El alcalde de Zalamea
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Es, sin duda, una de las obras más populares de Calderón de la Barca y contiene todos los grandes ingredientes de la literatura universal: venganza, pasión, crimen, honor, orgullo, justicia, lucha de clases… Esta universalidad unida a la maestría en la dramatización es lo que hace de esta obra un clásico imprescindible, un texto sorprendentemente actual pese a haber sido escrito hace ya casi cuatro siglos.
La obra está inspirada en los momentos de tensión que se vivió durante la guerra de Portugal y el conflicto social que había en ese entonces, por el desenfreno y descontrol.
La obra narra el drama vivido en la localidad extremeña de Zalamea de la Serena al pasar las tropas españolas con motivo de la guerra de Portugal. El capitán Don Álvaro de Ataide, personaje de extracción nobiliaria es alojado en la casa del labrador rico de la localidad, Pedro Crespo, a cuya hermosa hija Isabel secuestra y ultraja. Cuando Pedro Crespo intenta remediar la situación, ofrece bienes a Don Álvaro para que se case con Isabel, a la que rechaza Don Álvaro por ser villana, es decir de clase inferior. Este desprecio afrenta definitivamente el honor de toda la familia de Pedro Crespo. En pleno trauma familiar, es elegido alcalde de Zalamea y siguiendo una querella cursada a la justicia por la ultrajada Isabel, aún sin poseer jurisdicción sobre el militar, Pedro Crespo prende, juzga y hace ajusticiar a Don Álvaro dándole garrote. La trama se resuelve, cuando el Rey Don Felipe II, revisa la decisión del alcalde, la ratifica y premia su decisión nombrando a Pedro Crespo alcalde perpetuo de Zalamea.
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El alcalde de Zalamea - Pedro Calderón de la Barca
EL ALCALDE DE ZALAMEA
Pedro Calderón de la Barca
PERSONAJES QUE HABLAN EN ESTA OBRA
El REY, don Felipe II
Don LOPE de Figueroa
Don ÁLVARO de Atayde, capitán
Un SARGENTO
SOLDADOS
REBOLLEDO, soldado
La CHISPA, soldadera
Pedro CRESPO, labrador
JUAN, hijo de Pedro Crespo
ISABEL, hija de Pedro Crespo
INÉS, prima de Isabel
Don MENDO, hidalgo gracioso
NUÑO, criado de don Mendo
Un ESCRIBANO
VILLANOS
JORNADA PRIMERA
Salen REBOLLEDO, la CHISPA, y algunos SOLDADOS
REBOLLEDO: ¡Cuerpo de Cristo con quien
de esta suerte hace marchar
de un lugar a otro lugar
sin dar un refresco!
TODOS: ¡Amén!
REBOLLEDO: ¿Somos gitanos aquí,
para andar de esta manera?
¿Una arrollada bandera
nos ha de llevar tras sí
con una caja…
SOLDADO 1: ¿Ya empiezas?
REBOLLEDO: … que este rato que calló
nos hizo merced de no
rompernos estas cabezas?
SOLDADO 2: No muestres de eso pesar,
si ha de olvidarse, imagino,
el cansancio del camino
a la entrada del lugar.
REBOLLEDO: ¿A qué entrada, si voy muerto?
Y aunque llegue vivo allá
sabe mi Dios si será
para alojar; pues es cierto
llegar luego al comisario
los alcaldes a decir,
que si es que se pueden ir,
que darán lo necesario.
Responderle lo primero
que es imposible, que viene
la gente muerta; y, si tiene
el concejo algún dinero,
decir, «Señores, soldados,
orden hay que no paremos;
luego al instante marchemos.»
Y nosotros, muy menguados,
a obedecer al instante
orden, que es, en caso tal,
para él orden monacal,
y para mi mendicante.
Pues, ¡voto a Dios!, que si llego
esta tarde a Zalamea,
y pasar de allí desea
por diligencia o por ruego,
que ha de ser sin mí la ida;
pues no, con desembarazo
será el primero tornillazo
que habré yo dado en mi vida.
SOLDADO 1: Tampoco será el primero,
que haya la vida costado
a un miserable soldado;
y más hoy, si considero,
que es el cabo de esta gente
don Lope de Figueroa,
que, si tiene tanta loa
de animoso y de valiente
la tiene también de ser
el hombre más desalmado,
jurador y renegado
del mundo, y que sabe hacer
justicia del más amigo,
sin fulminar el proceso.
REBOLLEDO: ¿Ven ustedes todo eso?
Pues yo haré lo que yo digo.
SOLDADO 2: ¿De eso un soldado blasona?
REBOLLEDO: Po mí muy poco me inquieta;
sino por esa pobreta
que viene tras la persona.
CHISPA: Seor Rebolledo, por mí
vuecé no se aflija, no;
que bien se sabe que yo
barbada el alma nací;
y ese temor me deshonra,
pues no vengo yo a servir
menos, que para sufrir
trabajos con mucha honra;
que para estarme, en rigor,
regalada, no dejara
en mi vida, cosa es clara,
la casa del regidor,
donde todo sobra, pues
al mes mil regalos vienen;
que hay regidores, que tienen
menos regla con el mes;
y pues a venir aquí
a marchar y perecer
con Rebolledo, sin ser
postema, me resolví,
por mí ¿en qué duda o repara?
REBOLLEDO: ¡Viven los cielos, que eres
corona de las mujeres!
SOLDADO 2: Aquesa es verdad bien clara.
¡Viva la Chispa!
REBOLLEDO: ¡Reviva!
Y más, si, por divertir
esta fatiga de ir
cuesta abajo y cuesta arriba,
con su voz al aire inquieta
una jácara o canción.
CHISPA: Responda a esa petición
citada la castañeta.
REBOLLEDO: Y yo ayudaré también.
Sentencien los camaradas
todas las partes citadas.
SOLDADO 1: ¡Vive Dios, que han dicho bien!
Cantan REBOLLEDO y la CHISPA
CHISPA: Yo soy tiri, tiri, taina,
flor de la jacarandana.
REBOLLEDO: Yo soy tiri, tiri, tina,
flor de la jacarandina.
CHISPA: Vaya a la guerra el alférez,
y embárquese el capitán.
REBOLLEDO: Mate moros quien quisiere;
que a mí no me han hecho mal.
CHISPA: Vaya y venga la tabla al horno,
y a mí no me falte pan.
REBOLLEDO: Huéspeda, máteme una gallina,
que el carnero me hace mal.
SOLDADO 1: Aguarda; que ya me pesa
—que íbamos entretenidos
en nuestros mismos oídos—,
caballeros, de ver esa
torre, pues es necesario
que donde paremos sea.
REBOLLEDO: ¿Es aquélla Zalamea?
CHISPA: Dígalo su campanario.
No sienta tanto vusté,
que cese el cántico ya;
mil ocasiones habrá
en lograrle; porque
esto me divierte tanto,
que como de otras no ignoran,
que a cada cosa lloran,
yo a casa cosica canto,
y oirá ucé jácaras ciento.
REBOLLEDO: Hagamos aquí alto, pues
justo, hasta que venga, es
con la orden el sargento,
por si hemos de entrar marchando
o en tropas.
SOLDADO 2: Él solo es quien
llega ahora. Mas también
el capitán esperando
está.
Salen don ÁLVARO y el SARGENTO
ÁLVARO: Señores soldados,
albricias