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Ensayos
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Libro electrónico82 páginas1 hora

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El escritor dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) es considerado una de las más destacadas influencias en la cultura hispanoamericana del siglo pasado. Entre sus principales logros está haber sido el fundador de la educación institucional, un maestro de alto nivel, un estudiante sobresaliente y un agudo crítico literario.
La presente selección de Ensayos de Pedro Henríquez Ureña, contiene, entre otros los textos siguientes:

Utopía de América,
El descontento y la promesa,
La influencia de la revolución
y La Sociología de Hostos.
A continuación comentamos algunos de ellos:

En Utopía de América Ureña consideró el continente como un proyecto cultural en el que es posible definir la identidad de Hispanoamérica. En este punto fue capaz de establecer una clara relación entre las culturas regionales y la cultura occidental.
En El descontento y la promesa, el autor empieza diciendo una frase triunfal: «Haré grandes cosas: lo que son no lo sé». La idea básica es el descontento de la nueva generación latinoamericana, frente a la anterior y la promesa de renovación según los nuevos cánones literarios.
La influencia de la revolución retrata la vida intelectual de México. Vale la pena hacer énfasis en el interés de Ureña en los dos grandes movimientos de transformación social de México. Tras la independencia de 1810; el primero de ellos fue la reforma inspirada en los principios liberales, que abarcó las años de 1855 a 1867. El otro movimiento es el llamado "Revolución", iniciado en 1910 hasta su culminación en 1920. En particular, Ureña analiza este segundo movimiento y su extraordinaria influencia en la vida intelectual mexicana. Caber decir que tuvo enorme influencia en casi todos los órdenes sociales del país.
Finalmente, en La Sociología de Hostos es un ensayo escrito en La Habana, en el Henríquez Ureña muestra su admiración por Eugenio María de Hostos. Así mientras hace una crítica velada de la situación de Latinoamérica, señala también la clarividencia de Hostos al ser de los primeros en introducir la sociología en los programas de enseñanza del continente. En particular en la Escuela Normal de Santo Domingo, con unas nociones escritas en la década de 1880, para la Escuela Normal de Santo Domingo.
Estos ensayos terminaron siendo el Tratado de Sociología de Hostos.
Las rutas espirituales, políticas, existenciales e intelectuales de Hostos y Pedro Henríquez Ureña se encuentran aquí en una historicidad crítica y moral, patente y cardinal en sus vidas. Dedicadas a refundar un espacio cultural, educativo y social de sujetos y obras en contacto y movimiento.
Así resumimos este libro de Ensayos de Pedro Henríquez Ureña, tengan los lectores esta reseña como punto de partida.
IdiomaEspañol
EditorialLinkgua
Fecha de lanzamiento31 ago 2010
ISBN9788499537481
Ensayos

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    Ensayos - Pedro Henríquez Ureña

    9788499537481.jpg

    Pedro Henríquez Ureña

    Ensayos

    Barcelona 2024

    Linkgua-ediciones.com

    Créditos

    Título original: Ensayos.

    © 2024, Red ediciones S.L.

    e-mail: info@linkgua.com

    Diseño de la colección: Michel Mallard.

    ISBN rústica ilustrada: 978-84-9007-511-1.

    ISBN tapa dura: 978-84-1126-695-6.

    ISBN ebook: 978-84-9953-748-1.

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

    Sumario

    Créditos 4

    Brevísima presentación 9

    La vida 9

    Utopía de América 11

    Patria de la justicia 21

    El descontento y la promesa 27

    La independencia literaria 29

    Tradición y rebelión 33

    El problema del idioma 37

    Las fórmulas del americanismo 41

    El afán europeizante 47

    La energía nativa 51

    El ansia de perfección 53

    El futuro 55

    La influencia de la revolución en la vida intelectual de México 57

    La Sociología de Hostos 69

    Literatura de Santo Domingo 79

    Libros a la carta 93

    Brevísima presentación

    La vida

    Pedro Henríquez Ureña (1884-1946). República Dominicana.

    Hijo de Francisco Henríquez y Carvajal y de la escritora dominicana Salomé Ureña.

    Vivió en Cuba, país en que publicó sus primeros textos, luego en México y Francia, donde en 1910 publicó Horas de estudio.

    Más tarde ejerció la docencia en los Estados Unidos y Argentina. Allí publicó El nacimiento de Dionisios (1916), En la orilla: mi España (1922), La utopía de América (1925), Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928), entre otras obras.

    Utopía de América

    No vengo a hablaros en nombre de la Universidad de México, no solo porque no me ha conferido ella su representación para actos públicos, sino porque no me atrevería a hacerla responsable de las ideas que expondré.¹ Y sin embargo, debo comenzar hablando largamente de México porque aquel país, que conozco tanto como mi Santo Domingo, me servirá como caso ejemplar para mi tesis. Está México ahora en uno de los momentos activos de su vida nacional, momento de crisis y de creación. Está haciendo la crítica de su vida pasada; está investigando qué corrientes de su formidable tradición lo arrastran hacia escollos al parecer insuperables y qué fuerzas serían capaces de empujarlo hacia puerto seguro. Y México está creando su vida nueva, afirmando su carácter propio, declarándose apto para fundar su tipo de civilización.

    Advertiréis que no os hablo de México como país joven, según es costumbre al hablar de nuestra América, sino como país de formidable tradición, porque bajo la organización española persistió la herencia indígena, aunque empobrecida. México es el único país del Nuevo Mundo donde hay tradición, larga, perdurable, nunca rota, para todas las cosas, para toda especie de actividades: para la industria minera como para los tejidos, para el cultivo de la astronomía como para el cultivo de las letras clásicas, para la pintura como para la música. Aquél de vosotros que haya visitado una de las exposiciones de arte popular que empiezan a convertirse, para México, en benéfica costumbre, aquél podrá decir qué variedad de tradiciones encontró allí representadas, por ejemplo, en cerámica: la de Puebla, donde toma carácter del Nuevo Mundo la loza de Talavera; la de Teotihuacán, donde figuras primitivas se dibujan en blanco sobre negro; la de Guanajuato, donde el rojo y el verde juegan sobre fondo amarillo, como en el paisaje de la región; la de Aguascalientes, de ornamentación vegetal en blanco o negro sobre rojo oscuro; la de Oaxaca, donde la mariposa azul y la flor amarilla surgen, como de entre las manchas del cacao, sobre la tierra blanca; la de Jalisco, donde el bosque tropical pone sobre el fértil barro nativo toda su riqueza de líneas y su pujanza de color. Y aquél de vosotros que haya visitado las ciudades antiguas de México —Puebla, Querétaro, Oaxaca, Morelia, Mérida, León—, aquél podrá decir cómo parecen hermanas, no hijas, de las españolas: porque las ciudades españolas, salvo las extremadamente arcaicas, como Ávila y Toledo, no tienen aspecto medieval sino el aspecto que les dieron los siglos XVI a XVIII, cuando precisamente se edificaban las viejas ciudades mexicanas. La capital, en fin, la triple México —azteca, colonial, independiente—, es el símbolo de la continua lucha y de los ocasionales equilibrios entre añejas tradiciones y nuevos impulsos, conflicto y armonía que dan carácter a cien años de vida mexicana.

    Y de ahí que México, a pesar de cuanto tiende a descivilizarlo, a pesar de las espantosas conmociones que lo sacuden y revuelven hasta los cimientos, en largos trechos de su historia, posea en su pasado y en su presente con qué crear o —tal vez más exactamente— con qué continuar y ensanchar una vida y una cultura que son peculiares, únicas, suyas.

    Esta empresa de civilización no es, pues, absurda, como lo parecería a los ojos de aquellos que no conocen a México sino a través de la interesada difamación del cinematógrafo y del telégrafo; no es caprichosa, no es mero deseo de Jouer à l’autochtone, según la opinión escéptica. No: lo autóctono, en México, es una realidad; y lo autóctono no es solamente la raza indígena, con su formidable dominio sobre todas las actividades del país, la raza de Morelos y de Juárez, de Altamirano y de Ignacio Ramírez: autóctono es eso, pero lo es también el carácter peculiar que toda cosa española asume en México desde los comienzos de la era colonial, así la arquitectura barroca en manos de los artistas de Taxco o de Tepozotlán como la comedia de Lope y Tirso en manos de Don Juan Ruiz de Alarcón.

    Con fundamentos tales, México sabe qué instrumentos ha

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