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Detrás del silencio
Detrás del silencio
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Libro electrónico208 páginas3 horas

Detrás del silencio

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Información de este libro electrónico

Quiso el destino abrir las puertas del silencio, más no pudo contra la fuerza del amor, y naciste de un efímero silencio, pero sonoro porque nunca estuviste Detrás del Silencio.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jul 2020
ISBN9788413261959
Detrás del silencio
Autor

Emma Arlubins

Mi nombre es Emma Arlubins, escritora barcelonesa. Mi pasión son las letras. El inestimable apoyo y asesoramiento de veteranos escritores y poetas han sido mi guía para formarme en el exclusivo mundo de la narrativa. Tras diversos relatos cortos, me he lanzado a argumentos largos para mis novelas. Aura de Mujer es mi ópera prima de estás características, seguida de una expectacular novela de intriga Detrás del Silencio, y mi último trabajo, con una carga de prosa filosófica, Simplemente Tuya . Todas ellas obras románticas aunque abrigadas siempre por un fondo de carácter existencial.

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    Detrás del silencio - Emma Arlubins

    13

    CAPÍTULO 1

    Desde mi ventana se ven pasar los días y las noches. Pero para mí no hay noches ni días, solo hay oscuridad. Mi nombre es Caroline Roberts, pero mi querido esposo Henry y mis amigos siempre me llamaron Carol. Hablo en pasado, ahora no tengo ni esposo ni amigos.

    Nací hace treinta dos años en la ciudad de San Diego, California.

    A los 28 años me casé con Henry Ferguson, propietario y director del Daily Mirror, periódico local donde me encargué de la sección de sucesos. Una noche de verano, alrededor de las once, mi vida dio un gran vuelco, mi querido esposo fue asesinado en nuestro chalet de la costa.

    No recuerdo haber matado a mi marido.

    Fui acusada casi sin pruebas de homicidio, era la única persona presente en la escena del crimen, nuestra cama y mi cuchillo de cocina. Todo apuntaba que no podía ser de otra manera. En mi declaración alegué que no recordaba nada, estaba en estado de shock. Impactada por aquella escena dantesca. Las pruebas aportadas por la fiscalía hicieron que un jurado popular me declarase culpable de ese delito.

    Pero eso no era suficiente para el teniente James Lorenzo, el hacendoso policía de origen hispano, inició una intensa investigación para que fuese condenada a la pena capital.

    En ningún momento dudó que hubiera sido la autora material de los hechos.

    La actuación policial se basa en las obtención de las pruebas que incriminen al sospechoso, no intervienen factores psicológicos ni otras causas que puedan ocasionar actos presuntamente delictivos y claros.

    James era de aquellos policías que sentía su profesión, un gran interrogador, inteligente, aunque se dejaba llevar en ocasiones por el instinto, por la suposición. Este pudo ser el verdadero motivo por el que no llegó nunca a sentar de forma efectiva lo que para él era una situación clara.

    En un primer interrogatorio, en presencia del abogado de oficio de me representaba, intentó un acercamiento amistoso, tal vez pensó que estaba frente a una frágil mujer que se rendiría ante él, con cierta facilidad. Lo que no tuvo en cuenta era que detrás de aquel silencio que yo utilizaba como escudo protector, se escondía una mente lúcida y tremendamente audaz. Como no podía ser de otra manera, quien perdió los nervios en primer lugar fue él.

    —Llévensela…ya hablará, yo haré que digas todo lo que me tienes que decir.

    —Teniente, ¡¡por favor!! Mantenga la calma, mi cliente no está preparada para esto ahora mismo. No se preocupe, la haré recapacitar y colaborará.

    Colaboremos ambos para esclarecer este asunto, se lo aseguro teniente.

    —Eso espero… letrado, de lo contrario, no esperen ninguna concesión, lo que es evidente no se pude ocultar fácilmente.

    Solo se trata de declarar y asumir responsabilidades.

    Sabía de sobras que ese hombre iba a hurgar en mi vida hasta el más mínimo detalle, su tenacidad parecía implacable. Solicitó un equipo especializado en investigaciones especiales para que no se le escapase ningún detalle.

    —Vamos a empezar por el domicilio… quiero un registro absoluto, todas las huellas, cualquier indicio. No quiero errores, manos a la obra. En cuanto tengamos la orden del juez, todos para allá. Voy a la oficina del fiscal, hay que reabrir el caso.

    La tenacidad de teniente Lorenzo era conocida por todos el entorno, no había caso que se le resistirse, como un sabueso seguía los indicios que le llevasen a esclarecer la verdad en todas sus investigaciones

    —Buenos días… soy el teniente Lorenzo, tengo que ver al fiscal inmediatamente

    —Teniente, el fiscal no le va a poder atender en este momento, está muy ocupado.

    —¿Cómo que no…? Eso ya lo veremos, he de hablar con él ahora, es un asunto de vida o muerte.

    La frase tenía el mayor de los sentidos, no cabe duda que el asunto fuera de vida o muerte, pero se refería a mi vida o mi muerte.

    La vida y la muerte no tienen más sentido que el que le queramos dar… la vida en prisión no se puede considerar vida, es otra cosa. Pero la condena a muerte parece más contundente que una cadena perpetua. No sé yo que es peor. En realidad sí lo sé.

    La vida carcelaria es esa situación de alarma... de estado de excepción...permanente. Al dejar de pisar las calles... una gran parte de mis rasgos... quedan ahora permanentemente latentes bajo el barro... como ranas en las épocas de sequía...

    Allí... sobre el espejo... se refleja una cara embarrada y surcada, muy parecida a las de un tratamiento facial con arcilla.

    Mi cara tiene una expresión de una desconocida que me mira con rasgos de abatida y de agotamiento.

    ¿Qué había pasado en este tiempo... para terminar siendo irreconocible...?

    No sé... qué va quedando de todos nosotros con el paso del tiempo... cuando el cuerpo y la mente deciden partir peras... y hacer separación de bienes...

    Los cuerpos se ajan entre estas paredes. La cabeza... en sus luchas internas... en sus tiras y aflojas... en sus subidas y bajadas... y el cuerpo dejándose ir... impotente ante el arrastre hacia la nada... de esa fuerza brutal que es el envejecimiento.

    Me despedí de sí misma cuando entré en este lugar con esas prisas que exigen los procedimientos penitenciarios.

    Solo vive conmigo, mi fiel aliado...el silencio.

    —¡Teniente Lorenzo…! ¿Qué sucede…?

    —Señor fiscal, debo hablar con usted… es un asunto importante. Se trata del caso de Caroline Roberts.

    —¿Caroline Roberts…? Ese caso está cerrado James.

    Juzgada y condenada.

    —Sí señor, pero esa sentencia es errónea señor…

    —¿Errónea teniente? las sentencias no son nunca erróneas, se basan en los hechos probados y el jurado hizo una declaración de culpabilidad. ¿Qué más quiere…?

    —Discúlpeme señor, Caroline mató a su esposo, tengo motivos para demostrar eso y he solicitado al juez abrir de nuevo la investigación.

    —Teniente Lorenzo… ¿Qué pretende con esto… no es suficiente para usted una condena a cadena perpetua? Creo que es absurdo abrir de nuevo ese caso. Está claro que Caroline mató al señor Ferguson, pero existen atenuantes… su estado mental está siendo estudiado para su evaluación final. ¿Qué le mueve a desear su condena a muerte? Es más, todos deberíamos recapacitar sobre eso, las leyes prevén en nuestro el Estado de California la pena capital, pero solo en casos muy concretos, no creo que este lo sea.

    ¿O es que cree usted que esa mujer puede volver a matar?

    —Señor fiscal, con el debido respeto, lo creo firmemente. Es por eso que es mi obligación solicitar la apertura del caso y una nueva investigación.

    —Está bien, si su señoría lo autoriza, no seré yo quien lo impida. Pero piense en lo que supone eso.

    —Gracias, por su apoyo señor fiscal.

    —James, no se confunda… no le apoyo, estaré a las órdenes del señor juez, nada más. Y a modo personal, le diré que desear la muerte a alguien no es demasiado, como le diría… ¿moral, tal vez? Buenos días, teniente. Por cierto teniente, supongo que estará al corriente de la moratoria de las ejecuciones en el Estado de California, me pregunto entonces de nuevo ¿Qué pretende usted con esto... tal vez un éxito personal en su carrera?

    —No señor, simplemente que se haga justicia.

    —La justicia está garantizada teniente Lorenzo, otra cosa es la obsesión por un castigo que está en tela de juicio en todo el país, e incluso fuera de nuestras fronteras.

    —Pero, señor fiscal… ¿no es cierto que se pueda condenar a la pena capital en el Estado de California?

    —Sin duda, así es, otra cosa es su ejecución. Para su información, el gobernador de California, el demócrata Gavin Newsom, ha anunciado este miércoles una suspensión de las ejecuciones en nuestro estado, donde no se ha aplicado la pena de muerte desde 2006 y hay 740 reos en el corredor de la muerte.

    La muerte intencional de otra persona está mal y como gobernador no supervisaré la ejecución de ningún individuo, ha afirmado el gobernador.

    Newsom ha asegurado que la pena de muerte discrimina a los enfermos mentales, a las personas de raza negra y a aquellos que no pueden pagar una representación legal costosa.

    No creo que una sociedad civilizada pueda reclamar ser líder en el mundo mientras su Gobierno continúe sancionando la muerte premeditada y discriminatoria de su gente.

    Con el anuncio de este miércoles, California se une a Colorado, Oregón y Pensilvania como los estados de EE.UU, en establecer una moratoria en la ejecución de la pena capital.

    Es una lucha por la igualdad teniente, existe discriminación, y esto sí es hacer justicia.

    La raza influye en las decisiones.

    Sabemos que la raza juega un peligroso e inadecuado papel en las decisiones sobre quienes son sentenciados a la pena de muerte en California, hay tres veces más probabilidades de que un acusado por asesinato sea condenado a muerte si la víctima es una persona de raza blanca que si se trata de una víctima negra.

    El gobernador Newsom afirmó este miércoles que en el caso del mexicano Vicente Benavides, quien en abril de 2018 fue puesto en libertad tras pasar 25 años en el pabellón de la muerte y ser hallado inocente cuando se revisó su condena.

    La última ejecución en California tuvo lugar el 17 de enero de 2006 cuando fue ajusticiado Clarence Ray Allen, de 76 años.

    Además de anunciar la suspensión de las ejecuciones, Newsom, que tomó posesión como gobernador de California en enero pasado, anunció el cierre de la prisión estatal de San Quintín, localizada en el condado de Marín (norte de California).

    Allí funciona el único corredor de la muerte para hombres y la cámara de ejecución del estado.

    —Todo eso está muy bien señor fiscal, pero yo me debo a mi trabajo, y éste consiste en la aclaración de hechos y a que las condenas sean las correctas. Entiéndame.

    —Me temo que el que no entiende es usted James, pero… repito quedo a la espera de las instrucciones de su señoría.

    Buenos días teniente.

    Cumplo mi condena en el Metropolita Correptional Center de San Diego. Allí recibo los cuidados propios de cualquier reclusa, pero me han diagnosticado un cambio de actitud frente a la vida, es decir un cambio en mis sentimientos.

    Debe ser porque no confío en nadie, rechazo ayudas, y dicen que vivo encerrada en mi misma, solo vivo de mis recuerdos.

    Me han sometido a pruebas para determinar si padezco un estado de ánimo bipolar. Hay una parte de verdad en todo esto, vivo de mis recuerdos, y me encanta vivir de ellos.

    Estuve y sigo estando enamorada de Henry. En los distintos rincones de mi cerebro hay cosas que ni yo misma puedo imaginar hasta que aparecen en mi consciencia. Otras permanecen al abrigo del olvido, pues son dignas ello. Lo que nunca se ausenta de la lucidez de mi mente es la imagen y el espíritu de la persona que tal vez llegue a amar más de toda mi vida.

    Está anclada en mi memoria activa en cada instante. Me acuesto cada noche imaginando tenerle a mi lado, casi puedo sentirle acariciándome, lo hacía siempre hasta que yo me dormía. Lo hizo desde el primer día, pensé que con el tiempo se cansaría y terminaríamos como muchas parejas dándonos la espalda sin más, ajenos al amor, pero afortunadamente me equivoqué, todas las noches me abrazaba como si no hubiese un mañana. Decía sentirse el hombre más feliz por tenerme a su lado y creo realmente que así era, incansablemente me lo demostraba. Un amor puro,

    de aquellos que poca gente tiene la oportunidad de vivirlos.

    Hasta el último de sus días saboreamos el placer de querernos de forma insólita y extraordinaria, complaciéndonos y amándonos sin límites. Recuerdo cuando le preguntaba que era yo para él, siempre recibí la misma contestación, VIDA, esa era su respuesta.

    Cierto es, que a pesar de su entrega, nunca fui fiel a mi matrimonio, sin buscarlo en más de una ocasión he sucumbido al misterio de conocer a otros hombres. Nunca lo provoque, eran ellos quienes se acercaban, esa sensación de atraer a los hombres me hacía sentir especial. Recuerdo como a escondidas conservaba un sinfín de lencería que jamás descubrió Henry, solo la utilizaba cuando él no me veía y para todos mis infieles encuentros. Hablo de infidelidad, pero para mí aquello no era ser infiel, era un juego, no sentía nada por ellos. Es curioso como siempre he sentido la necesidad de alejarme de llevar una vida plenamente sexual y a la vez seguir manteniendo sin remordimientos mis amantes fuera de mi dulce matrimonio.

    Creo firmemente que una infidelidad física no es comparable a una por sentimientos, seguramente por ello tenía la convicción de no estar engañándole.

    Adoro a mis padres, especialmente a mi madre, ella me enseñó a querer y respetar todo cuanto amaba. Siempre ha sido una mujer bellísima, con una sonrisa extraordinaria, era y es encantadora, la quiero con locura. De mi padre podría decir muchas cosas, pero destacaría su facilidad por hacerme reír, vivir junto a él es un carrusel de felicidad. Mi infancia siempre fue fabulosa junto a ellos. Les amo profundamente. Vivíamos en una casa a pie de playa, era una sensación fantástica regresar de la escuela con mi hermano y acariciar las olas de mar con nuestros pies. Johny y yo somos inseparables, incluso en Balboa School, nuestra escuela, nos castigaban a la vez. Éramos uña y carne, todo lo hacíamos juntos, pero ahora ya no es posible. Soy una mujer fuerte, pero siempre he creído que éramos dos compartiendo una misma alma. Esta incógnita me ha acompañado toda mi vida, creo que Henry jamás lo descubrió, solo conoció una parte de mí, de no ser así, no sé si me hubiera deseado tanto.

    Soy capaz de enfrentarme ante cualquier adversidad y salir adelante incluso en las peores circunstancias, el trajín de mis sentimientos me dan la fuerza necesaria para conseguirlo.

    Inconscientemente creo que busco albergar la secreta esperanza de abandonar mi tímida actitud, crispándome conmigo misma cada vez que la vergüenza se empeña en acompañarme, pero es algo que asumí en mi juventud. Mi amor propio dependía de ella. En cualquier caso, lo verdaderamente importante es que mi personalidad enamoró a Henry. Solíamos coincidir en el comedor de la escuela, él era tres años mayor que yo, intercambiamos miradas cómplices y a menudo me hacía un gesto con la cabeza para que me acercara, pero pocas eran las ocasiones que lo conseguía, mi timidez ganaba la batalla hasta hacer desvanecer la magia. Estaba claro que me gustaba, impacientemente esperaba verlo cada día, su cabello oscuro y tez pálida me enamoraba, nada que ver con los chicos de California mayoritariamente de piel morena con pelo rubio quemado por el sol y sal de mar. Yo no soy morena, ni rubia, ni castaña, mi pelo es de color pelirrojo y mi piel parece una cascada sin freno de pequeñas pecas.

    Mis modestos ojos color miel, parecen querer pasar desapercibidos por quien los mira. Es curioso como siempre he tenido la sensación de gustar mucho, o nada.

    En cambio sus penetrantes ojos oscuros, parecían adueñarse de los míos cada vez que me miraba.

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