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Libro electrónico370 páginas5 horas

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Información de este libro electrónico

Sheena huye de su hogar al cumplir la mayoría de edad. Dejando una sociedad adinerada que no desea para su carrera. Inconformista por el futuro que le habían diseñado y ambiciosa por tomar sus propias decisiones.
Diez años después de su marcha se enfrenta al pasado para cerrar una etapa. Enfrentarse al hombre que puso su vida patas arriba y que tanto se había empeñado en olvidar todo ese tiempo. El amor que pudo sentir hacia él años atrás pasó a ser rencor, pero tras su primer reencuentro no logra alejarse de él y corre el riesgo de volver a caer rendida a sus pies.
¿Será capaz de mantenerlo lejos de ella?
¿Será capaz de no volver a enamorarse?

Opinión de los lectores:
”Encaja en el prototipo de Novela Romántica a la perfección, con toques sutiles que la hacen original frente a otras obras del género.”
“El texto no cae en la monotonía en todo el libro, manteniendo una expectación constante para hacerte pasar a la siguiente página.”
“El carácter de los personajes está bien trazado y particularmente el de la protagonista rompe los estándares de la mujer desvalida o que espera a ser salvada.”
“Pasional y seductora.”
“Es una novela romántica, de esas que no puedes parar de leer.”

IdiomaEspañol
EditorialLisa Suñé
Fecha de lanzamiento26 may 2019
ISBN9780463771952
No me olvides (Generación, 1)
Autor

Lisa Suñé

Lisa Suñé (Barcelona, 1990) es una joven escritora independiente que, hasta el momento, cuenta con cinco novelas publicadas: una trilogía de corte romántico con toques eróticos (Trilogía Generación), una novelette erótica llamada El deseo de Perséfone y Jaque mate, una historia de romance y fantasía que ha causado sensación en el terreno de la autopublicación.Dirigió su senda hacia las ciencias, consiguiendo antes de tiempo dedicarse a lo que más le gustaba. A base de estudiar y trabajar por amor al arte, logró un buen puesto que le permitió enfocar su vida hacia otra dirección, una que jamás creería posible: la escritura.Si en algo coinciden los lectores es que su prosa tiene sello propio, con toques de magia y que invita a devorar páginas.

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    Vista previa del libro

    No me olvides (Generación, 1) - Lisa Suñé

    Primera edición: septiembre de 2015

    Séptima edición: agosto de 2020

    ©2020, Lisa Suñé

    Autora representada por Editabundo, Agencia Literaria, S. L.

    www.editabundo.com

    El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que se continúe publicando libros para todos los lectores.

    Diseño de cubierta: Lisa Suñé

    ISBN: 9781517428068

    No nacemos como mujer,

    sino que nos convertimos en una.

    SIMONE DE BEAUVOIR

    1

    Decidida

    Quería afrontar el pasado que dejé atrás. Repleto de falsos sentimientos y traiciones. Era el momento de enseñar a toda esa gente que me complicó la adolescencia, la vida que había conseguido con mis propias manos. Yo era una chica fuerte, y presentarme en aquel lugar donde los recuerdos se agolpaban en mi cabeza, solo me animaban a salir corriendo. Aunque si lo hacía, la decisión que tomé se reduciría a cenizas, y la vida me había enseñado a ser una mujer valiente que afrontó en su pasado decisiones y situaciones duras; unos acontecimientos que me cambiaron la vida drásticamente pero que me aportaron mucha gratificación. Gracias a ellos me convertí en lo que realmente siempre quise ser.

    Y allí estaba yo, aparcando mi coche de segunda mano al lado de otros que eran impresionantes, sin embargo, no me avergonzaba de ello. Prefería conducir aquella tartana que no vivir la vida que nos habían diseñado nuestros padres. Porque todo se basaba en tener dinero. Y cuantos más ceros tuviera la cuenta, mejor.

    Cerré los ojos e inhalé una gran cantidad de aire que expulsé con la misma energía con la que había entrado. Como si aquel proceso me inyectara coraje y valor. No tenía que temer nada ni a nadie. Habían pasado años desde que abandonara todo ese mundo, y era el momento perfecto para superarlo.

    Salí del coche con digna precisión, a pesar de mi vestimenta: un vestido de pedrería negro ajustado hasta la rodilla y mangas de tres cuartos de gasa, combinados con unos Peep Toes del mismo color. Aunque lo que más solía destacar de mí, era mi larga cabellera caoba. Siempre rebelde y desmelenada. Me sentía única, no solo por aparcar un coche que llamaba la atención de manera negativa sino porque, a diferencia de los presentes en aquella fiesta, poseía una fuerte personalidad.

    Me acerqué hasta la barra y, como no disponía de chófer que me dejara en la puerta de casa, no me quedaba más remedio que pedirme bebidas sin alcohol.

    —Buenas noches, señorita. ¿Qué desea tomar? —preguntó el camarero macizorro de la barra. Un chico rubio de ojos claros.

    —Algo sin alcohol, por favor.

    —¿Alguna preferencia? ¿San Francisco, Mojito…? —Yo solo pensaba en lo que podía haber debajo de esa camisa negra tan ajustada. Y, a simple vista, sabía que me podía gustar.

    —Mojito, gracias.

    —Marchando, preciosa —contestó con soltura. Y yo empecé a sentir un calor terrible y, a la vez, agradable.

    Le devolví una sonrisa por el cumplido. Aunque el halago se lo estaba diciendo al disfraz que llevaba puesto. Yo no era una chica adinerada ni vivía rodeada de lujos, así que no creía que le interesaría alguien como yo. Aunque debía considerar que el chico estaba en su puesto de trabajo y, normalmente, siempre parecíamos modositos para no llamar la atención. Siempre se exigían unos requisitos en el ámbito laboral, sobre todo si era cara al público.

    Yo siempre defendía que, aunque se dijera que los tiempos eran modernos, todo era pura fachada. No negaba que se había evolucionado en cuanto a derechos humanos se refería, pero la vida no se había actualizado en según qué aspectos cotidianos como; el aspecto físico, el género y la jerarquía laboral. Para mí el trabajo era el centro de mi vida, era una persona ambiciosa que luchaba por tener responsabilidades.

    —Espero que le guste, señorita. —Cogí el vaso que me facilitaba con una amplia sonrisa.

    —Gracias, caballero —solté con un toque travieso.

    Ya que había ido hasta allí, como mínimo intentaría pasármelo bien.

    Y os preguntaréis por qué fui a un sitio el cual solo me traía malos recuerdos. Era una persona con mucho orgullo, y necesitaba pasar página y enfrentarme a lo que pudo ser y, donde el tiempo, se encargó de demostrar que no fue.

    Daba pequeños sorbos a la bebida y probé que estaba deliciosa. Contemplaba a todos los asistentes y veía la multitud. Las aglomeraciones me ponían nerviosa. Así que seguí degustando aquella refrescante y azucarada bebida.

    —¿Sheena? —Me llamó una voz familiar.

    Levanté la mirada en busca de aquella llamada y me quedé en blanco.

    —Madre mía… ¡Cuánto tiempo sin verte! —volvió a decir delante de mí sin poder reaccionar—. Los años te han hecho un favor. No me malinterpretes, pero es que… —soltó él sin pensar.

    —¡Veo que en lo de bocazas no has cambiado, Tomás! —Le mostré una leve sonrisa conciliadora.

    —Oh, Sheena… estás obligada a darle un abrazo a uno de tus mejores amigos.

    Y no dudé en dárselo. Aunque fue enorme debido a su corpulencia. Siempre había sido un chico anchote y robusto, pero encantador y con carisma. Poseía un carácter afable pero lleno de picardía. En su pelo castaño se podían ver un par de canas que le aportaban el punto exacto de personalidad que tanto le caracterizaba. Sin embargo, en su cara, no se atisbaba ni un pelo. Aún me acordaba de cuando le empezó a salir barba, envejecía muchísimo con ella.

    —No pensaba encontrarte aquí —dijo con sorpresa.

    —Me apetecía. Quería ver cómo os ha ido todo después de graduarnos en el instituto.

    —Diez años… ¡Qué rápido han pasado! Y por lo que veo a algunos les ha ido mejor que a otros. —Me guiñó un ojo.

    —Pues sí, ser uno mismo ayuda a ser feliz —respondí con rencor.

    —No has cambiado ni una pizca. Te admiro. Sabes… siempre he apoyado todo lo que has hecho y te aprecio demasiado como para tener en cuenta lo que acabas de decir. —Su mirada tenía la ternura que tanto recordaba de él.

    —Ya sabes por qué lo digo. Tú no eres ese hijo fabricado por unos padres con un fin empresarial, lo eres porque has querido. No tiene reproche alguno. Eres tú mismo y valoro la gente real.

    —Sí, sigues siendo esa niña rebelde —confirmó Tom con una sonrisa—. Pero dejemos de hablar de ese tema. Me gustaría que tomáramos unas cervezas algún día y que me explicaras todo lo que has vivido.

    —Ya sabes por lo que he pasado —contesté sin pensarlo.

    —Pero no explicado por ti, y creo que me merezco al menos eso. Era tu mejor amigo, te aconsejé, apoyé y, sobre todo, intenté ayudarte a salir de aquí. Me he ganado esa historia, Sheena, y más después de desaparecer sin dejar rastro. —Noté la severidad en su voz.

    —Te prometo que la tendrás. Tengo estabilidad en todos los sentidos. Soy feliz —dije con los ojos humedecidos.

    —Bueno, no nos pongamos tontos. Tengo que presentarte a mi mujer que, por cierto, lleva a mi hija a cuestas desde hace seis meses y tienes la obligación de conocer.

    Tom me guió hasta la zona de las mesas y, donde pude ver la buena distribución y decoración. Cada asiento estaba asignado por una tarjeta, en la que aparecía nuestro nombre. Las mesas estaban adornadas en tonos pastel con flores.

    Su mujer estaba sentada en una de las mesas de primera fila y, en cuanto me vio, se levantó de golpe y me rodeó entre sus brazos.

    —Ella es Miranda —presentó Tom.

    —Me alegro muchísimo de tener la oportunidad de conocerte. Para Tom has sido una de las personas más importante en su vida —dijo de carrerilla aquella mujer.

    —Vaya… Estoy un poco descolocada, no me esperaba tanta efusividad. Saber que uno de mis viejos amigos está felizmente casado y con una hija en camino, me alegra.

    De repente un coordinador empezó a poner orden en el tumulto de gente. Cada persona iba ocupando su puesto y, por lo que vi al buscar mi asiento, estaban estratégicamente colocadas. Los invitados más adinerados se situaban en primera fila creando así una jerarquía considerable con las del final. Yo no era estúpida, sabía dónde estaba mi mesa.

    Me despedí de ellos y me senté en la última mesa ocupando la silla asignada. Por las caras de los que se cruzaban conmigo, solo podía preguntarme una cosa: ¿Qué se había explicado de mí para que todo el mundo se sorprendiera de verme allí?

    Miré a mis compañeros de mesa y, automáticamente, mi mirada se desvió hacia la barra. El camarero buenorro me estaba mirando, y no con los ojos tiernos de Tom precisamente. Le sonreí. Tal vez me esperaría a que la barra acabara su servicio para marcharme. Una motivación para alargar mi estancia en aquella fiesta.

    Mi subconsciente empezó a buscar entre las mesas a una persona. Necesitaba tenerlo localizado para que no me pillara por sorpresa y estudiar mi reacción. Debía controlar mis pensamientos y mis ganas de estamparle algo fuerte en toda la cara. El último recuerdo que tenía de él no era el más agradable.

    Sin previo aviso las luces se atenuaron y dieron paso a la luz de un proyector. Una serie de fotografías empezaron a salir de todo el transcurso de la promoción: de la infancia a la pubertad. No me sorprendí en absoluto de ver que la gran mayoría de fotos fueran de los alumnos más adinerados y, por ese motivo y por culpa del nivel de vida de Tom, yo salía más de la cuenta. En cada foto que él salía, ahí estaba yo.

    Pero, a medida que se acercaba el final, mis recuerdos se iban amontonando en mi cabeza. Tenía los nervios a flor de piel hasta que apareció una foto que me dejó helada.

    Él y yo: abrazados de manera amistosa en el parque del instituto.

    Recordé nuestras tardes: enormes conversaciones sobre el bien y el mal, lo mucho que nos entendíamos, lo cómodos que estábamos el uno con el otro… Y lo que pudo haber sido y no fue por su cobardía e inmadurez.

    Dejé de pensar en él y me centré en los acompañantes que me rodeaban. Aunque no eran nada interesantes, menos mal que la sabrosa cena compensó ese vacío.

    Al finalizar la cena volví a mirar al apuesto, atractivo y sexy camarero. No dejaba de mirarme. Yo no dejaba de sonreír, no por cordialidad, sino por lo que pasaba por mi cabeza. Pensaba en si le gustaba lo que veía o el número de ceros que se suponía que había en mi cuenta. Lo comprobaría.

    El ambiente cambió de golpe y empezó a sonar Girl, you’ll be a woman soon. Una sonrisa se dibujó en mi cara. El rostro de alguien importante se alojó en mi cabeza y era imposible no evocar alegría: el que era mi mentor, amigo, confidente y amante en un largo periodo de mi vida. Un hombre que me enseñó todo lo necesario para ser feliz sin necesitar nada material. Miguel me inyectó la dosis necesaria para mi crecimiento como persona.

    —¡Sheena! ¡Qué sorpresa! —Una voz de mujer me obligó a dejar de pensar y a saludar con educación.

    —Hola, Vera.

    —Después de que desaparecieras en combate, pensábamos que te había pasado algo. Se han dicho tantas cosas…

    —No pensaba que fuera tan importante mi paradero, al fin y al cabo, ya éramos todos mayores de edad y podíamos hacer con nuestra vida lo que quisiéramos, ¿no? —contesté con reproche.

    —Pero verte hoy aquí, con un aspecto tan favorable y sano, nos sorprende…

    —¿Por qué? —pregunté un poco asustada.

    —Después de todo por lo que has pasado y no parecer el tipo de persona que ha sufrido ese tipo de adicciones… —Era la típica tía que, si se mordía la lengua, se envenenaba.

    —¿Qué estás insinuando? —Me faltó el zorra en la pregunta, pero no quería problemas.

    —Ya sabes, se rumoreó que vivías entre Reino Unido y Alemania y que coqueteabas con las drogas, que tu vida se desmoronaba a pasos agigantados.

    —Viví en esas dos ciudades, pero no para drogarme… —maticé.

    —No te preocupes, al menos estás recuperada y has vuelto a la vida real.

    Preferí mantener el pico cerrado. No tenía que dar explicaciones de ningún tipo. Tenía muy claro que nunca había caído en la tentación de las drogas, era de lo que más orgullosa estaba.

    —Ven conmigo, Sheena. A los demás les gustará saber de ti.

    Me agarró del brazo para llevarme hasta un grupo de gente que estaba charlando con copas en la mano. En la que me topé de bruces con el chico que no olvidé nunca. Que tanto me había propuesto odiar y olvidar.

    Solo quería que la tierra me tragara.

    2

    El favor

    Era él.

    Tenía un aspecto increíble, se notaba que seguía haciendo deporte. Su pelo todavía era negro como el carbón, a juego con sus ojos. Lo llevaba bien peinado, y en su mirada pude percibir algo extraño. Noté cómo se había quedado mudo y cómo su piel blanca rozaba se convertía casi en translúcida.

    —¿Matthew? ¿Cariño, estás bien? —preguntó Vera acercándose un poco a él.

    —Sí…sí, estoy bien —contestó él en un leve susurro sin apartar la mirada de mí.

    Sus ojos me enviaban una especia de señal. De la misma manera que lo hacíamos años atrás. Teníamos una capacidad de comunicarnos con la mirada que, por lo visto, el paso de los años no había hecho mella. Podía percibir una señal de socorro y de fascinación a la vez.

    —Estás estupenda, Sheena —dijo uno de los presentes.

    —Gracias, una vida sana y repleta de ejercicio da sus frutos —solté con sarcasmo a la vez que miraba de forma fulminante a Vera.

    No dejé de cruzar la mirada con Matt. Volviendo a percibir la misma sensación en sus endiablados ojos oscuros.

    —Disculpad, necesito tomar el aire. —Me marché con cortesía.

    Al fin me deshice de ese grupo. No me interesaba lo más mínimo la vida que habían llevado. Me daba absolutamente igual.

    Entonces, ¿por qué había ido a esa dichosa fiesta? El orgullo, el que sabía que no me llevaría a ninguna parte.

    Y ni el aire fue capaz de quitarme la mirada de Matt de la cabeza. Sabía que seguía presente, pero no de aquella manera. No podía tolerar que volviera a ser una molestia en mi vida. Debía superar lo que vivimos en el pasado y olvidarme de un futuro que no ocurrió. Me había propuesto olvidarle por haber sido tan idiota. Me dejó escapar… y no debía concederle ni la más mínima oportunidad de que volviera a poner mi vida patas arriba.

    Me apoyé en la baranda de piedra del balcón y contemplé la oscuridad de la noche infinita. Así, muy místico y bohemio todo…

    —Sheena, yo…

    —¡Joder! —Me asusté.

    —Perdona, no quería asustarte. Solo quería decirte que me alegro de volver a verte —dijo mientras se encendía un cigarrillo.

    —Pues yo no…

    —Pero estás aquí —susurró con esa mirada asfixiada mientras soltaba humo por la boca.

    El cigarro entre esos carnosos labios…¡Para! ¡Debía acabar con aquello!

    —Sí, y no me arrepiento. He venido para reencontrarme con Tomás y ver que seguís todos con vuestras vidas

    —Te veo muy bien, Sheena. Te veo.

    ¿Qué me estaba diciendo con aquellas palabras? El antiguo Matt era impensable que las pronunciara: egoísta, egocéntrico y problemático. Era cierto que, durante los últimos años que pasamos juntos, me enseñara que tenía un buen fondo, pero lo tenía demasiado escondido.

    —¿Qué quieres decir? —pregunté tosca.

    —Después de lo que pasó, e hicieras tu vida, me di cuenta de la razón que tenías. —El soplo que di le despeinó, ¿ahora se daba cuenta? Pues ya era tarde…—. Todo esto es una puta mentira; ser el prototipo del bien familiar para conservar la estabilidad económica y hacerla crecer sin parar. Somos títeres en manos de otros para continuar los beneficios de nuestros padres.

    —No esperes que sienta lástima por ti, tuviste la oportunidad de escoger.

    —Y no la espero. Me comporté como un imbécil y ahora es demasiado tarde. Haz como si no hubiera dicho nada.

    Apagó el cigarrillo en una de las pequeñas macetas que descansaban en la baranda de piedra y, por último, dijo algo que no me esperaba.

    —Me alegro de que todo te haya ido tan bien, Sheena. Aunque fuera un niñato gilipollas hace diez años, nunca te he olvidado.

    Se marchó, y aquellas palabras me causaron una conmoción. El Matt con el que me encontré aquella noche no era el mismo que vi en nuestro último encuentro.

    No le di más vueltas. Estaba claro que había superado un gran fantasma de mi pasado. Y esa era mi principal misión, verle y saber que entre nosotros ya no había nada.

    Porque no lo había, ¿no?

    Un camarero llamó mi atención para facilitarme una nota muy bien doblada sobre una bandeja plateada, acompañada de una copa. Recibí ambas y me apoyé en la baranda mientras la leía: «Me gustaría ser la menta, para darte frescor. Desearía ser el azúcar, para endulzarte la noche. Me moriría por ser el ron que calienta tu garganta… Esteban»

    Me calenté en cuestión de segundos. A pesar del mal trago que había pasado minutos antes, mi cuerpo pedía a gritos acabar bien la noche. Y mejor con un camarero que agita de muerte la coctelera…

    Levanté la vista de la nota y allí estaba Esteban, el camarero buenorro. Esta vez sin el uniforme negro y vestido de calle. Justo como a mí me gustan: vaqueros oscuros con una simple camisa de cuadros que, por su aspecto, no debería tener más de veinticinco años, pero estaba como un tren.

    —Preciosa, espero que no te haya molestado la nota que has recibido.

    —En absoluto. Aunque soy más de ginebra —dije poniendo morritos.

    —Son mi especialidad. Si quieres probar el mejor que hayas catado en tu vida, debes decirme tu nombre.

    —¿Es realmente necesario? —respondió solo con un movimiento afirmativo de cabeza—. Me llamo Sheena.

    —Perfecto… Dulce, suave y con un toque picante que permanece intacto durante una noche entera.

    —Joder, eres todo un conquistador, Esteban. Por lo que veo, tu turno ha terminado. —Le mostré una sonrisa pícara y él seguía moviendo su cabeza afirmativamente, adorable—. Creo que el mío también.

    Fui a despedirme de Tomás y su mujer. Le reservé un día entre semana para tomar una cerveza, como en los viejos tiempos.

    No tardé en salir. No había nada más que me retuviera allí. Había quitado de mi lista de problemas sin superar el más significativo. Ya podía dormir tranquila.

    Esteban me esperaba en la salida del edificio.

    —Ahora sí que nos podemos ir, ¿dónde dices qué puedo tomarme ese Gin Tonic? —pregunté con curiosidad.

    —Hay dos opciones: conozco un local donde me dejan servir copas que estará a reventar o puedo invitarte a mi piso. Tú eliges, preciosa.

    —La primera opción suena bien, pero la segunda me gusta más… ¿Dónde está tu coche?

    —Me han traído.

    —Tengo el mío aparcado muy cerca de la salida, así qué no hay problema. Solo tienes que guiarme al lugar donde vas a prepararme esa cata.

    Fuimos sin prisa, pero sin pausa hasta mi coche. Cuando llegué a él lo primero que hice fue quitarme los altísimos tacones y cambiarlos por mis inseparables Converse. El gemido de alivio que solté lo dejó boquiabierto, además de que pensé que no se esperaría encontrar ese tipo de coche.

    —No es oro todo lo que reluce. Es una historia muy larga que ahora no me apetece explicar. Aunque si lo que quieres es pasar una noche con el prototipo de mujer que hay en esa fiesta, será mejor que te quedes.

    —En absoluto, es solo que mis sospechas eran ciertas. Tu cuerpo expresa con claridad qué tipo de mujer eres —dijo mientras se subía al coche.

    —¿Y cuál soy? —pregunté mientras me abrochaba el cinturón y arrancaba aquella tartana.

    Él se limitó a tararear la canción de los Ramones que llevaba mi nombre. No era el primero que lo hacía, ni sería el último. Me hice la sorprendida.

    A todos les encantaba saber que eran los únicos que lo hacían. Estaba claro que esa canción fue el motivo de mi nombre, y era algo que me encantaba. Mi tío lo eligió y no podía ser más perfecto. La letra hablaba sobre una chica que no podía quedarse en el mundo en el que había crecido y necesitaba marcharse fuera. Justo lo que yo hice.

    Sin pensarlo dos veces le di un pequeño beso en los labios, con el toque justo de pasión y picante. Tenía unos labios muy tiernos y jugosos.

    —¡Sheena! —gritó alguien desde el exterior del coche.

    Y, sin previo aviso ni permiso, alguien abrió la puerta de mi coche para meterse en la parte trasera de manera rápida.

    —¡Arranca! Por favor… ¡Sácame de aquí! —Era Matt con cara desencajada.

    —Qué cojones… —Fue lo único que salió por mi boca—. ¿Pero qué está pasando?

    —Sheena, arranca ya, por favor… —repitió.

    Metí primera y apreté el acelerador. Saliendo de allí a una velocidad normal. En cuanto estuviéramos lo suficiente lejos del recinto pararía el coche y obligándole a bajar. Lo último que quería era verme metida en un problema de los suyos.

    —¿Qué coño quieres, Matt? —pregunté cabreada.

    —Necesito hablar contigo.

    —Disculpadme, pero… Esta situación es muy incómoda. Sheena, puedes dejarme en la parada del autobús y ya me buscaré la vida —dijo Esteban.

    —Ni de coña. Este se baja a cuatro manzanas de aquí.

    —En serio, necesito hablar contigo. Sé qué no es el momento y que no me lo merezco, pero allí no podía hablar y tengo algo pendiente contigo.

    En cuanto le escuché paré el coche en una zona de carga y descarga y le obligué a bajar. Se mostró reticente, pero al final vencí.

    No se merecía dar ninguna explicación y estaba claro que no teníamos nada pendiente. Cuando cerró la puerta del coche volví a poner primera para seguir mi camino, pero, al mirar por el retrovisor le vi. Miraba hacia el coche con una mirada distinta a lo que conocía de él. Y era una blanda…

    Le volví a pedir que entrara, pero para aclarar las cosas. Y que mi cabeza loca se moría por saber qué explicación tenía para tanta cobardía y estupidez que mostró aquel día, hacía diez años. El día en el que podríamos haber formado un futuro con la ayuda del otro. Pero por su comportamiento no fue posible. Me pasé todos esos años con la pregunta de por qué lo hizo.

    —Esteban, te acercaré a tu piso. Reserva un día para tomar esa copa.

    Vi cómo sacaba un papel del bolsillo y anotaba su número de móvil. Lo dejó en el salpicadero mientras me guiñaba el ojo.

    Me guio hasta su portal y, antes de bajar, cogió mi mano para besarla. Maldito Matt. Justo en el momento exacto tenía que aparecer. Y no creo en las casualidades.

    Cuando Esteban salió del coche, vi desde el retrovisor que el aguafiestas tenía intención de ocupar el asiento de copiloto. Lo frené en seco.

    —Ni se te ocurra moverte. Ahora mismo me vas a contar todo lo que se supone que tienes que decirme. Y más vale que seas sincero, si no te echo de aquí de un solo grito.

    —¿Cuándo te he mentido?

    —Vas por mal camino…

    —Joder… —susurró mientras enterraba su cara entre las manos y tomaba aire—. Vale, lo sé, no lo hice bien hace años, pero necesito tu ayuda.

    —¿Qué te hace pensar qué vaya a ayudarte? Lo único que puedo hacer es darte la hostia que te merecías hace diez años.

    —Lo sé, y me la merezco todos los días de mi vida. Nunca he podido olvidar lo que te hice y, mucho menos todavía, lo que no te dije.

    —No lograrás que te ayude con esas palabras. —Continué fría como el hielo, aunque me estaba costando horrores mantenerme. Él siempre había tenido algo que me volvía frágil y loca.

    —Por favor… Necesito libertad. —No dejaba de mirarme a los ojos, y no pude ser fuerte.

    Era el único que conseguía desestabilizarme, incluso diez años después. Su mirada demostraba ansiedad y necesidad, pero no podía ayudarle. No en lo que a libertad se refiere, todos somos libres. Y fue lo que le contesté.

    —No me vengas con ese cuento. Sabes a la perfección que en el mundo donde hemos crecido es imposible. Estamos hechos a medida —dijo con resignación.

    —Yo no —contesté rotunda—. Construí yo solita mi vida. Soy quien quiero ser y tú podrías serlo también, si hubieras tenido cojones.

    —No hables en pasado, Sheena. Aún estoy a tiempo. Pero necesito ayuda. Eres la única persona que conozco que está apartada de toda esa gente. —Agachó la mirada para volver a tomar aire—. Sé que no hice lo correcto. Es algo que me sigue atormentando y créeme cuando te digo que me arrepiento. No he tenido una vida fácil, sé que no es motivo suficiente para justificar lo que no hice, pero… Joder, soy consciente de que jugué con tus sentimientos, y perdí. —Levantó su cabeza y me miró fijamente con sus ojos oscuros—. Si pudiera retroceder en el tiempo, te aseguro que haría las cosas de otra manera. No puedo borrarlo. Si fuera posible te daría cada aliento de vida que me quedara hasta el día de mi muerte con tal de que me perdonaras.

    Y, por arte de magia, consiguió que mi frío corazón sufriera un cambio. Una brecha que avecinaba un deshielo peligroso.

    —¿Por qué cada vez que estoy cerca de ti desestabilizas mi vida?

    —Por tu eterna presencia en mi estúpida cabeza.

    Y la brecha se hizo mucho más grande, dejando al descubierto parte de él. Me estaba planteando ayudarle solo para averiguar tal motivo de locura. Aunque me aterraba remover el pasado y lo que me empeñaba en enterrar para no afrontarlo

    —Ahora no tengo la fuerza necesaria para mantener esa conversación. ¿Dónde puedo dejarte?

    —No soy capaz de bajar del coche, no quiero separarme de ti. Necesito explicarte algo, y tiene que ser ahora.

    3

    Miedo a las palabras

    Debatimos donde podíamos ir para mantener una conversación neutral. Pero era tarde y estaba todo cerrado. Me explicó que, justamente esa noche, no tenía la manera de esconderse de su familia sin que lo encontraran. Aquello me

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