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Reconstruyendo La Iglesia: Desde El Paganismo a Que La Llevaron Sus Líderes
Reconstruyendo La Iglesia: Desde El Paganismo a Que La Llevaron Sus Líderes
Reconstruyendo La Iglesia: Desde El Paganismo a Que La Llevaron Sus Líderes
Libro electrónico430 páginas6 horas

Reconstruyendo La Iglesia: Desde El Paganismo a Que La Llevaron Sus Líderes

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Si tuvieras que clavar un clavo en la pared, ¿qué herramienta utilizarías? ¿Una piedra, un alicate, un martillo? seguramente no te costaría elegir lo que sea más apropiada.
Esta es la misma pregunta que debemos hacernos hoy con respecto a la iglesia ... ¿puede su forma, la que se empezó a configurar después de la muerte de los apóstoles, cumplir adecuadamente la función para la cual Jesús la fundó?
Lo que hace este libro no es agregar nuevas teorías sobre cómo la iglesia debería adaptarse al mundo, ya ha tenido suficiente, sino revisar conceptos elementales mal aplicados que han distorsionado su función. Esta es una revisión con la que muchos no estarán de acuerdo, como la primera reacción, pero si logran avanzar hasta el final, pueden estar de acuerdo con la idea de que a medida que pasa el tiempo, nos llamemos tradicionales o renovados, llenemos auditorios grandes o un casa acondicionada, si continuamos por este camino, en lugar de acercarnos a la meta de Jesús, nos alejaremos más y vamos a necesitar una intervención poderosa de parte de Dios para corregir el camino.
Este libro puede provocar dos reacciones finales: querrás quemarlo o querrás quemar la estructura que has ayudado a levantar, llamándola iglesia.

IdiomaEspañol
EditorialWestBow Press
Fecha de lanzamiento14 ago 2020
ISBN9781973691815
Reconstruyendo La Iglesia: Desde El Paganismo a Que La Llevaron Sus Líderes
Autor

Roberto Aguirre

El autor es abogado de profesión formado en la facultad de derecho de la universidad de Chile, la más antigua del país. Actualmente ejerce como juez en la ciudad de Coyhaique, en el extremo sur del país, misma ciudad donde hace catorce años recibió junto a su esposa el llamado para servir a Cristo en el ministerio pastoral. Actualmente, juntos son pastores de la Comunidad LaGrey, desde donde pretenden contribuir al proyecto de Dios de llevar la predicación del evangelio a lugares donde no ha sido predicado. No es un teórico, pero es uno que teoriza acerca de cuestiones prácticas para lograr entender cómo ciertos conceptos asentados sin mayor cuestionamiento terminan por repercutir en prácticas erradas o estériles. Su experiencia pastoral con el aporte de su formación profesional le permiten desafiar prácticas eclesiásticas comunmente aceptadas sin mayor cuestionamiento, basado en la revisión exhaustiva de las Escrituras.

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    Reconstruyendo La Iglesia - Roberto Aguirre

    Derechos reservados © 2020 Roberto Aguirre.

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    WestBow Press

    A Division of Thomas Nelson & Zondervan

    1663 Liberty Drive

    Bloomington, IN 47403

    www.westbowpress.com

    1 (866) 928-1240

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    Ciertas imágenes de archivo © Getty Images.

    Nueva Versión Internacional (NVI)

    ISBN: 978-1-9736-9182-2 (tapa blanda)

    ISBN: 978-1-9736-9181-5 (libro electrónico)

    Fecha de revisión de WestBow Press: 6/26/2020

    CONTENTS

    INTRODUCCION

    Todo lo que escribo a continuación es el resultado de un viaje personal de reflexión que empezó hace unos cinco años.

    Hasta ese tiempo era un cristiano evangélico normal. Entiendo que por normal se puede entender cualquier cosa, aunque creo que, hasta cierto punto, esto se puede entender sin dar mayores explicaciones. De todos modos, si alguien las requiere, diré que era –y sigo siendo- un pastor que trataba –y sigo tratando- de poner su mejor empeño en su función de guiar a otros en el camino del Señor, predicando para que nuevas personas lo conocieran y procurando ayudar de la mejor manera posible en el crecimiento espiritual de quienes lo conocían.

    En el amplio espectro del mundo evangélico me ubicada en el ala más renovada, la más abierta a los cambios, de modo que compartía las críticas que se hacían al sector que ha sido llamado tradicional en su forma de entender, practicar y enseñar la vida espiritual.

    Me miraba en el espejo y me sentía orgulloso de formar parte del ala más progresista del mundo evangélico, aunque podía percibir que no todo lo que se introducía a la vida de la iglesia era bueno sólo por tener la etiqueta de renovado, pues también me daba cuenta del riesgo de la apertura sin tener un filtro apropiado. Los peligros son evidentes y el final del camino puede ser trágico, por eso me movía con cierta prudencia para no ser aval de metidas de patas groseras.

    Tenía la ventaja de haber sido toda mi vida un buen lector de la Biblia, por eso trataba de no alejarme de ella, así que en mi mente hice una distinción que según yo me serviría para decidir correctamente: existen aquellas cosas que son bíblicas y, por ser tales, no pueden ser sino obedecidas; existen cosas que son antibíblicas, que deben ser desechadas sin vueltas; y existen cosas extrabíblicas, que se pueden hacer o no, según su grado de respeto a principios que emanan de la misma Biblia. Algunos hacen una distinción en cuanto a lo extrabíblico, distinguiendo entre lo que llaman la tradición apostólica y la tradición humana.

    Entendía que lo extrabíblico o tradición no era desechable de buenas a primeras, ya que hay cosas que no están escritas y que se fueron agregando por la costumbre ante la necesidad de dar respuestas a asuntos que no están expresamente resueltos en la Biblia, por ejemplo, la forma de los cultos cristianos, los lugares de reunión, etc. cosas principalmente relacionadas con formas de organizarse, días para reunirse, etc., sin embargo, me comenzó a parecer notorio que las formas terminan por incidir sobre el fondo y de alguna manera lo modelan, lo modifican y se imponen, por lo que en un momento dado me sentí acercándome peligrosamente a la periferia, incluso dando pasos más allá de la frontera.

    Así que me devolví a la Biblia, lo que no es lo mismo que devolverse a las viejas tradiciones o a las creencias asentadas como principios comúnmente aceptados, porque la verdad es que tampoco me sentía del todo representado por ellas.

    Entonces vino para mí un tiempo de preguntas acerca de la Iglesia, su desarrollo histórico y su misión sobre la tierra, acicateado, tengo que decirlo, por el giro teológico que se dio en el ministerio al cual en ese momento pertenecía.

    Según lo dijo nuestro pastor, en ese momento nos moveríamos de locus teológico.

    Locus es una palabra latina que significa lugar, por lo tanto, nos cambiamos de perspectiva para mirar a Dios, un nuevo lugar de referencia desde donde mirar e interpretar, dado que entendíamos que las respuestas tradicionales estaban agotadas y el camino que estábamos siguiendo no nos estaba llevando al lugar deseado.

    Tengo que decir que este cuestionamiento me interesó, me interpretó y lo acepté sin temores. Creo que estaba en el momento justo como para no reaccionar negativamente frente al cuestionamiento de nuestros propios paradigmas, que también a estas alturas habían pasado de renovados a tradicionales por haber recorrido ese camino que siempre transforma lo nuevo en tradición.

    Con este empujón me volví a las Escrituras, la única fuente aceptable donde fijar la residencia para empezar a buscar respuestas, indagué en ellas tan profundamente y con el mayor desprejuicio que me fue posible, traté de leer de nuevo como si me enfrentara a ellas por primera vez, traté de sacarme mis viejos anteojos y mirar a vista descubierta. Hice mi mayor esfuerzo para poner a prueba lo que había creído, tratando de separar lo que eran mis convicciones propias de los conocimientos y creencias adquiridas culturalmente, inevitables por nuestra condición de seres sociales.

    Así, llegué al convencimiento de que muchas de nuestras prácticas eclesiásticas obedecen a creencias que son meros resultados culturales y que sólo unas pocas de ellas son verdadera revelación que fluye desde la Palabra de Dios. Somos cristianos más por la cultura en la que nacimos y crecimos que por revelación del cielo ¡y tanto que defendemos nuestras creencias!

    Me espantó darme cuenta de que muchas de nuestras prácticas no tienen asidero bíblico y acepté que lo extrabíblico debe ser mirado con mucha cautela, más de lo que había creído hasta ese momento, porque si tiene una procedencia de un ambiente externo, entonces es muy probable que venga contaminado y deba ser desechado.

    Entonces viene el momento en que hay que decidir.

    ¿Cómo reaccionaríamos si con toda clase de pruebas tuviésemos delante de nosotros la comprobación de nuestros errores? Estoy seguro que lo haríamos de la misma manera como reaccionaron los fariseos: matando al mensajero.

    Lo problemático de esta indagación es que no me acercó al mismo locus teológico de mi pastor, sino que me llevó por un nuevo camino que a estas alturas ya tiene contornos más definidos, por eso es que lo puedo exponer.

    El resultado es que muchas de mis viejas creencias cambiaron, algunas a las que me había acercado sin mucha convicción, las abandoné y adquirí nuevas, pero también cayeron unas cuantas que ya se habían arraigado más profundamente. No sé en qué posición me deja esto en el amplio espectro evangélico, a veces siento que me quedé en la periferia o más allá. Con toda seguridad nada es novedoso, nada es completamente original, nada hay que no se haya dicho antes por otros, de hecho, en este camino me fui encontrando con autores que escribieron acerca de lo mismo, pero debo ser enfático en afirmar que esto es mi resultado y no uno prestado. Se trata de convicciones que se vinieron formando en mí sólo por leer la Biblia de la manera como lo dije, tratando de no anteponer mis propias creencias, es decir, no leí para recibir confirmación de lo que ya creía, sino que fue la lectura de la Biblia la que fue modelando lo que aquí expongo.

    Y lo quise poner por escrito porque al escribirlo también lo someto a escrutinio, defenderé lo que sea defendible y lo que no, lo desecharé. Siguiendo esa premisa, quién sabe cuánto de esto me sobrevivirá y cuánto cambiará en el futuro.

    Aquí voy.

    PRIMERO

    LO QUE ENTIENDO POR IGLESIA

    El tema que trato en este texto, representado por el título RECONSTRUYENDO LA IGLESIA, parte de una premisa que bien puede ser discutida si no es explicada correctamente, pues requiere tener por sentado lo siguiente: sólo necesita reconstrucción lo que está caído o mal hecho.

    La pregunta que surge es ¿Puede la Iglesia necesitar ser reconstruida? Jesús dijo en Mateo 16:18 edificaré mi iglesia, de modo que este título puede estar diciendo que Jesús es un mal constructor, pero el Señor no sólo se comprometió a edificarla, sino que además tiene todos los atributos para hacerlo bien, ¿le enseñaré yo cómo la debe edificar? ¿Le diré que su obra no ha sido bien hecha? O bien, ¿será posible que, habiendo tenido él la iniciativa de su fundación, se le hayan colado manos humanas que la transformaron en algo muy distinto al diseño original, perdiendo él la dirección de su obra? No sería raro, ya que parece ser la especialidad del ser humano deshacer lo que Dios ha querido construir.

    Pero se trata de un proyecto de Dios… si sólo se tratara de una obra encargada a hombres que leyeron mal los planos, nadie podría cuestionar mi derecho a criticar, pero se trata del Señor. Además, él fue categórico en afirmar que nada prevalecería sobre ella, ni la muerte.

    Por otro lado, si manos humanas intervinieron y produjeron alteraciones, ¿Se podrá seguir llamando iglesia el resultado así obtenido?

    Aquí es donde me veo obligado a dar explicaciones.

    Es común escuchar y leer a expositores que hablan mal de la iglesia, atribuyéndole muchos defectos. Dicen cosas como la iglesia está mal, la iglesia ha errado el camino, en la iglesia hay pecado, los pecados de la Iglesia y muchas cosas semejantes o peores. Yo solía empatizar con expresiones como éstas, así como muchos lo hacen, pero he considerado que se debe ser cuidadoso con esto, porque por las Escrituras sabemos que la Iglesia es llamada también la Esposa de Cristo, fue Jesús quien se presentó a sí mismo como el esposo (Mateo 9:15; Mateo 25:1-13 Parábola de las diez vírgenes), lo mismo dice Pablo en 2 Corintios 11:2 y, finalmente, en Apocalipsis 19:9-10 se habla de las Bodas del Cordero para representar el encuentro de Jesús con los escogidos. ¿Puedo hablar con toda libertad acerca de la esposa de otro, más todavía si ese otro es nada menos que Jesús? ¿No será una tremenda falta de respeto hablar así? Yo no quiero formar parte de ese club y sin embargo aquí estoy diciendo que la iglesia tiene que ser reconstruida.

    Por eso necesito aclarar de la mejor manera a qué me refiero.

    ¿Qué iglesia es la que criticamos? ¿La fundada por Cristo o esta entidad que ha llegado a ser tras largos años de intervenciones humanas?

    ¿Existen dos iglesias, una verdadera y otra falsa, una original y otra que es solo una mala copia, una visible y otra sumergida? Si es que estamos de acuerdo en que existen al menos dos iglesias, una de las cuales sería una distorsión de la original ¿por qué no tratamos de comprender las diferencias para deshacernos de todo lo que está de más? Porque es evidente que los cristianos andamos dando botes por la vida desde hace bastante tiempo, lo que significa que no hemos estado a la altura de nuestro llamado y que el mundo se ha hecho una imagen falsa de Dios y de su Hijo, todo gracias a los llamados a darlo a conocer –Su iglesia- de modo que muchas veces lo que rechazan no es a Jesús, sino a su imagen distorsionada por nosotros, un falso Jesús.

    El daño está hecho, aunque esto no exonera a quienes lo rechazan. Tenemos una enorme responsabilidad y debemos hacernos cargo de la situación.

    Para el efecto de dar la explicación más clara posible acerca de lo que estoy exponiendo, comenzaré por distinguir la palabra iglesia en las tres acepciones o usos que solemos dar a este concepto:

    1. LA IGLESIA COMO EL CUERPO DE CRISTO

    Así la representó Pablo (Efesios 1:22-23).

    Se trata de un cuerpo espiritual y, por lo tanto, invisible, que está integrado por personas específicas, escogidas, nacidas de nuevo, acreditadas por Dios, seleccionadas. No se llega a pertenecer a ella mediante un proceso de postulación o por sorteo ni se acredita por medio de una credencial de membresía u otro documento oficial, sino que se llega a formar parte de ella por una elección de Dios. Son nacidos de Dios (Juan 1:12-13), él mismo participa en el nacimiento de cada uno de los que llega a ser parte de la iglesia y la forma de acreditar la pertenencia a este cuerpo sólo sabrá distinguirla el Señor en el día de la gran cosecha.

    Jesús, en Juan 15:16 nos dice: "No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes", en Juan 6:37 dijo: "Todos los que el Padre me da vendrán a mí; y al que a mí viene, no lo rechazo" y lo recalcó en el versículo 39: "Y esta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final" (énfasis añadido por mí). En todos los casos se refiere a las personas que serán sus seguidores, a los hijos, y en todos los casos nos deja bien claro que estas personas no tuvieron nada que ver ni nada que hacer ni nada que decidir para pasar a formar parte de la familia de Dios. Se trata de un acto por completo divino y con ellos Jesús está edificando Su Iglesia.

    ¿Quién conoce a las piedras vivas con las cuales se construye esta casa espiritual, según 1 Pedro 2:5? Ninguno de nosotros, sólo son conocidos de Dios, como dice Pablo en 2 Timoteo 2:19 El Señor conoce a los suyos.

    Al recibir el tratamiento de cuerpo se nos da la idea de una estructura biológica. Tiene organización, pero una semejante a los cuerpos vivos.

    Por lo tanto, la Iglesia, que no es una construcción física ni una persona jurídica, está siendo edificada por el Señor con cada uno de sus escogidos. Es un cuerpo espiritual, invisible, sumergido, anónimo y en construcción, porque se ha venido formando a lo largo de los siglos por miembros de la especie humana de todas las razas, pueblos, lenguas y naciones, y todavía no está completa, porque hay muchos pueblos no alcanzados, muchas etnias con sus respectivas lenguas que no han entrado a la adoración de nuestro Dios. El Señor dijo que así sería y Juan lo vio como un hecho cumplido (Apocalipsis 7:9).

    Además, tenemos el conocimiento, porque también lo dice su Palabra, que un día este cuerpo se hará visible, será conocido, se presentará con Jesús en la manifestación de su gobierno.

    La Iglesia es, por lo tanto, indestructible, intocable, las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella (Mateo 16:18). Con esta garantía, debemos perseverar hasta el final para no vernos en la situación de haber conocido al Señor y aun así perder aquello para lo cual el Señor nos escogió.

    En consecuencia, cuando hablo de la reconstrucción de la Iglesia, NO me podría estar refiriendo a esta Iglesia, pues se trata de algo que es de exclusiva responsabilidad de Jesús.

    2. LA IGLESIA COMO COMUNIDAD LOCAL

    ¿Qué son, entonces, esos grupos de personas que vemos, por lo general, todos los domingos, concurriendo a esos lugares particularmente llamados templos (auditorios, centros de eventos, salones de hoteles, etc.) donde se desarrollan ciertas actividades en el contexto de lo que llaman culto, servicio o fiesta?

    Se trata de grupos organizados de personas que forman comunidades o congregaciones locales, establecidas en un lugar determinado, que visibilizan el cuerpo de Cristo. Me gusta el término comunidad local, aunque el uso más común de llamarlas es simplemente iglesia local.

    Una iglesia local tiene una doble naturaleza. Por un lado, en su esencia –cual más, cuál menos- es parte de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, y por otro, en cuanto a su forma, es la conexión de un grupo de personas. Por lo tanto, es lo que todos los hijos de Dios somos: espíritu y carne, la unión de dos naturalezas, una invisible y otra visible.

    Por tener esta doble naturaleza es que podemos decir que no todos los que asisten o se congregan o tienen carta de membresía en un grupo particular son, por este solo hecho, miembros del Cuerpo de Cristo, ya que, si se trata de grupos abiertos, ampliamente inclusivos, cualquiera puede integrarse sin que esto signifique plena adhesión a las enseñanzas de Jesús; si se trata de grupos cerrados, pretendidamente más apegados a la doctrina, tampoco puede tenerse la plena seguridad debido a esa inclinación tan auténticamente humana como es la hipocresía, que obra en todos nosotros como espíritu protector de nuestra imagen.

    Es decir, muchos pueden estar sólo de paso, como simples oyentes o de manera desinteresada o como intérpretes libres de la parte que les interesa solamente, y otros pueden formar parte de la comunidad, pero vivir una vida de fingimiento. Así es, no todos los miembros de las comunidades locales pueden darse por seguros miembros del Cuerpo de Cristo. Esto lo digo sin ánimo de ofender ni porque tenga la vara con la cual seremos medidos, sólo puedo hacer la advertencia y repetir la exhortación apostólica de cuidar la salvación y a los que se sienten firmes, que pongan atención a cómo caminan.

    Aun siendo así, con todos los defectos que puedan cargar, y aquí se encuentra una posible contradicción, las iglesias locales pueden concebirse a sí mismas como parte del Cuerpo de Cristo, independientemente de su estado general. Esto lo podemos comprobar en los siete mensajes que Jesús envía a las iglesias del Asia Menor, que se pueden leer en Apocalipsis 2 y 3.

    En este grupo de iglesias encontramos algunas que ni siquiera merecen un elogio de parte del Señor, sino sólo reproches, aun así, son llamadas iglesias, porque nunca faltará encontrar en ellas algún hijo fiel al Señor. Se trata de grupos humanos que tienen todos los problemas que tienen los grupos humanos, incluso peores, aunque se esfuercen por esconderlos por protección de la imagen institucional o por querer hacer un favor a Dios.

    El hecho de que Jesús llame iglesia y trate a estos grupos humanos como parte de él, es lo que le autoriza para advertir que no todos pueden sentirse seguros y que les conviene revisar permanentemente sus creencias y prácticas para mantenerse en el camino correcto, pues la posibilidad del error está siempre presente y las consecuencias son fatales. Creo que los hijos de Dios necesitamos mantenernos en esta tensión, para no pecar de exceso de confianza o confundir la bondad de Dios con buenismo (el buenismo es la actitud de quien, ante los conflictos, rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia).

    Es inevitable que existan las comunidades, Jesús visitó comunidades judías, predicó en ellas y validó el funcionamiento de las que se formarían en el futuro cuando previó el modo de resolver conflictos que se produjeran entre hermanos (Mateo 18:17). Además, se dirigió a algunas de ellas con determinados mensajes (Apocalipsis 2 y 3). Posteriormente, los apóstoles establecieron comunidades y se dirigieron a ellas por medio de sus epístolas para ayudarlas en su crecimiento.

    No sólo son inevitables, sino que también es deseable su existencia. Nos conviene formar parte de una comunidad de personas que comparten una naturaleza espiritual que es contradictoria a la naturaleza humana. Hay en ellas un valor que el propio Jesús se encargó de resaltar y los apóstoles se encargaron de implementar.

    Como es inevitable su existencia (y la existencia de problemas) éstas han debido encontrar la forma de ser dirigidas y administradas, lo que ha terminado siendo tema de cada comunidad o de la institución a la que pertenecen. Aquí encontramos la segunda naturaleza, la parte humana, la que necesita organización.

    Toda comunidad por pequeña que sea necesita sujetarse a alguna clase de organización y aquí es donde aparece el gran problema, porque esta comunidad de personas que hace visible el Cuerpo de Cristo, muchas veces lo que exhibe es cualquier cosa distinta a lo que Jesús espera de ella, tal como el mismo Señor lo hace ver en sus mensajes a las iglesias del Asia Menor.

    Esta tarea de organizar y dirigir las comunidades es lo que se vino a transformar en la principal fuente de conflictos y divisiones.

    Por lo tanto, la comunidad local, esta que es en parte cuerpo espiritual y en parte institución humana, es la que necesita ser reconstruida o, como también se ha dicho, necesita ser reconfigurada. Tiene que ser más cuerpo y menos institución.

    Identificado el problema respecto del cual no creo que exista una doble opinión, ¿qué es lo que vendría?

    Ya son varias las voces que están pidiendo que la iglesia vuelva a sus raíces, lo que significa en la práctica pedir a las comunidades locales que desmantelen sus estructuras, cosa que considero imposible por ir en contra de tradiciones arraigadas y porque la mayoría forma parte de una estructura con la que está vinculada en una relación de subordinación. No me parece que alguna, grande o pequeña, esté dispuesta a hacer el camino inverso para permitir que las iglesias locales se parezcan a lo que fueron las primeras comunidades cristianas.

    Si una cosa así ocurriera, sería un fenómeno marginal. Tal vez en el futuro se pueda ver a muchos grupos descolgándose de las organizaciones para crear pequeñas comunidades de creyentes que intentarán mantener su identidad, acercándose a las prácticas de los primeros cristianos. Será visto con escándalo por las organizaciones tradicionales, pero creo que muchos lo intentarán con todas sus fuerzas, aunque tal vez no puedan evitar volver a parecerse a una nueva institución, sin embargo, el esfuerzo es encomiable y creo que es lo que se debe hacer.

    Después de todo lo dicho ¿qué es lo que se debe reconstruir? O ¿qué es lo que pretendo decir al usar este concepto de reconstruir la iglesia?

    Ya he aclarado que no podría estar refiriéndome a reconstruir el cuerpo espiritual, tarea que es única de Cristo. A lo que me refiero es a reconstruir el concepto de iglesia local o comunidad local, como me gusta llamarla, a partir de la pregunta de ¿cómo la comunidad local se convierte en un real aporte para la edificación de la Iglesia que está llevando adelante Jesús? o ¿cómo la comunidad local deja de ser representante de su propia denominación o ministerio del que forma parte y busca con todas sus fuerzas parecer una más fiel representante de Jesús?

    Me parece que el camino de reconstrucción de la comunidad local pasa por el replanteamiente de tres elementos: (1) Su forma, (2) La comprensión de su papel en el gran proyecto de Dios o lo que, de acuerdo a las Escrituras, es la función que Dios ha pensado para ella, y (3) El mensaje que debe entregar, con la finalidad de poder avanzar en lo que Dios se ha propuesto alcanzar.

    Estas tres cosas, la forma, la comprensión del rol de la comunidad local dentro del proyecto de Dios y el mensaje que debe entregar, es lo que se vino desdibujando con el correr de los años al punto que hoy podemos decir que poco tiene que ver con el diseño original de Jesús.

    Lo que acabo de decir no debe ser sorpresa para nadie, no soy el primero ni el único en decirlo. Otros con mejor tribuna que yo lo vienen diciendo desde hace tiempo, aunque también veo que para arreglar la situación muchos se empecinan en mejorar lo existente, sólo intentan mejorar lo que conocen y no se atreven a dar pasos más radicales en la dirección correcta.

    Imagino que cuando Lutero empezó con los cuestionamientos a su iglesia matriz no podía prever lo que vendría y resultó una verdadera revolución, un giro radical en el cristianismo. Del mismo modo hoy, tengo la impresión de que no somos capaces de visualizar lo que vendrá en el futuro, pero creo sospechar que será algo tan o más radical que la Reforma Protestante, sólo que alcanzará a los que nacieron de ella.

    Por ahora, sólo diré esto: tengo la impresión de que el próximo paso vendrá por el lado de la reformulación de las comunidades locales, en el rompimiento de ésta con todo lo conocido hasta ahora, con todo el modelo organizacional que hemos heredado, cualquier que sea nuestro trasfondo bíblico-cultural.

    Y esto debe pasar porque ya no basta con ser un francotirador, como son muchos predicadores, o sólo reconocer y lamentarse que la iglesia se encuentra bien lejos de representar el evangelio de Jesús mientras esperamos que alguien haga algo. Lo que corresponde es ponernos serios, dolernos, arrepentirnos, confesarlo como pecado y tomar decisiones.

    Esto lo digo como un postulado, aunque tampoco me siento alguien llamado a emprender una cruzada por la reconstrucción de las comunidades locales. Apenas me siento llamado a tratar de hacer que el pequeño rebaño del que actualmente somos pastores junto con mi esposa se parezca más a lo que Jesús quiso tener para poderse manifestar y pueda elogiar como lo hizo con la iglesia de Filadelfia (Apocalipsis 3:7-13).

    3. LA IGLESIA COMO INSTITUCIÓN

    Resulta muy necesario mencionar un tercer concepto o acepción que tiene relación con la iglesia, que no tiene nada que ver ni aparece mencionada en las Escrituras y, sin embargo, ha tomado una relevancia tal que parece que es el que prevalece por encima de los otros dos a la hora de hacer una mirada objetiva sobre este asunto.

    Aunque entendemos que la iglesia es un cuerpo invisible que se visibiliza a través de las comunidades formadas por hijos de Dios repartidas por todo el mundo, el crecimiento numérico que empezó a registrar condujo a una forma de organización que llamaré iglesia institucional o iglesia organizada. Se trata de un nivel intermedio que se ha instalado entre la Iglesia Universal y la iglesia local, como un elemento articulador y normativo de las comunidades locales, que asume la representatividad de éstas y, en definitiva, de la iglesia universal.

    Históricamente, la aparición de diversos grupos por todas las ciudades del imperio romano y su posterior crecimiento en la medida que se iba expandiendo el conocimiento del mundo, condujo a estos grupos de seguidores a tomar una forma de organización, lo cual aparece como de toda lógica.

    Si seguimos rápidamente el desarrollo histórico, encontraremos que después de las unidades locales, han debido organizar unidades territoriales. Parte de esto se puede ver en las cartas de Pablo a Timoteo y a Tito. Timoteo debe poner orden en la iglesia de Éfeso, una ciudad, y Tito, por su parte, debe abocarse a la misma tarea en la iglesia de Chipre, un territorio más extenso.

    Es indudable que estos cuerpos locales debían asumir algún tipo de orden, por lo tanto, desde nuestra óptica humana, nos parece una obviedad esta intención de organizar y normar el funcionamiento de las comunidades locales, tanto individualmente consideradas como en su relación con otras con las que mantenía alguna clase de vinculación.

    Avanzando en el tiempo surge una gran institución aglutinadora que siguió el mismo esquema de organización político-administrativa del imperio romano. Seguramente esto vino desarrollándose con el tiempo, pero se hizo evidente en la época de Constantino, a inicios del siglo cuarto. Esto da inicio a la primera manifestación de iglesia institucionalizada que se da por nombre Católica, Apostólica y Romana, que como institución domina la cristiandad occidental sin contrapeso hasta el siglo XVI, cuando surge el movimiento de la Reforma Protestante que da inicio a una nueva forma de organización que en conjunto podemos llamar Iglesia Protestante o Reformada.

    Por el lado oriental surge la Iglesia Ortodoxa que también reconoce su origen en Jesús y sus apóstoles, que tiene tuición sobre las comunidades cristianas de la mitad oriental del Mediterráneo a través del sistema de patriarcados. Ésta se separó de la iglesia romana en 1054.

    Las comunidades que nacen a partir de la Reforma Protestante se traducen en nuevas instituciones con variedad de formas y creencias, a partir de las cuales se desprenden nuevas denominaciones hasta el día de hoy. Cada nueva que nace asume su propia institucionalidad, tanto en forma como en contenido que imposibilita poder relacionarlas a todas, siendo posible únicamente darles el nombre genérico de iglesias evangélicas.

    Sería largo e interminable pretender seguir describiendo este desarrollo, pero no ha dejado de suceder que, a veces en paralelo y otras veces unas detrás de otras, con el correr de los años han venido apareciendo muchas organizaciones, con diversas formas, propósitos específicos, denominaciones, variedad de creencias, variedad de énfasis, etc. Tantas como entrenadores tiene la selección chilena de fútbol cuando se debe nominar a los jugadores que la integrarán o se presenta a jugar.

    Alguien ha llegado a concluir que en el mundo existen 33.000 denominaciones cristianas de todos los tipos. No sé cómo llegó a esa cantidad, pero cualquiera que sea, son miles, todas distintas, aunque algunas con leves matices.

    ¿Qué tienen en común todas ellas? Que se trata de organizaciones en el sentido administrativo-corporativo, lo que en el derecho se conoce como personas jurídicas o, las que, sin tener personalidad jurídica, son meras asociaciones de hecho.

    Son grupos organizados de personas que por su propia naturaleza necesitan estatutos constitutivos, con declaraciones de objetivos, con estamentos internos, jerarquizadas. En ese sentido, no tienen diferencia con una junta de vecinos, una asociación de padres, una fundación, una corporación, una empresa o cualquier forma de grupos intermedios en que comúnmente suelen asociarse las personas para alcanzar fines específicos.

    La única diferencia es que en este caso las personas se reúnen para fines religiosos, así como las hay para fines deportivos, culturales, educativos, gremiales, etc.

    La iglesia se convierte en una institución cuando decide que es necesario organizar, dirigir y administrar las comunidades locales que poco a poco van naciendo y busca fórmulas para ello inspirada en lo que observa a su alrededor. Parece lógico pensar que esto era más que necesario, si es a lo que derivan todos los grupos para llegar a presentarse de manera seria ante la sociedad y si quieren realizar un buen trabajo. Así es como todos damos por hecho de que nada se puede cuestionar de este proceso de institucionalizar la iglesia… ¿será así? Veremos.

    Cuando hablo de iglesia institucional me refiero a las entidades que están un nivel más arriba que las comunidades locales en la escala jerárquica, son esas organizaciones que en el ámbito evangélico son llamadas comúnmente denominaciones o ministerios (eclesiásticos o paraeclesiásticos) que reúnen, norman, apoyan, supervisan y administran con mayor o menor extensión a las comunidades locales, de modo que la iglesia institucional adquiere múltiples tamaños, formas, creencias y estilos. Puede también tratarse de una sola gran comunidad, aunque lo normal será que reúna a varias. Algunas son más apegadas a lo bíblico, o pretenden serlo, y otras se han alejado mucho de lo que debería ser su fuente, algunas son más vigorosas que otras, algunas son más influyentes que otras, algunas son más atractivas que otras, algunas son de larga data y otras nacen cada día, algunas nos parecen más apegadas a la sana doctrina y otras nos siembran profundas dudas, y así podríamos seguir hasta el infinito encontrando características, similitudes y diferencias.

    Además, algunas están más desprestigiadas que otras. Aunque las más prestigiosas, si todavía quedan, no deberían estar muy contentas tampoco, porque la verdad es que en cualquier momento se les viene la noche encima.

    Como dije, la iglesia institucional nació con la pretensión de organizar, dirigir, supervisar y administrar las comunidades locales, muy probablemente se hizo con la intención de mantener la unidad, tener representatividad, adquirir fuerza, etc. y si la intención fue buena, el resultado ha sido nefasto.

    Empecemos con la Iglesia Católica, ¿qué es? Una institución jurídicamente reconocida, una empresa multinacional, una entidad religiosa, un sistema, un poder político, cualquier cosa, pero cualquier conocedor de las Escrituras sabe que no anda ni cerca de representar lo que Cristo quiso edificar, a lo que se agregan todas las evidencias de corrupción que han salido a la luz en los últimos años. Hoy la Iglesia Católica es un cascarón que lucha por conservar su esplendor e influencia, pero que va en picada imparable.

    En Chile este proceso ha sido especialmente notable. Si hace una década el 73% de la población se declaraba católica, hoy sólo lo hace el 45% (en el resto de Latinoamérica pasó del 80% al 59%). La gente que se desencanta del catolicismo no se traslada a otras religiones, el promedio de evangélicos se mantiene estable, ¿en qué categoría se agrupa esa gente? Chile ha sido el país donde más ha crecido el número de personas que se declara agnóstico, ateo o sin religión, llegando actualmente al 38%,

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