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Lugares de paso
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Lugares de paso
Libro electrónico97 páginas55 minutos

Lugares de paso

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Las narraciones breves y las fotografías que conforman Lugares de paso rinden homenaje a la larga tradición de la literatura de viajes –desde las narrativas de exploración, pasando por el naturalismo, hasta las crónicas contemporáneas–. Los textos e imágenes del libro trazan dos líneas autónomas que por momentos se intersectan y que también divergen; instantáneas verbales y fotográficas que registran una serie de recorridos por cuatro continentes y cuya suma de fragmentos conforma un mosaico en el que se cumple el extrañamiento vislumbrado por Robert Louis Stevenson cuando escribió “el viajero es el único extraño”.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
ISBN9789560003621
Lugares de paso

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    Lugares de paso - Sergio Missana; Ramsay Turnbull

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2012

    ISBN: 978-956-00-0362-1

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Sergio Missana / Ramsay Turnbull

    Lugares de paso

    Para Maya, Luis y Sofía

    INDICE

    Palomas

    Venecia, Italia, 1985

    La cocina del infierno

    Nueva York, EE.UU., 1986

    Cada día más lejos

    Atacama, Chile, 1991

    Yo en tu lugar

    Río de Janeiro, Brasil, 1994

    El fin

    Arkansas, EE.UU., 1995

    El crucero del amor

    Truth or Consequences, EE.UU., 1995

    El corazón de las tinieblas

    Pisagua, Chile, 1996

    Amigos americanos

    Éfeso, Turquía, 1997

    La esposa de Dios

    Filadelfia, EE.UU., 1997

    El mayor espectáculo

    Marrakech, Marruecos, 1998

    Insectos

    Nagarkot, Nepal, 1999

    En círculos

    Lhasa, Tíbet, 1999

    Elefante

    Sukhothai, Tailandia, 1999

    Tormenta

    Bahía Halong, Vietnam, 1999

    Invasores

    Mutianyu, China, 1999

    Dientes negros

    Guilín, China, 1999

    Humo y música

    Navan, Irlanda, 1999

    La suerte

    Lima, Perú, 2000

    Cuerpos

    Bombay, India, 2003

    Monstruos marinos

    Tokio, Japón, 2005

    Máscaras

    Ciudad del Cabo, Sudáfrica, 2006

    Aquí voy a morir

    Santiago, Chile, 2008

    Domingo en el parque

    Nairobi, Kenia, 2010

    La catedral sumergida

    Lusaka, Zambia, 2011

    Palomas

    Venecia, Italia, 1985

    Esa mañana un desfile había recorrido la Plaza San Marcos. Aún no desmontaban las graderías provisorias instaladas para la ocasión. La marea de turistas inundaba la plaza y los asientos en el costado de la sombra. En el lado del sol quedaban algunos espacios vacíos en los tablones y me acomodé en uno de la tercera o cuarta fila. Había sido un día largo –mi primera jornada en Venecia tras un viaje nocturno en tren– y necesitaba ese descanso. Lié un cigarrillo y me quedé un largo rato observando a la multitud. Me llamó la atención una mujer. Parecía fuera de lugar en ese gentío. Era rubia, alta, de unos treinta y cinco años, y vestía un uniforme de ejecutiva o secretaria: blusa blanca, falda gris hasta las rodillas, tacos altos. Bajo el abundante maquillaje, su belleza tenía algo de ajado, a lo que contribuía un leve rictus de hastío o desidia. Hablaba gesticulando con un sujeto pálido, calvo, de aspecto burocrático –el terno oscuro y arrugado no menos incongruente que la ropa de ella entre los turistas– que apenas le llegaba a los hombros. El tipo sostenía un viejo bolso de cuero. Lo abrió y extrajo una cámara fotográfica y una bolsa de papel, que entregó a la mujer. Ella retrocedió unos pasos. Arrojó un puñado de maíz a sus pies y sostuvo otro en su mano y, en un instante, se vio rodeada de una nube de ávidas palomas, mientras el hombre la fotografiaba contra la fachada de la Basílica. La mujer se desabotonó la blusa y tiró de su sostén, dejando a la vista uno de sus pechos. Luego el otro. Se agachó en cuclillas y se subió la falda. Noté una especie de zumbido a mi alrededor y tardé unos segundos en darme cuenta que eran los obturadores de decenas de cámaras. Lo mismo ocurría a ras de suelo. Entre la modelo y el fotógrafo se había abierto un pequeño círculo de paparazzi espontáneos. Ese frenesí –que reflejaba la voracidad de las palomas– se debía por entero al contexto: lo que tenían enfrente no era mucho más que lo que se desplegaba todos los días en cualquier playa europea. Reparé en que yo también sostenía una cámara. Desde esa distancia no se iba a ver mucho, pensé. Una aguja en un pajar. Mientras dudaba, la mujer se incorporó de pronto y se arregló la ropa, al tiempo que el fotógrafo guardaba la cámara en su valija. Se adentraron en el gentío y se desvanecieron de un momento a otro como por arte de magia.

    La cocina del infierno

    Nueva York, EE.UU., 1986

    La estación de buses de Port Authority, en la Calle 42 con la Octava Avenida, era un intensa primera toma de contacto con la ciudad, una prueba de fuego. La 42 Oeste –con sus cines porno, sex shops, sórdidos hoteles, montículos de basura, sus grupos de yonquis, traficantes y cafiches, surcada incesantemente por lentas patrullas policiales– era un enclave que conservaba la Nueva York de los peores tiempos, la que había llevado a Travis Bickle, el protagonista de Taxi Driver, a augurar la caída de una lluvia de verdad que va a limpiar toda esta escoria de las calles y a John Carpenter a conjeturar, en 1981, en Escape de Nueva York, un futuro posible en que la isla fuera cercada y transformada en una gran prisión, abandonándola a su suerte, dejando que terminara de imponerse en ella la ley de la selva. Mi vuelo desde Barajas venía

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