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Arrem: El círculo de la vida y la unión de los reinos
Arrem: El círculo de la vida y la unión de los reinos
Arrem: El círculo de la vida y la unión de los reinos
Libro electrónico439 páginas5 horas

Arrem: El círculo de la vida y la unión de los reinos

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Arrem. El círculo de la vida y la unión de los reinos es una mixtura entre fantasía, aventura y ciencia ficción.
En un planeta distópico, llamado Arrem, luego de haber superpoblado el planeta tierra y exterminado todo tipo de vida, el ser humano logró sobrevivir en un ambiente hostil, naturalmente fantástico y medieval.
Bastian se verá involucrado en una aventura inesperada y sin igual, para encontrar la armadura de Fräwen, blandir la antigua espada y acabar con la amenaza del oscuro Sin Luz, antes de que su enorme ejército desruyera la increíble belleza de este lugar y se apodere de la clave de la existencia.
La guerra es inminente. ¿Estás preparado para una mágica aventura llena de peligros?

***Lectura veloz y adictiva***
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 sept 2017
ISBN9788417037994
Arrem: El círculo de la vida y la unión de los reinos
Autor

S. M. Frances

S.M. Frances es un profesor nacido en la ciudad de Olavarría, provincia de Buenos Aires, en el año 1984. Durante doce largos años estuvo sumergido en la investigación y creación del mundo ficticio, llamado Arrem. Desarrolló este universo pensando en su hijo Francesco, para que pudiera entender la vida y los valores de una manera más educativa e irreal. Un buen vino, una sonrisa, un rico asado, un hermoso árbol, el sol, el cielo, el mar, el viento, la vida. Las pequeñas cosas. «La mejor inversión del ser humano es aprender a ser feliz con muy poco», S.M.F.

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    Arrem - S. M. Frances

    S. M. Frances

    Arrem

    El círculo de la vida y la unión de los reinos

    S. M. Frances

    www.mundoarrem.com

    consultas@mundoarrem.com

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © S. M. Frances, 2018

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

    Ilustraciones: ©Eduardo Pereyra y Nicolás Zuriaga

    universodeletras.com

    Primera edición: marzo, 2018

    ISBN: 9788417139568

    ISBN eBook: 9788417037994

    Libro I

    El círculo de la vida y la unión de los reinos

    Libro II

    Días de verdad y muchas lágrimas

    Libro III

    La Era de la Espada

    A mi hijo, con todo mi amor, que tu vida sea siempre una aventura.

    S. M. Frances

    AÑO 426 d.h EN ALGÚN LUGAR DE NORGODETH

    —Kiya, necesito hacer esto solo —dijo el antiguo Bastian—. Tienes que regresar a Eorient y cuidar de Sifus. Mi deber aún no ha terminado.

    —Mi amor, ¿Te sacrificarás por los humanos? — respondió Kiya —no son hijos de Eioles, no pertenecen aquí.

    —Kiya, eres como un Togto de Turón —alegó Bastian —reaccionas cuando te sientes amenazada.

    —¡Lo que tú digas! — contestó Kiya y se cruzó de brazos. Bastian se acercó a ella y le sonrió.

    —Eioles ha marcado mi camino, fui llamado y debo responder.

    —¿Volverás con nosotros cuando todo esto pase? Sifus necesita un padre.

    —¡Kiya!

    —Promételo —volvió a decir con los ojos vidriosos y la voz entrecortada.

    —Sifus tendrá un padre —alegó Bastian

    —¿Pero no serás tú verdad?

    —Siembre seré su padre y el será mi vasto horizonte, mi norte y mi esperanza —narró el caballero.

    Kiya giró su cuerpo y le ofreció su espalda. No quería que la viera llorar. Sabía muy bien todo lo que pasaría.

    —Debo liberar a las tropas de los Eori—Kiza —Dijo Bastian.

    —El Sin luz ya se encuentra detrás de la muralla de Föthen, ¿por qué no puedes darle libertad? —preguntó la mujer.

    —Las monedas doradas deben ser reubicadas, para que ningún mal se haga con ellas. Ya hemos conformado el círculo y trazado el camino. ¡Tengo que esconderlas!

    En esos momentos, mientras conversaban un soldado entró a la tienda.

    —Señor, los drogos ya están listos —Dijo el hombre de armas, que llegaba vestido con una armadura pequeña, sobre una cota de malla ligera.

    —Diles que pronto partiremos —respondió Bastian, luego agregó—, pero antes dile a Mandarian que necesito hablar con él.

    El soldado asintió y luego se retiró respetuosamente.

    Luego de un instante Mandarian apareció en la tienda.

    —¿Bastian querías verme? —preguntó el alto y delgado hombre, sus orejas eran puntiagudas y su altura desbordaba los dos metros.

    —Por favor querido amigo, organiza una caravana para escoltar a Kiya y a mi hijo a Eorient y asegúrate de que lleguen sanos y salvo.

    —Claro que lo haré Bastian, será un placer —respondió el hombre. Kiya refunfuñó.

    —Mandarian, los Eori—Kiza volverán a Turón, Arrem quedará indefensa por mucho tiempo, los humanos deberán cuidar de ella.

    —No entiendo por qué los Eori—Kiza abandonarán Arrem.

    —Turón está en peligro, el rey Drätor solicitó su presencia —explicó Bastian.

    —Y qué hay de ti —preguntó Mandarian

    —Debo esconder las monedas y el Mapa Criskian —contestó el caballero blanco — ¿Puedes llegar a nidia?

    —¡Claro que puedo! —cantó Mandarian— ¿Quieres ver a Amenasturian?

    —Si, dile que antes de que la luna se ponga llena cruzaré la piedra oculta.

    —Tus deseos, serán mis próximas acciones.

    —¡Querido amigo! —comenzó diciendo Bastian, luego agregó mirándolo a los ojos — Afnunkare volverá y su ejército destruirá por completo Arrem. No logramos acabar con todos los Sumirios, no descansarán hasta acabar con todos los Malekis y hasta despertar al Sin Luz.

    —Me temo que eso es verdad.

    —Los Malekis deberán convertirse en cuento de ancianos y permanecer desapercibidos. El clan de Nön se ocultará en la Montaña, El clan de Föthen protegerá la muralla. Pero las provincias de Asuret, Occidenth y Eorient de los humanos, deberán olvidarse de los Malekis. Tienes que prometerme que tu Rey hará lo posible para erradicar las creencias de nuestra civilización. Las generaciones venideras tendrán que vivir en paz —profirió con un tono firme y seguro, luego abrió sus brazos, la armadura se separó de su cuerpo y comenzó a irradiar una luz brillante e intensa. Las piezas flotaban delante de él, luego de un momento a otro la armadura se desfragmentó convirtiéndose en una moneda dorada del tamaño de la palma de una mano, su brazalete y su espada también lo hicieron.

    —¡La armadura de Frawen ha vuelto a su estado puro! —dijo Mandarian—, nunca dejo de maravillarme

    —Si, querido amigo, aquí están las tres monedas —puntualizó Bastian. Las monedas eran lisas y doradas, no poseían ninguna inscripción.

    —¿Y la cuarta moneda? ¿Sabes lo que pasará?

    —Así es, estará fundida con mi Kräm hasta el día en que mi alma viaje hasta el Rhakam —respondió Bastian y luego giró mirando en dirección a Kiya.

    —¿Kiya puedes dejarme a solas con Mandarian? —preguntó cariñosamente Bastian

    —De ningún modo Bastian Feronör —respondió firme Kiya, luego con lágrimas en los ojos profirió—, soy hermana de una mujer asesinada, hija de un padre asesinado, y una madre desaparecida, y pronto seré esposa de un hombre que deberá morir en soledad. No creas que no entiendo todo lo que está pasando. Hablarás enfrente de mí y de tu hijo recién nacido, al que abandonarás al cuidado de otro hombre y de Mha.

    Bastian miró con tristeza en los ojos, a Kiya y luego se dirigió a Mandarian.

    —Los Malekis hemos dado nuestras vidas por Arrem, hemos luchado bajo la mirada de Eioles y por la espada de Lori. Los sacrificios que hemos hecho serán recompensados con manjares y festines en la mesa de Eioles. Podremos caminar con la frente en alto y con suerte la Dreya nos elegirá para formar parte del Runedei, pero que todo nuestro sacrificio no sea en vano. Los Malekis y los humanos, aprendimos a vivir en paz, que así siga por el bien de Amgjar. Yo cumpliré con mi misión. Encontraré el lugar adecuado para dejar mi legado y solo un círculo de confianza sabrá el paradero de él.

    Mandarian asintió con su cabeza y caminando hacia atrás se dirigió hacia la salida de la tienda, pero antes de retirarse levantó la vista y dijo: — ¡Qué encuentres paz Bastian De Andor y que Lori te elija!

    Bastian, entonces se acercó a Sifus, que se encontraba en una especie de litera improvisada. Lo acunó con sus fuertes brazos y lo miró directo a los ojos.

    —Tu padre siempre pensará en ti, pequeño tesoro —susurró con su voz cortada pero dura. El niño sonrió al reconocer la voz de su padre. Luego Bastian, lo volvió a dejar en la cuna y caminó, después, hacia la posición de Kiya que se encontraba desbordada en lágrimas, pero con la rudeza clavada en su entrecejo.

    —Cruza esa puerta y recuérdanos Bastian de Andor — dijo Kiya— El Rhakam te espera valiente Esposo.

    —Nos volveremos a ver, y nos cantaremos canciones abrazados en alguna recamara del Rhakam. Te esperaré. No me llores y comienza una vida plena. Recuérdame, porque yo lo haré cada día de mi vida, pero date la posibilidad de amar y darle un padre a Sifus.

    —Desearía nunca haber cruzado aquel puente —dijo Kiya y luego caminó hacia la cuna de Sifus.

    Bastian siguió sus pasos y la abrazó por detrás, luego la giró tiernamente para quedar enfrentados.

    —Pues yo agradezco haberlo hecho —recitó Bastian, luego beso sus labios y acarició su rostro—. Sigue tu destino. Adios Kiya Andorian ¡Que Eioles te reciba!

    Bastian salió de la tienda y Kiya nunca más volvió a saber de él…

    Prólogo

    ROMNA del AÑO 756 D,H

    En la piel de un joven, también llamado Bastian

    Bastian respiraba con dificultad. El aire en sus pulmones comprimía su pecho estremeciendo la profunda herida del costado. Sus músculos agarrotados por el frío de Nordeth, empeoraban la sensación.

    Fusthen, parado en uno de sus lados, punzaba con su gigante pie el pecho de Bastian, mientras que el hacha de dos hojas del sumirio apuntaba a su entrecejo. A la derecha, observaba Gring. Reía torpemente y gritaba: «¡Acábalo! ¡Mata a esa cucaracha!», pero Fusthen saboreaba el dolor que encontraba en los ojos del joven. Bastian giró su cabeza para liberar la sangre acumulada en su garganta. La escupió a borbotones con una tos seca que aumentó el dolor en aquella herida.

    Bastian intentó quitarse con sus cansadas manos el asfixiante pie del sumirio, pero Füsthen, después de sonreír, pisó su cabeza hundiéndola en la tierra infértil de Nordeth. Después metió su mano en el hoyo y sujetándolo del cuello sacó de allí el cuerpo inmóvil de Bastian. Lo sostuvo frente a sus ojos, ocultos tras un casco casi ciego y oscuro. En forma de punta caía el entrecejo. Lo observó detenidamente por un instante, apretando su cuello como si fuera una gallina. «¡Tonto!», dijo, con voz podrida. Luego, con una fuerza mortífera, lo golpeó en el pecho lanzándolo por los aires hasta que golpeó contra una gran roca, que se encontraba detrás, a unos cuantos pasos. Fusthen, entonces, decidido a terminar con la chispa de Bastian, apretó fuertemente su malvado y poderoso puño; sus viejos dedos tronaron al cerrarse. Empezó a inhalar inflando el pecho cada vez más fuerte. Gring, impaciente, frotaba sus manos. La tierra fría y dura que se encontraba bajo sus botas comenzó a dibujar pequeñas telas de araña. Esas grietas, a medida que su fuerza crecía, se hacían más y más grandes. De pronto, desde su interior, comenzó a emanar una gran cantidad de energía, llamada Nikräm. Aspiró, entonces, una gran bocanada de aire y largó de sus fétidos pulmones un grito de furia. Tras esto, lanzó su grotesco cuerpo contra la roca, a una velocidad asombrosa, golpeándola con toda su fuerza. En ese momento, justo cuando su puño se introdujo en la piedra, liberó el Nikräm que explotó haciendo que todo a su alcance se consuma.

    El cuerpo de Bastian se perdió entre los escombros. Miedo no tenía, hacía mucho que lo había perdido, después de pasar por tierra de los lurians entendió que el miedo no existe, que solo es ausencia de valor y fe. El frío entumecía cada músculo del cuerpo moribundo de Bastian, nuevamente. La muerte se relamía escondida detrás de los árboles testigos. En el cielo los carroñeros estaban atentos y preparaban sus filosas garras.

    Bastian, con dificultad, observaba a los bicharracos. Su boca entreabierta mantuvo el aliento débil, muy débil. Le pesaban los ojos. Las puertas del Rhakam estaban abiertas. Entonces, pudo o creyó, levantar su cuerpo y caminar por un vasto terreno verde hacia los enormes postigos dorados de Rhakam. «Esta noche me sentaré en la mesa con Eioles y caminaré de la mano con mi madre, y hablaremos, hablaremos al fin», pensó. Los pasos los daba lento, la espada la conservó, pues quería luchar en los torneos de Eioles. Su mano extendía el honor intacto y su juventud era resplandeciente. Su cabello dorado estaba limpio y brillaba lo suficiente como para humillar a las flores silvestres. En el Rhakam, Yhum lo presentará con su alma. Al fin se conocerán, solo por un instante, pues los grandes guerreros moran en el Runedei para servir a la Dreya en las batallas celestiales y jamás reencarnarán con la misma alma.

    El sumirio lo observaba en el suelo con su mano extendida hacia los cielos. Sus ojos estaban vidriosos y una sonrisa, llena de esperanza, dividía su rostro de lado a lado. Sus párpados fueron los primeros en cerrarse lentamente, luego su brazo golpeó el suelo. Entonces, sucedió. La energía de su interior se apagó, como un leño encendido al ser alcanzado por el agua. Fusthen arrollador liberó una carcajada.

    Capítulo I

    El despertar de Bastian

    Tienes la posibilidad de ser la espada o el escudo

    y elijes ser la carne

    (Astor I 15º, Rey de Asuret).

    Primera parte

    Ewan del año 756 después del humano. Una tarde templada, como el acero de las armaduras rústicas, de los nómades de Nordeth, un joven llamado Bastian volvía de la misma escuela en la que se había educado desde que era niño. A punto de cerrar sus largos estudios, la tarde escondía secretos en el ocaso del día, pero Bastian simplemente deambulaba, sosegado. Caminaba por un angosto sendero de la aldea que rodeaba a la taberna El jinete, el cual desembocaba en las afueras de Adgazapan; allí vivía al cuidado de su abuelo junto a sus tres pequeños hermanos, en una casa precaria, pero no tanto. El techo, estaba cubierto con paja y ramas. Era suficiente para resguardarlos de las lluvias delicadas del Eorient. En muy pocas ocasiones enfurecían los dioses y las tormentas gritaban, pero aun así el amparo era perfecto. Las paredes cubiertas con estuco y barro fueron moldeadas por los antepasados de Bastian en los Hoonkland (Primer edad de los humanos en Arrem). Han pasado muchas lunas y soles desde los primeros caminos.

    La escuela Rototherient funcionaba en el interior de un castillo. En esta institución se educaban los hijos de las familias más poderosas de toda la provincia, o como en el caso de Bastian, por poseer un gran talento. Algunos venían desde otros villorrios y naciones. Bastian por su parte, había tenido la posibilidad de estudiar en Rototherient por los por favores que la comisión honoraria le obsequió. Sus dotes en el deporte shulukuq y su destreza en técnicas de batalla, le abrieron paso dentro de los grandes muros del establecimiento. En Adgazapan como en toda la Arrem, la lucha, las disputas con espadas y la arquería, eran los principales atractivos de los torneos. Estos se desarrollaban en honor a las grandes batallas. Aunque la verdadera pasión de Bastian era la Historia Antigua del Arrem. Aunque nunca había salido de Adgazapan; conocía las historias de cada reino. También lo atraían las leyendas y los comienzos de lo que muchos llaman «magia». Era un joven creyente y apasionado de las costumbres adgazapanas y devoto de sus dioses y las supersticiones.

    Bastian zangoloteaba lentamente. Bastian se tomaba su tiempo. Bastian no quería desperdiciar la suave brisa que acariciaba su rostro y que apaciblemente lo relajaba.

    A medida que avanzaba, el sol parecía esconderse tras las grandes montañas de Caladrón, aunque tenían todavía varias horas de luz en Adgazapan. Respiró con fuerza y pateó una piedra pequeña a su paso.

    A pocos metros, un hombre calvo compraba comida para su cena. Realmente sentía su cuerpo exhausto, pues había terminado de entrenar hacía unos pocos minutos. Aún se encontraba con la ropa de juego, y tenía la cesta de Shulukuq sobre la espalda. Tenía miedo de llegar tarde para la cena, pero esta vez sentía que era el día perfecto para entrar en el bosque.

    Ese día dejó la sensatez sobre la almohada. Saludó a una vieja aldeana, la cual estaba con una tina de agua limpiando los ventanales de su casa. El caminante pensó que su abuelo estaría con Artemis, lo cual le daba tranquilidad. Sabía que sería capaz de dominar la situación, de llegar a destiempo. Decidió, finalmente, llegando al colofón del sendero, el camino de la izquierda para ir al bosque (ir hacia su casa por el camino de la derecha era la otra opción). Detuvo la marcha. Se aseguró de que nadie lo estaba mirando. Caminó hacia el bosque. Por alguna razón, era un día para arriesgar la calma.

    Sus primeros trancos le hicieron cruzar un sendero cubierto de ramas muertas. Unos momentos después; arribó al sector donde un cartel detenía el paso. Los ojos de su rebeldía no leyeron el mandato de los viejos de la aldea. La intriga y la curiosidad fueron más poderosas que cualquier teoría ética; también, hacía mucho tiempo que deseaba entrometerse en aquel lugar; presentía que algo le nombraba desde el interior del bosque.

    Avanzó con cautela. Sus pulsaciones se aceleraban. Respiraba torpemente. Un pájaro voló a toda velocidad por delante de él sobresaltándolo. Siguió caminando entre arbustos pequeños y grandes pastizales. Había un árbol raro. Se encontraba a varios metros.

    Sintió pesada su cesta sobre la espalda. Con una mano la cargó. Luego miró un costado, hacia más allá y también más cerca, ningún camino le mostraba el interior del bosque. Algo parecido a un insecto se detuvo en una hoja cercana. En ese momento la duda le golpeó la espalda, justo al mismo tiempo que una piedra le rajó la nuca. Su mirada se quebró, como ojos de hadas en campanas de cristal. El horizonte lentamente se le nublaba. Tambaleó, sus piernas entumecidas no lo ayudaron, tampoco el mareo. Apoyó su mano izquierda sobre el árbol para recomponerse, no lo logró. Al momento, cayó pesadamente al suelo y su cabeza dio un golpe seco contra un tronco. El miedo se frotaba las sombrías manos…

    Los brazos de Bastian se durmieron, aun así pudo observar dos bultos cubiertos con sombras, momentos antes de que su cordura y su conciencia se separen. Dos espectros acechaban detrás de un árbol. Solo pudo ver las siluetas que se acercaban.

    Reponiéndose a medias, con sus parpados casi cerrados, Bastian movió la cabeza dando círculos hasta que el dolor lo paralizó.

    Otro pájaro se acercó y comenzó a picotear sus zapatos. La indiferencia de Bastian fue cómplice de aquel picoteo. Intentó tocar la herida en su cabeza. Intentó. Sus manos estaban atadas por detrás de la cintura a una planta pequeña. Acercó la rodilla derecha a su cara y con mucho esfuerzo pasó su frente por ella. Secó la gota de sangre, que se abría paso en su rostro, como una lágrima de Mha lo hace sobre las hojas de los Cardones. Su vista se perdía borrosamente en el aire; la distancia solo era un enigma. Los ojos de Bastian de nuevo se cerraron, como los postigos dorados del Rhakam que se cierran ante los cobardes e indignos.

    Bastian despertó. Aquel pájaro aún seguía picoteando sus zapatos. Bastian continuó intentando zafarse de las cuerdas fuertemente atadas. Su pierna derecha retomó su posición inicial. Un ruido cercano espantó al pequeño carroñero que seguía en lo suyo. Bastian observó hacia ambos lados, pero los dos espectros ya no estaban.

    El atardecer se acercaba. Bastian se preguntó, preocupado: «¿Sentirá miedo el ocaso cuando se avecina la oscuridad?». La idea de pasar la noche atado a ese árbol lo aterrorizó.

    También el miedo, escondido entre las sombras, percibió el atardecer y volvió a frotarse sus negras manos. Bastian siguió luchando contra el nudo. Las cuerdas apretaban tan fuerte contra sus muñecas, que marcaban por dentro. El dolor de su cabeza persistía.

    Sabía que en el lugar no había nadie, que era inútil pedir ayuda. Comenzó a desesperarse. El peligro esperaba escondido. El viento comenzó a soplar cada vez más fuerte. Imaginaba que Arge silbaba por diversión.

    A metros de Bastian, un árbol muy delgado se arqueó hasta casi tocar el suelo. Vislumbró una piedra cercana; estiró una de sus piernas para llegar a ella. Lo intentó varias veces pero no la alcanzó. El vacío que los separaba no dejaba de burlarse. A Bastian se le terminaban las posibilidades de escapar de aquel aprieto. Volvió a mirar a redor con sus ojos desenfocados. Las gotas de transpiración le impedían ver con claridad. La nueva noche se reía; las viejas luces se enfadaban.

    Cuando parecía que Bastian pasaría la noche allí, dos jóvenes se le acercaron desde el follaje. Aquellas dos siluetas nunca habían sido espectros.

    —¿Queréis que traiga una almohada, Bastian? —preguntó uno de los dos jóvenes, irrumpiendo bruscamente. Su acompañante agregó:

    —¿O te traemos algo de comer?

    Bastian, abrumado y con el ceño fruncido, dijo:

    —¡¿Qué quieren?! ¿Por qué hacen esto?

    —¿Esto? ¿Qué es esto? No es nada, solamente nos divertimos. ¿A caso tú no? —dijo el primero mientras se tomaba con sus manos el cabello rubio.

    —Suéltenme, ya —exclamó Bastian con un tono de rabia.

    —Sí, justamente es lo que vamos a hacer —aclaró el otro muchacho, también rubio. Luego comenzaron a reír.

    Bastian no les creyó. En esos momentos el pájaro volvió a aparecer.

    —¿Bastian… crees que vas a salirte con la tuya? —Preguntó Ponki, el que había hablado primero.

    —No sé cuál será la intención de ustedes, pero este juego no es gracioso… ¡Vamos, desátenme ya! —agregó mientras intentaba espantar el pájaro con su pierna. El árbol seguía encorvado.

    En ese momento, inesperadamente Bastian comenzó a percibir un calor desconocido en sus manos. Una energía extraña aguijoneó sus dedos, pero el dolor era soportable. Cerró, entonces, su puño. Allí descubrió que había incrementado su fuerza considerablemente o, al menos, eso intuyó. Un poder extraño estaba creciendo insensatamente en su interior. El dolor en su cabeza había disminuido, incluso su vista se apartó de aquellos idiotas.

    Estaba a punto de liberarse, cuando una joven apareció en la escena. Esta mostró su enojo con Ponki y Rutti. Entonces, Bastian aminoró su rabia.

    ——¡Tontos! ¿Qué están haciendo con Bastian? –preguntó la joven con un fuerte tono—. ¡Esta será su ofrenda cuando Jako los juzgue en las puertas del Rhakam!

    Ponki y Rutti se sobresaltaron. Ponki dijo:

    —¡Solamente nos estábamos divirtiéndonos con él! ¡Jajaja! —se burló. El pequeño pájaro carroñero que picoteaba a Bastian levantó vuelo y desapareció.

    —¡Váyanse, o hablaré con el director de la escuela y le contaré lo que le han hecho a Bastian! —advirtió la joven, mientras se acercaba. Luego agregó—: no creo que eso le guste a Krinf, seguro que los sacará del equipo.

    Ponki levantó sus rebeldes hombros y luego le tocó el brazo a su hermano. Rieron y se empujaron inmaduramente.

    Bastian miraba aliviado a la joven. «El amor nos salva», pensó.

    —Bueno, tranquila, tranquila… Vamos a dejar a tu princesita en paz —volvió a burlarse Rutti y agregó mirando a Bastian—: Veo que ahora sí tienes madre…

    El viento comenzó a detenerse, poco a poco el árbol volvía a su postura natural. La moza levantó un puño cerrado y exclamó:

    —¡Son unos infames! ¡Váyanse, o los golpearé!

    —¡Ay! Ya, nos vemos tortolitos —dijo Ponki. Le tocó el brazo a su hermano, giraron y comenzaron a alejarse murmurando. Cuando vio que se marchaban, la joven dio media vuelta y se dirigió hacia Bastian.

    —A ver, déjame quitarte esto —susurró.

    Bastian miraba los ojos mariposa y se abandonaba a sus manos.

    —Asul, ¿qué haces aquí?

    —Estoy aquí y no sé por qué.

    Bastian insistió:

    —Vamos, dime. ¿Cómo supiste donde estaba?

    —Una voz me cantó y supe que debía venir al bosque.

    —Los Dioses te han traído hasta aquí –dijo Bastian—. ¿Por qué te enviaron a ayudarme?

    —Porque tú eres distinto –Respondió Asul— ¡Además esto es injusto!... ¡Mírate!

    Bastian miraba ahora la comisura de sus labios. Una rama caída estorbaba el acercamiento. Asul la retiró y se arrimó más.

    —Festejo esa voz sabia, aunque no sepamos lo que les pasa a estos tontos —dijo Bastian.

    Ella lo sabía.

    —Ya los conoces, están envidiosos… Eso es. Son tan soberbios e intolerantes... Ahora, déjame limpiarte la herida. Asul rasgó un tira de la manga de su túnica—. ¡Mira lo que te han hecho estos bastardos!

    Bastian sonrió.

    —Gracias por venir, pero creo que deberías irte. Si te ven conmigo, vas a tener problemas.

    Asul, habiendo liberado sus manos, le dijo a Bastian:

    —¿Por qué dejas que tu boca largue? Yo puedo estar donde se me antoja.

    —Pero es que tu…

    —¿Yo qué? —interrumpió Asul.

    El atardecer se hizo poesía y adelantó sus colores.

    —Yo no tengo que rendirle cuentas a nadie y menos a Alsen, ¿sí?

    Asul tomó sus brazos y ayudó a Bastian a pararse. Él accedió alegremente sintiendo que su amor crecía todavía más.

    Decididos a regresar a la aldea, Bastian y Asul iniciaron la caminata. Bastian se frotó las muñecas para aliviar el dolor que sentía, mientras intentaba quitarse el polvo que en sus pantalones se había alojado.

    El golpe en su cabeza aún le dolía, y ya los colores del bosque no conversaban intrigados; ni la nueva noche se reía ni las viejas luces se enfadaban. Todo, poco a poco, quedaba atrás.

    Recorrieron un camino precioso y tímido, hasta que el sol comenzó a ponerse sobre el horizonte como si fuese un cuadro pintado por genios de la alquimia. De repente, Asul dijo:

    —Bueno, Bastian, hasta aquí llego... —lo dijo mientras se acomodaba su cabello castaño detrás de la oreja. Luego agregó—: Gracias por esta caminata y por la charla. Fue un placer hablar contigo.

    Bastian se detuvo y la abrazó tímidamente.

    —Gracias a ti, por ayudarme y a Mha por haberte llamado –respondió. Asul giró y se marchó con una hermosa y profunda sonrisa en el rostro. Luego de dar dos o tres pasos, Asul volteó.

    —Tal vez podríamos vernos un día de estos después de la escuela. –Bastian asintió con un movimiento de su cabeza.

    La joven se volvió y se marchó por un camino angosto que rodeaba al viejo aljibe, desapareció tras la morada de los Freston. Bastian se quedó mirando la ausencia de Asul. Por alguna razón, la inquietud no lo abandonaba.

    A la mañana siguiente…

    Bastian abrió sus ojos lentamente. Bastian no veía la almohada. A simple vista se notaba que había tenido una noche bastante movida. Giró hacia su izquierda y pudo apreciar como los postigos de la ventana dejaban escabullir suaves rayos de luz los cuales golpeaban contra la pared del respaldar. Luego de unos momentos se sentó en la cama, con sus pies intentó colocarse las pantuflas, una vez más no las encontraba. Su mano derecha tocó su cabeza. Todavía sentía algo de dolor. Quitó el pequeño vendaje que, a la noche al llegar y sin que lo notara su abuelo, se había colocado. La herida no había sido muy profunda, pero un dolor agudo persistía. Se levantó. Como siempre comenzó el día haciendo el primer paso con su pierna derecha. Desde la cocina la voz del abuelo lo invitó a desayunar. Brillaron sus ojos cuando vio sobre la mesa su desayuno preferido: Pan de trigo con miel y jugo de frutas pisadas. Bastian devoró lo nombrado. No quería perderse la dulce caminata por el sendero Rusfell, aquel que cada mañana recorría para llegar a la escuela.

    A mitad de sendero, saludó a Nemecis, el hombre que todo lo arreglaba, por cierto muy pocos lo toman en serio.

    Subiendo a la escalinata que lo llevaba al interior del castillo percibió la presencia de Ponki y Rutti. Al pasar junto a ellos le clavó los ojos. Ambos respondieron la dureza de su mirada con una burla.

    —Adiós, princesita —dijo Ponki entre la estupidez y la risa. Bastian agachó su cabeza y siguió caminando hacia el gran portón. Aunque era pobre, o al menos mucho más que ellos, tenía valor. Sin duda, ni luchando los dos a la vez podrían contra él, pero no quería perder la beca, que tanto esfuerzo le había costado, y los hermanos se aprovechaban de esa situación.

    En medio de las gradas se acercó Fros, uno de sus compañeros de clases, que bajaba corriendo para volver a su casa y traer la cesta que necesitaba para el entrenamiento del medio día.

    —¡Ya vengo, ya vengo, dile a Gagren Bastian!—se refería al profesor de botánica. Bastian intentó decirle algo, pero Fros ya no lo escuchaba.

    Aquella mañana, en la clase de botánica, los hermanos siguieron molestando a Bastian. Le lanzaron varias bolitas de papel, lo retrataron como si fuera una princesa y hasta pasaron la hoja a todos sus compañeros con el dibujo. Algunos se reían, otros no les daban importancia. Cuando Asul tuvo la burla entre sus manos no pudo controlarse; se levantó de su butaca y les gritó:

    —¿Cuándo van a madurar ustedes dos? —Hizo un bollo con el papel y se lo lanzó a los mellizos. Gagren le llamó la atención. Por la ventana se veía a Fros subir las escaleras, ya con la cesta en su espalda.

    —¿Pero qué sucede aquí? —se quejó el profesor—. Siéntese de inmediato señorita o la mandare con el director.

    —Profesor, es que… —intentó Asul.

    —Le he dicho que se siente —insistió Gagren. Bastian observó, la furia e impotencia que la muchacha emanaba mientras se sentaba.

    Asul miró a Bastian. Sonrió mientras el profesor seguía con sus ojos puestos en ella. Fue cuando Fros abrió la puerta bruscamente y entró corriendo al aula.

    —¿Fros, qué haces, acaso viste la hora que es? —le dijo el profesor enojado.

    —Sí, disculpe, profesor, olvidé mi quete en casa y al mediodía tenemos entrenamiento y no puedo faltar más —contestó el joven olvidadizo, mientras se dirigía a su lugar apurado y agitado.

    —Claro, pero llegas tarde a mi clase —dijo el profesor.

    —No, tuve un altercado en el camino, no fue mi intención —contestó Frost.

    —¿Y qué fue lo que paso? En fin, ya está, no me interesa. Tienes media falta —agregó Gagren y se sentó enojado en su banquillo.

    De repente, Bastian comenzó a sentirse raro, el dolor de cabeza no es amigo de la vitalidad. También notó que sus manos estaban comenzando a calentarse tanto que se asustó. Nunca había percibido este malestar. Cuando el profesor comenzó a dictar, tomó un lápiz que tenía en su cartuchera. Este tambaleaba en su mano y, a pesar que lo sujetaba fuertemente, cuando quiso escribir, el lápiz se pulverizó. Sorprendido por lo que había sucedido, miró hacia todos lados, para asegurarse que nadie se había dado cuenta. Sus compañeros, por suerte, estaban atentos a la clase. Asustado, preocupado, miró sus manos.

    La clase terminó rápidamente, el reloj, desde arriba del pizarrón de madera, había liberado

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