Caminos de Alegría: Rafael Fernández de Andraca
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Editorial Patris nació en 1982, hace 25 años. A lo largo de este tiempo ha publicado más de dos centenares de libros. Su línea editorial contempla todo lo relacionado con el desarrollo integral de la persona y la plasmación de una cultura marcada por la dignidad del hombre y los valores del Evangelio.
Gran parte de sus publicaciones proceden del P. José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt o de autores inspirados en su pensamiento. Por cierto, también cuenta con publicaciones de otros autores que han encontrado acogida en esta Editorial.
De esta forma Editorial Patris no sólo ha querido poner a disposición de los miembros de la Obra de Schoenstatt un valioso aporte, sino que, al mismo tiempo, ha querido entregar a la Iglesia y a todos aquellos que buscan la verdad, una orientación válida en medio del cambio de época que vive la sociedad actual.
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Caminos de Alegría - Rafael Fernández de Andraca
Caminos de Alegría
Caminos de alegría
P. Rafael Fernández de A.
Editoras:
Elena Ariztía F.
Adriana Domínguez S.
Nº Inscripción: 225.029
ISBN: 978-956-246-708-7
eISBN: 978-956-246-717-9
© EDITORIAL NUEVA PATRIS S.A.
José Manuel Infante 132,
Providencia, Santiago, Chile
Tels/Fax: 2235 1343 - 2235 8674
e-mail: gerencia@patris.cl
www.patris.cl
Ilustraciones
Alejandro Ortíz
alejandrovisual@gmail.com
P. Rafael Fernández de A.
Con inmensa gratitud,
a la querida Margarita Navarrete M.,
dedicamos este libro,
el último que ella diagramó
antes que Dios la llamara,
sorpresiva e inesperadamente,
a su Casa paterna.
ÍNDICE
Introducción
La familia, cuna de la fe
Una fe histórica
Ampliar el horizonte
Preparar la buena tierra
La vivencia del padre
Conquista de la paternidad
La vivencia materna
Una fe en comunión
Una fe que genera solidaridad
Las vivencias religiosas
Padres profetas
Una misión sacerdotal
Compartir la misión pastoral de Cristo
María, la gran educadora
Epílogo
Entrevista al autor
Apéndice
Glosario
Introducción
La dificultad de transmitir hoy la fe
La transmisión de la fe constituye hoy uno de los mayores desafíos que enfrentan la Iglesia y las familias cristianas. Nos encontramos desvalidos e impotentes para contrarrestar el creciente proceso de secularización, debilitamiento y pérdida de la fe, que cada día se hace sentir con mayor fuerza y que amenaza con arrebatar el don de la fe a nuestros hijos.
Hace ya decenios dejamos atrás el tiempo en que los católicos podíamos confiar que nuestros hijos mantendrían la misma convicción que heredamos de nuestros abuelos. La fe, que en los decenios pasados se transmitía por costumbre de padres a hijos, se encontraba protegida por el ambiente de cristiandad que reinaba. El prestigio de la Iglesia y las costumbres hacían que ésta no fuera mayormente cuestionada.
Hoy todo es diferente. Nuestros hijos crecen en un mundo pluralista, donde ser católico y pertenecer a la Iglesia no juega un papel relevante. Se convive con agnósticos y creyentes de los más variados credos, con ateos y con católicos que dicen creer en Dios pero no en la Iglesia, o que sustentan sin mayor problema posiciones diversas a las que propone el magisterio. Vivimos en un mundo fuertemente marcado por el pluralismo, por el relativismo moral y la tolerancia, entendida como una posición donde no hay cabida para un orden objetivo o para verdades de carácter absoluto, menos todavía a una verdad revelada.
La realidad actual de la Iglesia se ha visto empañada por diversos escándalos que han debilitado su prestigio y autoridad. Adicionalmente, las estadísticas nos muestran una gran cantidad de divorcios y de hijos nacidos fuera del matrimonio.
Todo esto nos obliga a repensar seriamente nuestro modo de transmitir la fe. La cristiandad desapareció del horizonte cultural. El cristianismo por tradición hoy tiene muy poca vigencia. El estilo de vida, las costumbres y la mentalidad reinante son cualquier cosa menos un caldo de cultivo de la fe. En medio de esta realidad cultural, la Iglesia no sólo ha perdido miembros numéricamente sino, lo que es más grave, ha disminuido la solidez y el dinamismo de la fe en sus fieles, de modo que éstos no son capaces de enfrentar un ambiente fuertemente secularizado y materialista y de impregnar la cultura con los valores evangélicos.
Se ha buscado nuevos métodos de evangelización. Se ha dinamizado la catequesis. Pero pareciera que los esfuerzos realizados no son suficientes, que la corriente contraria es más vigorosa y atrayente para una juventud preocupada de superarse profesionalmente, de gozar la vida, de ser libre
, sin tener que dar cuenta a nadie ni sentirse obligado por prácticas religiosas o determinadas normas morales.
La Iglesia se encuentra así ante un escenario difícil. Ha hecho grandes esfuerzos por revitalizar la fe, motivando un compromiso más consecuente con Cristo Jesús. En el Documento de Aparecida, los obispos de América Latina y el Caribe han hecho un vigoroso llamado a ser de verdad discípulos misioneros de Cristo. Han convocado a realizar una misión continental
, precisamente para encender nuestra fe y hacernos decididos pregoneros de la Buena Nueva.
El éxito de esta empresa depende del don de Dios: la fe siempre es un regalo. Pero también de nosotros: de cuán profundamente estemos injertados en Cristo. Depende del modo en que entreguemos y transmitamos la fe. Es decir, de la pedagogía de la fe que apliquemos. Si antes se enseñaba el catecismo a través de preguntas y respuestas, hoy hacer lo mismo sería impensable. Por ello, a partir del siglo XX y, específicamente, del Concilio Vaticano II, se busca otros métodos de evangelización, considerando la psicología del hombre actual y, especialmente, de la juventud a la cual queremos transmitir la fe.
La voz del magisterio de la Iglesia
Pareciera que aún no son suficientes todos los esfuerzos que hemos hecho. Los resultados no son especialmente halagadores. La Iglesia pierde terreno. En Europa lo ha perdido en forma trágica: pensemos en este sentido en España, país católico y misionero por excelencia al cual Latinoamérica tanto debe. Hoy ya no es más la España católica de antaño. Algo semejante habría que decir de Italia, Alemania, Francia, etc. países que no sólo vivían sino que exportaban
la fe.
¿Qué sucederá con el continente señalado por los últimos Papas y el magisterio como continente de la esperanza
para la Iglesia universal? ¿Bastará con reforzar los métodos aplicados hasta ahora? ¿Será suficiente con pedir un mayor compromiso apostólico y misionero? ¿Podremos detener el avance de las sectas y el proceso de descristianización que vivimos?
La familia, cuna de la fe
La Iglesia, a partir de Juan Pablo II, proclama que la pastoral familiar constituye una prioridad.
El futuro de la humanidad se fragua en la familia, donde la vida de fe se expresa y se nutre.
Estas reflexiones nos han conducido a revalorar la familia como cuna de la fe
y, por otra parte, nos han hecho repensar la transmisión de la fe, considerando especialmente la preparación del terreno en el cual esparcimos la semilla de la Buena Nueva. Pareciera que ha llegado la hora de mirar más directamente a la familia como la originaria cuna de la fe.
La Iglesia, a partir de Juan Pablo II, destaca cada vez con mayor fuerza la importancia de la familia. Proclama que la pastoral familiar constituye hoy una prioridad
dentro de la acción evangelizadora. Benedicto XVI, siguiendo la línea de Juan Pablo II, insiste en que el futuro de la humanidad se fragua en la familia. "Las familias, afirma, ocupan el primer lugar del corazón de la misión evangelizadora de la Iglesia, pues es en la vida de la familia donde, en primera instancia, nuestra vida de fe se expresa y nutre".
El Documento de Aparecida del CELAM, reitera esta visión. Los obispos de Latinoamérica y del Caribe abogan por auténticos discípulos y misioneros de Cristo para que nuestros pueblos tengan vida en él.
Un nuevo foco evangelizador
En el ámbito eclesial hoy existe una preocupación central por el evangelio de la familia
(Juan Pablo II). Se la ha defendido en los foros nacionales e internacionales. La Iglesia se ha jugado por la vida que engendran los padres y por la fidelidad de los esposos, haciendo frente a corrientes divorcistas y antivida.
Pareciera que ha llegado el momento de acentuar también que la familia cristiana debe asumir decididamente el papel que le corresponde como cuna de la fe. La problemática que enfrentamos exige ir más allá del cultivo de prácticas religiosas en el hogar (que siempre se deberán dar) o de la necesidad de transmitir la doctrina cristiana a los hijos.
Si queremos hacer de la familia un foco de evangelización en el seno de la Iglesia y de la sociedad, nos parece necesario profundizar el contenido mismo de la fe, es decir, en qué consiste exactamente creer. No es lo mismo transmitir verdades e inculcar comportamientos morales, que el proceso de introducir vitalmente en el acontecimiento salvífico y, con ello, en el encuentro y compromiso personal con Cristo Jesús. Esto implica también que los padres de familia deben examinar su propia vivencia de fe ya que no se enciende un fuego con un trozo de hielo
.
En la educación tradicional de la fe se acentuó todo lo que tenía que ver con la razón y voluntad; la doctrina y la moral recibían toda la atención. Sin embargo, no se dio mayor importancia a los supuestos psicológicos que condicionan la transmisión de ésta. Cuando el ambiente estaba impregnado por la fe, ello no era mayormente necesario. Hoy, como decíamos, éste no es el caso.
Este libro quiere ser un aporte al extraordinario desafío de la transmisión de la fe, especialmente a nuestra juventud. La fuente de estas reflexiones se remite a la enseñanza pedagógico-pastoral del P. José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, y, por otra parte, a la observación de la vida.
P. Rafael Fernández de A.
La familia, cuna de la fe
La fe es el tesoro más grande que tenemos
Los padres tienen la extraordinaria y difícil misión de transmitir la fe a los hijos. Nos preguntamos qué entendemos por ella y cómo la vivimos. Por la fe damos nuestro asentimiento a la verdad revelada. Ella nos propone una moral o actitudes que deben conformar nuestra vida. Además, se expresa en la liturgia, en la oración y en prácticas religiosas. La vida de fe tiene una repercusión social, ya que vivirla significa traducirla a costumbres, en un comportamiento que hace realidad el reino de Dios en nuestra cultura.
Se nos invita a reflexionar al respecto sobre cuál ha sido nuestra práctica personal y familiar al respecto y si no hemos caído quizás en unilateralidades que deforman nuestra vida de fe y el modo en que la transmitimos a nuestros hijos.
Por otra parte, en este capítulo se insinúa ya el próximo donde se abordará lo más esencial de nuestra fe: creemos en un Dios personal, histórico
, que intervino, interviene y seguirá interviniendo en nuestra vida; que se ha acercado a nosotros, que nos llama y nos guía como un Dios providente, sabio y poderoso. La fe radicalmente es un acontecimiento
, un encuentro personal con el Señor.
¿E n qué con siste la fe? La fe es una adhesión personal del hombre entero al Dios que se revela. Significa un compromiso de la inteligencia, de la voluntad y del corazón con la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras. La fe es el tesoro más grande que tenemos. Es un don de Dios, es una gracia accesible a cuantos la piden humildemente.
El término fe
viene de la palabra en latina fides
, que significa confianza. Nosotros creemos en Dios, y en él tenemos puesta nuestra confianza. La fe es la primera respuesta del hombre a Dios; por la fe establecemos una relación personal con el Dios vivo que nos sale al encuentro.
Concepciones parciales de la fe
Si queremos educar en la fe, es preciso revisar, en primer lugar, lo que entendemos por fe y cómo concebimos una vida conformada por la fe.
¿Hemos pensado en qué consiste concretamente tener fe?
Si observamos la realidad, percibimos que en muchos cristianos reina un concepto y una práctica unilateral de la fe. En este sentido podemos distinguir, simplificando, cuatro formas de concebirla.
Nos encontramos a menudo con una noción de fe marcadamente:
• Conceptual o ideológica
• Moralista
• Devocional
• Secularizada
Es importante recalcar que cada una de estas formas de concebir y vivir la fe posee una verdad, pero, por su carácter unilateral, también una deformación. Ciertamente, se mezclan unas con otras. Es por ello que reflexionaremos detenidamente cada una de estas formas.
Una fe conceptual o ideologizada
Para muchos la fe consiste básicamente en aceptar las verdades que Dios ha revelado y que la Iglesia nos propone. El acento se pone en la doctrina; en la claridad de los conceptos o verdades de la fe. Transmitir la fe significa, entonces, transmitir verdades, adoctrinar, enseñar.
Se envía a los hijos a colegios católicos para que ellos reciban allí una catequesis adecuada. En éstos y en las parroquias se prueba nuevos métodos catequéticos, para afirmar con mayor fuerza la verdad y hacer comprensible la doctrina. La tarea de transmitir la fe en el seno del hogar, busca entonces reforzar esta enseñanza. Sin embargo, pareciera que los esfuerzos no dan abasto. Nos encontramos con un hecho bastante generalizado: a la juventud no le importa tanto la verdad o lo que piensa el magisterio o lo que propone la sana doctrina
…
Una fe moralista
Existe también una forma acentuadamente moralista de vivir la fe. En este sentido, ser un hombre católico, de fe, significa tratar de vivir y de encarnar las virtudes cristianas, de atenerse a las normas morales dictadas por el Evangelio y el magisterio.
Los padres tratan de inculcar en los hijos no sólo la sana doctrina sino,