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Génova rojo sangre
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Libro electrónico125 páginas1 hora

Génova rojo sangre

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Información de este libro electrónico

Obsesiones, impulsos y pasiones se cuentan en esta antología compuesta por cuatro historias (una para cada temporada) ambientada en la ciudad Génova y donde los protagonistas son todos hombres mayores. En la historia “Un día casi afortunado”, Mario, un conserje cercano a la jubilación, en el mismo momento en que el destino le regala un sueño, tendrá que lidiar con la Diosa Fortuna. En "El último recorrido de la noche", el destino enfrenta a Enzo, un taxista durante la última noche de trabajo con el hijo criminal y, la esperanza con la desesperación de un hombre que no sabe cómo salvar lo que más quiere. En "Agosto es un mes cruel", la soledad, el arrepentimiento, el cinismo y la codicia se entrelazan, donde el bien y el mal chocarán sin restricciones. La elección que Ángel, un pensionista de setenta y ocho años, lo llevará a una espiral que lo arrastrará a la oscuridad. Y en "El rey está muerto", Juan, desesperadamente enamorado de la ex cuidadora de su madre, siente que es el dueño absoluto de su mujer. La desaparición de la compañera sacará a la luz sus límites y la rigidez que siempre ha obstaculizado sus relaciones, obligándolo a tratar sí mismo.

Cada historia se puede comprar individualmente en la versión digital y se ha traducido al francés, español, portugués e inglés.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 abr 2020
ISBN9781071541388
Génova rojo sangre

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    Génova rojo sangre - Cristina Origone

    Génova rojo sangre

    Las cuatro estaciones policiales

    Cristina Origone

    Copyright © 2018 Cristina Origone. Todos los derechos reservados al autor.

    Este E-book no podrá ser objeto de intercambio, comercio, préstamo o reventa y, no podrá ser difundido sin el previo consentimiento escrito del autor.

    Cualquier distribución no autorizada constituye una violación del derecho de autor y será sancionada en sede civil y con la pena prevista en la ley 633/1941.

    Cover realizada por AM - Servizi per l’Editoria – Antonella Monterisi

    Un cuento por cada estación

    Invierno

    Un día casi afortunado es la historia de un hombre, el cual en el mismo instante en el que el destino le regala un sueño, deberá rendir cuentas con la Diosa Fortuna.

    ––––––––

    Primavera

    El último recorrido de la noche es una historia dramática, donde el destino confronta a un padre con su hijo criminal y, la esperanza con la desesperación de un hombre que no sabe cómo salvar aquello que más ama.

    ––––––––

    Verano

    Agosto es un mes cruel es una historia en donde se entrecruzan la soledad, el arrepentimiento, el cinismo y la codicia, donde el bien y el mal chocarán sin cuartel. La elección que hará el protagonista lo envolverá en una espiral que lo arrastrará hacia la oscuridad. Se necesita estar preparado para esperar cualquier cosa de todos.

    ––––––––

    Otoño

    El rey ha muerto es un cuento dramático que narra la historia de un hombre que se siente dueño absoluto de su mujer. La desaparición de la compañera sacará a la luz sus límites y la rigidez que obstaculiza desde siempre sus relaciones, obligándolo a lidiar con sí mismo.

    Los cuentos fueron traducidos en francés, en español, en inglés y en portugués por Babelcube y pueden adquirirse individualmente en Amazon.

    Esta es una obra de fantasía. Nombres, personajes y hechos son fruto de la imaginación del autor y no deben considerarse reales. Cualquier parecido es fruto de la casualidad.

    Un día casi afortunado

    El destino es cruel y los hombres son miserables.

    (Arthur Schopenhauer)

    ––––––––

    Jueves

    Me temo, señor Bruzzone dijo el mariscal Gianelli, que no podrá irse hasta que no me diga qué sucedió.

    Mario lo miró sin responder. Notó que tenía el cabello enmarañado y sostenía en una mano una odiosa pelotita anti estrés. Miró sus ojos saltones, parecidos a dos huevos duros, y escuchó el silbido del viento que penetraba a través de las grietas de la ventana.

    Era cauteloso. No conseguía todavía creer lo que estaba sucediendo.

    Miró alrededor. Estaba hacía más de una hora en la estación de policía por culpa de esa anciana.

    Esa situación era por lo menos ridícula. Sonrió, conteniendo la risa.

    ¿Lo divierte estar aquí? ¿No quiere agregar nada?

    Mario se giró. Ya se lo he dicho: yo no tengo nada que ver.

    La señora Traverso afirma lo contrario.

    Mario exclamó: ¡Miente! Esa vieja bruja no hace más que espiarme. Se mordió la lengua. Debía prestar atención a lo que decía.

    El mariscal se frotó la sien y se dirigió a él en tono amigable: Escuche, Mario, quiero ser sincero con usted: hemos encontrado en su departamento algunos objetos pertenecientes a la señorita Lorraine. Usted mismo ha admitido haber hablado con la señorita Traverso.

    Y es así, he hablado con ella y le he dicho por qué me encontraba allí

    Y no quiere contarme cómo fueron los hechos?

    Mario cruzó los brazos. Estaba cansado de repetir por enésima vez las mismas cosas, pero lo hubiera hecho, porque no veía la hora de salir de ese lugar.

    Dos días antes

    El hedor que sale de su departamento es insoportable, estaba escrito en una nota de advertencia que esa mañana el administrador había hecho dejar a Mario en la portería.

    El hombre tomó la bolsa negra de la basura y comenzó a vaciar los armarios. La naftalina era un remedio óptimo contra las polillas, se lo había enseñado su madre.

    Le dio tos. Quizás esta vez había exagerado.

    Volvió a pensar en su ex esposa. También ella odiaba la naftalina. El recuerdo de esa mujer amorosa con quien había vivido por quince años le provocó una punzada de dolor. Aunque si hubieran pasado más de diez años, era una herida abierta que no se habría curado jamás. Había amado a Carla y, si ella hubiera cerrado un ojo sobre su traición, Mario no se hubiera divorciado jamás. Pero su esposa, cuando lo había descubierto, fue con toda la furia y lo había dejado, llevándose con ella a su hijo Federico.

    Dobló la ropa con poco cuidado y la colocó en la bolsa.

    Por culpa de la anciana que vivía en el primer piso, habría tenido que llevar a la lavandería toda la ropa para lavarla en seco. No es que tuviera mucha, pero no hubiera podido hacerlo solo y le habría costado mucho dinero. Y él, no nadaba en oro.

    Metió nerviosamente el último abrigo en la bolsa oscura mientras pensaba en esa víbora.

    Era ella quien se había quejado en la reunión de condominio. Mario había sabido que, en los días precedentes, había llamado varias veces al administrador protestando por la escasa limpieza y por el olor que provenía de su habitación y, del hecho que él cada vez que le había ordenado limpiar, no le había hecho caso.

    Su casa no estaba sucia y jamás habría aceptado órdenes de esa bruja.

    Quizás está un poco desalineada, verificó mirando la cama sin hacer, los libros apilados en todas partes y distintos pares de zapatos tirados en una esquina de la habitación, pero era un hombre y los trabajos domésticos eran incumbencia de las mujeres. Era normal que él no fuera capaz de tener limpio el departamento como quería la anciana.

    Esa mujer era insoportable. Hubiera hecho de todo para hacerla callar y, en los últimos meses había pensado contratar a una mujer de la limpieza, pero no podía permitírselo. No era rico como esa entrometida que no hacía otra cosa que controlarlo y espiarlo, día y noche.

    Tomó una pequeña bolsa donde puso la naftalina, luego fue a la despensa para liberarse de las viejas cajas que conservaba desde hacía años. El olor acre del antipolillas había saturado el armario, pequeño y angosto. El desorden y la suciedad acumulada en ese mueble, le hicieron entender que quizás esa mujer no estaba equivocada, pero últimamente, saber que pronto se habría jubilado lo había empujado a un estado depresivo sin precedentes y, había comenzado a perder interés por sí mismo y por todo aquello que lo rodeaba. Dentro de algunos meses no habría podido dedicarse más al trabajo al que se había dedicado toda la vida y, vivía el despido de su trabajo con profunda tristeza. Su mundo giraba alrededor de esa recepción, ese condominio era el centro de su cotidianidad y de sus pensamientos. Si fuera por él, tener limpio el departamento se había vuelto la última de sus preocupaciones.

    Mario era el encargado de un edificio de Sampierdarena, el último conserje sobreviviente en el área. Los custodios de la mayor parte de los elegantes palacios de vía Cantore habían sido echados hacía años y las garitas estaban vacías. Demasiados gastos, los residentes consideraban su trabajo, un costo inútil.

    Se dirigió hacia el ingreso y se detuvo en la puerta, indeciso sobre si ponerse el abrigo.

    El invierno en Génova era lluvioso y húmedo y, ese día hacía particularmente frío, pero decidió salir sin chaqueta. Vestía un cárdigan pesado de lana sobre la camisa a cuadros y pantalones oscuros de fustán, no se hubiera enfermado. Y después de todo, un poco de aire fresco le habría hecho bien.

    Miró la hora. Era casi medianoche. Había decidido limpiar el apartamento después de cenar porque no quería hacerse ver y ceder a esa perra de nombre impronunciable. Era una mujer odiosa, no como la señorita Lorraine, que había venido a vivir hacía algunos meses al ático del edificio.

    Se metió debajo de las arcadas y, mientras pensaba en Lorraine, sintió la usual excitación que percibía cada vez que la veía entrar y salir del portón. Era como una descarga eléctrica en el bajo vientre y lo ponía eufórico como un niño.

    Ella era muy gentil con él, y era tan hermosa que todos los hombres del lugar siempre hacían comentarios, a veces poco elegantes, con respecto a su cuerpo voluptuoso y a su boca, con labios suaves y carnosos color cereza.

    Se estremeció cuando el viento le revolvió el cabello. Esa era una noche muy fría, se había equivocado al no ponerse la chaqueta. Si su madre hubiera estado aún con vida, claramente lo hubiera regañado y, por un momento, le pareció escucharla decir: Son los días del mirlo, Marito, debías llevar la chaqueta.

    Se conmovió con el recuerdo de su madre y abrió el contenedor de la basura, queriendo hacerlo rápido, pero su mirada se posó sobre distintas bolsas acumuladas al lado del basurero y, de improviso, se estremeció dejando caer la basura al piso.

    ¿Qué demonios era esa cosa? ¿Una pierna?

    Tomó coraje y se acercó lentamente. Cuando entendió lo que era, se tranquilizó y notó un

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