Una Mujer de ley
Por Kate Denton
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Gordon Galloway es un padre soltero, decidido a conservar la custodia de su hija. En la actualidad, está completamente encaprichado de Mackie Smith.
El dilema Mackie Smith es guapa e inteligente, pero es la abogada de su ex-esposa. Además de encontrarse en el otro bando, Mackie está convencida de que lo suyo es la abogacía y no la maternidad.
Y el bebé
Ashley, la hija de Gordon, es una niña adorable y traviesa experta en enternecer a Mackie, en despertar sus anhelos más profundos...
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Una Mujer de ley - Kate Denton
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Kate Denton
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una mujer de ley, n.º 1108 - mayo 2020
Título original: The Daddy Dilemma
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-091-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
CUANTO más escuchaba Mackie Smith, más loca se volvía.
Gordon Galloway era un peleón, no… un auténtico monstruo.
Mackie sacó una caja de pañuelos de papel de un cajón y se la ofreció a la llorosa mujer que estaba en frente de ella.
–Ha pasado tanto tiempo desde que no tengo a Ashley en mis brazos, tanto desde que mi bebé… –y Beth se deshizo en lágrimas nuevamente–. He estado intentando verlo desde hace tres meses pero él no quiere escucharme.
Para calmar su enfado, Mackie respiró profundamente. ¿Quién se creía que era ése tal Galloway?… Ignorando a una mujer vulnerable e impidiéndole ver a su hijita de esa manera. Mackie apenas podía esperar a darle su merecido en el juzgado.
–Voy a intentar por todos los medios solucionar el problema. Se lo prometo, Beth.
–Pero no conoce a Gordon. No hay quien le lleve la contraria. Además mentirá sobre mí, diciendo que tengo enormes defectos. Reconozco que metí la pata, ¿pero cuánto tiempo tengo que estar pagándolo?
–Olvidémonos de él por un rato –contestó Mackie–. El que cuenta es el juez. Y Fillmore no va a dejarse convencer por un violento loco de atar como él.
–Pero Gordon puede ser muy persuasivo –dijo Beth, sacudiendo la cabeza desesperadamente–. Y además ahora es rico, lo suficientemente rico para comprar a un juez.
Mackie se levantó de su silla y se acercó a la madre, dándole una palmadita en el hombro.
–Entonces su ex marido es más rico que un banco suizo… Eso tampoco convencerá al juez Fillmore –repuso la abogada, apretando ligeramente el brazo de su cliente–. Trate de relajarse dejándome todo el peso del asunto a mí. Si las cosas salen bien, podrá ver a su hija el próximo fin de semana.
–Pero yo quiero tenerla más tiempo.
–Lógicamente, debemos aproximarnos a nuestras peticiones poco a poco. Recuerde, primero conseguiremos un fin de semana y luego vendrá la custodia.
–Pero…
–Beth… –arguyó Mackie, tomándole las manos–. Si voy a ser su abogado, tiene que confiar en mí. Ahora es mejor que se vaya: nos vemos mañana en el juzgado, a las nueve en punto.
Mackie acompañó a su cliente hacia la puerta del despacho.
Una hora más tarde, la abogada tenía delante el informe de otro caso, pero volvió a acordarse del asunto Galloway. Se quedó mirando por la ventana el horizonte de los rascacielos de Dallas. Tenía miedo de decepcionar a Beth. Sabía lo importante que era la ayuda de un abogado en una situación como aquélla. Ella misma se había puesto en manos de un profesional para deshacer su desastroso matrimonio. Y quería apoyar a Beth con el mismo entusiasmo que lo habían hecho con ella. Se quedó pensando si, en su caso, habría dejado a su marido si hubiesen tenido hijos… Pero aquellos pensamientos no tenían sentido.
Antes del amanecer, Gordon Galloway estaba sentado en una mecedora viendo dormir a su hijita. Había estado así toda la noche, dando alguna que otra cabezada. Pero había sido incapaz de dormir.
–No puedo perderte –murmuró el padre, con el corazón en un puño.
Realmente, existía esa posibilidad, y todo por culpa de Beth y su brillante abogada, Mackie Smith.
De hecho la dos mujeres ya le habían estado acuciando, y las cosas podían ponerse mucho peor. Gordon intentó visualizar el encuentro que iba a tener lugar. Beth era una experta en inventar dramas y su papel estelar era el de doncella traicionada. Gordon se puso a especular sobre cuál sería el papel que interpretaría la madre de su hija. Sin duda, intentaría impresionar a la audiencia hasta hacer pedazos su mundo.
Sus abogados le habían dicho que parara de amargarse, que no temiera que Beth pudiese arrebatarle a Ashley con sus artimañas. ¡Qué fácil era decirlo! Después de todo, no se trataba de su hija. Y habría que ver qué era lo que declaraba la propia Beth: esa mujer era capaz de cualquier cosa.
Pero lo que Gordon tenía muy claro era que no iba a darse por vencido fácilmente, aunque no dejara de tener cierto miedo. Actualmente, en los tribunales más progresistas, la norma consistía en favorecer a las madres en la custodia de sus hijos. Incluso a madres como Beth.
Gordon miró por la ventana. Poco a poco, la oscuridad se había teñido de rosa: estaba amaneciendo por el horizonte. Había llegado el maldito día.
Levantándose rígidamente de la silla, el padre se estiró y se acercó suavemente a la cuna de su hija. La arropó con la manta y de mala gana se alejó. Tenía que ducharse y vestirse, porque, por muy asustado que estuviera del resultado de la vista, no quería llegar tarde.
Capítulo 1
MACKIE se colocó en el centro de la sala para comenzar su alegato. Miró subrepticiamente a sus adversarios que estaban sentados unos metros más allá. Gordon Galloway, rodeado de sus abogados del Bufete Alexander, Mott y Percy, estaba realmente impresionante. Los cuatro demandados estaban dejando ver su capacidad para acabar con su adversaria. ¡Cualquiera diría que se iban a enfrentar a Microsoft!
–Su Señoría –comenzó Mackie, dirigiéndose al juez–, cómo afirma nuestra petición, el objetivo último de mi cliente es compartir la custodia de su hija. No obstante, ella quiere ser la primera en reconocer sus errores del pasado y plantear la posibilidad de comenzar una nueva vida. Ésa es la razón por la cual estoy presentando un nuevo recurso. Más que tratar directamente el tema de la custodia, lo único que solicito a su señoría hoy es la posibilidad de que Beth Galloway tenga opción a convivir con su hija varios fines de semana, durante los próximos seis meses. De ese modo, tendrá la oportunidad de relacionarse con su hija y poder comenzar una nueva vida como madre.
El estupor que emanaba de los abogados contrarios era el previsto por Mackie al preparar la vista. Admitiendo clara debilidad y pidiendo menos de lo esperado, la abogada le había ganado la partida a los letrados de Galloway.
Mackie pudo ver una chispa de interés en la mirada del juez Fillmore. Era media mañana y todavía iba a tener varios juicios más. Una solución breve al conflicto era claramente tentadora.
–Denme un momento para leer la petición –dijo el juez.
La abogada aprovechó para observar al ex marido de Beth. Antes, apenas había comprobado que llevaba el pelo oscuro no demasiado corto. Pero ya podía mirarlo con más detenimiento.
No se trataba de un hombre guapo en términos convencionales. Tenía una cara demasiado angulosa y llevaba gafas metálicas. Su pelo era ondulado y parecía como si acabase de pasarse la mano para peinarlo. Pero había algo en él que le llamaba la atención. A pesar de llevar gafas, sus ojos eran increíblemente azules. En realidad, se trataba de un hombre muy sexy. Era evidente cómo una mujer tan inocente como Beth se había enamorado de él.
En cuanto el juez dejó el informe sobre la mesa, Sonia Mott, una de los letrados de Galloway, emitió una protesta. Pero fue interrumpida por Fillmore.
–¿Tiene usted algún dato que demuestre que actualmente la madre puede ser un peligro para la niña? –preguntó el juez.
–Bueno…
–¿No es acaso peligrosa una mujer que abandona a su hija recién nacida? –gritó Gordon Galloway, desde el banco de los demandados.
–Abogado, controle a su cliente –dijo el juez Fillmore, fulminando al equipo de Gordon con la mirada–. Aceptada la propuesta de la demandante. De momento, verá a su hija los fines de semana alternos durante los próximos seis meses. Más adelante, seguiremos con otras consideraciones que serán convenientemente documentadas en su día.
A continuación el juez dio un golpe con el martillo y se ausentó de la sala por unos minutos, no sin antes excusarse.
–Hemos ganado –dijo Beth, estrechando los brazos de Mackie, y dedicando una sonrisa sagaz en dirección a su ex marido.
La letrada comprendía que su cliente tuviese ganas de recrearse en la victoria. Pero no era muy astuto demostrarlo en exceso frente a Gordon Galloway y sus abogados. Acompañó a Beth a la puerta.
–Es mejor que vuelva al trabajo. Yo negociaré las condiciones de los fines de semana con Ashley.
Gordon tuvo que oír fríamente cómo debía ser el acuerdo para renunciar a su hija el siguiente fin de semana. A continuación, caminó unos metros junto a sus abogados y, allí, bebió varios sorbos de un surtidor de agua. Lo más probable era que su arranque de furia lo hubiese echado todo a perder. Si pudiera hacerlo, se daría varios puñetazos por haber perdido los estribos de ese modo.
Normalmente, Galloway era tranquilo y reflexivo. Solía comportarse en todo momento como el profesor de Universidad modelo que era. Pero había sucumbido a sus emociones. No podía soportar que el bienestar y el futuro de su hija estuviesen en manos de otras personas.
«¡No puedo dejar esto así!» pensó Gordon, dirigiéndose hacia la sala de vistas donde permanecía aún Mackie. Pero en el momento en que el padre de Ashley abrió la puerta, la abogada salía. De manera que se encontró cuerpo a cuerpo con ella, que interpuso una mano en su pecho para que el contacto no fuera total.
Con la firme intención de no perder el control, Gordon le dijo a la abogada:
–Le ofrecí una cantidad a Beth para que se alejara de la niña. Y estoy dispuesto a multiplicarla con tal de que nos deje en paz a Ashley y a mí.
Mackie estaba desconcertada. No sabía qué la molestaba más, si la reaparición de Galloway o su contacto físico… El breve tacto de su cuerpo o el brillo electrizante de sus ojos azules. Unos ojos con unas pestañas increíblemente densas.
La oferta que le acababa de hacer tampoco sirvió de mucho para que recuperara el equilibrio. Beth no le había comentado nada del dinero… Pero lo importante en ese momento era retirarse de aquel hombre.
–Realmente, señor Galloway, esto me parece del todo inapropiado.
Gordon puso los ojos en el cielo.
–Lo mismo digo de su farsa. Le repito: ¿cuánto dinero quiere que le dé?
–Beth no busca su dinero.
–Ah, ¿no? ¿Y entonces por qué se ha interesado por su hija precisamente ahora que acabo de heredar una