La guitarra providencial
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Robert Louis Stevenson
Robert Louis Stevenson (1850-1894) was a Scottish poet, novelist, and travel writer. Born the son of a lighthouse engineer, Stevenson suffered from a lifelong lung ailment that forced him to travel constantly in search of warmer climates. Rather than follow his father’s footsteps, Stevenson pursued a love of literature and adventure that would inspire such works as Treasure Island (1883), Kidnapped (1886), Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde (1886), and Travels with a Donkey in the Cévennes (1879).
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La guitarra providencial - Robert Louis Stevenson
VI
CAPÍTULO I
El señor León Berthelini cuidaba mucho su apariencia, a fin de adecuar su aspecto exterior a las necesidades del momento. Así es que en la época en que le presentamos, afectaba cierto aire caballeresco y aventurero con cierto dejo doméstico a lo Rembrandt. Era más bien bajo y con alguna inclinación a la obesidad; su rostro sonriente; y la parte más notable de él la constituían sus negros ojos en los que se reflejaba un corazón bondadoso, una naturaleza sana y el más infatigable buen humor. Si se hubiera vestido con las ropas usuales, le hubiérais tomado por un ejemplar híbrido, mezcla de barbero, hostelero y amable mancebo de botica; pero con la fantástica indumentaria de una chaqueta de terciopelo y sombrero de alas flotantes, calzones cortos y estrechos, pañuelo blanco anudado con descuido al cuello, abundantes bucles sobre la frente y los pies metidos en finísimos zapatos, desde luego llamaba la atención su originalidad, y comprendíais que os hallabais delante de un ser superior. Cuando se ponía gabán, no consentía en meterse las mangas; se lo sujetaba con un solo botón sobre los hombros, y echando a la espalda el resto como si fuera una capa, lo llevaba con la gracia de un Almaviva. En mi opinión es que el señor Berthelini se acercaba a los cuarenta. Pero tenía un corazón joven y marchaba a través de la vida como un niño en perpetua representación teatral. Si no era el mismo Almaviva, no era por falta de querer parecerlo; y en justa compensación os puedo añadir que si no era Almaviva era tan feliz como si lo fuese.
Le he visto algunas veces en momentos en que creía encontrarse a solas y sin testigos adoptar unas posturas tan caballerescas para desempeñar bien su papel y emplear en esto tanto fuego y entusiasmo, que la ilusión era completa y yo mismo llegaba a creer de verdad las afectaciones del gran hombre. Desgraciadamente la vida no sólo se compone de privadas representaciones; no es posible vivir de hacer el Almaviva por la calle; y el gran hombre, después de varias tentativas desgraciadas en distintos géneros del arte, acabó por verse obligado a descender de sus alturas cada noche y cantar seis u ocho canciones, tocar la guitarra, decir un monólogo cómico y presidir por último los misterios de una tómbola.
La señora Berthelini que compartía con él estas tareas sin gloria, ocupaba quizás un sitio más alto en la escala social de los seres, y tenía más dignidad y menos afectación. Su corazón no era mejor porque eso era imposible, y todo su rostro estaba bañado por una melancolía muy atractiva pero menos regocijante que el sempiterno buen humor que resplandecía en el de su esposo.
Nuestro héroe volaba como una cometa empujada por el viento sobre todas las miserias y convencionalismos terrenales. Algunas ráfagas de