Domingo 6 de septiembre de 1987
18:00. El tren que va de Monterrey a México y se llama El Regiomontano arranca a tiempo. Los empleados andan huraños, como siempre. Huele a desidia, a fieltro viejo, a diésel. No sirve el aire acondicionado. ¿Por qué persevero en este amor imposible por los viejos trenes mexicanos de pasajeros? Museos rodantes, las ruinas de los pullman que fueron elegantes cuando, en Estados Unidos, hace sesenta años, cruzaban el continente.
La expresión “mancha urbana” en Monterrey no es una metáfora: mierda, miseria y multicolores en un marco de montañas. Voy en una “cama baja” en un vagón de dormir, como el de la orquesta de señoritas de , la película de Billy Wilder. Me esperan quince horas