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Fernando Castillo Velasco: Proyectar en Comunidad
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Fernando Castillo Velasco: Proyectar en Comunidad
Libro electrónico489 páginas7 horas

Fernando Castillo Velasco: Proyectar en Comunidad

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El año 1967 se inició el proceso de Reforma Universitaria en el país y la Pontificia Universidad Católica de Chile, que jugaría un rol crucial, elegía como su rector al profesor de la facultad de Arquitectura, Fernando Castillo Velasco. Con convicción y liderazgo el rector encausó este proceso, que fue vital para iniciar una verdadera transformación de la universidad y que, sumado al trabajo de las décadas siguientes, daría paso a la institución que conocemos hoy. Este libro recopila sus palabras, dispersas en discursos, entrevistas, columnas, manifiestos y prólogos durante más de cuarenta años. Organizadas cronológicamente en torno a tres grandes ámbitos de su acción -"arquitectura", "universidad" y "política"- ellas dan cuenta de su manera de entender el mundo y actuar en él. Hombre multifacético, -arquitecto, profesor, rector, alcalde, por mencionar algunos de sus roles-, buscó convocar las voluntades individuales para realizar proyectos comunes más allá de las diferencias. Se esforzó, por ello, en generar espacios que permitieran la convivencia y el diálogo de una comunidad participativa. A pesar del paso de los años, gran parte de los temas tratados por Fernando Castillo siguen siendo actuales y sus palabras nos permiten revisar la historia reciente de nuestro país. Estas páginas nos invitan a reflexionar sobre nuestro presente; sobre el rol social de la universidad, la equidad en el acceso, las responsabilidades de ciudadanos y gobernantes, las políticas urbanísticas y el desarrollo de la ciudad, entre otras materias.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UC
Fecha de lanzamiento1 dic 2018
ISBN9789561423619
Fernando Castillo Velasco: Proyectar en Comunidad

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    Fernando Castillo Velasco - Elisa Silva Guzmán

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    PRESENTACIÓN

    Con gran satisfacción ponemos en manos de los lectores este libro Fernando Castillo Velasco, proyectar en comunidad, un conjunto de textos del exrector, reunidos y presentados a través de un estudio preliminar por Elisa Silva Guzmán. Esta publicación forma parte de la iniciativa de la Rectoría UC que busca destacar el pensamiento de sus rectores de los últimos cincuenta años, como un aporte a la discusión presente y futura de los temas de Educación Superior.

    Se incluyen artículos y reflexiones que dan cuenta de la fecunda labor de Fernando Castillo en nuestra casa de estudios y en el escenario nacional antes, durante y después de su rectorado entre los años 1967 y 1973. En lo formal, la recopilación propone un hilo conductor que se divide en tres partes: Proyectar, construir, habitar; Reflexionar, proponer, transformar; y Participar, converger, realizar, y estas partes reflejan los ámbitos en los que él desarrolló su vida profesional, académica y de hombre público. No obstante, esta división, que tiene la virtud de orientar la lectura, no obedece a un criterio excluyente; por el contrario, las ideas y reflexiones del arquitecto, del académico y del hombre público traspasan con cierta frecuencia su campo propio para filtrarse hacia los otros, mediante vasos comunicantes que nos provocan la impresión de estar ante textos de carácter holístico, lo cual, por cierto, enriquece estas páginas.

    La lectura y la reflexión posterior que puede hacer el lector en torno a los textos recopilados por Elisa Silva ofrecen acceso a una interesante diversidad de intereses y vocaciones presentes en Fernando Castillo Velasco, y esta diversidad queda precisamente de manifiesto a través de la estructuración del libro. La mayoría de las personas de generaciones posteriores a 1973 asocian el nombre del exrector a su función en tal cargo durante seis años en la Pontificia Universidad Católica, y desconocen sus otras facetas desarrolladas anterior y posteriormente a este breve aunque fructífero período. Este es uno de los aspectos más valiosos de la presente recopilación: dar a conocer al público contemporáneo, e incluso a sus coetáneos, las aristas que resultan menos familiares del quehacer de este notable y multifacético hombre, cuya visión y pensamiento se revelan en los textos como expresión de sus convicciones profesionales, académicas y políticas, sin olvidar que estas estaban sustentadas por su fe católica.

    La gestión del exrector Castillo al frente de la Pontificia Universidad Católica de Chile, entre cuyos hitos podemos destacar el proceso de reforma y el apoyo comprometido a la creación de distintas unidades académicas –en especial, de DUOC–, es en gran medida el reflejo de una doble vertiente que inspiró su vida, y que se manifiesta en la primera parte del libro. Él fue poseedor de un talento que se desplegó, a la vez, en la veta artística y en la profesional, como se puede apreciar en su labor concreta y en su pensamiento arquitectónicos que, por ejemplo, aspiraban a construir ciudades habitables; a reflexionar acerca del rol protagónico del arquitecto en el desarrollo de la sociedad contemporánea; a considerar la palabra como un recurso para ir haciendo la arquitectura en el debate y el intercambio de ideas; a la libertad que requiere el arquitecto para concebir sus obras, según su visión de la sociedad a la cual sirve; o bien a pensar en la arquitectura como el motor cultural para el desarrollo de nuestros pueblos atrasados económicamente.

    Entre otros aspectos de su gestión, en estos tiempos de demandas por participación, recordamos que durante los años en que ejerció la rectoría, Fernando Castillo Velasco desarrolló reformas que permitieron que los diferentes estamentos de la comunidad universitaria participaran en la administración de nuestra casa de estudios, cuestión sin duda consistente con los tiempos que corrían en ese entonces. Por otra parte, la expansión de la Universidad en los ámbitos de la investigación, la docencia y de los programas sociales fueron solo algunas de las tantas innovaciones plasmadas bajo su rectorado, de modo que tal vez no sea impropio postular que su gestión al frente de la UC marcó una inflexión en el devenir de nuestra casa de estudios, de la misma manera en que lo fue la Reforma universitaria de 1967, que encontró en el exrector a la persona que podía impulsarlo y liderarlo. De esta manera, el momento histórico marcado por este movimiento produjo una especie de dinámica circular, pues su envión inicial hizo posible a un Fernando Castillo Velasco, y a su vez este hizo posible la continuidad de la Reforma. Así se hace patente en los planteamientos vertidos en los textos de la segunda parte de este libro que abordan los problemas y el futuro de nuestra institución: la reflexión como gran tarea de nuestra institución, la Universidad como formadora de un hombre que vive con honestidad sus ideales al servicio de la transformación del país, la Universidad como responsabilidad de todos, la relación cultural viva y compleja entre la Comunidad Universitaria y la Comunidad Nacional, la tarea de la Universidad como vocación de ver y hacer ver, o bien la trágica opacidad con que actúa el Estado en relación con la educación.

    La tercera parte revela su faceta de hombre público, y vierte en el papel sus reflexiones en este ámbito y la experiencia acumulada en las funciones de gestión que desarrolló durante largos años como alcalde e intendente. Entre sus preocupaciones destacan, entre otros temas, la democracia como la participación de todos en una tarea común; la destrucción de la autoridad arbitraria; el sentido de la autoridad encauzadora de las energías de la comunidad en pos de un objetivo común; el pluralismo como tolerancia hacia el otro y como esfuerzo por descubrir en él su aporte creador a la tarea común; la convocatoria a todos como tarea común para la conquista de la libertad, o la interpretación de los anhelos de los pueblos como misión más importante de los políticos.

    Como decíamos más arriba, estos tres son los ejes flexibles y comunicados entre sí que sirven a modo de columna vertebral y de carta de navegación para los lectores. La elección de los encabezados de las tres partes en que está dividido el libro traducen muy acertadamente el sustrato más profundo que cimentó la vida y obra de Fernando Castillo Velasco, pues los verbos elegidos dan cuenta del modo de estar en el mundo de un auténtico homo faber, vale decir, de un ser humano comprometido con la acción y, como requisito fundamental para esta, con la reflexión y la actitud reflexiva frente a la realidad.

    Agradezco a la editora, Elisa Silva, por aceptar la invitación de asumir este desafío. De igual modo, agradezco a Mónica Echeverría y a la familia de don Fernando por el apoyo brindado al proyecto. Hago también un reconocimiento a Andrea Pinochet, Jefa de Gabinete de Rectoría, por su valiosa colaboración editorial; al profesor Patricio Bernedo, Decano de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política por su revisión, opiniones y sugerencias al texto; y a Angélica Zegers, Directora de Ediciones UC y Patricia Corona, Coordinadora editorial de Ediciones UC, por su colaboración en todas las etapas de esta obra. Sin el aporte de todos, este libro no sería hoy una realidad.

    Con esta nueva publicación, la Pontificia Universidad Católica de Chile continúa con la serie que desea hacer justicia y rendir un homenaje al aporte que le han entregado quienes han ejercido la más alta y difícil responsabilidad en ella. En consecuencia, esperamos que esta iniciativa facilite y haga accesible a las anteriores y nuevas generaciones una parte de la historia de la Universidad desde una perspectiva humana y personal, permitiendo conservar su memoria a través de una de las personalidades que ha tenido más influjo en su desarrollo contemporáneo.

    Ignacio Sánchez Díaz

    Rector

    Pontificia Universidad Católica de Chile

    AGRADECIMIENTOS

    Me gustaría reconocer y agradecer a quienes son parte de este resultado, ya sea porque aportaron de forma directa, o porque fueron parte de mis reflexiones en el diálogo.

    En primer lugar, agradecer a la familia Castillo Echeverría por su disposición a colaborar con todo aquello que pudieron ofrecer. Mi reconocimiento especial a quienes fueron mis interlocutoras más directas: Mónica, Carmen y Consuelo. Agradezco también a Humberto Eliash y Luis Torres, quienes colaboraron con Fernando Castillo desde la arquitectura y la universidad. A Hugo Bertolotto, por compartir los detalles de la entrevista que realizó en 2010, junto a Francisco Díaz.

    Gracias por sus aportes en la transcripción, investigación y edición a Pilar de la Maza, Trinidad Dougnac, Camilo Duffe, Sebastián Monreal, Daniela Oyanguren, Juan Rauld, Olaya Sanfuentes y María José Silva.

    Finalmente, gracias a mi familia y amigos.

    Elisa Silva

    NOTA DE LA EDITORA

    ¹

    A sus palabras. A estas podemos preguntar para conocer a la persona de Fernando Castillo Velasco. Ellas nos hablan de sus principios, su manera de entender el mundo y actuar en él. Eso es lo que persigue este libro. Es una recopilación de sus palabras a lo largo de más de cuarenta años, dando cuenta de sus ideas motrices y su sentir, así como de su evolución en el tiempo y su postura ante distintos contextos o problemáticas.

    Fernando Castillo Velasco fue un hombre que se hizo presente en la historia de nuestro país. Su persona pública actuó en la sociedad en variados ámbitos. A pesar de su naturaleza distinta, todos fueron espacios de expresión de sus principios en la acción. Sus palabras recopiladas en este libro nos permiten recorrer la historia reciente de Chile, desde su mirada. Impacta –como muchos ya lo han dicho–, su consecuencia. Él fue un hombre de crédito. Un hombre de liderazgo, desde el compromiso. Todos somos parte de la historia, pero pocos nos hacemos cargo de nuestra responsabilidad de actuar conscientemente en ella, más que dejarnos ser sencillamente resultado de sus tendencias. Fernando Castillo, y espero que esta recopilación lo transmita, supo hacerse cargo de los problemas con que se enfrentaba, convirtiéndolos en proyectos a los que entregarse.

    La presente publicación surge en el contexto de conmemoración de los cincuenta años del inicio de la Reforma Universitaria de la UC. La Comunidad Universitaria, entonces, lo eligió como su Rector, como el hombre que encauzara las energías del proceso. Es, entonces, su rol como Rector de la Pontificia Universidad Católica el que nos lleva a tener en nuestras manos, nuevamente, un libro sobre él. Pero Fernando Castillo fue, ante todo, arquitecto. Y desde ahí actuó en el mundo de la educación y la política, reuniendo voluntades.

    Esta recopilación de 45 discursos, entrevistas, columnas, manifiestos y prólogos –dispersos hasta ahora en publicaciones periódicas, archivos, Internet–, se organiza cronológicamente en secciones que refieren a esos tres ámbitos. Pero, como se desprende de su lectura, reducir a los sustantivos arquitectura, educación y política la experiencia de Castillo Velasco, no da cuenta de su entendimiento y vivencia en ellas. Él se reconoció hombre de acción más que de letras. Insistió en la responsabilidad que tenemos de actuar en el mundo, mirando al futuro. Más que ideas, él nos lleva a reflexionar desde las experiencias que hace evidentes.

    Considerando lo anterior, las tres partes en que se organizan sus palabras en este libro son:

    I. Proyectar, Construir, Habitar. A partir de la arquitectura, su disciplina de origen, sus palabras nos llevan a entender que lo que el arquitecto hace es crear una obra en un entorno y para alguien. Que aquello que se proyecta construir es una respuesta a necesidades, aunque no sean reconocidas. Que la obra arquitectónica es parte de un conjunto habitado colectivamente, en sociedad; por ende, el urbanismo es inseparable de la arquitectura, se tome en cuenta o no. Como expresó en sus palabras de agradecimiento al Premio Nacional de Arquitectura en 1983: Cae sobre los arquitectos una parte en la responsabilidad de la construcción de una sociedad².

    II. Reflexionar, Proponer, Transformar. La segunda parte reúne textos que hacen referencia a la Universidad. Nuevamente, la palabra que refiere a la institución, no se hace cargo de su comprensión del rol que a ella le corresponde en la sociedad. La Universidad debe estar al servicio de esta, en permanente vínculo con ella. Su posición la obliga moralmente a actuar desde una reflexión colectiva, plural y responsable, para desde ahí proponer y transformar su entorno y a sí misma. Esto es un proceso permanente del que la comunidad, que es la Universidad, debe hacerse cargo.

    III. Participar, Converger, Realizar. Por último, la tercera sección reúne textos relacionados con política. No se trata de la política de partidos, ni tan solo de los organismos y cargos de decisión. Se trata, ante todo, de la participación colectiva, de la comunidad activa. La pregunta sobre la libertad como un derecho siempre va de la mano de la responsabilidad que nos cabe a todos en la realización de los proyectos comunes. Clave es su insistencia en que la libertad y responsabilidad se expresan no en anular las diferencias, sino en lograr, tras el diálogo, la convergencia de las posturas en pos de un fin común. Es, entonces, desde el consenso que debemos y podemos hacer reales los proyectos colectivos.

    La organización propuesta es solo un ejercicio de comprensión. En la práctica, estos textos dan cuenta de cómo las ideas y sentires fundamentales de Fernando Castillo atraviesan los límites impuestos por la división racional. A ratos, se colarán aspectos de política en la sección que refiere a la arquitectura, o aparecerán sus nociones sobre la Universidad en un texto que surge ante una situación política. En un intento por transmitir esas ideas es que titulo cada capítulo con citas de sus palabras (no necesariamente reproducidas en forma literal).

    Ocurre que estos principios son los que van hilando a la persona de Fernando Castillo, más allá de la temática relevante de cada momento. Sus palabras nos muestran que comprendió a cada uno de estos ámbitos como el espacio en el cual actuar en comunidad. Él entendió al individuo como parte de una colectividad, y que la sociedad podía y debía ser una comunidad ante la cual se debe ser responsable. Como dijo en la revista Lat. 33 en diciembre de 2002, cultura no es otra cosa que desarrollar los sueños colectivos³. Se esforzó, por ello, en generar espacios que permitieran la convivencia y el diálogo.

    Para entregar más antecedentes, es que ofrezco la primera sección titulada Apuntes de una Vida. Esta no aspira a ser una biografía de nuestro protagonista, pero sí a dar antecedentes de su vida. La incluyo con la convicción de que contar con información del momento de la vida que vivía Fernando Castillo, contribuye al entendimiento de las palabras reproducidas. Es, entonces, una herramienta disponible para quien quiera considerar esa información.

    Para terminar, los textos incluidos no son todos los posibles de encontrar con sus palabras. Junto a las referencias de los reproducidos, entrego un listado con aquellos ausentes de los que tengo conocimiento, a pesar de que de seguro hay muchos más. Por otra parte, mientras los textos son reproducidos algunas veces íntegramente, en otras presento extractos. Además, cuando era fácilmente reconocible un error de tipeo, lo corregí, evitando intervenir en el contenido y ritmo de las palabras.

    APUNTES DE UNA VIDA

    Fernando Castillo Velasco, el Rector de la Reforma, elegido por la comunidad universitaria (1967-1973), fue ante todo arquitecto. Hombre de acción, a lo largo de su vida se desenvolvió en distintos ámbitos y roles, en más de un frente simultáneamente. Ni siquiera la enfermedad le quitó la voluntad de hacer. Aunque multifacético, él reconoció que, ya fuese como alcalde, intendente o rector, su ser arquitecto siempre lo acompañó. Desde ahí pudo integrar los intereses e ideas de los distintos miembros de la comunidad, pensando en tratar de hacer las cosas lo mejor posible…⁴. Fernando Castillo Velasco buscó y llamó a reunir voluntades, a llegar a soluciones mejores a partir del diálogo y la participación. Y, aunque este libro es sobre su persona, un pequeño llamado a no perder de vista sus palabras: Yo nunca he hecho las cosas solo (...) Así que no hables de mí como el único protagonista⁵.

    Su compromiso vital con las tareas que emprendió, al igual que su trayectoria profesional, fue marcada desde temprano por su entorno familiar. Nació el 15 de agosto de 1918, hijo de Eduardo Castillo y Elena Velasco, la Michita. Fue el cuarto de cinco hermanos: Eduardo, Jaime y Elena, los mayores, y Carmen, la menor. La familia vivía en Los Guindos, una quinta de treinta mil metros cuadrados vecina a Plaza Egaña. Ahí creció, entre nogales y muros de adobe de la entonces comuna de Ñuñoa. Durante sus casi 95 años de vida, fue testigo y actor de los cambios vividos por el espacio que fue su hogar.

    El servicio público estuvo siempre presente en su familia. Su padre y hermano Eduardo fueron alcaldes de la comuna de Ñuñoa, que entonces incluía las actuales La Reina y Peñalolén. Su madre, la Michita, dirigía la Cruz Roja. Por otra parte, en su familia destacó la afiliación política, siendo su padre y hermano Eduardo representantes liberales y Jaime democratacristiano. El mismo Fernando se inscribió en el PDC, aunque no tuvo una militancia activa en este.

    El año 1937, tras terminar sus estudios secundarios en el Liceo Alemán de Santiago, Fernando Castillo ingresó a la carrera de Arquitectura en la Universidad Católica de Chile. Junto a él se matricularon algunos compañeros de colegio, entre los que contaban sus futuros socios, Carlos García Huidobro y Héctor Valdés.

    Durante sus estudios recibió las influencias de tendencias internacionales, como la Bauhaus, los CIAM y el Movimiento Moderno Internacional. Fue entonces que escuchó del aspecto social de la arquitectura, y que conoció las ideas de Le Corbusier y su llamado a combinar la funcionalidad y la estética de la vivienda, como aspectos que repercuten en la forma de vida de sus habitantes. Entre sus maestros estuvieron Mario Valdivieso, Sergio Larraín y Jorge Aguirre.

    En estos años de estudiante proyectó y construyó sus primeras casas en la quinta familiar Los Guindos, motivado por su padre y su llamado: Para ser buen arquitecto hay que hacer Arquitectura, así que usted me va a hacer una casa aquí⁶.

    Cuando terminaba sus estudios decidió hacer un curso de aviación, respondiendo a otro de sus intereses. Así, durante 1941 estuvo por ocho meses en el estado de Nueva York, Estados Unidos, formándose como piloto. Aunque finalizó el curso y siguió volando a lo largo de su vida, finalmente no ejercería como piloto profesional.

    Sería la arquitectura su profesión, a pesar de postergar su titulación. Fue recién en 1947 que obtuvo el título profesional de arquitecto.

    Fernando conoció a Mónica Echeverría durante el verano que antecedió a su etapa universitaria. En Viña del Mar, en el Casino, ella lo vio desafiar a sus amigos con el salto del pescado, saltando por sobre una mesa ocupada. La irreverencia de su actuar la conquistó. Desde entonces, vivieron una relación de compañeros, que duró hasta el día de su muerte. Se casaron en 1944. Aunque en un comienzo se instalaron en Providencia, pronto volverían al lugar de origen de Fernando, en la quinta Los Guindos. La familia Castillo Echeverría no tardó en crecer. Entre 1945 y 1961, el matrimonio tuvo cinco hijos: Carmen, Cristián, Javier, Fernando José y Consuelo. Aunque las construcciones han cambiado con los años, el espacio original de la Quinta sigue siendo, hasta el presente, un lugar de encuentro familiar.

    Primeros hitos del arquitecto

    Fernando Castillo trabajó siempre en equipo. En su primera etapa como arquitecto, lo hizo con sus excompañeros de colegio y universidad, con los que había crecido y se había formado. Recién egresado, formó junto a Carlos García Huidobro un estudio de arquitectura. Pronto se les unió Héctor Valdés quien, a diferencia de ellos, contaba con el título para firmar los proyectos.

    En un comienzo, asumieron principalmente encargos privados de viviendas unifamiliares, aunque concursaron por proyectos de mayor magnitud. Con sus diseños se unieron al grupo de arquitectos que dio aires de renovación a la arquitectura local, poniendo en práctica los principios y procedimientos de la arquitectura moderna. En sectores de Santiago en que primaba el estilo georgian, la oficina innovó con obras como la Casa Mallet (1945) o la Casa Schepeler (1948), ambas en Las Condes. También se posicionaron en los balnearios del litoral central, donde la arquitectura moderna tuvo una mejor llegada que en la capital. Algunos ejemplos de ello son sus diseños de la Casa Andwandter (1945) e Irarrázaval (1946), en las Rocas de Santo Domingo.

    En el trabajo en equipo, cada uno mostraba cualidades personales. Fernando Castillo destacó, entre otros aspectos, por su capacidad de gestión, su carácter testarudo, su audacia y su modo de relacionarse con el entorno. El caso de 1945, del trabajo para su suegro José Echeverría, es elocuente de ello. Le encargó a Fernando Castillo construir, mientras viajaba, una casa estilo georgian en la calle José Manuel Infante, Providencia. Cuando volvió, se encontró con un diseño de estilo moderno, absolutamente distinto a lo esperado. La poco convencional construcción estaba pintada de un color rojo que sobresalía en su barrio, y la atravesaba un árbol que, en vez de ser cortado para imponer la construcción, pasó a formar parte de ella. La conciencia del entorno –expresada en este caso entre el ser disruptivo y el respeto al árbol–, la mantendría a lo largo de su vida. Con los años, primaría el llamado a la armonía:

    Hay un último tema del acto de creación de la arquitectura, que es cómo transformamos el espacio, porque la arquitectura no es simplemente poner un edificio en un hueco que le dan al arquitecto para que construya una obra arquitectónica con un determinado destino. La obra de arquitectura es el complemento de lo construido y lo no construido…

    La sociedad de arquitectos amigos alcanzó su forma definitiva con la llegada de Carlos Bresciani, en 1953. Desde entonces, la oficina Bresciani-Valdés-Castillo-Huidobro (BVCH) consolidó su posición en el escenario local, destacando como un grupo de jóvenes arquitectos innovadores, que desarrolló la arquitectura moderna a nivel local. El alto número de socios y colaboradores también los diferenciaba en su medio. Lograron gestionar cientos de proyectos, intercambiando visiones y definiendo, a través de concursos internos, las directrices y el encargado de cada proyecto.

    El equipo continuó proyectando y construyendo casas privadas de características singulares para su tiempo, entre las que figuran las casas Matte (1953), en Vitacura; las Mingo (1955 y 1957), en Las Condes; Santos (1959) en Papudo; las Huidobro y Castillo, en Algarrobo (1960); o la Lederman (1964), en Las Condes.

    Pero en paralelo, participó en concursos para proyectos de mayor envergadura, ya fuesen conjuntos de viviendas o de equipamiento. La llegada de Bresciani permitió enfrentar estos desafíos mayores. Luego de la piscina-club del balneario de Santo Domingo, de los años cuarenta, que constituyó su primera obra a gran escala adjudicada por concurso, y, tras algunos intentos fallidos (como la polémica participación en el concurso para la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, 1950), durante los cincuenta y sesenta destacaron sus trabajos que involucraban la construcción de espacios comunes. En 1955 se adjudicaron el diseño del conjunto de viviendas Unidad Vecinal Portales (1955-1966), en Estación Central. Aunque la obra se impone por su estilo moderno, la relación con su entorno también fue considerada en el diseño:

    Y pensamos otra cosa: que la arquitectura teníamos que darla en función de la vegetación que había ahí, porque había unas avenidas de encinas. Los edificios de cinco pisos son las encinas, las casas que están en primer y segundo piso son los árboles frutales que había ahí. Y estos eran de gran contención espacial del gran valle de Santiago⁸.

    En los terrenos vecinos a esta, diseñaron y construyeron el equipamiento de la Universidad Técnica del Estado (1957-1962), actual USACH.

    En 1955 la oficina fue elegida para dirigir un plan de desarrollo urbano en Arica. Entonces, entre 1955 y 1962 proyectaron y construyeron las poblaciones Chinchorro y Estadio, el Casino y el estadio Carlos Dittborn. En otras regiones desarrollaron las hosterías de Chañaral (1960-1961) y San Felipe (1960), así como el casino de la CAP en Huachipato (1962). Entre sus conjuntos residenciales, también se cuentan las villas Brasilia (1961-1962), en Vitacura, y la Santa Adela (1965), en Maipú. Un último ejemplo relevante de esta etapa son las Torres de Tajamar (1960-1966), en Providencia, proyecto que desarrollaron tras ser invitados por Luis Prieto, y que contaría con el distintivo de ser su torre principal el edificio más alto de la ciudad por más de diez años.

    El reconocimiento de su obra fue más allá de las fronteras nacionales, siendo destacados a nivel latinoamericano. Así, en 1962 el Instituto de Arte Americano de la Universidad de Buenos Aires publicó el libro de Ricardo Braun Menéndez, Bresciani-Valdés-Castillo y Huidobro.

    Fernando Castillo solo dejaría la oficina en 1967, tras ser nombrado Rector de la Universidad Católica de Chile, lo que se sumó a sus responsabilidades como docente y alcalde.

    La línea arquitectónica que desarrolló en esta primera etapa daría un giro en 1972, cuando la quinta Los Guindos comenzó a ser transformada en una comunidad, como proyecto de título de Cristián Castillo y Eduardo Castillo. Ellos, sus hijo y sobrino respectivamente, habían egresado de arquitectura en la UC. Fernando Castillo les propuso convertir la quinta familiar en una comunidad, donde compartir con algunos de sus cercanos dentro de la UC. En 1973, comenzaron a construir la Quinta Michita, que con el tiempo pasaría a ser la primera de las llamadas Comunidades Castillo Velasco.

    Primeros roles públicos

    Como ya se ha dicho, Fernando Castillo creció en una familia con responsabilidades públicas, por lo que es natural que él mismo haya asumido ese tipo de roles a lo largo de su vida.

    Aunque entre 1960 y 1964 fue consejero del Colegio de Arquitectos de Chile, y entre 1964 y 1966 fue director de la Asociación de Ahorro y Préstamo Calicanto, el punto de inflexión para él vino en 1964, cuando el presidente Eduardo Frei Montalva lo designó alcalde de La Reina, comuna creada en 1963. Fernando Castillo tenía una conexión personal con ese sector de Santiago, puesto que había vivido toda su vida en él. Además de su renombre como arquitecto, era hermano de uno de los fundadores de la DC, el partido del mandatario. Fue por estos años, de hecho, que él mismo se inscribió en esa colectividad. Asumió la responsabilidad de la Alcaldía, sin dejar sus labores como profesor y arquitecto. Más bien, logró conectar estos ámbitos aparentemente disímiles.

    La comuna que recibió no contaba con un plan de desarrollo aún, y en ella había miles de familias sin casa o ni siquiera suelo, las que vivían en la miseria en el borde del canal San Carlos. Fernando Castillo asumió el compromiso de resolver ambas situaciones. Como presidente de la sociedad Urco-Rei, debía implementar el plan de desarrollo municipal.

    Hasta el día de hoy se le recuerda por el programa de autoconstrucción de la Villa La Reina, con el que dio solución a alrededor de mil seiscientas familias sin suelo que iban a ser expulsadas de la comuna. Ante el escepticismo general, logró convocar fuerzas de pobladores, vecinos, estudiantes y profesores de Arquitectura de la UC, políticos e incluso bancos, para diseñar y construir una nueva villa. Desde 1965, en un trabajo colectivo hecho a pulso, los mismos pobladores, junto al alcalde, su familia y otros colaboradores, levantaron sus casas desde los ladrillos.

    Los chilenos pocas veces han hecho una gesta tan importante como esa. Eran dos mil familias que estaban absolutamente abandonadas, viviendo en el Canal San Carlos, los niños con las patitas en el agua, en sitios eriazos. Y fueron capaces de organizarse para tomar bajo su propia responsabilidad lo que significa construir mil seiscientas viviendas. Mil seiscientas viviendas hechas por la gente, sin apoyo del Estado, nada más que con su propia iniciativa, es sorprendente. Muy poco se ha dicho sobre lo que es capaz de hacer el pueblo chileno cuando se les abren las puertas. Yo, como alcalde, no hice otra cosa que tener confianza en ellos, aceptar sus organizaciones, darles el suelo y los proyectos de arquitectura⁹.

    La Escuela de Arquitectura UC estuvo también involucrada en el diseño del Plan de Desarrollo de la Municipalidad, que trabajó junto a sus estudiantes de taller de quinto año. La propuesta contempló fuentes de trabajo dentro de la comuna, para lo que se construyó el Parque Industrial de La Reina, de industrias ligeras, que dio trabajo a los vecinos de la Villa. Además, consideró desde el inicio la importancia de las áreas verdes en la comuna, uno de sus distintivos que persiste en la actualidad. En esos años se construyó el entonces Parque La Quintrala, donde cedió terrenos a Violeta Parra para que montara la carpa en que instaló, desde 1965, su centro cultural de arte popular.

    Así, para las elecciones de 1967, Fernando Castillo fue elegido por amplia mayoría para encabezar la comuna en el periodo que se extendía hasta 1971. Finalmente, dejaría el cargo en 1968 para concentrarse en sus labores de Rector de la Universidad Católica.

    Por esos años, asumió también otras responsabilidades públicas. En 1966 Frei Montalva lo designó Director Ejecutivo de la Corporación de Servicios Habitacionales del Ministerio de Vivienda, posición que ocuparía hasta 1968. Por otra parte, en 1967 y 1968 fue el presidente de la Junta de Alcaldes del Área Oriente de la ciudad de Santiago, desde donde coordinó la compra de los terrenos para el Parque Intercomunal, actualmente Parque Padre Hurtado.

    En la Universidad: innovación y consenso

    Desde 1959, siendo ya reconocido como arquitecto, Fernando Castillo inició su vida académica. Ese año retornó a su escuela de formación, la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Chile, como profesor titular de Diseño Arquitectónico.

    Como académico, destacó por su estilo innovador. Motivó a los estudiantes a trabajar en equipo desarrollando propuestas concretas, para problemas reales en el contexto social en que se desenvolvían. En sus talleres, los alumnos debieron concursar y luego colaborar, por ejemplo, en el desarrollo de una casa, con una mandante real; o en el diseño de la Villa La Reina y el plan de desarrollo para la nueva comuna, considerando a los pobladores, su usuario final. Es lo que describe como la experiencia del taller vertical:

    …un taller integral que incorporaba todas las disciplinas que actuaban en torno del alumno. La historia, la teoría de la arquitectura, las matemáticas, las estructuras, los materiales, los requerimientos sociales de la obra, todo lo trataba el conjunto de profesores para conformarle esta contribución al alumno, para que él fuera capaz de hacer una síntesis de todo esto y tomar posiciones al respecto. (…) Nosotros lo hicimos de varias formas. Primero, en esa época planteamos un solo proyecto para toda la escuela, que se dividía en sectores físicos o sectores espaciales o programas, pero había una materia en común que pensar; toda la escuela estaba pensando. Por ejemplo, un año se pensó en la comuna de La Reina (…) Hicimos [también] proyectos concretos en los que los alumnos diseñaron, presupuestaron, construyeron y entregaron la obra terminada. Para estas obras tenían que concurrir las distintas especialidades a tratar sus materias para que los alumnos supieran cómo actuar en su proyecto e introducir estos elementos en la producción arquitectónica¹⁰.

    Cuando surgieron las demandas de reforma en la universidad en 1967, él formó parte de la comisión interna de la Escuela de Arquitectura, que buscó responder a los requerimientos estudiantiles.

    Tras la Toma de la Casa Central, Fernando Castillo se convirtió en el primer y único Rector de la Pontificia Universidad Católica elegido democráticamente. Primero, fue propuesto como Prorrector por los estudiantes y académicos. Luego, designado Rector interino por el Vaticano. Pero luego fue elegido por la comunidad universitaria, con representación triestamental en el Claustro Pleno; siendo confirmado en su cargo a través de votaciones en distintas ocasiones en los años que siguieron.

    De esta experiencia se extraen sus definiciones de autoridad, que explican el determinado rechazo a la dictadura con que actuaría en los años venideros, así como su modo de ejercer el cargo de Alcalde de La Reina:

    La autoridad no es un privilegio; es la mayor cuota de responsabilidad. Nosotros no fuimos elegidos para ocupar determinados cargos, sino para ser portadores de un compromiso y de una misión. Seremos autoridad mientras contemos con el respaldo de la comunidad para cumplir con ese compromiso (…) La autoridad se destruye cuando pretende imponer su voluntad arbitrariamente, cuando quienes la detentan no confían en los gobernados, cuando se apoya en minorías y desconoce las necesidades del progreso y las justas aspiraciones de la mayoría. En fin, cuando la autoridad reprime más que encauza; impone y no propone; frena las energías en vez de orientarlas; separa y no congrega. Ese estilo de ejercer la autoridad está en crisis. No la autoridad¹¹.

    En consecuencia, dirigió el proceso de la Reforma universitaria encauzando los intereses a partir del debate, obteniendo bases comunes de acuerdo y zonas de amplio consenso¹². Movilizado él –como lo fue durante toda su gestión– por una nítida convicción acerca del rol social de la universidad.

    Hoy, más que nunca, nuestra Universidad ha de ser el lugar donde hombres desinteresados y libres de compromisos económicos y políticos se juntan para reflexionar y para que esa reflexión, fruto de un diálogo de juventudes realistas y generosas y de hombres de ciencia y experimentados, expresen metas claras que convenzan y entusiasmen, y dibujen rutas por las que nuestra nación pueda avanzar y cumplir su destino histórico. (…) Queremos definir cada día con mayor precisión la imagen del hombre que la Universidad habrá de formar. Un hombre que sea a la vez diestro en el manejo de los conocimientos y las destrezas específicas de su profesión y culto, en el más pleno sentido de la palabra. Que vive con honestidad sus propios ideales al servicio de la transformación del país. Que no siente ajeno el dolor y la frustración de todos aquellos que nuestra sociedad ha mantenido al margen del bienestar, de la cultura y el poder¹³.

    Años de inflexión

    Entre 1972 y 1974 la vida de Fernando Castillo y su familia, así como la del país entero, pasaría por un momento de inflexión. En perspectiva, es posible decir que fueron años de dolor, pero no de muerte. En los años venideros, Fernando Castillo, junto a su familia, volcaría las energías en convertir el problema en proyecto.

    En diciembre de 1972, la familia Castillo Echeverría sufrió la inesperada pérdida de Javier, en un accidente de tránsito. En más de una ocasión, Fernando Castillo hizo notar que, a pesar de su muerte a los 24 años, Javier estuvo presente en su vida, hasta sus últimos días. Por otra parte, el año 1973, Fernando Castillo sufrió problemas cardiacos, sobreviviendo a varios infartos.

    A estas experiencias personales, se sumaría el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Este lo encontró recuperándose en su casa de un infarto. Solo semanas antes, había advertido en su discurso para el Claustro Pleno de la Universidad, lo sombrío del panorama que sucedería a una acción de fuerza como la que efectivamente ocurrió:

    es necesario preservar la unidad esencial de la Nación; (…) es posible construir con alegría (…) son inevitables las dificultades, los errores y los límites que se nos imponen a veces. Superarlos es la tarea de cada día; eliminarlos por la

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