Año/Cero

GEOPOLÍTICA MÍSTICA

Steve Bannon salió a la palestra cuando en 2016 asesoró la fulgurante campaña electoral de Donald Trump hasta la Casa Blanca. Bannon demostró una habilidad excepcional, sumada a una originalidad fuera de lo común, para moverse como pez en el agua en los circuitos alternativos de información en Internet, donde cosechó cientos de miles de votos difundiendo toda clase de teorías conspirativas, infundios y acusaciones contra sus oponentes políticos. Paradójicamente, este frío, calculador y multimillonario asesor estadounindense tiene, sin embargo, una larga trayectoria como obstinado buscador espiritual. Educado en un entorno conservador católico bastante estricto, enseguida quedó insatisfecho con las enseñanzas cristianas. Las consideraba excesivamente reglamentarias. Un conjunto de normas morales carentes de emoción, por muy reveladas por Dios que fueran. Él, en cambio, deseaba experimentar sensorialmente, llenar su espíritu con algo más intenso y transformador para el ser humano y la realidad que le rodea.

Aquella inquietud encontró una respuesta adecuada durante los años en que Bannon sirvió en la Armada. Mientras patrullaba en el mar de China, profundizó en las técnicas de meditación y la filosofía oriental, pero en ningún momento se sintió una suerte de hereje por prestar atención a lecturas y ritos propios de otros credos «infieles». Uno de sus textos favoritos, Catolicismo zen, del monje benedictino inglés Dom Aelred Graham, defendía que ciertas prácticas budistas podían ser instrumentos beneficiosos para profundizar en la fe cristiana. Incluso podían recuperar en el mundo contemporáneo cierta manera de sentir y vivir el evangelio de Jesús, hoy día tan abandonado.

UNA EDAD DE ORO QUE NUNCA EXISTIÓ

Como apunta su reciente biógrafo Benjamin R. Teitelbaum en War for eternity, «a Steve, este mensaje le dio licencia para seguir buscando, para admitir en voz alta que la Biblia como modelo de vida estaba incompleta y que una espiritualidad más plena, incluso en la tradición cristiana, requeriría aventurarse más allá. Al menos, esa fue su justificación tácita para sumergirse en los upanishads o en la filosofía perenne de Aldous Huxley».

De este modo, Bannon profundizó en el budismo y el hinduismo a la caza y captura de la autenticidad. Leyó sus prolijas sagas sagradas, recitó mantras y estudió los sutras, aunque el punto de mayor deslumbramiento intelectual le ocurrió un poco después. Mientras estaba en una librería tratando de saciar una vez más su apetito lector, sus pupilas se detuvieron en la obra de Helena Blavatsky (1831-1891). Fue aquella la primera vez que tomó contacto con la teosofía y su particular fusión de Oriente o la enciclopédica , Steve entró de lleno en el reino de las tradiciones ancestrales, interpretadas como si de una corriente de pensamiento única, hermética, milenaria y olvidada se tratase. Un supuesto conocimiento esotérico surgido hace milenios en una época dorada donde la sabiduría dominaba el planeta y la humanidad vivía en armonía. Aquella edad sublime ya no existía. Sucumbió al empuje de la actual modernidad sin valores ni alma. Racionalista, materialista, individualista, mecánica e inerte.

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