comunidad de la web». La gente más evolucionada se mantiene lejos. Los intelectuales, a su manera, resuelven el problema despreciando la «imbecilidad» de Internet. Los políticos invocan reglas para controlar los daños. Los padres intentan que sus hijos apaguen los dispositivos. La gente común, como tú y yo, presa de