Amar después de la muerte
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En cada página, Calderón de la Barca teje una narrativa cautivadora que te lleva por los recovecos de un amor eterno. Es una historia que trasciende lo terrenal y se adentra en lo divino, donde los amantes enfrentan las barreras de la vida y la muerte para unirse en un abrazo inmortal.
Esta obra maestra del teatro áureo español te llevará en un viaje a través de la pasión y la eternidad, explorando los límites del amor humano y la fuerza del destino. Las palabras cobran vida en cada diálogo, en cada monólogo, en cada soliloquio, dejándote sin aliento mientras sigues el tumultuoso romance que desafía la realidad.
En la quietud de la lectura, sentirás el latido de corazones apasionados y la agonía de un amor que no se rinde ante la muerte. Es una experiencia que te recordará que el verdadero amor perdura más allá de los límites de nuestra existencia, trascendiendo la temporalidad y la separación.
"Amar después de la Muerte" es más que una obra de teatro; es una oda al poder del amor verdadero, un recordatorio de que, incluso en la muerte, el corazón puede seguir latiendo. Prepárate para dejarte envolver por esta narrativa que tocará tus fibras más sensibles y te recordará que el amor es la fuerza que nos une, incluso en la eternidad. ¡Una experiencia teatral que no olvidarás jamás!
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Amar después de la muerte - Pedro Calderón de la Barca
Jornada primera
Sala en casa de Cadí, en Granada.
Escena I
MORISCOS, con casaquillas y calzoncillos, y MORISCAS con jubones blancos e instrumentos; CADÍ y ALCUZCUZ.
CADÍ ¿Están cerradas las puertas?
ALCUZCUZ Ya el portas estar cerradas.
CADÍ No entre nadie sin la seña
y prosígase la zambra.
Celebremos nuestro día, 5
que es el viernes, a la usanza
de nuestra nación, sin que
pueda esta gente cristiana,
entre quien vivimos hoy
presos en miseria tanta, 10
calumniar ni reprender
nuestras ceremonias.
TODOS Vaya.
ALCUZCUZ Me pensar hacer astilias,
sé también entrar en danza.
UNO (Canta.) Aunque en triste cautiverio, 15
de Alá por justo misterio,
llore el africano imperio
su mísera ley esquiva...
TODOS (Cantando.) ¡Su ley viva!
UNO Viva la memoria extraña 20
de aquella gloriosa hazaña
que en la libertad de España
a España tuvo cautiva.
TODOS Su ley viva.
ALCUZCUZ (Cantando.) Viva aquel escaramuza 25
que hacer el jarife Muza,
cuando darle en caperuza
al españolilio antigua.
TODOS ¡Su ley viva!
(Llaman dentro muy recio.)
CADÍ ¿Qué es esto?
UNO Las puertas rompen. 30
CADÍ Sin duda cogernos tratan
en nuestras juntas; que como
el rey por edictos manda
que se veden, la justicia,
viendo entrar en esta casa 35
a tantos moriscos, viene
siguiéndonos.
(Llaman.)
ALCUZCUZ Pues ya escampa.
Escena II
DON JUAN MALEC.-Dichos.
MALEC (Dentro.) ¿Cómo os tardáis en abrir
a quien desta suerte llama?
ALCUZCUZ En vano llama a la puerta 40
quien no ha llamado en el alma.
UNO ¿Qué haremos?
CADÍ Esconder todos
los instrumentos, y abran
diciendo que sólo a verme
vinisteis.
OTRO Muy bien lo trazas. 45
CADÍ Pues todos disimulemos.
Alcuzcuz, corre: ¿qué aguardas?
ALCUZCUZ Al abrir del porta, temo
que ha de darme con la estaca
cien palos el alguacil 50
en barriga, e ser desgracia
que en barriga de Alcuzcuz
el leña, y no alcuzcuz haya.
(Abre ALCUZCUZ, y sale DON JUAN MALEC.)
MALEC No os receléis.
CADÍ Pues, señor
don Juan, cuya sangre clara 55
de Malec os pudo hacer
veinticuatro de Granada,
aunque de africano origen,
¡vos desta suerte en mi casa!
MALEC Y no con poca ocasión 60
hoy vengo buscándôs: basta
deciros que a ella me traen
arrastrando mis desgracias.
CADÍ (Aparte a los moriscos.)
Él sin duda a reprendernos
viene.
ALCUZCUZ Eso no perder nada. 65
¿Prender no fuera peor
que reprender?
CADÍ ¿Qué nos mandas?
MALEC Reportaos todos, amigos,
del susto que el verme os causa.
Hoy entrando en el cabildo, 70
envió desde la sala
del rey Felipe segundo
el presidente una carta,
para que la ejecución
de lo que por ella manda, 75
de la ciudad quede a cuenta.
Abrióse, empezó en voz alta
a leerla el secretario
del cabildo; y todas cuantas
instrucciones contenía, 80
todas eran ordenadas
en vuestro agravio. ¡Qué bien
pareja del tiempo llaman
a la fortuna, pues ambos
sobre una rueda y dos alas, 85
para el bien o para el mal
corren siempre y nunca paran!
Las condiciones, pues, eran
algunas de las pasadas
y otras nuevas que venían 90
escritas con más instancia,
en razón de que ninguno
de la nación africana,
que hoy es caduca ceniza
de aquella invencible llama 95
en que ardió España, pudiese
tener fiestas, hacer zambras,
vestir sedas, verse en baños,
ni oírse en alguna casa
hablar en su algarabía, 100
sino en lengua castellana.
Yo, que por el más antiguo,
el primero me tocaba
hablar, dije que aunque era
ley justa y prevención santa 105
ir haciendo poco a poco
de la costumbre africana
olvido, no era razón
que fuese con furia tanta;
y así, que se procediese 110
en el caso con templanza,
porque la violencia sobra
donde la costumbre falta.
Don Juan, don Juan de Mendoza,
deudo de la ilustre casa 115
del gran marqués de Mondéjar,
dijo entonces: «Don Juan habla
apasionado, porque
naturaleza le llama
a que mire por los suyos, 120
y así, remite y dilata
el castigo a los moriscos,
gente vil, humilde y baja.-
Señor don Juan de Mendoza
(dije) cuando estuvo España 125
en la opresión de los moros
cautiva en su propia patria,
los cristianos, que mezclados
con los árabes estaban,
que hoy mozárabes se dicen, 130
no se ofenden, ni se infaman
de haberlo estado, porque
más engrandece y ensalza
la fortuna al padecerla
a veces, que al dominarla. 135
Y en cuanto a que son humildes,
gente abatida y esclava,
los que fueron caballeros
moros no debieron nada
a caballeros cristianos 140
el día que con el agua
del bautismo recibieron
su fe católica y santa;
mayormente los que tienen,
como yo, de reyes tanta.- 145
Sí; pero de reyes moros,
dijo.- Como si dejara
de ser real, le respondí,
por mora, siendo cristiana
la de Valores, Cegríes, 150
de Venegas y Granadas.»
De una palabra a otra, en fin,
como entramos sin espadas,
unos y otros se empeñaron...
¡Mal haya ocasión, mal haya, 155
sin espadas y con lenguas,
que son las peores armas,
pues una herida mejor
se cura que una palabra!
Alguna acaso le dije 160
que obligase a su arrogancia
a que (aquí tiemblo al decirlo)
tomándome (¡pena extraña!)
el báculo de las manos,
con él... pero hasta esto basta; 165
que hay cosas que cuesta más
el decirlas que el pasarlas.
Este agravio que en defensa,
esta ofensa que en demanda
vuestra a mí me ha sucedido, 170
a todos juntos alcanza,