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El síndrome de la Revolución Libertadora. la iglesia contra el justicialismo
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El síndrome de la Revolución Libertadora. la iglesia contra el justicialismo
Libro electrónico489 páginas6 horas

El síndrome de la Revolución Libertadora. la iglesia contra el justicialismo

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Este libro refiere centralmente al conflicto entre la Iglesia Católica y los primeros gobiernos de Juan Domingo Perón, su alianza primera debida a concesiones económicas (subvenciones y salarios a docentes y dignatarios) y político-dogmáticas (Ley de Enseñanza Religiosa Obligatoria para todos los colegios), aunque ello no justificara la suerte de revisionismo de la doctrina cristiana acaecida de parte del peronismo, lo que causaría el enfrentamiento posterior. Perón persiguió a sus opositores; también la Iglesia Católica, cuando a través de sectores ultramontanos hostigó la competencia de otros cultos, incluyendo la competencia oficial sobre la re-interpretación de cuestiones doctrinarias, a partir de precisas directivas del Vaticano sobre la defensa de valores considerados esenciales, como el matrimonio religioso. Influyeron decisivamente en el enfrentamiento las obras de asistencia social y las ideas religiosas de Eva Perón, su peculiar concepción del cristianismo, la que puso en práctica con su labor político-militante; y el espontáneo mito popular gestado luego de su prematura muerte; la ausencia de libertades democráticas y el hostigamiento del régimen a partir de los sectores sociales reprimidos; también los variados manejos políticos que condujeron a la ruptura final -derogación de privilegios eclesiásticos, persecución, encarcelamiento y expulsión de prelados e incendios de iglesias-, logrando soldarse tras la iglesia católica (devenida en Partido Demócrata Cristiano) un amplio frente opositor que instauraría el imperio de una alianza oligárquico-imperialista, al defenestrar definitivamente al peronismo del poder.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 mar 2020
ISBN9780463124550
El síndrome de la Revolución Libertadora. la iglesia contra el justicialismo
Autor

José Oscar Frigerio

José Oscar Frigerio egresó de la Universidad Nacional de Córdoba como "Licenciado en Historia". Participó en talleres de redacción periodística y literaria (teatro,cuento y poesía).Habiéndose radicado en Buenos Aires en 1980, es autor del libro publicado por el Centro Editor de América Latina, en la colección Biblioteca Política Argentina, Nos 285/286/287, Buenos Aires, 1990., titulado "El sindrome de la revolución libertadora: la iglesia contra el justicialismo". Una nueva edición corrió a cargo de la editorial cordobesa Arkenia en el año 2010.En 1992 gano el concurso de investigación organizado por la Federación Argentina de Asociaciones Lombardas (F.A.D.A.L.) referido a la "Participación de los lombardos en el desarrollo de la Argentina", la que fue publicada en el libro "Italianos en la Argentina. Los lombardos", editado por la Asociación Dante Alighieri de Buenos Aires en 1999.Contando con dos publicaciones cortas sobre el legionario italiano Silvino Olivieri, fue invitado como expositor en el congreso en su homenaje en Caramanico Terme, Abruzzos, Italia, en 2007, culminando su investigación con el libro “Epopeya y tragedia del Coronel Silvino Olivieri”, publicado en Arkenia en 2009.Habiendo publicado cuatro investigaciones cortas sobre la rebelión criolla de Oruro, luego los resultados de esa investigación fueron publicados en el Anuario de Estudios Americanos ("La rebelión criolla de la Villa de Oruro. Principales causas y perspectivas", tomo LII, N° 1, Sevilla, 1995); decidiendo, después de una conferencia en la Alcaldía Municipal de Oruro en 2007, culminar esa investigación con el libro "La rebelión de Oruro fue juzgada en Buenos Aires (1781-1801)" publicado por Ediciones del Boulevard, Córdoba, 2011.Es autor del libro sobre la vida y obra de la psico-terapeuta Susana Rivara de Milderman, titulado "Susana Milderman redescubre el pulso psico-fisico de la vida", editado en 2018 por la editorial Autores de Argentina.En 2022, la editorial Argenta Sarlep, de Buenos Aires, le publicó el libro de cuentos “Ningún dios evitará el triunfo de la naturaleza”. También posee un libro de poesía y otro de teatro publicados.Habiéndose dedicado limitadamente a la docencia en Buenos Aires, luego de su regreso a Córdoba, desde 2003 estuvo dedicado íntegramente a la misma, llegando a impartir el máximo de horas titulares en escuelas de docencia media y técnica. En diciembre de 2016 obtuvo una jubilación nacional, retirándose de la docencia activa, continuando haciendo investigación en ciencias sociales y escribiendo literatura.

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    El síndrome de la Revolución Libertadora. la iglesia contra el justicialismo - José Oscar Frigerio

    PRÓLOGOS

    Prólogo a la edición de 1990

    No es éste un libro de historia-ficción, aunque muchos puedan creer lo contrario. Sucede que encarar ciertos temas en Argentina parece conducir necesariamente al terreno de la fantasía, porque ya no existen pruebas de muchos hechos controvertidos que realmente ocurrieron, puesto que algunos sectores sociales intentan dejarlos sepultados en el olvido.

    Cuando el tema que me ocupa obtuvo su primera aproximación –parcial, embrionaria– algunas cartas recibidas y las discusiones que se suscitaron, me indicaron el grado de polémica que podía ocasionar.

    Su vigencia está dada por su cercanía en el tiempo, y porque sus graves repercusiones marcan el proceso político reciente de la historia argentina. Eso mismo me apasionó, porque visualicé que era una época crucial y decisiva en muchos aspectos, y que su resultante última no había sido todavía historiada convenientemente.

    Centré la investigación en el conflicto entre la Iglesia Católica y el Justicialismo por considerarlo esencial para el golpe militar de setiembre de 1955, que terminó bruscamente con una década de perfiles originales y polémicos.

    Conflicto político antes que religioso, suponiendo además un conflicto religioso implícito, imposible de soslayar.

    Cuando un tema es tan polémico como el que me ocupa, se hace difícil acordar en muchas de sus cuestiones centrales. Siempre habrá divergencias allí donde han desaparecido documentos esenciales, muchos testigos no quieren declarar sino posturas distorsionadas, a menudo falsas, debido a la necesidad de enmascarar su real participación en los hechos o a partidismo político, y la bibliografía escasea o es burdamente unilateral, representativa de intereses de clase mezquinos.

    Considero que manejo material inédito, no sólo debido al que auténticamente lo es, porque podría considerarse inédito todo lo publicado bajo el primer período peronista, ya que nunca más fue utilizado debido a proscripción política o al encasillamiento peyorativo bajo el que fue rotulado por la oposición.

    Sin embargo, al tomar lo publicado en los diarios del período lo hice convencido de que:

    1°) el partido gobernante tuvo una auténtica mayoría popular que lo apoyaba, lo cual era un rasgo democrático, a pesar de sus manejos totalitarios;

    2°) los artículos de los diarios sólo fueron impuestos en aquellos casos en que se era un conspicuo opositor, lo que otorgaba libertad de creación a los redactores, suponiendo diversidad y no homogeneidad;

    3°) no todo lo publicado fue tergiversado, siendo en todo caso un producto representativo de la alianza de clases entronizada en el poder.

    De la misma forma, he estudiado gran cantidad de bibliografía mayoritariamente católica y nacionalista, para comprender mejor las auténticas posiciones de ese sector. En algunos casos he incluido datos que ellos aportaban, en la medida en que los consideré auténticos y por lo tanto, que brindaban testimonio de los hechos que estaba historiando.

    Debido a la multitud de acusaciones que los bandos enfrentados intercambiaron entre sí, lo cual contribuyó más a ocultar la verdad que a aclarar los hechos, me vi obligado a plantear hipótesis. Sucede que parto de considerar que la objetividad no reside en ninguno de los dos sectores enfrentados, vale decir, que no debe caerse en rechazar todo lo oficialista o todo lo clerical como falso. En uno y otro bando hubo tergiversaciones y cuestiones acertadas, sólo que debe descubrirse ambas.

    Seguramente todo aquel que tiene una posición tomada o ha sido testigo de estos sucesos, no necesita leer este libro, pero si lo hace sería bueno que recapacitara viendo la documentación que encierran estas páginas, tratando de rever los pre-conceptos o dogmas que su toma de posición le ha suministrado.

    Solicité entrevistas a un amplio espectro de políticos de todos los sectores sociales. Muchas no se concretaron a pesar de todos mis esfuerzos, y me eximen de la responsabilidad de que tal o cuál sector no esté reflejado en ellas.

    Solo me queda agradecer a los que tan gentilmente se prestaron a narrarme sus vivencias y su visión de tan cruciales circunstancias de la historia argentina.

    Lic. José Oscar Frigerio

    Febrero de 1990

    Prólogo a la edición de 2014

    Este libro que hoy se redita es un análisis de un conflicto de intereses fuertemente encontrados entre la iglesia católica y el naciente partido peronista (posteriormente llamado justicialista), cuyos protagonistas fueron bamboleándose entre el acuerdo pleno y el enfrentamiento total en los diez años que duró en el gobierno (y en el poder) el General Juan Domingo Perón en sus primeros gobiernos.

    Ambas partes poseían intereses manifiestos que hizo que rozaran el oportunismo político, tanto por las directivas principistas y dogmáticas del Vaticano como por las intenciones revisionistas del primer mandatario y su esposa, Eva Duarte de Perón, quienes en este período llevaron a cabo un presunto intento de reinterpretación de las enseñanzas del cristianismo llevadas a cabo por los representantes de la iglesia católica.

    Ya fallecida Evita, Juan Domingo Perón pareció bandearse sin control hacia el enfrentamiento con la iglesia católica a través de persecuciones intolerantes, deshaciendo todos los acuerdos alcanzados con aquella, especialmente en lo relativo a la enseñanza religiosa obligatoria y el matrimonio religioso, cuestiones liminares y principistas que habían sido bastión indestructible de la alianza.

    Mucha responsabilidad de la ruptura también cupo a la iglesia católica, por cuanto hubo de parte de muchos de sus dignatarios una injerencia plena en cuestiones políticas seculares, tomando abiertamente bando por una u otra parte, como ya se venía dando desde el comienzo del gobierno peronista. Si fue justamente el apoyo tácito de la iglesia católica a la nueva política del General Juan Domingo Perón, uno de los bastiones de su fuerte apoyo popular (particularmente en sectores de la clase media que lo votaron en 1946) en las urnas, posteriormente, a medida que ésta cambiaba su eje de apoyo hacia sectores presuntamente democráticos, incluyendo la creación de un partido demócrata cristiano clandestino en Argentina, sus prelados atacaron al oficialismo desde los púlpitos y otras tribunas opositoras, con panfletismo que apelaba al dogma o a la superstición, o a la denuncia sobre cuestiones de índole moral en los sectores más ultramontanos católicos.

    El resultado no podría dejar de ser conflictivo y trágico, cuando merced a los muchos acuerdos gestados entre la iglesia católica y sectores militares y civiles, tras varios intentos golpistas abortados se llegara al golpe del 16 de junio de 1955, donde después del bombardeo a la Plaza de Mayo que dejó un luctuoso saldo de víctimas civiles, la vindicta popular atizada por intereses políticos espurios, ocasionara el funesto incendio de las más antiguas e históricas iglesias de la ciudad de Buenos Aires, visualizadas como bastiones conspirativos.

    De ahí al definitivo defenestramiento del partido gobernante no habría más que un corto trecho, especialmente cuando se hizo eje de la campaña golpista en los incendios de las iglesias, los que parecían demostrar mejor que cualquier otra cuestión, los manejos totalitarios y anticristianos de Perón.

    Esta investigación ha pretendido bucear en los intereses manifiestos, en los móviles sociales, ideológicos y políticos que movilizaron a ambas partes, sin tomar partido por ningún bando, aunque lograr una mirada objetiva se tornara muy complejo y difícil, casi inalcanzable, especialmente por la maraña de acusaciones de fuerte y hasta burdo matiz ideológico-político partidista que oscureció tan candente polémica.

    Lic. José Oscar Frigerio

    Julio de 2014

    El síndrome de la Revolución Libertadora: la iglesia contra el justicialismo

    CAPÍTULO I – COYUNTURA INTERNACIONAL

    Hacia una etapa de guerra fría

    La Segunda Guerra Mundial se desencadenó hacia 1939, cuando Hitler exigió a Polonia la anexión de Danzig (antigua ciudad alemana) al territorio alemán, y aquella se negó. Ante la invasión a Polonia, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania, debido a sus tratados con ese país. En 1940, Italia se unió a Alemania al declararle la guerra a las dos últimas.

    En agosto de 1939 la URSS firmó un pacto de no agresión con Alemania, por el cual ésta aceptaba la anexión rusa de tres estados bálticos (Lituania, Estonia y Letonia), y la partición de Polonia, pero la situación cambió radicalmente después del ataque alemán a la URSS en 1941. Cuando en diciembre de ese año Japón atacó a los EEUU en Pelar Harbor, el conflicto se convirtió en guerra mundial. Siguiendo ese ejemplo, Alemania e Italia le declararon inmediatamente la guerra a los EEUU, y China pasó al bando aliado por estar en guerra con Japón desde 1937.

    A partir de ese momento, la cuestión fundamental pasó a ser el reparto de influencias y la hegemonía colonial. Las potencias se disputaron las colonias de ultramar y el dominio de las áreas metropolitanas ocupadas. La guerra posibilitó una activa disputa interimperialista por un nuevo reparto colonial del mundo. Todos los intereses coloniales se vieron afectados, porque la contienda desencadenó una revolución colonial sin precedentes.

    La guerra duró desde setiembre de 1939 hasta setiembre de 1945, vale decir 6 años. Hasta noviembre de 1942 la ventaja estuvo del lado de Alemania y Japón, pero después de las victorias de El Alamein y Stalingrado, el desembarco en el África Septentrional Francesa y la ocupación de Guadalcanal por los aliados, comenzó una serie de avances que culminaron en la liberación de Europa y la rendición del eje Alemania-Japón. Italia ya se había rendido.

    El día D (6 de junio de 1944) comenzó la ofensiva que permitió la liberación de todos los países europeos occidentales bajo la ocupación nazi, y la derrota definitiva de Alemania. Bajo el mando del Gral. Eisenhower, las tropas aliadas desembarcaron en Francia realizando la mejor operación militar de la historia contemporánea.

    Después de la rendición alemana, Japón se encontró en una posición difícil de sostener. Inmediatamente, las dos bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, lo obligaron a rendirse. [1]

    Los EEUU fueron el gran ganador de la Segunda Guerra Mundial, emergiendo a su término como la potencia dominante del mundo capitalista. En 1944 organizó una conferencia en la que participaron todos los países aliados exceptuando la URSS, para reconstruir las formas multilaterales del intercambio comercial. De allí surgieron el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento. Con ellos se instauraba el reinado del dólar, como instrumento de las transacciones comerciales y financieras internacionales. Al constituirse el FMI como eficaz agente de Wall Street, pudo ingerirse en las políticas económicas de las naciones aliadas, determinándolas; incluyendo hacia 1949, la devaluación de todas las monedas europeas.

    En ese momento surgió el concepto de que el mundo estaba dividido en dos partes: Occidente acaudillado por los EEUU, y Oriente dominado por la URSS, pues la potencia comunista había extendido su influencia desde Polonia, los Balcanes, algunas zonas de Alemania y el Mar Báltico hasta Japón y Corea. Además, en Occidente se afirmaba su presencia con nutridos partidos comunistas en Italia y Francia.

    En la práctica, la URSS ocupó el lugar de Alemania como asociado de mayor poder en Europa Oriental. Ello produjo el viraje de la política aliada respecto a Alemania. Lo que en 1945 incluía ocupación de zonas, desarme y desmilitarización, desmantelamiento de plantas bélicas y enjuiciamiento de criminales de guerra nazis, hacia 1950 se convirtió en préstamos y auxilios para la pronta recuperación económica, y proyectos para rearmarla como defensa frente a la URSS.

    Avatares de la revolución rusa

    Después de la muerte de Lenin –el padre de la revolución bolchevique rusa– en 1924, José Stalin se apoderó del poder con maniobras poco claras, procediendo por el terror y la fuerza a destruir toda oposición interna, eliminando cualquier vestigio de democracia en el seno de los soviets. [2]

    León Trotski había dirigido el soviet de Petrogrado en la insurrección de 1905, y fue presidente del mismo durante octubre de 1917, cuando los bolcheviques tomaron el poder en la URSS. En 1919 su propuesta de militarización del trabajo, por la que toda la población activa debía convertirse en un gigantesco ejército laboral, lo condujo a ser el gran conductor del ejército rojo, deteniendo los intentos de revertir el proceso revolucionario soviético. Su alianza con Lenin había sido decisiva para el triunfo de la revolución, y a su muerte disputó la sucesión, como el más seguro heredero de aquél. Posteriormente, una larga serie de polémicas con Stalin sobre cuestiones esenciales para el futuro de la revolución rusa, y la profunda brecha abierta por diferencias sustanciales, produjo su expulsión de la URSS.

    Hacia 1935, el VII Congreso del Komintern (IIIª Internacional) marcó un cambio de trascendencia en el movimiento comunista internacional al votar la tesis de los frentes populares. Ello implicaba romper el aislamiento de los partidos comunistas, que pasarían a entablar alianzas tácticas con las burguesías democráticas de los países capitalistas, y a compartir con ellas gobiernos altamente inestables.

    En 1936, el proceso a Zinoviev y Kamenev llenó de temor a la URSS, y fue el comienzo de una serie interminable de procesos que abarcaron a todos los hombres de Lenin, la llamada vieja guardia. Trotski, aunque ausente en el exilio, era el acusado principal. Casi todos fueron llevados al pelotón de fusilamiento. Stalin quería destruir a todos aquellos que representaran una alternativa potencial o real de gobierno.

    De esa forma se delimitaron nítidamente las dos corrientes que se declararon herederas de la revolución de 1917, y que se enfrentaron a nivel mundial desde que Stalin expulsara de la URSS a Trotski y lo persiguiera en el exilio, hasta lograr su asesinato en México hacia 1940. Para entonces, ya Trotski había fundado la IVª Internacional, que sería activa herramienta de lucha contra el stalinismo y la burocratización de la URSS. El trotskismo acusó a su oponente del abandono de las banderas de la revolución socialista mundial, al proclamar la teoría del socialismo en un solo país, y de activas claudicaciones frente a la burguesía capitalista internacional.

    Al entrar en guerra la URSS con Alemania, en 1941, prevaleció la línea expuesta por Earl Browder, líder del Partido Comunista norteamericano, quien sostuvo que la coexistencia pacífica entre las democracias occidentales y la URSS se había vuelto obligatoria, y que las contradicciones entre sistemas sociales antagónicos podían resolverse pacíficamente.

    La primera reunión de los tres grandes (Stalin, Churchill y Roosevelt) en Teherán (1943), implicó la discusión sobre la táctica conducente a la culminación de la guerra contra el transitorio enemigo común, el nazismo alemán. Pero en Yalta (1945), la conferencia tuvo un objetivo más delimitado: el reparto de áreas mundiales de influencia.

    Al contar la URSS con un sistema social colectivista, donde los principales medios de producción estaban bajo el poder del Estado, significaba el único peligro cierto al que debían enfrentarse los EEUU. El motivo de discusión era Europa, porque el ejército soviético mantenía ocupados países del este, en los que se habían formado gobiernos con predominio comunista.

    En los países del este y oeste de Europa el aparato del Estado estaba destruido, la burguesía en bancarrota y las masas pauperizadas visualizaban el comunismo como la única salida. Pero Stalin, gracias a los acuerdos de Yalta llamó a desarmarse a las guerrillas comunistas y a integrar gobiernos de coalición con las burguesías antifascistas, determinando en muchos países la restauración del capitalismo moribundo.

    Ante el peligro comunista, los EEUU reaccionarán ofensivamente lanzando la doctrina de la guerra fría, que implicaba un poderoso alerta frente al avance ruso. Stalin ordenó de contragolpe a los partidos comunistas, tomar el poder en toda Europa, pero la medida fracasaría en todos aquellos países donde la ayuda económica norteamericana había restablecido la burguesía nacional.

    Sólo en aquellos países ocupados directamente por el ejército soviético fueron expulsados los burgueses del gobierno, consolidándose burocráticamente regímenes colectivistas, con la excepción de Yugoslavia, donde el poder fue tomado directamente por la movilización de masas. El bloqueo de Berlín (1948/1949) por el Ejército Rojo, pareció conducir a una Tercera Guerra Mundial.

    Pero fue cuando las fuerzas de Mao Tse Tung se impusieron en China a las de Chiang Kai Shek, surgiendo un nuevo coloso comunista, que la oleada anticomunista norteamericana alcanzó su grado de máximo paroxismo.

    Para muchos políticos norteamericanos, Yalta fue sinónimo de claudicación frente a Stalin, y Marshall era culpable de que China hubiera caído en el comunismo. Poco después, la guerra de Corea (1950/1953) demostraría, con la derrota de las fuerzas norteamericanas en manos del aparato bélico chino, que el comunismo sería un enemigo mundial de impredecible poderío.

    Macartismo y anticomunismo

    En esos años, en la sociedad norteamericana adquirió importante desarrollo lo que se daría en llamar macartismo, una tendencia de carácter perdurable pues hundía sus raíces en las más antiguas tradiciones norteamericanas. Se había caracterizado desde antiguo por un espíritu inquisitorial y dogmático, severo e intransigente. En su nacimiento estuvo vinculado al término caza de brujas, pero en los siglos siguientes paso a designar cualquier persecución intolerante y prejuiciosa. Más tarde, significó especialmente persecución a los rojos (comunistas).

    Franklin D. Roosevelt fue uno de los blancos predilectos de la derecha norteamericana, que vio en su política una prefiguración del comunismo.

    En 1939, la Comisión Dies comenzó la caza de espías comunistas, debida a la alianza entre Alemania y la URSS. Para esa comisión, ser espía podía significar simplemente tener acento extranjero… [3]

    Roosevelt fue acusado de permitir una peligrosa consolidación de la URSS en Europa oriental, al firmar el acuerdo de Yalta (1945). Al sucederlo Harry Truman, se mostró mucho más agresivo en cuanto a limitar la expansión soviética en el este europeo. Por eso ordenó arrojar la bomba atómica sobre Japón, con el objetivo de romper los acuerdos.

    En 1946, Churchill produjo en Missouri una importante definición al decir: Desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático, ha descendido un telón de acero en el continente…, refiriéndose al avasallante poder de la URSS. La propuesta abarcaba una alianza militar de Europa occidental con los EEUU para enfrentar al coloso comunista. Truman en respuesta, anunció que los EEUU asumían la defensa de todo el mundo libre, amenazado por el comunismo. Fue el comienzo de la llamada Guerra Fría.

    Inmediatamente, el secretario de estado George Marshall anunció su Plan de Restablecimiento de Europa, con dos objetivos: 1) Impedir el avance del comunismo; 2) Abrir el mercado de las corporaciones norteamericanas.

    El plan estipulaba una ayuda de millones de dólares anuales, siempre que no fueran destinados al desarrollo de rubros que compitieran con los monopolios norteamericanos en el mercado mundial. La OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) agrupó a todos los países europeos en un pacto militar ofensivo-defensivo bajo la subordinación al ejército norteamericano, que diseminó bases en ellos.

    A partir del comienzo de la guerra fría, una histérica ola de nacionalismo y anticomunismo recorrió los Estados Unidos abarcando casi toda la población, incluidas las clases populares. Fue una reacción ideológica organizada y manipulada por los medios de comunicación de masas, bajo el control de los monopolios. Ello condujo a la pérdida de la capacidad crítica del pueblo norteamericano, propagándose ampliamente la teoría de la conspiración, en la que cualquiera que hiciera un planteo de reforma social era visualizado como agente infiltrado del comunismo internacional.

    Se despreciaba el cerebro, la capacidad de iniciativa, la originalidad de pensamiento. Ser profesor se convirtió en una suerte de ignominia y obligaba a demostrar que no se era erudito ni subversivo. La Ley Taft-Hartley trabó la posibilidad de huelgas e hizo exigible que los dirigentes sindicales juraran no ser comunistas.

    Aunque Joseph Mc Carthy había actuado en la Comisión Dies, se destacó nítidamente en Washington hacia 1950, ejerciendo hasta 1954 gran influencia en la política externa e interna norteamericana, y llevando a su punto culminante la explosión de histeria anticomunista. Fueron rasgos de su reinado la falsedad, el perjurio, la amenaza, la extorsión y la prepotencia. Las persecuciones fueron impulsadas horizontalmente desde las comisiones legislativas hacia sectores de clase media y alta, poniendo énfasis en técnicos, profesores, escritores, funcionarios, artistas, periodistas y dirigentes sindicales.

    La escalada anticomunista alcanzó su peldaño más alto, con la ejecución en la silla eléctrica de los esposos Ethel y Julius Rosenberg en 1953, bajo el cargo de espionaje atómico. En 1951 habían sido encontrados culpables de vender secretos atómicos al vicecónsul soviético en Nueva York. Una muestra del fanatismo obtuso que reinaba, la dieron grupos que cerca del lugar de la ejecución, la cárcel de Sing Sing, enarbolando banderas gritaban: ¡Fuera, ratas comunistas!

    Sin embargo, una sociedad tan altamente desarrollada no podía quedar a merced de la voluntad de un solo hombre. Mc Carthy implicó la exacerbación de los intereses más reaccionarios del capitalismo norteamericano. Su reinado terminó el 2 de diciembre de 1954 al ser condenado por el Senado, perdiendo los honores y la presidencia de la temida comisión que encabezaba.

    Ofensiva norteamericana sobre Latinoamérica

    En América, hacia 1948 la Conferencia Panamericana de Bogotá creaba la Organización de Estados Americanos (OEA), organismo regional complejo, que transformaba la reunión panamericana en un pacto dirigido por organismos permanentes, comprometida ampliamente en los conflictos internacionales. La OEA se convertiría inmediatamente en una activa herramienta al servicio de la estrategia norteamericana de guerra fría.

    Hacia 1954, los EEUU utilizaron la conferencia de Caracas para denunciar que la evolución política de Guatemala amenazaba el apoyo americano al mundo libre. Por eso, la declaración de Caracas proclamaría que la actividad comunista en América sería considerada una intervención en los asuntos internos americanos, y que la instalación de un régimen comunista en cualquier estado americano era una amenaza a todo el sistema, que requería una reunión consultiva para adoptar medidas defensivas. De esa manera, el principio de no intervención tendía a transformarse en intervención. A ello se opuso el voto de Guatemala, y las abstenciones de Argentina y México.

    Como de acuerdo a esa resolución, Guatemala era un peligro de infiltración comunista ..capaz de poner en peligro la paz de América.., la intervención directa a ese país por los intereses norteamericanos (United Fruit Co.) podía apresurarse, pues contaba ahora con justificativo legal. Para fundamentar aún más la intervención armada norteamericana, se habló incluso de ..invasión rusa al continente.. a través del canal de Panamá. Se confiscaron embarques en Guatemala, se envió a Nicaragua un cargamento de armas y a Honduras seis aviones, que bombardearon la capital guatemalteca el 18 de junio de 1954. [4]

    Aunque el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ordenó el cese del fuego, la invasión continuó. Un ejército guerrillero adiestrado en Nicaragua e integrado por mercenarios con armas norteamericanas, al mando de Castillo Armas, invadió Guatemala, siendo rechazado al comienzo. La embestida triunfó gracias a traiciones internas y a hábiles maniobras políticas. Era la reedición del big stick (gran garrote) rooseveltiano, que bajo el impulso de Eisenhower adquiría nuevas resonancias. [5]

    La táctica internacional de la Democracia Cristiana

    La Democracia Cristiana se autodefine como un movimiento político inspirado por el cristianismo. No se trata de un movimiento religioso que exige la participación en una comunidad religiosa, sino que es una organización completamente secular, de fines y medios propios.

    Su significación como movimiento político reside en la universalidad de sus principios, abonados por las Encíclicas Papales y en la fuerza alcanzada por su inserción mundial, constituyendo un importante movimiento de opinión.

    No es confesional, ni pretende erigirse en una religión, ni suplantarla, ni invadir el campo propio de la iglesia. Toma del cristianismo su filosofía social, como fuente inspiradora de su concepción básica, pero no acude a esa fuente en demanda de estrategias, tácticas o medios de lucha, porque en ella no existen. [6]

    En Europa los actuales partidos democristianos fueron refundados después de la segunda guerra mundial. La actuación de esos grupos, dirigidos por personalidades como Maurice Schuman, Amíntore Fanfani, Alcides de Gasperi y Konrad Adenauer, fue decisiva para salvar a Europa occidental de caer bajo el poder soviético, echando las bases de las modernas instituciones europeas. Se avocaron a la tarea de crear una nueva estructura política a tono con las nuevas exigencias del desarrollo técnico, el progreso material y cultural frente a las dos potencias enfrentadas a nivel mundial. De ese impulso nació el Mercado Común Europeo.

    En Latinoamérica la mayor parte de los movimientos políticos de inspiración cristiana surgieron después de la 2ª Guerra Mundial. En abril de 1947 se produjo el primer encuentro de los demócratas cristianos de América en Montevideo, colocándose las bases para la organización de un movimiento supranacional. Contó con la presencia de representantes de Argentina (Manuel V. Ordoñez), Brasil (Amoroso Lima), Chile (Eduardo Frei) y Uruguay (Dardo Regules), quienes como conclusión aprobaron la primera Declaración de los Demócratas Cristianos de América, la que en sus principales postulados proclamaba:

    El movimiento afirma la doctrina social cristiana; no tendrá carácter confesional; afirma como indispensable para un régimen de convivencia entre los hombres el total respeto del imperio de la ética y los derechos, y su expresión institucional, la ley; por eso denuncia toda dictadura en el terreno político, económico y cultural, y toda hipertrofia en las funciones del Estado; denuncia y combate toda prolongación del fascismo y del comunismo; y considera fundamental la cristianización en la defensa de la familia, sobre la base de la unidad y la indisolubilidad del matrimonio.

    La finalidad del encuentro fue hacer de América ..un mundo de hombres libres, penetrando en su sustancia seglar por un cristianismo real y vital, un mundo en el cual la inspiración del Evangelio dirija la vida común del hombre hacia un humanismo heroico.

    La segunda reunión de Montevideo, en julio de 1949, ampliada con la presencia de representantes de Colombia y Perú, consolidó el movimiento naciente. El organismo supranacional creado en esa reunión fue la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), encargada de agrupar a todos los partidos del continente, para defender unitariamente los principios de su común fe política, cooperar en su cumplimiento, y fomentar la colaboración con los movimientos de Europa y Asia. Los órganos directivos de la ODCA eran: el Congreso; el Secretario General elegido por el Congreso; y el Consejo, compuesto por un representante de cada nación miembro, que asistía al Secretario General en sus funciones.

    En diciembre de 1955, se realizó la tercera reunión americana. Al nuevo congreso reunido en Santiago de Chile, asistieron delegados de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Perú, Colombia y Uruguay.

    CAPÍTULO II – COYUNTURA NACIONAL

    Catolicismo y nacionalismo

    En 1891, la encíclica Rerum Novarum de León XIII, representó un cambio esencial en la actitud de la iglesia católica frente al mundo moderno, sancionando el derecho de la iglesia católica a pronunciarse sobre los problemas sociales de las clases desposeídas con el objeto de reconquistar un amplio terreno perdido frente al liberalismo y socialismo.

    En Argentina, por iniciativa del padre redentorista alemán Federico Grote hacia 1892 se fundaron los Círculos Obreros, o Círculos Obreros Católicos (COC), sentándose las bases del catolicismo social argentino. En 1895 se organizaron en federación, agrupando al año siguiente 17 círculos, 4.000 afiliados y 10 escuelas diurnas y nocturnas, servicios asistenciales (médicos, farmacéuticos y jurídicos), cooperativas, agencias de empleo, bibliotecas, veladas recreativas, etc. En 1912 ya reunían 70 círculos, 22.939 socios y 21 edificios propios. En 1924, eran 87 círculos y 29.891 socios. Se veía como esencial el adoctrinamiento de los obreros, por lo que desde 1916 se incorporó como estrategia las conferencias populares en esquinas y plazas.

    La Liga Democrática Cristiana fue fundada diez años después de los Círculos, siendo una institución que actuaba directamente en función de la afiliación de trabajadores procurando organizar asociaciones gremiales y profesionales, impulsando además una legislación protectora del trabajo y la clase obrera. Trataba de infundir nuevo impulso a los Círculos y promover la confraternidad entre sus elementos. Organizó numerosos sindicatos: carboneros, tipógrafos, portuarios, picapedreros, tejedoras, etc., proyectándose igualmente su labor en cooperativas, actos públicos, manifiestos y congresos. A lo largo de los años fue cambiando su nombre, aunque no sus objetivos: Unión Democrática desde 1908 hasta 1911, Unión Democrática Cristiana 1912-1918, y Unión Democrática Argentina 1919-1924.

    Monseñor Miguel de Andrea, impregnado de las ideas sociales del catolicismo europeo, reemplazó al padre Grote en la dirección espiritual de los Círculos Obreros Católicos. Era un gran orador, cultivado, con iniciativa y carisma, que entusiasmó a los católicos de la alta sociedad porteña. Su experiencia en el terreno social y sus conexiones con grupos económicamente poderosos decidirían su designación en 1919 al frente de la Unión Popular Católica Argentina, que respondía a directivas vaticanas, donde intentando imponer un modelo de actividad social centralizada, reagrupando todas las asociaciones sociales católicas existentes –menos los COC–, organizó e impulsó una gran colecta nacional para obtener donaciones.

    Según Anahí Ballent, la acción social católica de estos años no fue exitosa. Su militancia antisocialista y antianarquista generaba enfrentamientos permanentes con las otras organizaciones de la clase obrera, y sus limitaciones confesionales obstaculizaban su inserción en los sectores populares. Además, los grupos católicos no constituían un cuerpo coherente y de funcionamiento orgánico, integrando un conjunto amorfo con superposición de organizaciones distintas en un mismo campo de acción.

    Más adelante se produciría un aumento de la solidez y el poder de la iglesia argentina como institución, particularmente en la década del treinta, siendo ello resultado de un doble proceso: las políticas de la jerarquía eclesiástica y el mejoramiento del lugar del catolicismo en la sociedad argentina.

    Las primeras décadas del siglo XX implicaron el nacimiento de un clero secular nacional más importante y mejor preparado que en el pasado. En Córdoba, tanto Monseñor Zenón Bustos (1906-1919), como Monseñor Fermín Lafitte (1927-1956), fomentaron la cuestión impulsando seminarios para la formación del clero y fundando nuevas parroquias rurales. En Buenos Aires sería Monseñor Santiago Luis Copello, menos carismático pero más dotado para el trabajo administrativo, quien mejoraría la diócesis siguiendo su criterio de que la buena salud de la institución residía en la cantidad de parroquias, curas y recursos con los cuales se podía contar.

    En 1934, la Argentina fue elegida como sede del XXXII Congreso Eucarístico Internacional, evento cuya importancia no fue soslayado por las autoridades eclesiásticas ni estatales. Su concreción implicó una nueva actitud de parte de los representantes del Estado, y la plena participación de la alta sociedad argentina en su organización. La creación de nuevas diócesis y la promoción de varias de ellas a arquidiócesis serían la consecuencia más importante del congreso. La descentralización cambiaba el mapa eclesiástico, y la nominación de diez obispos para ocupar las nuevas sedes renovaba la dirigencia de la institución.

    De cualquier modo, por mucho tiempo existiría en el clero argentino una importante división entre católicos liberales y antiliberales. Las actividades de Mons. de Andrea y del clero liberal en el campo social no tuvieron indudablemente la resonancia de las actividades del clero más a la derecha, que controlaba la mayoría de los canales de propaganda católica.

    Principal instrumento del clero antiliberal sería la Acción Católica Argentina, una organización secular fundada en 1928. Su órgano de difusión sería la revista Criterio, y su centro de adoctrinamiento los Cursos de Cultura Católica.

    Verdaderamente, en Argentina el catolicismo sería el principal nucleador del nacionalismo. Ideología que contaba además con una gran cuota de fascismo europeizante. Al buscar pureza teórica absoluta, ese nacionalismo católico y filo-fascista, se alejó de la realidad concreta, y su contacto con los problemas político-prácticos se redujo al intento de imponer una ideología internacional. Esa adhesión a la derecha europea reemplazó el compromiso con la realidad nacional y la búsqueda de consignas que la abarcaran.

    Gracias a la revolución de setiembre de 1930, el nacionalismo se difundió ampliamente entre la juventud y gran parte del Ejército. Inmediatamente se organizó la Legión Cívica, que implicaba una fuerza de choque al estilo de las brigadas fascistas italianas. Concurrían los domingos y feriados a los cuarteles a recibir instrucción militar y a realizar prácticas de tiro al blanco. Su primer jefe fue el Gral. Juan Bautista Molina, alto oficial adicto a Uriburu, de destacada actuación en la revolución que éste encabezara.

    Durante la década del ’30, la revista Criterio representó aquel sector del catolicismo argentino que opinaba que la democracia era un pobre esquema político para las enseñanzas de la iglesia católica. En 1932, su director Mons. Gustavo Franceschi definía al movimiento nacionalista argentino como una respuesta patriótica frente a la amenaza comunista, aunque le preocupaba su tendencia a copiar modelos extranjeros, especialmente al fascismo italiano o nazismo alemán. Creía que el comunismo era la exteriorización del mal, pero rechazaba al fascismo por totalitario. Años más tarde, el falangismo español se convertiría en su modelo preferido porque era una fórmula que otorgaba a la iglesia católica un lugar de privilegio.

    El movimiento nacionalista,

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