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Adónde van
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Libro electrónico129 páginas2 horas

Adónde van

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La publicación de La ciudad y la furia (Editorial Forja, 2010), marcó un hito ascendente en la narrativa de Luis Gutiérrez. El libro, mediante un juicio abierto y mordaz, retrata las carencias de la sociedad chilena… El reconocimiento de la crítica fue unánime. Ramón Díaz Eterovic ve en Luis Gutiérrez un “narrador incisivo”, cuyos relatos “atrapan y convencen”. Por su parte, Juan Antonio Massone advierte en su obra un “modo sencillo, directo y sugerente, pero siempre esencial de narrar”. Refiriéndose a los cuentos de La ciudad y la furia, Darío Oses enfatiza sus conexiones secretas y sutiles: “A veces dialogan unos con otros, se interpelan, se refutan entre ellos o se refieren al libro o a la materia del libro, y es lo que lo hace singular y notable”. Finalmente, en su columna del diario El Mercurio, José Promis recomienda no ignorar el volumen de cuentos de Luis Gutiérrez.Gutiérrez Infante ahora nos ofrece su más reciente creación: la novela Adónde van. En ella, reaparece un viejo tópico de la poesía latina: la fugacidad de la vida. Pero esta vez sujeto a las contingencias del mundo actual, a sus riesgos y amenazas, a la precariedad de lo cotidiano.

Basada en una experiencia personal, el autor construye una fábula en la que el protagonista debe superar dos tragedias familiares desatadas por el cáncer. Su instinto lo guiará, sin embargo, hacia un punto de equilibrio y redención. Adónde van es una novela vehemente. El discurso transita del tedio a la esperanza. A ratos, con matices de “realismo sucio”, o bien, con un impulso lírico y nostálgico. Pero, sobre todo, es un relato universal, donde los lectores podrán identificar ciertos retazos de su propia historia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 oct 2019
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    Adónde van - Luis Gutiérrez

    Adónde van

    LUIS GUTIÉRREZ INFANTE

    Adónde van

    Autor: Luis Gutiérrez

    Fotógrafo: Andrés Saavedra

    www.and318.com

    Edición electrónica: Sergio Cruz

    Editorial Forja

    General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile.

    Fonos: 224153230, 224153208.

    www.editorialforja.cl

    info@editorialforja.cl

    www.elatico.cl

    Primera Edición: octubre, 2014.

    Prohibida su reproducción total o parcial.

    Derechos reservados.

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

    Registro de Propiedad Intelectual: 246.211

    ISBN: Nº 978-956-338156-6

    "Bajo el cielo nacido tras la lluvia

    escucho un leve deslizarse de remos en el agua,

    mientras pienso que la felicidad

    no es sino un leve deslizarse de remos en el agua.

    O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco,

    esa luz que aparece y desaparece

    en el oscuro oleaje de los años (…)

    Pero no importa que los días felices sean breves

    como el viaje de la estrella desprendida del cielo,

    pues siempre podemos reunir sus recuerdos…".

    (Jorge Teillier)

    A los que quedan.

    La ruta de los cisnes

    1

    –¿Cómo partió todo? –pregunta el doctor Baeza, del IRAM.

    El médico es amable, cálido, paternal. Su oficina no es un simple box ni una deslavada dependencia hospitalaria. Se trata de un estudio con paredes de caoba que despliegan una serie inagotable de diplomas. Llama la atención un centenar de artesanías que desbordan las repisas: cerámica de Jalisco, chivas de greda y retablos del Perú.

    Ramón Baeza nos atendió puntualmente, a las 9:00 horas, porque en el ámbito privado las cosas funcionan perfectas. Ingresa mucho dinero. En consecuencia, el dueño de una clínica no está dispuesto a que su negocio fracase.

    Camila está esperanzada. La etapa anterior había sido de exámenes y diagnóstico. Durante dos meses se dibujó el mapa de su organismo. El cuadro final resultó aplastante. Sin embargo, ella nunca lo conoció en detalle.

    –¿Cómo partió todo, Camila?

    Mediante una señal al parecer inofensiva.

    2

    Vivimos en el piso nueve de un edificio céntrico. Dos torres unidas por una pasarela metálica en el nivel once. Abajo, una pequeña plaza con juegos infantiles y una piscina de poca profundidad rodeada de jardines. Era verano. Camila y Sofía se bañaban habitualmente a las cinco de la tarde. Yo las miraba desde la terraza. Sofía aprendía a nadar. A ratos se desesperaba y se colgaba del cuello de mamá. Después, flotaba con cierta confianza intentando sus primeras brazadas.

    Un día, Camila se quejó de que le había entrado agua en el ojo, porque veía nublado. No le di mayor importancia al incidente. La gota intrusa pronto tendría que desaparecer.

    Pero la nube se instaló por más de una semana sobre el iris. Entonces, Camila buscó oculistas en la red. El primero fue una burla. Una somera observación y una ingenua sugerencia de usar lentes. Debe ser un médico ilegal, como tantos otros que ejercen en Chile. Luego, en el IOPA, el doctor Agurto nos atendió con mayor rigor. Le solicitó a Camila exámenes de tejido, como lo había hecho antes, y de modo rutinario, con cientos de pacientes.

    Una semana después, Camila volvió con los informes a la consulta de Agurto. Yo la esperaba en la antesala con los niños. Después los llevaríamos a algún sitio para matar el verano antes de irnos al sur. Hojeábamos revistas con desinterés. Mirábamos a ratos el monitor instalado en el muro. Nada importante. Algo de publicidad y video gags. De pronto se abrió la puerta de su despacho. El doctor me buscó con la mirada y me pidió ingresar. En su expresión advertí cierta austeridad. Admito que no tengo un diagnóstico claro para su esposa. Manejo un par hipótesis que tienen solución mediante láser. Sin embargo, preferiría que se hiciera un par exámenes adicionales para descartar otros cuadros.

    Hasta ese minuto la vida era un camino sin trampas. El tiempo, inmóvil y absoluto. El doctor Agurto redactó su derivación cuyo tenor fue intimidante: Probable metástasis en retina de globo izquierdo, de primario desconocido. Evaluar mamas y pulmón.

    Nos miramos inquietos con Camila y entre nosotros se interpuso una sombra. Sabíamos lo que era una metástasis. Su hermano Eduardo había muerto cuatro años antes de un cáncer invasivo. La probabilidad de cáncer es superior en el Norte. Camila nació y creció en Antofagasta. Por lo mismo, la noticia, que había caído sobre nosotros como un mazazo, respondía a cierta lógica.

    Cuando salimos de la consulta, Sofía y Benjamín esperaban con cara de aburridos. Abrazaron a su mamá sin la mínima intuición de que, en su pequeño universo, algo cambiaría para siempre.

    El resultado de la mamografía fue negativo. Camila me contó que cuando le tomaron el examen hubo reticencias e incluso mal humor de una enfermera, por cuanto era un oculista quien solicitaba el procedimiento. La Corporación Nacional del Cáncer no persigue fines de lucro y atiende a pacientes de escasos recursos. Quizás por ello se advierte en parte de su personal una conducta algo autoritaria. Sin embargo, con el tiempo descubriríamos a verdaderos ángeles al interior de esa Corporación.

    Nos dirigimos luego al Hospital Clínico de la Universidad de Chile, aquel viejo edificio emplazado en Independencia. Nos atendió un médico de apellido Jobet. A él también le llamó la atención que un oculista pidiese una radiografía de tórax, y más aún si Camila no reunía el perfil de un enfermo de cáncer pulmonar: no fumaba ni estaba expuesta a contaminantes químicos. En fin, si el señor Agurto lo pide, procederemos, concluyó Jobet.

    El escepticismo manifestado por este último y por la enfermera del Conac jugaba a nuestro favor. Una dosis de alivio. Dos especialistas descalificaban al oftalmólogo.

    Hacía mucho calor cuando Camila fue a retirar las placas. A las 15 horas nos juntaríamos en el frontis del edificio del IOPA, en Huérfanos. Con ambos resultados, el de la mamografía y el de la radiografía de tórax, le demostraríamos a Emilio Agurto que estaba equivocado y que no había de qué alarmarse. Ahora le correspondería a él determinar la verdadera patología de Camila a nivel de retina.

    Camila no llegó a la hora. Andaba sin celular, así que me resultó imposible comunicarme con ella. Recién apareció a las cuatro y media de la tarde. Durante ese lapso pasaron miles de cosas por mi mente, algunas grises y melancólicas y otras con forzados visos de optimismo. Cuando la vi acercarse con un sobre gigante en sus brazos, confirmé mi mal presentimiento. Su rostro hablaba por sí mismo. Pero también en ese minuto conocí su fortaleza: Aparecieron unas sombras en el pulmón izquierdo. Pasé a ver a Jobet y me pidió una biopsia.

    3

    La gente vive quejándose de todo, de cosas sin importancia. Yo, por ejemplo, me quejo de que en Santiago estamos condenados a esperar. En las mañanas, espero un taxi o un bus en Beauchef con el reloj en mi contra. Luego espero un carro de metro con algo de espacio para embutirme hacia Escuela Militar, donde esperaré otro bus para continuar mi viaje. Si voy al supermercado debo esperar mi número para comprar una miserable pieza de jamón. Y después esperar en las cajas a que se recupere el sistema. Vuelvo a casa y espero nuevamente un taxi. Y si pago cuentas o cobro un cheque en el banco, esperar y esperar a que avance la fila.

    La historia de Camila me ha enseñado que lo único importante es la vida. Lo demás son asuntos inferiores. El dinero y el éxito son meras circunstancias que al final no cuentan si se te ha negado la salud, el principal afluente de la felicidad. Pero la tesis resulta contradictoria. El error radica en que, en sociedades injustas, si no se tiene dinero no se puede acceder a una buena atención médica.

    Ahora, esperar los resultados de una biopsia no es un tema fácil. En nuestro caso, doce días angustiantes y sus respectivas noches de insomnio.

    La biopsia la realizó Jobet. Una endoscopía cuya sonda ingresa por la laringe hasta la zona afectada, a nivel

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