El encuentro
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El encuentro - Jesús Ruiz Mantilla
agradecimientos
I
La Paz había llegado y con ella los festejos. La Paz había llegado y con ella la diplomacia. Lo que al inglés le pareció una oportunidad de la que sacar provechoso partido, al español le suponía un incordio. No pudo evitar morderse la lengua y ya corría por ahí aquel pasquín con su iracundo poema: «Voto a Dios que me espanta esta grandeza...». No pudo imaginar entre tanta pompa y tanta algarabía, para él estéril, que también sacaría buena tajada a costa de la iniciativa del inglés. Aún no se conocían pero los astros ya habían determinado sus desiguales y a la vez paralelos destinos. Ya en Londres, William Shakespeare preguntó por algún escritor de fama con el que pudiera intercambiar pareceres. Había sido designado por el rey miembro de la comitiva diplomática encargada de inaugurar un tiempo menos turbulento entre las dos potencias. Buscaba quizás alicientes de más para emprender viaje a España con la delegación. Miguel de Cervantes, le recomendaron más de uno y de dos. Al llegar a Valladolid, donde vivía, mandó recado de que quería verlo. Y se presentó en su casa una mañana de primavera esquiva, antes del mediodía, casi apenas recuperado de un viaje que lo dejó exhausto. La curiosidad por aquel autor de mediocres comedias, como le habían advertido, pero de una singular novela recién aparecida, pudo más que el cansancio. También el ansia por sonsacarle anécdotas de un personaje al que Shakespeare llevaba tiempo pensando en dedicarle un drama. Sin duda, a esas horas la memoria actúa con más contundencia que en la modorra de la tarde. Por eso no quiso retrasar más el