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Asesinato en cincuenta sombras de gris: Las investigaciones de Frank Meyer
Asesinato en cincuenta sombras de gris: Las investigaciones de Frank Meyer
Asesinato en cincuenta sombras de gris: Las investigaciones de Frank Meyer
Libro electrónico58 páginas38 minutos

Asesinato en cincuenta sombras de gris: Las investigaciones de Frank Meyer

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Una pintora es hallada estrangulada en su apartamento. El asesino, sorprendido por una pareja de vecinos, se esconde in extremis en el cuarto de la víctima. Al llegar los investigadores no tiene más opción que saltar por el balcón al paso de un camión de basura. Con el rostro oculto por un casco, consigue huir en moto sin que nadie pueda identificarlo. He aquí un caso que empieza muy mal para el capitán Meyer y su equipo.

Doctor en Ciencias de la religión por la Universidad de Montreal, Alain Ruiz es autor de varias novelas y guías prácticas con más de 130 000 ejemplares vendidos, entre ellas la serie Ian Flibus (Ian Flix), que ha tenido un gran éxito en Quebec, y Les chroniques de Braven Oc, con una adaptación en forma de novela gráfica. Alain Ruiz está casado y es padre de tres hijos.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento3 jun 2020
ISBN9781071544280
Asesinato en cincuenta sombras de gris: Las investigaciones de Frank Meyer

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    Asesinato en cincuenta sombras de gris - Alain Ruiz

    1

    Bajo el radiante sol del verano, Augustine Guillomet, de sesenta y cinco años, abrió una amplia sombrilla para proteger lo mejor posible las acuarelas y retratos a grafito exhibidos en su puesto. Había decidido colgar algunos en un biombo de bambú, con los tres paneles ligeramente plegados para crear un bonito efecto estilístico. Presentaba otros en caballetes de madera, mientras el resto estaba extendido por aquí y por allá sobre una esterilla de playa. Augustine Guillomet había preparado también una serie de cuadros diversos en una cesta de mimbre para, con suerte, ocupar el espacio dejado por las ventas.

    Haciendo gala de un lindo sombrero salpicado de flores, la pintora jubilada volvió la cabeza y respondió educadamente al saludo de cortesía de su vecino más próximo. Más de una veintena de expositores se había reunido para presentar sus creaciones a lo largo del canal que atravesaba el centro de Perpiñán. La mayoría eran habituales de esta cita anual organizada desde hacía cinco años con el fin de dar relieve a los pintores y escultores de la región. Pero para Augustine Guillomet era su primera vez. No demasiado cómoda con la idea de mostrar su obra en público, había aceptado esta invitación por la insistencia de una amiga convencida de su talento. Habida cuenta su pequeña pensión, también era la ocasión de hacer un poco de dinero extra. Una razón de peso en este periodo estival en el que las calles peatonales del centro estaban abarrotadas.

    Con un último vistazo a la disposición de sus variados cuadros, Augustine Guillomet desplegó una silla y se sentó cómodamente a la sombra. A penas se había instalado cuando una pareja de turistas se detuvo frente a su puesto. Observó discretamente su reacción.

    —Buenos días, señora.

    —Buenos días —respondió tímidamente Augustine Guillomet, sonriendo.

    —¡Sus acuarelas y sus retratos son verdaderamente magníficos! —señaló el hombre, de unos cincuenta años, con un bonito acento inglés.

    —Gracias.

    —Nos gustaría comprar este precioso retrato de Fernandel —prosiguió el marido, visiblemente fascinado—. Mi mujer y yo apreciamos mucho a este actor. ¿Me creería si le digo que caímos bajo el encanto de la lengua francesa viendo sus películas?

    —Desde luego —aseguró Augustine Guillaumet mientras se levantaba para acercarse a la pareja.

    Sin pérdida de tiempo, el hombre abrió su pequeño bolso de mano y sacó su cartera. Extrajo rápidamente tres billetes de veinte euros y se los tendió.

    —¿Quiere una bolsa para protegerlo? —preguntó la artista cogiendo el dinero.

    —Sí, por favor —respondió la mujer con el mismo acento inglés, pero un poco más marcado.

    Augustine Guillomet guardó los billetes en el bolsillo de su delantal y cogió el retrato. Se dirigió hacia su silla plegable, junto a la que había una caja de cartón con varios embalajes. En ese momento advirtió a otro hombre, de unos cuarenta años, parado en la esquina de su puesto. Lo observó brevemente y se agachó para coger una bolsa. Deslizó con delicadeza el retrato en ella y se la entregó a la pareja de turistas, que se despidió con entusiasmo deseándole un día agradable.

    Muy satisfecha de su primera venta, Augustine Guillomet mantuvo la sonrisa mientras recordaba a la amiga que la había animado a exponer sus obras.

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