A pesar del tiempo
Por Abigail Gordon
3/5
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Información de este libro electrónico
Era obvio que Kyle todavía estaba resentido por el modo en el que había terminado su relación; por su parte, Hannah se quedó estupefacta al descubrir que su antiguo amor era el padre de un niño de ocho años. Después de un tiempo teniendo que trabajar hombro con hombro con él, Hannah empezó a preguntarse si aquello no era una segunda oportunidad para empezar una nueva vida los tres juntos.
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A pesar del tiempo - Abigail Gordon
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Abigail Gordon
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
A pesar del tiempo, n.º 1665 - agosto 2019
Título original: Emergency Reunion
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-439-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
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Capítulo 1
QUIEREN apartarse, por favor? Los médicos necesitan un poco de espacio.
Hannah sonrió al policía que intentaba facilitar su trabajo. El equipo de la unidad de urgencias había acudido en helicóptero al lugar de un accidente: una abarrotada calle de Londres. La víctima, una anciana que intentó cruzar la calle sin esperar al semáforo y terminó bajo las ruedas de un autobús.
Rodeada de curiosos, Hannah se sentía extraña. Ella estaba acostumbrada a hacer su trabajo en el recinto de un hospital y las miradas de la gente seguían incomodándola.
Aquella mañana le había tocado trabajar con Pete Stubbs, un colega con el que se entendía muy bien. Y cuando terminase el entrenamiento de seis meses en aquella unidad de urgencias, buscaría plaza en un hospital.
–Vais a perderos la llegada del nuevo jefe –les había dicho otro de los médicos, unos segundos antes de que subieran al helipuerto.
–Una pena. Pero tenemos un accidente de tráfico.
Jack Krasner, el piloto, había aterrizado en un parque próximo al lugar del siniestro y cuando llegaron al lado de la víctima los bomberos estaban haciendo palanca para levantar el autobús.
–Voy a intentar sacarla –dijo Pete, dirigiéndose al jefe de bomberos–. Pero si hay lesión en la médula espinal, habrá que ponerle sujeción.
Hannah observaba ansiosamente. No era la primera vez que atendía una emergencia en la calle y era frustrante que, durante el primer mes, solo la dejasen echar una mano.
Un mes más tarde podría atender a los heridos y tomar decisiones. Pero aquel día lo haría Pete Stubbs.
–Ten cuidado.
–Lo tendré. Pero si está viva cuando la saquemos, habrá que ponerle una inyección de biodramina. Lo último que necesita es vómito en las vías respiratorias –murmuró su colega, tumbándose en el asfalto.
Hannah se mordió los labios. ¿Era seguro meterse debajo de aquel enorme vehículo? Ser médico en aquella unidad desde luego era muy peligroso.
De repente el autobús, que estaba sujeto por una palanca, se descolgó y Pete lanzó un grito de dolor.
–¡Está herido! ¡Hay que sacarlo de ahí!
El autobús fue izado de nuevo y dos bomberos sacaron a Pete arrastrándolo de las piernas.
Estaba semiinconsciente y tenía una herida en la cabeza.
–¿Puede atenderlo usted? –preguntó el jefe de bomberos.
Hannah examinó la herida.
–No es nada grave. Atiende al doctor Stubbs –le dijo a su enfermero–. Yo voy a comprobar si la señora está viva.
Antes de que nadie pudiera discutir se tiró al suelo, siguiendo el ejemplo de Pete. Con mejores resultados, esperaba.
Cuando llegó cerca de la anciana, comprobó que estaba viva. Aterrada, pero viva
–Mis piernas –murmuraba la mujer–. Creo que están rotas.
–¿Le duele la espalda? ¿Puede moverse?
–No puedo. Estoy atrapada por algo.
Hannah tomó el maletín de urgencias que Pete había arrastrado con él.
–Voy a intentar ponerle un collarín. No se preocupe. Todo va a salir bien.
Había tantos gritos a su alrededor que Hannah no estaba segura de si la anciana podía oírla, pero le pareció que asentía con la cabeza.
Era muy pequeña, casi como una niña. Una persona más grande habría muerto cuando las ruedas del autobús le pasaron por encima.
De repente, notó que no estaban solas. Otra persona se había arrastrado a su lado. Y no era Pete, desde luego.
Hannah vio la manga de una camisa blanca y un carísimo reloj de oro.
–Póngale un calmante, yo intentaré colocarle el collarín –escuchó una voz masculina llena de autoridad.
En su experiencia, solo un médico podía hablar así, de modo que Hannah no se molestó en preguntar.
Se alegraba de tener ayuda, aunque no podía ver la cara del extraño.
Cuando sacaron a la mujer, los bomberos y el enfermero se ocuparon de ella y Hannah se quedó en el suelo durante unos segundos, intentando recuperar el aliento.
–Hannah Morgan –escuchó de nuevo la voz de su ángel de la guarda–. Cuando vi el nombre en los papeles, me pregunté si serías tú.
Hannah levantó la cabeza y vio unos pantalones grises manchados de grasa, una camisa blanca en el mismo estado, una corbata torcida y… un rostro que no había visto en muchos años.
–¡Kyle! –exclamó–. ¿De dónde has salido? ¿Y a qué papeles…? No, no puede ser. ¡No puedes ser el nuevo jefe de la unidad!
–Me temo que sí –contestó él, como si encontrarse bajo un autobús fuera lo más normal del mundo–. Y en caso de que lo hayas olvidado, tenemos dos pacientes que atender. Si no te importa…
Ella se levantó de un salto. No había cambiado en absoluto. Nada de: «¿cómo estás, Hannah?». «¿Te has hecho daño debajo de ese autobús?».
Afortunadamente, Pete había recuperado la conciencia. Su nuevo jefe estaba examinando a la anciana y Hannah tuvo unos segundos para animar a su compañero.
–Qué mala suerte, amigo. Aunque, en realidad estás de enhorabuena, el autobús podría haberte aplastado.
Pete sonrió.
–Soy tan flaco que no me hubiera hecho nada. Y gracias por sacar a esa pobre señora…
En ese momento, oyeron la sirena de una ambulancia. Cuando se llevaron a Pete, Hannah se volvió hacia Kyle, que estaba llamando al hospital más próximo para pedirles que tuvieran la UCI preparada.
Como ella, estaba asombrado de que la anciana hubiera salido viva del accidente. Tenía las piernas fracturadas y múltiples contusiones, pero podría haber sido infinitamente peor.
Cuando la metieron en el helicóptero y Jack Krasner estaba dispuesto a despegar, Kyle dijo muy serio:
–Según mis notas sigues en período de entrenamiento, pero como has tenido que atenderla creo que deberías ir con ella. Si no, puedo ir yo.
–No hace falta. Yo hablaré con el médico de guardia para explicarle la situación.
No pensaba dejar que viera cómo la afectaba aquel inesperado encuentro.
Había pensado que era un extraño Pero no era un extraño en absoluto. Era el hombre al que, ocho años atrás, había amado. El hombre que le dio la espalda porque no confiaba en ella.
Estaba perpleja al verlo de nuevo, después de tantos años sin saber nada el uno del otro. Y la noticia de que iba a ser su jefe mientras estuviera en el período de entrenamiento era increíble.
Pero debía creerlo porque lo tenía delante.
El helicóptero había estado dando vueltas sobre los tejados de Londres como un ave bien nutrida y oronda cuando Hannah salió de la unidad la noche anterior al accidente.
Un mes antes habría observado el helicóptero sin apenas fijarse, pero desde que se había convertido en uno de ellos… la unidad de urgencia máxima estaba siempre alerta, sabiendo que podían llamarlos en cualquier momento.
Eran médicos dispuestos a enfrentarse con cualquier cosa. Y sus uniformes fluorescentes eran, en muchos casos,