Cómo aprender a Meditar: Rafael Fernández de Andraca
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Editorial Patris nació en 1982, hace 25 años. A lo largo de este tiempo ha publicado más de dos centenares de libros. Su línea editorial contempla todo lo relacionado con el desarrollo integral de la persona y la plasmación de una cultura marcada por la dignidad del hombre y los valores del Evangelio.
Gran parte de sus publicaciones proceden del P. José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt o de autores inspirados en su pensamiento. Por cierto, también cuenta con publicaciones de otros autores que han encontrado acogida en esta Editorial.
De esta forma Editorial Patris no sólo ha querido poner a disposición de los miembros de la Obra de Schoenstatt un valioso aporte, sino que, al mismo tiempo, ha querido entregar a la Iglesia y a todos aquellos que buscan la verdad, una orientación válida en medio del cambio de época que vive la sociedad actual.
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Cómo aprender a Meditar - Rafael Fernández de Andraca
Cómo aprender a meditar
P. Rafael Fernández de A.
Cómo aprender
a meditar
C U A D E R N O D E F O R M A C I Ó N Nº 12
Elias
, Sieger Köder
Cuaderno de Formación Nº 12
Cómo aprender a meditar
P. Rafael Fernández de A.
© EDITORIAL NUEVA PATRIS S.A.
José Manuel Infante 132, Providencia
Tels/Fax: 235 8674 - 235 1343
Santiago, Chile
Email: gerencia@patris.cl
www.patris.cl
Número de Inscripción: 119.331
ISBN: 978-956-246-454-3
1ª ed. Abril, 2001
2ª ed. Marzo, 2002
3ª ed. Enero, 2006
4ª ed. Julio, 2012
Diagramación: Margarita Navarrete M.
Presentación
Cada uno de nosotros experimenta y sufre en carne propia el ritmo de la vida actual. Son pocos los que escapan a esta realidad. La gran mayoría vivimos inmersos en el trabajo, acosados por todo tipo de exigencias, tratando de responder a las obligaciones matrimoniales y familiares, a los requerimientos laborales y, para muchos también, a los múltiples compromisos apostólicos.
No debe extrañarnos entonces que una y otra vez surja en nosotros el anhelo por una mayor paz. Necesitamos espacios que nos permitan encontrarnos con nosotros mismos, que nos lleven a confrontarnos con lo que da verdadero sentido a nuestra existencia, y, no en último término, que nos conduzcan a un contacto más hondo con Dios.
Es interesante constatar en este contexto el florecimiento en el tiempo actual del interés por lo religioso, por cultivar métodos de meditación propios de la cultura oriental. Esa tendencia también se ha hecho presente en la vida de la Iglesia. Un cristianismo secularizado, orientado demasiado unilateralmente a la acción, poco a poco, ha ido también dando pasos hacia una mayor interioridad en la vida espiritual. En muchos centros de espiritualidad ha crecido notablemente el cultivo de la oración personal y comunitaria y el sentido por el silencio y la meditación.
Pero aún queda mucho camino por recorrer hasta que logremos integrar más armónicamente la vida interior, las relaciones personales y la vida de trabajo. Son demasiado poderosas las fuerzas centrífugas, que muchas veces terminan ahogando nuestras buenas intenciones.
Pero la dificultad no sólo se reduce a factores extrínsecos. También es fruto de la carencia de métodos de oración adecuados a personas que viven en medio del mundo y que no pueden contar con el ritmo de vida de un monje, que le asegura un equilibrio entre oración y trabajo.
Si buscamos adquirir el hábito de la oración meditativa, más allá que esclarecer conceptos, lo que necesitamos es un camino de aprendizaje, que paso a paso introduzca en la práctica de la meditación a quienes viven en medio del mundo.
El presente texto quiere ser una ayuda en esta dirección. En él desarrollamos la enseñanza del Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt. Su preocupación constante era conducir al hombre actual hacia un encuentro con el Dios vivo a través de las criaturas y de las circunstancias concretas que lo rodean. El método de meditación que proponemos se basa en lo que él denominó meditación de la vida
.
El objetivo central de este libro no se limita, por lo tanto, a exponer la doctrina sobre la oración meditativa, sino que más bien, quiere ofrecer ejercicios concretos de meditación. A meditar se aprende meditando. Esa es la consigna que inspira lo que proponemos.
Dedicamos este libro especialmente a los padres y madres de familia, a los jóvenes y a los adultos, a los laicos y a las personas que se han consagrado a Dios, a todos aquellos que anhelan descubrir, en la vida cotidiana, la presencia del Dios que nos ama y conduce y que anhela estrechar con nosotros los lazos de un amor cálido y personal.
El autor
Capítulo 1
El desafío
de meditar en medio
del mundo
1. Una cultura marcada por el sello de Marta
El ritmo de vida que llevamos nos hace enormemente difícil comprender y, sobre todo, practicar la meditación. Nuestro sistema de vida está demasiado orientado hacia lo exterior, hacia el hacer, producir, fabricar, organizar y racionalizar. Vivimos en una cultura marcada con el sello de la extroversión. Términos como contemplación o vida interior están prácticamente ausentes en nuestro vocabulario habitual.
¿Qué método de meditación puede ayudarnos a superar esta situación? Muchas veces ni siquiera nos planteamos esta pregunta. Tan sumergidos estamos en el activismo, que nos parece ilusorio pensar en tener tiempo para meditar.
La respuesta que Jesús dio a Marta no ha perdido en nada su actualidad. Recordamos el conocido pasaje del Evangelio:
Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.
Le respondió el Señor: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada. (Lc 10, 38-42)
Nuestra cultura ha tomado decididamente partido por la hermana de María. Estamos atareados, somos trabajólicos, nos preocupamos, agitados y angustiados, por muchas cosas; nos sentimos estresados y agotados… Esta realidad cultural no es un hecho más entre otros. Sus efectos se hacen sentir fuertemente. Porque, si somos sinceros, ¡qué vacíos nos deja el ajetreo en el cual estamos sumergidos! ¡Cuánto nos desarticula interiormente! ¡Cuánto empobrece nuestras relaciones personales!
El Nuevo Diccionario de Espiritualidad resume así este panorama:
En los últimos decenios disminuyó, hasta casi desaparecer, la corriente de la meditación occidental. Casi podía pensarse, dada su ausencia práctica y las teorías que en teología se pusieron de moda, que la interioridad
no pertenecía ya a las exigencias fundamentales de la existencia cristiana: de la oración sólo debía quedar la litúrgica y el compromiso con el prójimo era lo único necesario; aún más, era el todo del cristianismo.
¿Cómo se pudo llegar a esta idea? Porque también el cristiano es hijo de su tiempo y éste ha creado un tipo de hombre caracterizado como homo technicus, más alejado aún de los valores interiores que el homo faber. En el campo religioso cristiano esto se traduce en un tipo de creyente que ya no es ni siquiera contemplativo en la acción
, sino unilateralmente activo
. Así surgieron en la Iglesia nuevas corrientes que defendían que sólo el servicio al hermano era verdadera oración; la oración silenciosa y recogida fue liquidada por más de un autor como sibaritismo y la meditación como introversión enfermiza, como cosa de psiquiatría. La meditación fue cambiada por grupos de reflexión
, revisiones de vida, etc., que pretendían directamente el fomento de un compromiso con el mundo. El aspecto interior del cristianismo se convirtió en algo ininteligible para muchos, incluso sacerdotes.[1]
La carencia de interioridad (el P. Kentenich habla de una cultura sin alma) no sólo afecta al hombre en su calidad de persona, sino también repercute, y profundamente, en la vitalidad de su fe. Porque ésta se mantiene y se alimenta del contacto íntimo y personal con el Señor.
Si no tenemos vida espiritual
, entonces el sarmiento se seca y no da fruto. Es en la oración y la meditación donde alcanzamos ese permanecer
en el Señor, del cual nos habla san Juan en la alegoría de la vid (Cf. Jn 15, 1 y ss).
El activismo, en cambio, termina reduciendo nuestra vida de fe a cumplir normas morales, a hacer
obras o realizar prácticas religiosas, que muchas veces se ejecutan en forma mecánica.
Vivimos dispersos
, pasando de una actividad a otra. La mayoría de las veces apremiados por tareas urgentes y acosados por otras tareas que ya nos esperan. Incluso, paradojalmente, cuando queremos descansar y reposar, emprendemos otra actividad …
¿Cómo alcanzar una vida más armónica? ¿Cómo aprender a detenernos y a dejar de ser vividos
por los acontecimientos? ¿Cómo hacer que nuestra vida de fe cobre mayor profundidad e intimidad y que nuestro contacto con Dios sea más personal?
Equilibrio entre trabajo y oración
¿No hemos acentuado acaso demasiado el trabajo y dejado que la oración pase a segundo plano? ¿No hemos dejado que la vida afectiva del amor pase a segundo plano? ¡Pero no confundamos ahora afectivo con una ensoñación en la oración!
(P.K.)
2. La meditación de la vida
Es un hecho que, cuando tratamos de cambiar nuestro ritmo para dar lugar en nuestra vida a una dimensión más contemplativa, nos resulta extraordinariamente difícil hacerlo. Pero no es imposible.
Como reacción a la cultura de la exterioridad, hemos sido testigos de la proliferación de métodos de meditación orientales. Pareciera que en el ámbito católico, más allá de las comunidades contemplativas y de quienes están unidos a ellas, no se ha dado aún un florecimiento notable del cultivo de la vida interior. Lo más significativo, tal vez, sea el renacer de los ejercicios ignacianos, la corriente de oración carismática y los círculos o grupos de oración en determinados movimientos eclesiales.
Si consideramos la historia de la espiritualidad en la Iglesia, constatamos cómo se han ido gestando en ella muchos métodos de meditación. Todos ellos apuntan en la misma dirección: la unión íntima con el Señor. Cada uno tiene algo que enseñarnos y podemos valernos de ellos, según nuestras preferencias e inclinaciones.
Ahora bien, el P. Kentenich, sin dejar de lado otros métodos, practicó y enseñó en forma especial lo que él denominó la meditación de la vida.
Nuestro método preferido de meditación –explica– consiste en revisar y saborear, en revisar con anterioridad y en posgustar. De suyo, esto debiera ser entre nosotros una actitud permanente, un hábito. A partir de cada realidad, por más ínfima que ésta sea, debemos saber ascender hacia el corazón misericordioso y bondadoso de Dios Padre. Mientras esto no se haya convertido para nosotros en una segunda naturaleza, queremos ejercitarnos en ello una y otra vez, hasta lograrlo.
Queremos ingresar en la escuela de amor, de la oración interior. No estamos orientados solamente por esta forma de meditación. No, podemos aplicar también todos los otros métodos de meditación. Pero dada la importancia que reviste introducir al Dios de la vida en nuestra vida, encontrarnos con el Dios de la vida en nuestra vida y responderle a partir de nuestra vida, entonces, pienso que, por un cierto período, debiese ser nuevamente nuestra ocupación predilecta revisar y descubrir, en el tiempo dedicado a la meditación, dónde Dios nos salió al encuentro en el día recién pasado.[2]
El fundador de Schoenstatt está pensando en un método de meditación especialmente apto para las personas que están llamadas a encontrar a Dios en medio del mundo, a través de las creaturas. Es decir, un método para quienes no pueden ni deben abandonar las realidades de este mundo: su familia, su cónyuge, sus hijos, sus negocios y todo lo que ello implica, a fin de retirarse y contemplar a Dios en la soledad.
El hombre secular, laico o religioso, o logra encontrar a Dios en las criaturas, en las cosas y en el trabajo, o simplemente ese Dios de la vida se le hace inalcanzable. Puede tener un contacto con él cuando va a la iglesia o reza una oración, pero el resto del día, vive, por así decirlo, paganamente. Dios