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Hay en esta obra, como en toda la obra anterior de Pualuan, no una re-creación que moviliza a la mayoría de los escritores, sino que una construcción de la realidad, tal como proponía Huidobro en su teoría creacionista, donde el valor literario reside en no ser un esclavo de la realidad, sino proponer un mandato explícito: inventar lo que no existe.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 sept 2017
ISBN9789563241716
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    Última ventana - Liliana Pualuan

    Arteche²

    PRÓLOGO

    ¿Qué es posible observar desde las últimas ventanas? ¿Qué veríamos si tuviéramos ojos facetados para mirar desde esa última ventana? ¿Qué ve la escritora Liliana Pualuan desde su última ventana? ¿Qué vemos los lectores desde donde nos permite la autora asomar nuestros ojos curiosos? Liliana Pualuan lo sabe y eso es lo que prodiga a manos llenas: Rosamarius jugó muchas veces a seguir el camino de las palabras, pero nunca pudo recoger los pedazos de las historias esparcidas del abuelo Fedro.

    Grande es la sorpresa y la maravilla que se despliega ante nuestros ojos ávidos, que son de inmediato aprisionados por la intensa niebla de Pueblo donde la Casa Gris […] esa que desaparece cuando hay niebla, era la casa gris de mis sueños. Su mundo es resuelto a la manera en que Huidobro lo pensaba: no cantéis la rosa, oh, poetas/ hacedla florecer en el poema. Y es lo que aquí sucede, como en esos antiguos libros para niños donde se abrían las páginas y se desplegaban castillos, bosques, y había que mover un pequeño cartón saliente en la figura para que los personajes adquirieran vida y movimiento, y desde ella misma, la imagen, hablara lo que la historia de palabras deja en un sustrato destinado a ser descifrado por los niños más curiosos e invencibles en actos de magia: la historia puede estar escrita en cualquier parte, hasta en la piel, a veces es visible y otras no.

    Se dice que en Pueblo hay desaparecidos que no quieren irse, que dejan sus raíces y se transforman en plantas, en árboles, o se quedan como ánimas. Deambulan por el lugar y alojan en pequeñas casas construidas a las orillas de los caminos, cerca de donde los encontró la muerte. Por eso Pueblo no existe. Es decir, existe y no existe. Es la metáfora-símbolo de una Patagonia que permanece intocada en un cajón secreto de la memoria de la autora. En Pueblo los sueños son parte de la ruta que hay que recorrer; interrumpirlos es dejar al que sueña, perdido.

    Los personajes tampoco existen. Sin embargo, vaya si existen aunque parezcan invisibles, como advierte Circium, al observar que nadie los ve: Quién sabe si no hay brujos y si las estatuas no son maleficios y si los que no nos ven, no ven por estar hechizados. Y por allí también transitan los Macuñ, las Mantas, el Millalobo, el Caleuche, los Marinantes, no marinos, el Camahueto y otros seres del mito y la leyenda que transforman a Pueblo en ese lugar privilegiado donde todo es posible. Sus personajes tienen nombres como Celidonia, Fedro, el señor Vuelvepiedras que usa gruesos zapatones, don Logopodo y su familia encargados de reparar los zapatones de los Pueblinos porque todos son caminantes, trovadores y trocantes. Hallazgos también son la Cuentacuentos, una ronda de niños proféticos: Myosotis, Ocenebra, Pumilio, Chaura, que saben con absoluta certeza que ellos caminarán por la historia para terminar víctimas del tiempo que nos hace más viejos.

    Los libros también forman parte de la leyenda de Pueblo: ¿Y los libros verdes traen cuentos?, preguntó Michay, en tanto indicaba el luche que, prensado y en el orden que estaba, parecían libros. Se acercaron al muelle ancianas hilanderas y cardadoras. Antes de que Percebe respondiera, las hilanderas hablaron: No puede cualquier cristiano encontrar historias en ellos, y los que dicen leerlas, las saben de oídas como nosotras, dijo una de ellas. ¿Cuándo del mar van a salir escritos? Salvo que vengan en botellas, ¿pero en el luche? Excepto que sean brujos o seudolólogos podrán no solo leer sino ver cualquier cosa que no esté allí. Esas hojas de luche traen el olor del mar y el color oscuro de las olas cuando hay tormenta, pero letras ¡nooo! Las palabras no vienen atadas a las melgas ni a las hojas del luche.

    Hay en esta obra, como en toda la obra anterior de Pualuan, no una re-creación que moviliza a la mayoría de los escritores, sino que una construcción de la realidad, tal como proponía, insisto, Huidobro en su teoría creacionista, donde el valor literario reside en no ser un esclavo de la realidad, sino proponer un mandato explícito: inventar lo que no existe. Es por esa razón que el autor-lector-personaje en la obra de Liliana Pualuan sabe que: a veces uno llega donde no quiere, de todos modos hay que hacer la exploración. Igual no obedece el lanchón, como si estuviera prefijado este camino. O bien la pregunta certera para saber qué es cierto y qué no los es: ¿Se puede ir por ese camino?, preguntó Celidonia. —Puedes, con la mirada. —Es la primera vez que voy con los ojos hacia la luna. Y eso hace Liliana Pualuan de un modo único y magnífico, va y vuelve una y otra vez con los ojos hacia la luna de la mano del lector.

    No podemos hablar en su caso de relato fantástico, no podemos decir realismo mágico, no podemos nombrar lo ya conocido hasta ahora. Ella sería, a mi parecer, la primera escritora neocreacionista de la narrativa universal. Para tal afirmación cito algunos fragmentos del manifiesto creacionista de Vicente Huidobro, el famoso Non serviam que puso en jaque a los escritores de su tiempo:

    Non serviam. No he de ser tu esclavo, madre Natura; seré tu amo. Te servirás de mí; está bien. No quiero y no puedo evitarlo; pero yo también me serviré de ti. Yo tendré mis árboles que no serán como los tuyos, tendré mis montañas, tendré mis ríos y mis mares, tendré mi cielo y mis estrellas (…) Y no hemos pensado que nosotros también podemos crear realidades en un mundo nuestro, en un mundo que espera su fauna y su flora propias. Flora y fauna que sólo el poeta puede crear, por ese don especial que le dio la misma madre Naturaleza a él y únicamente a él. Y ya no podrás decirme: ‘Ese árbol está mal, no me gusta ese cielo... los míos son mejores’. Yo te responderé que mis cielos y mis árboles son los míos y no los tuyos y que no tienen por qué parecerse".

    Y así sucede con nuestra escritora Liliana Pualuan. Citando a Huidobro podemos entender a cabalidad el trabajo y la propuesta de esta notable escritora. Sin embargo, ella avanza mucho más lejos, da un nuevo giro a esa teoría, una nueva vuelta de tuerca y salta con estilo poético a la narrativa. Esta es una legítima novela escrita de otro modo, con sus propios personajes, cielos, su flora y su fauna. Una verdadera novela del nuevo milenio lo cual se admira y se agradece.

    Teresa Calderón

    CAPÍTULO I 

    VOCES DEL VIENTO

    El thrauco, Draco Maturana 

    "Nunca estuvieron solos nuestros muertos.

    Son ellos los que gimen en la noche

    por nuestra soledad".

    Miguel Arteche³

    Voces del viento

    "Página de dolor, todo se escribe

    en este papel vivo que recibe

    la rúbrica frenética del viento".

    Leopoldo de Luis

    Las voces arrastradas por el viento se fueron imprimiendo en un zurcido mágico que une huecos de la memoria.

    La naturaleza deja marcas profundas, señales que se graban en arcilla y en piedra. 

    Los ríos se desbordan. La fuerza de la corriente arrastra pedazos de tierra, casas con sus habitantes, familias enteras que reposaban confiados en el lugar, caminantes desprevenidos. Corrientes juguetonas que cantan se transforman en crueles monstruos que destruyen a su paso todo. Es una lucha desigual.

    Cuando viene el frío más frío y abraza a algunos de los pueblinos, quedan congelados, no se sabe si vivos o muertos. Y hay que esperar el deshielo para enterarse. 

    Se dice que en Pueblo hay desparecidos que no quieren irse, que dejan sus raíces y se transforman en plantas, en árboles, o se quedan como ánimas. Deambulan por el lugar y alojan en pequeñas casitas construidas a las orillas de los caminos, cerca de donde los encontró la muerte. 

    Las hilanderas de Pueblo van entretejiendo las historias con sus telares. Se escucha sobre los brujos y sus aquelarres, que son parte de los misterios de este lugar, lugar que es elegido por lo apartado, porque aún existen bosques y aguas cristalinas, porque hay silencio y lugares donde el viento, la naturaleza cantan. 

    En las noches oscuras, surcan los cielos los brujos con los macuñ, iluminan el camino mítico que se cruza con los otros caminos que llegan o parten de Pueblo.

    Algunos pueblinos afirman que el viento trae las voces de los que no están, otros dicen que es solo la voz del viento.

    Al abrir el baúl

    "Abro un baúl 

    y escapa un perfume

    antiguo.".

    Alfonso Calderón

    Desde la ventana Aplysia miró hacia el día oscuro. 

    —Parece un espejo —dijo en voz baja.

    La anciana Egretta se cubrió con las manos el rostro, como evitando que le entraran las palabras de Aplysia.

    —No entenebres, no entenebres —exclamó con cierta desesperación Egretta. 

    La piel de Egretta traía las huellas del tiempo. De su memoria, borrosa a veces, emergían imágenes que la asustaban. La curva de su espalda, la piel como pergamino pegado a los huesos, eran la encarnación de siglos.

    —Reflejan mi oscuridad —insistió Aplysia.

    —¿Tu oscuridad? ¿No será que en mí lees historias que te dejan tristeza? ¿No será que mi pasado esta sobre tu presente y tu futuro, pequeña Aplysia? ¿Y mi reflejo y mi sombra oscurecen tus pasos, y tus días? ¿Dónde se ha ido tu sonrisa, que es como un sol en esta tierra de sombras? Yo, ya no duermo, dormir es acortar el tiempo. Quiero sentir cómo se desliza, cómo se hace camino en el cuerpo, en el alma. 

    —Lo que tú arrastras, abuela, es tuyo y mío, aunque he caminado menos que tú, siento la carga, no solo me hablan tus palabras; tu rostro, tu cuerpo, tu mirada, tu caminar cansado, son otro espejo que trasunta melancolía. El tiempo no se detiene, y a su paso deja marcas que no se borran, aunque a veces Leteo parece sumergirlas en alguna parte. 

    Fue un día de prolongados silencios. Egretta descansaba en el sillón de la sala. Aplysia dejó de mirar por la ventana. Llegaron las sombras de la tarde hasta confundirse con la noche, con ella vino el sueño. La niña se quedó dormida, Egretta quedó a su lado, no había soledad en su vigilia. Como otras noches abrió el baúl de sus recuerdos y emergieron de él con vida personajes de su infancia, ella misma niña como Aplysia, en las callejas húmedas de Pueblo cantando con otros niños, abriéndose camino en el boscaje. Pensó que en el dibujo que los años le han dejado, no se perciben las notas de alegría, y lo que se recoge en el camino pesa tanto, que en el lugar de los buenos recuerdos hay olvido.

    Aplysia gemía, como si dolores intensos la asaltaran durante el sueño. Egretta dejó que sus pesadillas transcurrieran. No la despertó. Dejó que cruzara su sueño, para no dejarla en medio del camino.

    —Los sueños tienen principio y fin —se dijo.

    En Pueblo los sueños son parte de la ruta que hay que recorrer; interrumpirlos es dejar al que sueña, perdido.

    Aplysia, al despertar, relató parte de su sueño:

    —Me encontré en una senda desconocida, quería volver a casa y no sabía cómo; alguien me conducía a la fuerza lejos y yo quería volver a casa.

    Egretta, le dijo: 

    —Cuando se parte ya no se puede regresar al mismo lugar, hay rastros que se pierden, algunos podemos reencontrarlos

    en los recuerdos.

    Los leños hablan

    "Alguna vez

    alguna vez tal vez

    me iré sin quedarme

    me iré como quien se va (…)".

    Alejandra Pizarnik

    Lo primero que vio Silene Alba desde su ventana cuando se asomó al mundo fue un tronco de árbol centenario.

    —Aquí —dijo doña Siringa, la madre de Silene Alba— los árboles no dejan ver a las personas.

    —Sí —afirmó don Tepa— nuestras raíces están en la tierra. Los árboles son habitantes de este lugar. Arrancar un árbol es sacar un pedazo del alma de Pueblo.

    Se dirigían a un afuerino que decía querer trabajar en los bosques, cortar árboles, hacer madera y leña para llevarla fuera de Pueblo.

    —No se negocia con la vida —dijo don Tepa—. Aquí no se admiten despobladores de bosques. En Pueblo, por el frío, la escarcha y la nieve, solo los que ofician de leñadores pueden sacrificar árboles. 

    —Los leños hablan —dijo doña Siringa—. En Pueblo los niños

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