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Sermones sobre el Evangelio de Juan (V) - El Amor de Dios Revelado por Medio de Jesús, El Hijo Unigénito ( III )
Sermones sobre el Evangelio de Juan (V) - El Amor de Dios Revelado por Medio de Jesús, El Hijo Unigénito ( III )
Sermones sobre el Evangelio de Juan (V) - El Amor de Dios Revelado por Medio de Jesús, El Hijo Unigénito ( III )
Libro electrónico304 páginas5 horas

Sermones sobre el Evangelio de Juan (V) - El Amor de Dios Revelado por Medio de Jesús, El Hijo Unigénito ( III )

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El amor de Dios revelado a través de Jesucristo

Está escrito: «A Dios nadie le vio
jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer»
(Juan 1, 18). ¡Jesús nos reveló perfectamente el amor de Dios! ¡Jesús nos liberó
perfectamente! ¡Qué perfecta Verdad de salvación es el Evangelio del agua y el
Espíritu! Nunca nos hemos arrepentido de haber recibido nuestra salvación a través
de la fe en Jesús, que vino por el agua y la sangre (1 Juan 5, 6). Espero que
todos crean en Jesucristo que ha revelado el amor de Dios, guarden esta fe en
Su amor en sus corazones, y vivan todos los días para predicar ese amor. Espero
que reciban la bendición de la remisión de los pecados al encontrarse con Dios
a través del Evangelio del agua y el Espíritu.

IdiomaEspañol
EditorialPaul C. Jong
Fecha de lanzamiento24 may 2019
ISBN9788928210978
Sermones sobre el Evangelio de Juan (V) - El Amor de Dios Revelado por Medio de Jesús, El Hijo Unigénito ( III )

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    Sermones sobre el Evangelio de Juan (V) - El Amor de Dios Revelado por Medio de Jesús, El Hijo Unigénito ( III ) - Paul C. Jong

    Prólogo

    Los discípulos de Jesús dijeron: «¿Qué quiere decir? Es muy difícil. ¿Quién puede entender lo que dice?». El Señor estaba diciendo que Él era el pan de vida: «Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo» (Juan 6, 51). Después dijo: «De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida» (Juan 6, 53-55). Por último terminó diciendo: «El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él» (Juan 6, 56).

    Como hemos visto, podemos comer la carne del Señor y beber Su sangre con fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. Llegamos a saber que estamos sin pecados cuando comemos la carne del Señor. Si ustedes comen la carne del Señor con fe, estarán sin pecados. Queridos hermanos, si comen la carne del Señor por la fe que cree en que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán y así ha tomado todos nuestros pecados, podrán recibir la gracia de la remisión de los pecados. Podemos estar sin pecados si por fe comemos la obra que el Señor ha hecho con Su carne. Sin embargo, ¿qué pasa con las personas que no comen la carne de Jesús por fe? Que siguen siendo pecadores aunque crean en Él como fanáticos. Los que comen la carne del Señor con fe espiritual se convierten en personas sin pecados.

    Imaginemos que se nos invita a un banquete donde hay todo tipo de comida deliciosa. Por muy copioso que sea el banquete, si no como nada nunca me llenaré. De la misma manera, nosotros solo recibimos la remisión de los pecados cuando comemos creyendo con nuestras mentes que nuestro Señor nos ha dejado sin pecados al cargar con todos los pecados del mundo, al ser bautizado en Su cuerpo. Dicho de otra manera, nuestros pecados solo pueden ser borrados cuando comemos la carne del Señor con fe en que Jesús ha borrado nuestros pecados al ser bautizado.

    Tenemos que comer la carne del Señor a menudo con fe en el Evangelio del agua y el Espíritu. Solo entonces nuestros estómagos espirituales estarán llenos. Así podremos tener la conciencia tranquila cuando bebamos la sangre del Señor si creemos en su significado espiritual. Es posible que se malinterpreten estos conceptos, pero todas estas metáforas se refieren a la fe espiritual. Podemos comer la carne del Señor y beber Su sangre solo cuando creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu que el Señor nos ha dado. Quiero decir que al creer en este Evangelio podemos comer la Verdad que dice que el Señor entregó Su vida para cumplir el Evangelio del agua y el Espíritu.

    Les hablo una vez más preguntándome si hay alguien entre ustedes que no crea y solo conozca el Evangelio del agua y el Espíritu sin comer de él. Si ustedes están en esta categoría, les pido que coman el Evangelio del agua y el Espíritu con fe cuando sea preparado, sin dudarlo. Espero que ustedes beban Su sangre de la misma manera en que disfrutan de una bebida fresca, y que coman la carne de Jesús como alimento espiritual. Espero que todos disfruten de la vida eterna comiendo y bebiendo, sabiendo que el Señor ha borrado nuestros pecados al cargarlos sobre Su cuerpo mediante Su bautismo, y al pagar por ellos con Su sangre en la Cruz. Asimismo espero que estén seguros de que hemos sido escogidos para comer la carne del Señor y beber Su sangre al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu.

    Jesús les dijo a Sus discípulos que comiesen Su carne y bebiesen Su sangre. La gente pensaba que era muy difícil de entender a Jesús cuando les decía que comiesen Su carne como el pan de vida. Estas personas estaban muy confusas por estas palabras: «¿Quién puede entender estas palabras?». De la misma manera, casi todos los cristianos hoy en día están confusos por esta parte de las Escrituras, debido a su ignorancia espiritual.

    Nuestro Señor dijo: «Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero? El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida» (Juan 6, 62-63). Este pasaje significa; «Habéis escuchado Mi Palabra espiritualmente. He tomado todos vuestros pecados en el río Jordán para salvar vuestras almas de los pecados del mundo. Yo, el Hijo del Hombre, he tomado todos vuestros pecados a través del bautismo que recibí de Juan el Bautista. Y voy a morir en vuestro lugar; daré Mi vida por vosotros. ¿Qué diréis si vuelvo a Mi trono donde estaba antes cuando resucité a los 3 días?». Pero aún así había muchos de sus discípulos que no creían que Jesús es el Hijo del Señor o que es el Señor. Benditos los que comen la carne de Jesús por fe.

    ¿Están comiendo la carne del Señor y bebiendo Su sangre al creer en el Evangelio del agua y el Espíritu en este momento? Coman y beban Sus bendiciones todos los días. Del mismo modo en que tienen que comer comida para el cuerpo todos los días, también deben comer el alimento espiritual por fe. Si solo comen el alimento espiritual una vez, pronto estarán hambrientos espiritualmente en tres días. Entonces, tendrán que comer ese alimento de nuevo. Mis hermanos, tienen que comer el alimento espiritual tan a menudo como sea posible.

    Los que comen la carne de Jesús reciben el alimento de vida

    Los que han comido la carne de Jesús se han convertido en personas sin pecado. Mis queridos hermanos, ¿saben que dejaron de tener pecados cuando creyeron en el Evangelio del agua y el Espíritu? Nos hemos convertido en personas sin pecado al comer la carne y beber la sangre de Jesús por fe. El Señor nos dio la salvación mediante el Evangelio del agua y el Espíritu que dice que podemos estar sin pecado si comemos la carne del Señor y bebemos Su sangre. Así que nacemos de nuevo como personas sin pecado porque comemos y bebemos la sangre y la carne de nuestros Señor, Jesús.

    ¿Cuán grande es la gracia de nuestro Señor por darnos Su cuerpo? ¿Qué haríamos si el Señor no nos hubiese dado Su carne? ¿Cómo de limpias están nuestras conciencias ahora que están limpias por haber comido Su carne como alimento diario? Mis queridos hermanos, es impresionante y maravilloso habernos convertido en personas sin pecados.

    ¿Cómo podemos atrevernos a decir que somos personas sin pecados? ¿Podemos quitarnos los pecados si pagamos dinero por ellos? ¿Podemos quitarnos los pecados si hacemos buenas obras? ¿O podemos quitarnos los pecados si vivimos con rectitud? No podemos quitarnos los pecados con nuestras obras o habilidades. No podemos ser personas sin pecado si no fuese por la carne de Jesús. Nos convertimos en personas sin pecado al comer la carne de Jesús porque Jesús nos ha dado Su carne. ¿Tienen pecados? Ahora no tienen pecados. Digamos «no tenemos pecados». No tenemos pecados porque hemos comido la carne de Jesús. Si la gente nos mira, puede decir: «¡Qué gente más extraña!». Pero somos las personas sin pecados que complacen a Dios.

    Mis queridos hermanos, no tenemos pecados porque hemos comido la carne del Señor. Jesús nos dio Su carne. También nos dios Su sangre. Tomó todos nuestros pecados en esa carne a través de Su bautismo, y pagó por ellos al derramar Su sangre en la Cruz. Así que nos convertimos en personas sin pecados mediante la fe en este Evangelio del agua y el Espíritu.

    El Señor dijo: «El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha» (Juan 6, 63). Podemos nacer de nuevo cuando creemos en nuestras mentes lo que el Señor ha hecho por nosotros. Nos convertimos en las personas que no tienen pecados en sus mentes. Además también nos convertimos en personas sin pecados en nuestros espíritus. ¿Están de acuerdo o no? Estoy seguro de que están de acuerdo. Así que el Señor dijo: «El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha». Si pensamos en términos carnales, ¿podemos comer la carne y beber la sangre de alguien? No. Y si comemos la carne de otras personas, ¿pertenecemos a una tribu de caníbales? Si obedeciésemos estas palabras literalmente, la Biblia nos estaría pidiendo que cometiésemos actos bárbaros. Por eso el Señor nos dijo que no pensásemos carnalmente.

    El Señor salvó nuestras almas del pecado y nos dio una vida nueva. Él ha tomado nuestros pecados para siempre al ser bautizado por Juan en Su cuerpo. De esta manera nos ha hecho personas sin pecados. Nos convertimos en personas sin pecados al comer la carne del Señor. Es tan maravilloso. El hecho de que nos hayamos convertido en personas sin pecados al comer la carne del Señor es maravilloso. Es increíble que hayamos recibido la salvación verdadera. ¡Qué poderosa es la carne del Señor! Los que comes la carne de Jesús están sin pecados.

    ¿Cómo pueden comer y beber la carne y la sangre de Jesús? Al creer en el bautismo de Jesús y Su derramamiento de sangre. Comemos la carne de Jesús al creer que Jesús tomó todos nuestros pecados a través de Su bautismo en el río Jordán. Por tanto, tenemos que comer la carne de Jesús todos los días por fe. Tenemos que comer cuando estemos hambrientos espiritualmente. Tenemos que comer la carne de Jesús cuando sintamos que tenemos pecados o estemos débiles espiritualmente. Tenemos que comer Su carne tan a menudo como sea posible al creer en que el Señor tomó nuestros pecados a través de Su bautismo. Así es como podemos convertirnos en hombres o mujeres de fe espiritual.

    Incluso entre los discípulos de Jesús había algunos que no creían que Jesús fuera el Hijo de Dios, o que Jesús hubiese tomado todos los pecados del mundo. Hoy también hay personas que no creen que Jesús tomase los pecados con Su carne. Es evidente que Jesús ha tomado todos los pecados del mundo al ser bautizado, pero incluso en círculos cristianos hay personas que no creen en esta Verdad. Por eso Jesús habla tanto acerca de ella.

    Había un discípulo llamado Judá entre los doce discípulos de Jesús. El Señor sabía que Judá pertenecía a Satanás, el Diablo. Sabía que algunos de los discípulos de Jesús no creían en Él completamente, y que algunos de entre la multitud que le seguí no creían en Él. Entonces, ¿quiénes eran estas personas? El Señor dijo: «Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre» (Juan 6, 65).

    Muchas personas han dejado a Jesús como Él dijo: «Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre». Muchas personas le han dejado porque no tenían la fe necesaria para comer y beber la sangre y la carne de Jesús. Mis queridos hermanos, no pueden dejarse guiar por Dios Padre si sus mentes están engañadas. Dios conoce todas nuestras situaciones. Por tanto, no debemos dejar que nuestras mentes se engañen. Debemos confesar la verdadera situación de nuestros corazones cuando estemos ante la presencia de Dios. Tenemos que decir: «Mi Señor, tengo pecados en mi corazón y merezco ser condenado por ellos. Por favor, ten misericordia de mí». Entonces el Señor encontrará a esta persona honesta con el Evangelio del agua y el Espíritu sin falta.

    Jesús les dijo a Sus doce discípulos: «¿Queréis acaso iros también vosotros?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Juan 6, 68-69).

    Nosotros debemos realizar la misma confesión de fe. ¿Podemos vivir abandonando al Señor? ¿Podemos ir a otra parte después de abandonar al Señor? El Señor ha recibido el bautismo en Su cuerpo y ha entregado Su sangre por nosotros. Nos dio el Evangelio del agua y el Espíritu que es la Palabra de Verdad de Dios y nos permite recibir la vida eterna.

    Ahora nos hemos convertido en personas sin pecados. Quien crea en el Evangelio del agua y el Espíritu puede recibir la remisión de los pecados y la vida eterna. ¡Aleluya!

    SERMÓN 1

    Llenen las tinajas de agua

    < Juan 2:1-11 >

    «Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él. Después de esto descendieron a Capernaum, él, su madre, sus hermanos y sus discípulos; y estuvieron allí no muchos días».

    El milagro que también ocurre en nuestras almas

    En el banquete de bodas de Galilea, nuestro Señor realizó una obra milagrosa que consistió en convertir el agua en vino. Con este milagro nuestro Señor proporcionó todo el vino necesario para el banquete. Los siervos que estaban en la boda pudieron experimentar este milagro porque quisieron creer en nuestro Señor y obedecerle; tuvieron fe y aceptaron completamente la Palabra de Dios que les dijo que llenaran las tinajas de agua.

    De la misma manera, si queremos ser testigos de la obra maravillosa de Dios, debemos creer primero en el Dios que ha venido por el Evangelio del agua y el Espíritu; debemos tener la fe para obedecer y creer en el Palabra de Dios aunque no esté de acuerdo con nuestros pensamientos, y así aceptar la Palabra de Dios. Milagros y bendiciones como este ocurrirán en nuestras almas.

    El hecho de que Jesús les dijese a los siervos que llenasen seis tinajas de piedra de agua hasta rebosar significa que nos está diciendo que llenemos nuestros corazones con la Palabra de Dios. Cuando llenamos nuestros espíritus con la Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu, estamos salvados, de la misma manera en que los siervos vieron el impresionante milagro del agua que se convirtió en vino. Estamos libres de las maldiciones y de la destrucción y por eso tenemos la bendición de recibir la vida eterna y convertirnos en hijos de Dios. Hoy me gustaría compartir la Palabra con ustedes con mi sermón titulado: «Llenen las tinajas de agua».

    ¿Qué hizo nuestro Señor para salvarnos de todos nuestros pecados? Para salvarnos a ustedes y a mí, Jesús, Dios mismo, vino a esta humilde Tierra encarnado en un hombre. Unos 700 años antes de que Jesús viniese encarnado en un hombre, Dios había prometido enviarle a través del Profeta Isaías, diciendo: «Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Isaías 7, 14). Este Hijo que fue concebido en el cuerpo de la virgen también se refiere a «su Semilla» (Génesis 3, 15) que Dios había prometido a Adán y Eva, los antecesores de la humanidad antes de que fuesen expulsados del Jardín del Edén por su pecado. Todos los descendientes de Adán son pecadores, y por eso Jesús fue concebido por el Espíritu Santo y nació de una mujer, para que pudiese nacer siendo Hombre pero sin pecados. ¿Quién es esta mujer llamada María? Era de la tribu de Judá, una de las doce tribus de Israel. Su prometido, José, también era de la tribu de Judá y de linaje real. De las doce tribus de Israel descendientes de los doce hijos de Jacob, la tribu de Judá era de linaje real. Dios había prometido en el Antiguo Testamento que haría nacer a Jesús del linaje de Judá, y exactamente según esta promesa, Jesús nació a través de la Virgen María, que era de la tribu de Judá.

    Cuando nuestro Señor vino al mundo, vino como el Rey de reyes para salvarnos de todos los pecados. Nuestro Señor no nació en la casa de Aarón, el Sumo Sacerdote. Los descendientes de Aarón todavía existían en ese momento, y por eso el Señor no nació como el sacerdote terrenal, sino a través de la tribu de Judá, y por eso se convirtió en el Rey del Reino de los Cielos y el Sumo Sacerdote celestial. Juan el Bautista, que nació en el mundo antes que Jesús, testificó que Jesús vendría, y según este testimonio, así como la promesa del Antiguo Testamento, Jesús vino al mundo para salvarnos. Nuestro Señor nos está diciendo que llenemos nuestros corazones con Su obra de salvación que nos ha salvado de todos los pecados, del mismo modo en que las tinajas se llenaron de agua.

    Llenemos nuestros corazones con la obra de nuestro Señor

    Está escrito: «El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Jesús vino a este mundo para cumplir la promesa del Antiguo Testamento, como Juan el Bautista dijo cuando vio a Jesús ir hacia él: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». «He aquí» nos está diciendo Juan el Bautista, «¡Mirad la obra que el Señor ha hecho!». Es decir, que quien quiera ser librado de todos sus pecados debe ver lo que Jesús ha hecho por él con el Evangelio del agua y el Espíritu. A través de la Biblia vemos que Jesús vino por el Evangelio del agua y el Espíritu.

    Cuando vemos a Jesús a través de la Biblia, vemos que es un Cordero de sacrificio preparado por Dios Padre. Para pagar por todos nuestros pecados, Jesús fue bautizado y cargó con todos los pecados del mundo: «M as Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros» (Isaías 53, 6). Al ser bautizado por Juan el Bautista, Jesús, el Cordero de Dios, murió en la Cruz cargando con todos los pecados de este mundo. Para cumplir la voluntad del Padre de salvar a todos los pecadores, Jesús murió como Cordero del sacrificio. Así, nuestro Señor nos está diciendo a los seres humanos que cargó con todos nuestros pecados y trasgresiones en el río Jordán a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, y que cargó con todos los pecados del mundo hace 2000 años. Esta es la Palabra con la que debemos llenar nuestros corazones.

    Mis queridos hermanos, ¿cuándo quitó nuestro Señor los pecados del mundo? ¿Hace cuántos años? Alrededor de 2000 años. Para ser exactos debemos restar 30 años, ya que el Señor empezó Su vida pública cuando tenía 30 años. Estamos en el año 1995. Si restamos 30 años, nos quedan 1965 años. Así que Jesucristo, nuestro Señor, empezó Su ministerio público hace 1965 años cuando fue bautizado en el río Jordán. Nuestro Señor nos está diciendo: «He borrado vuestros pecados. ¿Hace cuánto tiempo? 1965 años. Incluso antes de que nacieseis yo sabía que ibais a pecar, y por eso cargué con vuestras iniquidades al ser bautizado. Hace mucho tiempo, 1965 años, antes de que nacieseis, borré vuestros pecados al ser bautizado por Juan el Bautista». Mis queridos hermanos, ¿creen en esta Palabra del Evangelio del agua y el Espíritu?

    Nuestro Señor quiere que aceptemos en nuestros corazones Su nacimiento, el que cargase con nuestros pecados y trasgresiones a través de Su bautismo, y el hecho de que borró todos los pecados de este mundo y los eliminó. Nuestro Señor borró todos nuestros pecados y trasgresiones para siempre a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista. Por todos los pecados que cometimos con nuestras manos, Jesús fue bautizado y Sus manos santas fueron clavadas en la Cruz; por los pecados que cometimos con nuestros pies, Sus pies fueron clavados en la Cruz; y por los pecados cometidos en nuestros corazones, Su corazón fue traspasado por una lanza. Y por todos los pecados que cometimos con nuestros cuerpos, el cuerpo de Jesús fue flagelado y golpeado. Así Jesús cargó con todos nuestros pecados y sufrió dolor, humillación y odio extremos en la Cruz. Entonces bajó Su cabeza y murió, dejando estas últimas palabras: «Está acabado» (Juan 19, 30). De la misma manera en que se llenaron las tinajas de agua, Jesús nos está diciendo que llenemos nuestros corazones con Su obra de salvación, que llenemos nuestra fe con el Evangelio del agua y el Espíritu.

    Para poder salvarnos de nuestros pecados, el Señor tuvo que venir al mundo encarnado en un hombre. Y para cargar con todos nuestros pecados y nuestras iniquidades, tuvo que ser bautizado en el río Jordán. Por eso fue bautizado. De esta manera nuestro Señor cargó con todos nuestros pecados e iniquidades y los llevó a la Cruz. Nuestro Señor nos está diciendo a los seres humanos: «He borrado todos vuestros pecados». Esto es absolutamente cierto. ¿Reconocen este hecho? Mis queridos hermanos, debemos aceptar la Verdad del Evangelio en nuestros corazones de la misma manera en que las tinajas de piedra se llenaron de agua. ¿Pueden aceptarlo en sus corazones ahora?

    Ahora debemos convertirnos en las tinajas del milagro

    Las tinajas de piedra contenían el agua que fue convertida en vino milagrosamente. Cuando aceptamos la Palabra de Dios en nuestros corazones, nosotros también podemos ver el mismo milagro que ocurrió en las tinajas. ¿Pero qué hay de nosotros? ¿Qué tipo de personas somos por naturaleza? Siempre habíamos sido pecadores ante Dios. ¿Qué tipo de personas éramos ante Dios? Éramos una raza de obradores de iniquidad que no podía vivir según la voluntad de Dios, criaturas semejantes a las bestias que no reconocían sus pecados aunque pecasen en todo momento. ¿No es cierto? Por supuesto que sí. Aunque Dios nos creó, no le conocíamos, no sabíamos quién era el Creador, no escuchábamos los mandamientos de Dios, y vivíamos a nuestra manera sin reconocer a Dios. Éramos pecadores terribles que no sabían qué hacer y hacían lo que no debían.

    Mis queridos hermanos, tenemos que recordar el tipo de personas que éramos antes de recibir la remisión de los pecados. ¿Cuál es nuestra realidad ante Dios ahora que hemos recibido la remisión de los pecados? ¿Cómo son nuestras acciones? Nuestro Señor borró todos nuestros pecados al ser bautizado por Juan. Nuestro Señor está diciendo que cargó con todos los pecados del mundo, pero ¿cuál fue nuestra reflexión? La Biblia dice: «El buey conoce a su dueño,

    y el asno el pesebre de su señor;

    Israel no entiende,

    mi pueblo no tiene conocimiento» (Isaías 1, 3). De verdad no conocíamos a Dios, ni reconocíamos Sus mandamientos o Su Ley, y caminábamos por el camino de las maldiciones. Cada uno de nosotros iba por su camino. Éramos pecadores que hacían lo que querían y que acabarían inevitablemente en el infierno. Pero, para salvarnos, nuestro Señor vino al mundo encarnado en un hombre, tomó nuestros pecados e iniquidades en el río Jordán, y llevó esos pecados pesados a la Cruz.

    Solo si aceptamos esto en nuestros corazones podremos convertirnos en hijos de Dios y en personas justas, obtener la vida eterna, ser librados de todas las maldiciones y recibir las bendiciones celestiales y terrenales que Dios nos da. Todos los seres humanos debemos aceptar la obra que Dios ha hecho por nosotros. No duden en aceptar esta Verdad. Nuestro Señor no nos está diciendo que ha borrado nuestros pecados ahora mismo, sino que los borró hace 2.000 años, todos los pecados que cometemos en nuestras vidas, desde que nacemos hasta que morimos. ¿Pueden admitir esto por fe? Jesús no está cargando con nuestros pecados ahora mismo o cuando ofrecemos oraciones de penitencia. Los borró hace mucho tiempo. Es ya historia antigua de hace 2.000 años. No estamos hablando de simplemente diez, veinte o treinta generaciones pasadas. Nuestro Señor nos está diciendo: «No sois vosotros los que Me amasteis y servisteis, sino que fui Yo quien os amé y serví. Soy Yo quien os ha salvado». Esto es lo que nuestro Señor nos está diciendo.

    Mis queridos hermanos, debemos abrir nuestros corazones y aceptar a Jesucristo, quien vino por el

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