Cuentos de muerte y de sangre: Seguidos de aventuras grotescas y una trilogía cristiana
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Aunque este título recuerde a uno de los clásicos de la narrativa breve latinoamericana, Cuentos de amor de locura y de muerte (1917) del uruguayo Horacio Quiroga, el libro del argentino no corrió con la misma suerte.
Cuentos de muerte y de sangre fue un fracaso estrepitoso, solo logró vender siete ejemplares en un año. Este fracaso editorial y las múltiples críticas llevó al mismo Güiraldes a renegar de esta obra. Si al hecho anterior se le suma como contraste el éxito de su novela Don Segundo Sombra, no es de extrañar que el el relato haya sido totalmente eclipsado por la novela, generando un silencio a su vez dentro de la crítica literaria.
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Cuentos de muerte y de sangre - Ricardo Güiraldes
Ricardo Güiraldes
Cuentos de muerte y sangre
Seguidos de aventuras grotescas
y una trilogía cristiana
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Créditos
Título original: Cuentos de muerte y de sangre seguidos de aventuras grotescas y una trilogía cristiana.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica ilustrada: 978-84-9007-818-1.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-109-8.
ISBN rústica: 978-84-96290-00-6.
ISBN ebook: 978-84-9897-033-3.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
Los cuentos 9
Advertencia 11
Facundo 13
Don Juan Manuel 17
Justo José 21
El capitán Funes 23
Venganza 27
El Zurdo 29
Puchero de soldao 31
De mala bebida 35
El remanso 37
De un cuento conocido 41
Trenzador 45
Al rescoldo 49
El pozo 57
Nocturno 61
La deuda mutua 65
Compasión 69
La donna è mobile 71
Primera parte 71
Segunda parte 71
Antítesis 75
La estancia vieja 75
La estancia nueva 83
Aventuras grotescas 87
Arrabalera 87
Máscaras 91
Ferroviaria 97
Sexto 101
Trilogía cristiana 103
El juicio de Dios 105
Guele 111
San Antonio 121
Libros a la carta 127
Brevísima presentación
La vida
Ricardo Güiraldes nació en una acaudalada familia en la Argentina que se fue a Francia cuando él cumplió un año. Pasó los primeros cuatros años de su vida en Europa y aprendió a hablar francés y alemán.
Más tarde vivió en Argentina, en una casa en la ciudad y en la estancia La Porteña, en San Antonio de Areco. Su infancia en el campo lo acercó el ambiente gauchesco.
Estudió arquitectura y derecho pero no terminó su formación universitaria. Tuvo entonces una vida de dandy en Europa hasta que se casó con Adelina del Carril en 1913.
Fue amigo de Jorge Luis Borges con quien fundó las revistas Martín Fierro y Proa.
Los cuentos
Estos relatos están llenos de personajes «duros»:
Traspuestas las penurias del viaje cayó al campamento una noche de invierno agudo.
Era un inconsciente de veinte años, proyecto tal vez de caudillo; impetuoso, sin temores e insolente ante toda autoridad. De esos hombres nacían a diario en aquella época encargados luego de eliminarse entre ellos, limpiando el campo a la ambición del más fuerte.
Aquí el lector encontrará relatos descarnados, de una intensidad que se anticipa a los mejores textos de la novela negra americana.
En 1915 se publican los primeros libros de Güiraldes: El cencerro de cristal y Cuentos de muerte y de sangre. Fueron despreciados por la crítica de la Argentina y el público los ignoró.
Solo Leopoldo Lugones reconoció su talento.
Advertencia
Son en realidad anécdotas oídas y escritas por cariño a las cosas nuestras.
He intitulado Cuentos no teniendo pretensión de exactitud histórica.
R. G.
Facundo
Traspuestas las penurias del viaje cayó al campamento una noche de invierno agudo.
Era un inconsciente de veinte años, proyecto tal vez de caudillo; impetuoso, sin temores e insolente ante toda autoridad. De esos hombres nacían a diario en aquella época encargados luego de eliminarse entre ellos, limpiando el campo a la ambición del más fuerte.
Apersonado al jefe, mostró la carta de presentación. Cambiaron cordiales recuerdos de amistad familiar y Quiroga recibió a su nuevo ayudante con hospitalidad de verdadero gaucho.
Concluida la cena, al ir y venir del asistente cebador, el mocito recordó cosas de su vivir ciudadano. Atropellos y bufonadas sangrientas, que aplaudía con meneos de cabeza el patilludo Tigre. Contó también cómo se llenaba de plata merced a su habilidad para trampear en el monte.
El Tigre pareció de pronto hostil:
—¡Jugará con sonsos!
Insolente, el mocito respondía:
—No siempre, general... y pa probarle, le jugaría una partidita a trampa limpia.
Quiroga accedió.
Los naipes obedecían dóciles, y el Tigre perdía sin pillar falta. En su gloria, el joven besaba de vez en cuando el gollete de un porrón medianero, y no olvidaba chiste, entre los lucidos fraseos de barajar.
Inesperadamente, Quiroga se puso en pie.
—Bueno, amigo, me ha ganao todo.
Recién el mozo miró hacia el montón, escamoso, de pesos fuertes, que plateaba delante suyo.
El general se retiraba.
Entonces, un horrible terror desvencijó la audacia del ganador. Las leyendas brutales ensoberbecieron la estampa, hirsuta, del melenudo.
—¡General, le doy desquite!
—Vaya, amigo, vaya, que podría perder lo ganao y algo encima...
—No le hace, general, es justo que también usted talle.
—¿Se empeña?
—¿Cómo ha de ser?
Las mandíbulas le castañeteaban de miedo.
Quiroga arremangó la baraja, que chasqueó entre sus dedos toscos.
—¡Bueno, mis estribos contra cien pesos!
Y mandó al asistente traer las prendas.
Facundo comenzó a recuperar; cuando igualaron pesos, sonrió diciendo al huésped:
—Bueno, amigo, a recoger, y hasta mañana.
Pero el mocito, queriendo apaciguar al que creía herido, había de cinchar hacia su desgracia. Balbuceó estúpidas excusas de terror.
Facundo volvió a sentarse, con esta advertencia:
—No culpe sino a su empeño lo que suceda... al hombre sonso la espina’el peje... voy a jugarle hasta lo último, ya que así quiere... Si gana, ensille al amanecer, y no cruce más mi camino... si pierde, ha de ser más de lo que usted cree.
—¿Y es, mi general?
—¡Bah!, cualquier cosa.
Volvió a fallar el naipe inconsciente.
Quiroga trampeaba con descaro ante la pasividad del contrario, que miraba, como al través del delirio, la figura irreal, agrandada de leyenda.
Cuando el último peso fue suyo, llamó al asistente, ordenándole con una seña explicativa:
—Llévelo a dormir al mocito... y que descanse mucho, ¿no?
El muchacho quiso arrojarse de rodillas e intentar súplicas, pero Quiroga, indiferente, juntaba las barajas, y el asistente era más fuerte.
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