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Shannen Doherty «Me queda mucha vida»

n una fría noche de invierno, la actriz Shannen Doherty invitó a cenar a unos amigos a una casa de alquiler en Venice, California. La suya, la de verdad, está en Malibú, 32 kilómetros al norte, pero ella y su esposo, el fotógrafo Kurt Iswarienko, habían tenido que huir unos meses antes, cuando un incendio forestal quemó más de 40 hectáreas. Su hogar sobrevivió a las llamas, pero los daños que sufrió lo hicieron inhabitable. A la cena sólo estaban invitadas sus personas de confianza: su marido y los amigos que conocían a la verdadera Shannen, y no a la caricatura de los tabloides de los años 90: la chica mala y malhumorada. Allí estaban la actriz Sarah Michelle Gellar, la modelo Anne Marie Kortright, el agente inmobiliario Chris Cortazzo y un médico de Los Ángeles llamado Lawrence Piro. Doherty había diseñado la lista de invitados, pero fue Piro, su oncólogo, quien condujo la conversación. Entonces habían pasado menos de dos años la actriz sigue siendo una mujer resplandeciente. «Creo que la gente tiene una imagen mental del cáncer en fase IV como alguien sentado en una bata gris de hospital, mirando por una ventana en su lecho de muerte», dice Iswarienko. «Cuando la miro, no veo a una enferma. Veo a la misma mujer de la que me enamoré, sana y llena de vida». Como si un incendio masivo y un diagnóstico de cáncer metastásico no fueran suficientes, había más malas noticias por llegar. Semanas después de la cena, el coprotagonista de la serie que le dio la famaLuke Perry, falleció a causa de un infarto. Se habían distanciado, pero en los últimos años conectaron de nuevo. En un homenaje a Perry, Doherty vio a Brian Austin Green, el único otro compañero de reparto de la serie al que podía llamar amigo. Durante el funeral, Green intentó convencerla de participar en el de la serie,. Todos los protagonistas de la original habían firmado, excepto ella. La década de los 90 convirtió a la actriz en un nombre conocido, pero le dejó muchas cicatrices y parecía tener problemas allá a donde iba. La prensa rosa publicaba historias sobre ella peleando con productores, guionistas y actores. Era una diva, una, decían, imposible de tratar. Una portada de la revista de 1993 declaraba que estaba «fuera de control», después de que su exprometido la acusara de amenazarle con daños físicos. Uno de los muchos artículos que se publicaron decía que había «dejado un rastro de deudas, familias destrozadas, amistades consumidas y relaciones rotas». Incluso hubo un boletín de noticias dedicado a hablar mal de ella. «Cuantas más historias se escribían sobre mí, más a la defensiva me ponía», cuenta. Había tenido que trabajar mucho para superar esa época. No quería volver ni a la prensa rosa ni al con sus compañeros de reparto. Pero la muerte de Perry lo cambió todo. Tal vez, podría ser una especie de homenaje. Tal vez era una oportunidad para demostrarse a sí misma que el cáncer de mama no significaba el fin del trabajo. Tal vez fueran ambas cosas. «Sabía que, en cuanto volviera al programa, volvería toda la. Y así fue», relata. El director de la serie y varios guionistas dimitieron antes de que comenzara el rodaje, y se rumoreó que ella estaba detrás de su decisión. «Lo abordé inmediatamente», dice. En Instagram, publicó: «Me niego a que me den el mismo papel de villana porque los periodistas carezcan de imaginación... Tengo mi propia historia». Aclaró que los rumores a su alrededor eran falsos y que era una persona más compleja de lo que los titulares decían: «Te prometo», escribió, «que no me conoces». Doherty es una paciente de cáncer de mama que sabe que nunca superará por completo la enfermedad. Hay que lidiar con los efectos de la quimioterapia, o la pérdida de un pecho natural que nunca podrá reemplazarse del todo, ni siquiera con cirugía. Y el terror del diagnóstico, porque sabes que, aunque acabes el tratamiento, la enfermedad puede reaparecer. Iswarienko estaba en Manchester (Inglaterra) cuando Piro llamó para decir que el PET mostraba que su cáncer de mama había vuelto. Ella estaba sola. Paseó, lloró y empezó a buscar ensayos clínicos en Europa. Pensó en todas las cosas que no había podido hacer. Un viaje a Botsuana, por ejemplo, y a Kenia. Pero, sobre todo, pensó en su trayectoria personal: «Me dije: “¿Tengo un buen karma? ¿Tengo un mal karma? ¿Por qué iba a tener un mal karma?”. Hice balance de mi vida». Su reputación en los 90, admite, no era del todo inmerecida: «A los 19 años, la diplomacia no es algo que entiendas», dice. En el plató de los directores y productores le decían que se callara y que se limitara a hacer su trabajo: «Me trataban como si fuera un perro y tuviera que seguir órdenes». Y en medio de todo esto, se tuvo que enfrentar a algo que no tenía nada que ver con la interpretación. Su padre, Tom, que falleció en 2010, sufrió varios infartos y derrames cerebrales durante el rodaje de la serie. Le diagnosticaron diátesis y, finalmente, insuficiencia renal. «Era mi roca, mi mejor amigo, mi mentor», admite. Gracias a la serie, la actriz pudo pagar las facturas médicas de su padre. Tras ser despedida, protagonizó pero los supuestos enfrentamientos con su compañera Alyssa Milano provocaron su salida. A partir de entonces, empezó a protagonizar series de corta duración y hasta un sobre la planificación de su boda, que la hizo parecer un libro abierto. Fue entonces cuando llegó el diagnóstico del cáncer de mama. «Me despojé de todo eso. Fue como si todos esos muros se disiparan». Con el cáncer, ya no había que esconderse. En 2016, publicó una foto en Instagram afeitándose la cabeza. Unos meses más tarde, acudió a una alfombra roja con un pañuelo en la cabeza. Después de tres décadas siendo el centro de todas las miradas, dejó que sus fans (y sus la vieran vulnerable.

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