Mi mamita Julia
Por Ivonne Grimal
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Ana María Güiraldes.
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Mi mamita Julia - Ivonne Grimal
Mi Mamita Julia.
Autora: Ivonne Grimal
Editorial Forja
Ricardo Matte Pérez N° 448, Providencia, Santiago-Chile.
Fonos: +56224153230, 24153208.
www.editorialforja.cl
info@editorialforja.cl
www.elatico.cl
Diseño de portada : Marisol Rosas
Fotografía portada: Depositphotos.com/AKarelias
Fotografía de la autora: Marisol Rosas
Edición electrónica: Sergio Cruz
Primera Edición: agosto, 2013.
Prohibida su reproducción total o parcial.
Derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Registro de Propiedad Intelectual: 230693
ISBN: Nº 978-956-338-125-2
A mamita Julia y todas las mamás o mamitas
que entregaron su amor, cariño y cobijo
cuando éramos pequeños y tan necesitados.
A mis nietos:
Federico, Nicolás, Lucas, Paulina, Valeria,
Cristóbal, Catalina, Francisca, Santiago,
Cristián, Felipe, Jacinta.
Y mi bisnieto Joaquín.
LA POESÍA DE LA PROSA
Por medio de estampas escritas en prosa amparada de poesía, Ivonne Grimal desata el hilo de una memoria de ficción para entretejer y unir la vida de dos mujeres.
A través de caminatas por la ciudad y la pre cordillera, conversaciones junto al fuego, ventanas abiertas al verano y a la luna, dedos llenos de harina o tierra, revelaciones y rebeliones, veremos el ir, regresar y volver de recuerdos que dan origen al diálogo entre la protagonista y Julia, una mujer que la cuidó de pequeña y a la que llama mamita.
La niñez, juventud y madurez de la protagonista aparecen cosidas a la falda y corazón de Julia. En cada una de estas estampas, le habla de lo que quiso, lo que tuvo, lo que le faltó y lo que ambas conocieron. Aparecen los detalles infantiles: "Me gustaba estar en tu pieza aunque no estuvieras. Me gustaba sentir ese olor a ti y respirar profundo sobre tu almohada". También revive para ella momentos angustiosos: "En el muro, detrás de mi cama, había colgado un diablo de lana con una horqueta en la mano". Y no falta la confidencia alegre: "Nos reíamos del viento que volaba tu pollera y tú peleabas con él para que no se te vieran los cuadros, como decías tú. Ahora el viento no levanta las faldas, mamita Julia, porque casi todas las mujeres usan pantalones".
Con la mirada siempre dirigida hacia el ayer, el tiempo narrativo se estira y encoje en un escenario de gran intimismo en su fondo y suma delicadeza en la forma. Aparece ante nuestra vista la sacralización del detalle de lo cotidiano para dar importancia a los quehaceres de la vida diaria con sus olores, objetos, colores y texturas, así como ahonda en los ánimos que cambian de la risa al desconcierto o la nostalgia según crecen los años. De este modo, irán pasando al vuelo instantes de dos vidas totalmente distintas en edades e intereses, pero que tienen en común la inmensa necesidad de protección y cariño.
He dicho memoria de ficción. Inventar recuerdos. Creación de pasajes vividos a partir de un yo puramente literario. Contar lo que no se ha vivido pero que parece sumamente real por el don que tiene la buena literatura al entregar la llamada enajenación, que no es otra cosa que permitirnos creer en aquello que nos hace sentir.
Por ese misterio de la enajenación, la mamita Julia logra hacerse de carne y hueso. Esto sucede cuando la autora va mostrando la emoción que le provocan sus detalles de nana buena, cuando vemos la rabia al sufrir su injusticia y al entender el llanto de la ausencia. Julia, la mamita Julia, existe desde el instante mismo en que Ivonne Grimal la describe en una hamaca recién comprada y la hace rezar el Padre Nuestro, al saber que le gustan los Dieciocho para bailar cueca o al describirnos el prodigio de una comida digna en tiempos de vacas flacas. Existe cuando recuerda que "Acostumbraba a hablar sola con amigas invisibles y a contarles historias que imaginaba. Vivía mi fantasía desbordante y la única persona que sabía dónde yo estaba, eras tú".
Hay algo que otorga al libro una característica difícil de definir, pero fácil de captar. La clave está en la voz literaria que entrega Ivonne Grimal en su condición de poeta. Cada estampa está potenciada por una carga que desdibuja la frontera de la prosa narrativa con la poesía en prosa. Desde las primeras líneas, de manera consciente o inconsciente transformó su Mamita Julia en un módulo poético y las palabras resbalaron en el agua clara de las imágenes. "Nací bajo el signo de Cáncer, en un conflicto de agua y viento. Mientras tu aguja bordaba un fondo de viejos olivos, un aguacero confundía mi llanto de recién nacida y mamá reclamaba porque quería un varón (…) Los astros marcaron el silencio de un invierno donde la luna descansaba sobre las ramas. Por el aire de agosto los carámbanos iniciaban su descongelación".
Así cuenta Ivonne, con los cinco sentidos alertas. Busca la palabra que da en el blanco de la retina y de la emoción y nos dedica semblanzas autosuficientes, con un fin narrativo y estético en sí mismas. A la vista está que lo importante es la forma de decir lo que quiere decir. Como buena discípula del siempre vivo Miguel Arteche, ella conoce el poder que otorga el arte poético para usar imágenes que muestran con un relámpago lo que está oculto a los ojos.
Damos la bienvenida a Julia, La Mamita Julia, la mujer que nos habría gustado conocer porque era buena, era alegre y también triste al cargar el peso de su historia en la mirada. Una mujer que vive en un recuerdo que germina a partir del punto final. Esa mamita que creó Ivonne para acurrucarse en su pecho cuando niña y recordarla con la melancolía que trae la madurez. Un personaje que se transforma en persona por la sensibilidad de estos retazos de vida que cuentan y cantan a la vez.
Ana María Güiraldes
Mamita Julia era regordeta. Su pelo negro ondulaba en el viento y sus ojos color miel revoloteaban como las aves sin perderme de vista. Con su delantal color cielo iba de un lado a otro, sonriente, equilibrando el tiempo, entregando paz y lo más importante: casi siempre lo hacía con amor. Le gustaban los chocolates, los higos secos y el manjar blanco, que hervía en paila de cobre y luego dejaba enfriar en el repostero. Era ese el momento que yo arrancaba de su mirada y me subía en un piso para