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A la mitad del camino
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Libro electrónico411 páginas6 horas

A la mitad del camino

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Este libro es una compilación de ensayos escritos por el autor en diversos años, de temáticas diferentes, publicados en libros y fuentes periódicas o, en algunos casos, inéditos. Muchos de estas verdaderas joyas literarias tratan sobre asuntos relacionados con la historia de Cuba y de Latinoamérica, sobre la participación personal del autor en los
IdiomaEspañol
EditorialNuevo Milenio
Fecha de lanzamiento24 jul 2019
A la mitad del camino
Autor

Fernando Martínez Heredia

Fernando Martínez Heredia (Yaguajay, 1939), ensayista e historiador, desde hace 50 años ha investigado sobre las realidades sociales y la historia de Cuba, y sobre movimientos sociales y políticos de América Latina. Fue el director de la conocida revista Pensamiento Crítico. Doctor en Derecho, Profesor Titular e Investigador Titular. Director General del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello. Obtuvo el Premio Nacional de Ciencias Sociales. Académico Titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Ha publicado 18 libros y es coautor en otros 15. Traducido al inglés, portugués, francés e italiano.

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    A la mitad del camino - Fernando Martínez Heredia

    Edición: Natalia Labzovskaya

    Corrección: Norma Collazo Silveriño

    Diseño de cubierta: Arianna Boris Cobas

    Diseño interior y maquetación: Madeline Martí del Sol

    Conversión a e-book: Ana Molina González

    © Fernando Martínez Heredia, 2015

    © Sobre la presente edición:

    Editorial de Ciencias Sociales, 2015

    ISBN 978-959-06-1662-4

    INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO

    Editorial de Ciencias Sociales

    Calle 14, no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba

    editorialmil@cubarte.cult.cu

    Brevísimas palabras al lector

    Para los Cinco, alma de la Revolución cubana

    Fernando Martínez Heredia es un autor difícil de clasificar. Le he oído llamar filósofo, sociólogo, politólogo, historiador… La realidad es que él prefiere que lo llamen pensador (no en balde tituló uno de sus primeros trabajos publicados El ejercicio de pensar), aun a riesgo de las imágenes que, Rodin mediante, invoca la palabra. Esto se relaciona con la idea marxiana, que defiende, de que existe una ciencia social y no cajones etiquetados de disciplinas que luchan por legitimarse como ciencias en detrimento de una mirada holística a la realidad. De ahí que encontrar esa transdisciplinariedad tan elusiva y ansiada no sería, según él, un avance, sino un regreso a las raíces.

    Este libro, entonces, es puro Fernando: frondoso, disparado en varias direcciones, conectado por su historia vital e intelectual. En sus páginas aparece y desaparece el Fernando de carne y hueso, que mezcla las vivencias con las reflexiones. Y en él están también dos vocaciones perdidas, aunque confesadas, del autor: la de maestro y la de columnista de diario.

    Los trabajos que aparecen aquí, ordenados por aproximación temática, son hijos de peticiones a las que Fernando rara vez se niega, o de coyunturas que lo imantan a la computadora, o de la rumia de algunos temas que no lo abandonan: el Che, el marxismo, la historia de Cuba, la dimensión personal de los acontecimientos. Hay varios prólogos de libros, un conjunto grande de trabajos de tamaño variado publicados en la red y unos cuantos inéditos. A los fraternos La Jiribilla, Cubarte y Cubadebate les agradece los que aparecieron en ellos (y a otros muchos por replicarlos), y les pide disculpas por no mencionarlos como referencia al pie.

    Hay otros dos conjuntos en el libro que vale la pena mencionar: el primero es el de los elogios. Fernando disfruta profundamente al encomiar a sus amigos, que es lo mismo que decir sus compañeros. En una vida ya larga, no son pocos y vienen de muchos lugares. Han compartido con él centros de trabajo, luchas, reveses, triunfos, ideales… Así que aquí hay un grupo de artículos que hablan de ellos, por lo general pronunciados o publicados a manera de homenajes.

    El otro conjunto que creo valedero destacar es el más cercano al estudioso de la filosofía. Esa es una veta de Fernando que no lo abandona desde los días ya lejanos de una dedicación de tiempo completo a la labor (entendida en toda su amplitud) en el Departamento de Filosofía de la Universidad de la calle K y a la edición de Pensamiento Crítico.

    A Fernando le han preguntado muchas veces, con cierta vacuidad periodística, qué consejo les daría a los jóvenes. La respuesta ha sido invariable: yo no les doy consejos a los jóvenes, porque no suelen tomarlos, como no los tomé yo en mi juventud. La juventud es la época de tomar caminos o callejones sin salida, pero es la praxis, y no los consejos, lo que sirve de guía en esas andanzas. Y a continuación suele decir, sin embargo, que su dedicación fundamental es poner al alcance de los jóvenes los modos de investigar, la historia, la memoria, los hallazgos, la cultura política y los avatares de este país asombroso y de la asombrosa época que hemos vivido. Este es también un libro para los jóvenes, dedicado a esa empresa.

    Si alguien, algún día, se sintiera tentado a hacer una biografía de Fernando, A la mitad del camino y Si breve, que es su antecedente más inmediato, serían buenos lugares para empezar. Porque en ellos, queriendo o no queriendo, Fernando Martínez Heredia se muestra más a las miradas inquisitivas, aunque se trata de esconder juntando trabajos que, aparentemente, son tan dispares. Lo que los une es la vida y la pasión de Fernando.

    Silvio Correa

    El pueblo, siempre el pueblo

    Todo el mundo ha conseguido algo amarillo que ponerse, o que amarrarse a la muñeca, colgarse al cuello, lucir como cinta en el pelo. De muchas ventanas penden telas amarillas. Se ha puesto amarilla la gente por los Cinco, porque es 12 de septiembre y hoy hace quince años que los imperialistas los tomaron prisioneros. Ante la alternativa que se cruzó de improviso en sus vidas ellos eligieron la senda del honor y el sacrificio, y pasaron, de seres humanos comunes, a convertirse en héroes. Más de cinco mil días llevan presos, y ninguno ha cedido un milímetro: desde sus celdas, dan lecciones y brindan esperanzas en un mundo que tantas veces parece estar a merced de los lobos y los cerdos. Hasta los esbirros los respetan, y miles y miles de personas a lo largo del planeta crían cualidades y cultivan hermandad en sus campañas por la libertad de los Cinco.

    René González ya está con nosotros, pero ha sabido convertir su libertad en una nueva trinchera. De él fue la idea de que asumiéramos todos la señal que el preso le pedía a su amada para saber, cuando saliera libre, si ella todavía lo quería, y que la tradición del país en que los Cinco están presos convirtió en un distintivo de comunión con el ausente. Es un toque al corazón de un pueblo postrado, al que sus dominadores le dicen a diario que es excepcional y que debe ser el amo del mundo. Empresa difícil. Pero las pruebas convirtieron a René en sabio y en realidad su propuesta va mucho más allá. Pide que el pueblo cubano se movilice y tome la iniciativa, que haga suya activamente la consigna y le insufle más vida, que la gente crezca en sus capacidades políticas al ejercerlas y convierta el aniversario en un día de conciencia, reafirmación y lucha, en una victoria del pueblo. Y, por tanto, también una victoria de los Cinco.

    A las diez de la mañana salimos en manifestación desde la puerta de la Unión de Escritores y Artistas; al frente va René, con Miguel Barnet. Caminamos hacia el bosque de banderas del Malecón, centinelas perennes del mar y la ciudad, haz insolente de soberanía conquistada: la bandera del triángulo rojo y la estrella, con más luz cuanto más solitaria. Somos uno más entre tantos grupos en la movilización que ha puesto en pie a todo el país, pero sentimos, como sienten los demás, que la calle es nuestra. Con nosotros va Yoruba Andabo, que ya tocó unas piezas antes de la salida y es hoy la banda de esta milicia de la cultura. Y entre los que caminan reina la alegría, porque eso es lo que quieren René y los Cinco, porque ella expresa la fuerza y la razón de la causa popular y porque así somos las cubanas y los cubanos.

    Una mujer se asoma a un balcón demasiado modesto a ver pasar la manifestación, con su bebito envuelto en un pañal amarillo. René carga en los hombros a un niñito pequeño, vestido de Changó, que viene con los músicos. Ya vamos llegando a la plaza de banderas y se espesa el gentío. Me pregunto cómo se habrá podido ir acostumbrando René a los espacios abiertos y a tanta gente que siempre quiere saludarlo. Pero no hay tiempo para eso, porque me arrastran casi hasta el borde del círculo que él preside. Yoruba Andabo arranca a interpretar El Necio, de Silvio, con el toque esencial de la rumba —esa forma musical del ser nacional— y con la maestría que es la marca de estos ejecutantes. El niñito la baila, impecable, con su cara seria. Ochún también está movilizada, y celebra su día con su pueblo en lucha. Detrás del niño que baila están los niños que un día se arrancaron los juegos de un tirón y se fueron en masa a la gloria y a la muerte, cantando: yo me va con los mambises / aunque mi mamá no quiera….

    Les toca entonces el turno a los repentistas, los bardos del común de los campos de Cuba, cuyas rimas les parecen ingenuas al oído culto pero saben llegar al corazón de todos, porque ellos traen consigo la voz del pueblo embellecida. Como debe ser, los espontáneos han ido salpicando el acto con gritos revolucionarios que todo el mundo corea. Barnet, emocionado, culmina el encuentro con palabras bellas y breves. Pero no hemos terminado, porque ahora atruenan la mañana los Guaracheros de Regla y los Tambores de Bejucal, que de inmediato reclutan a los circunstantes. Pasa y repasa la conga con su alarde de fuerza y sus colores, arte urbano que le pone música y voz a los tiempos y a las comunidades, que logra vencer a la artritis y a los funcionarios, un idioma que el pueblo les regala a todos. Varones y muchachas se vuelven más hermosos bailando, y entonan los cantos por la libertad de los Cinco y de todos. Un bailarín negro con un diente dorado, hijo de la gente de abajo de la gran ciudad, el mismo que los ciegos sospechan delincuencial, pasa rotundo y magnífico, encendiendo la calle. Y cantan todos a coro: ¡ya lo dijo el Comandante / que los Cinco volverán! No pueden parar, ni dejan tranquilo a nadie. La gente más inesperada se asocia a la conga y se arremolina en torno a los músicos y los danzantes incansables.

    La emoción nos colma a todos esta mañana, pero me detengo un momento a pensar que ese pueblo habanero que parece superficial y puede ser grosero es el mismo que a una llamada revolucionaria es capaz de irse en masa a pelear a Angola. Pienso que una vez más no hemos dejado solas a las madres, las esposas, las familias que tienen a sus amores detrás de aquellas rejas y viven al mismo tiempo su dolor y su orgullo, y en cómo hemos sido capaces de multiplicar tanto sus cintas amarillas y su amor. Nos reúne a los más disímiles el altruismo, el deseo de brindarles el apoyo y el homenaje concertados a los que lo están dando todo desde hace quince años, enarbolar las insignias de la vida contra los portadores de la muerte. Y salimos ganando todos, porque estas acciones nos hacen crecer y querer ser mejores entre todos. Miro entonces los rostros y los gestos que llenan las calles y me doy cuenta de que son conscientes de todo esto que estoy pensando: por eso se ven tan contentos.

    Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René enviaron hoy un mensaje a la conciencia del mundo y al pueblo norteamericano, en el que hacen un recuento de verdades, sitúan en su lugar de ignominia a las instituciones norteamericanas implicadas en el crimen desde 1998 hasta hoy, sintetizan en cinco razones su intransigencia de revolucionarios cubanos y señalan el enorme reto lanzado al sistema imperialista totalitario de información y manipulación de la opinión pública: cómo ocultar que un pueblo entero ha engalanado su país para pedir a otro que exija de su gobierno la liberación de sus hijos injustamente encarcelados. Con sencilla grandeza, terminan ratificando que mantendrán la misma actitud y conducta abnegada que han tenido hasta hoy, y que nunca cederán ni un ápice en la ventaja moral que nos ha permitido resistir y aun crecernos mientras soportamos todo el peso de un odio vengativo por parte del gobierno más poderoso del planeta.

    Ya lo sabíamos, siempre lo hemos sabido. Y también sabemos que los esfuerzos por conquistar la libertad de nuestros presos deben redoblarse. Como dijo René por la noche, en el concierto en la Tribuna Antimperialista: cuando la música cese y regresemos a la cotidianeidad, no podemos nunca dejar de pensar que les debemos y nos debemos el traerlos de vuelta a casa, y nos debemos todos el regalo de ese enorme concierto con que habremos de celebrar su regreso a la libertad.

    Como también sabemos que, cuando se lo propone, Cuba es invencible.

    No permitan que llegue a haber dos Cubas en la cultura

    ¹

    1 Palabras a nombre de los premiados en el acto para entregar el Premio Maestro de Juventudes, de la Asociación Hermanos Saíz, en La Habana, 18 de octubre de 2011.

    Es demasiado grande el honor que me hacen hoy mis hermanos de la Asociación Hermanos Saíz: recibir el Premio Maestro de Juventudes y, además, hablar a nombre de los artistas e intelectuales a los que se les otorga ese reconocimiento. Agradezco mucho el Premio, aunque me resulta simpático recibir un galardón por hacer algo que me proporciona tantas satisfacciones.

    Ante todo, la alegría del aniversario. Hoy cumple la Asociación la edad de un joven en su plenitud, veinticinco años, y realmente está en su apogeo como un instrumento organizado de los jóvenes artistas e intelectuales cubanos. Están desplegando un programa de actividades muy hermoso, desde el jueves pasado, que nos permite a todos compartir esa fiesta de cumpleaños colectivo y conocer mejor la actividad de la Asociación y lo que significa para la cultura y para el país. En un plano más interno, seguramente han hecho recuentos de logros e insuficiencias, y estarán planteándose con rigor analítico qué es la institución en la actualidad, cómo y en qué grado cumple las tareas y las funciones que se ha propuesto, qué proyectos debe impulsar y a qué sueños debe aferrarse.

    Porque los he acompañado siempre y porque tengo mi esperanza puesta en ustedes, me permito decirles que los jóvenes intelectuales y artistas tienen ante sí tareas formidables y deberes extraordinarios respecto a la defensa y el desarrollo de la cultura nacional y el socialismo cubano. El campo en el que actúan es hoy quizás el sector más avanzado y de mayores potencialidades de nuestro país. La cultura es, por su naturaleza, sus fuerzas acumuladas y sus logros, lo que está más cerca de ponerse a la altura de las revoluciones sucesivas, las tareas diferentes y superiores a lo que parece posible y la ambición desmesurada, tres rasgos que son esenciales para que exista el socialismo. La cultura puede modificar a nuestro favor las ideas que tenemos acerca de lo que es valioso y de lo que es hermoso, instigarnos a trabajar más y mejor para la sociedad y para el bienestar de todos, resolver carencias y deseos de un modo muy diferente a las soluciones que propone el capitalismo, proporcionar goces y revelar horizontes. El arte puede adelantar una idea que el conocimiento social no ha formulado aún; o socializar lo que parece ser muy difícil, no por simplificarlo, sino por abordarlo de otro modo en el que las sensibilidades y las emociones participan mucho más. El pensamiento que ejercita la libertad y la crítica puede contribuir a que se planteen bien los problemas prácticos, se busquen y movilicen las fuerzas que sí tenemos y aumente la capacidad del pueblo para hacer efectivos sus conocimientos y cualidades, y para dirigir los procesos sociales.

    Los jóvenes artistas e intelectuales que poseen formación, especialidades, conciencia e ideales constituyen un logro maravilloso de la Revolución. Los cambios tan profundos que han sucedido o están en curso en la comunicación y en numerosos terrenos de la producción y el consumo intelectual y artístico son asumidos con más facilidad por los jóvenes, que pueden asegurar una dialéctica de innovaciones y continuidades a nuestra cultura, dialéctica que es necesaria en sí misma y será un buen ejemplo para otras áreas de la vida nacional. Pero, además, esos cambios acontecen en un campo de batalla, la guerra cultural imperialista: hay que lograr que operen a nuestro favor y no en contra nuestra, y rechazar la solución suicida de tratar de impedirlos. Y en la coyuntura cubana estamos viviendo una fuerte lucha de valores entre el socialismo y el capitalismo. En esta situación, los jóvenes llegarán a ser decisivos. La Asociación Hermanos Saíz ha logrado ser una expresión sumamente destacada y prestigiosa de esos jóvenes en el campo cultural. Tengo la convicción de que le es posible ser vehículo de todos, o vínculo entre todos, y ser ejemplo de lo que puede lograrse con organización, conciencia y moral. Es decir, ser reconocida como vanguardia por esos jóvenes, e influir en una cultura que no se contraiga al sector que identificamos por ese apelativo, sino que se extienda a todas las cubanas y los cubanos.

    Debemos salvar y promover todos los talentos: eso es muy cierto. Pero también debemos salvar, defender y promover el gusto y la capacidad de discernir de las mayorías, y que ellas puedan y quieran gozar y aprender con esa cultura que hace ascender la condición humana. Que todos tengan oportunidades de consumirla y de crear, de crecer como personas y desarrollar en buenas direcciones sus sensibilidades, que son la madre de una gran parte de los valores. Si alguna lección hay en el magisterio es la voluntad tenaz de compartir con los demás la cultura que se tiene. Es imperioso que los jóvenes no permitan que llegue a haber dos Cubas en la cultura.

    Quisiera hacer algunos comentarios personales sobre este Premio Maestro de Juventudes. Ante todo, lo veo como un hecho simbólico, una elección que hacen los jóvenes entre los maestros de hoy, que solo somos continuadores, en nuestro campo, de tantos que han sido maestras y maestros salidos de este pueblo, y que han contribuido a que los cubanos se encontraran consigo mismos, se volvieran cada vez más capaces de elevarse por sobre sus circunstancias y su preparación para enfrentarlas, de revolucionarse, de hacer una nación libre y de darlo todo por obtener la justicia. Por todo eso, me gusta en esta coyuntura recordar una frase de José Martí: Nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo.

    Enseguida, advierto que somos una representación de un abanico muy amplio de quehaceres artísticos e intelectuales, a los cuales la Asociación rinde homenaje mediante nosotros. Es muy hermoso para mí compartir este septeto con una compositora, una maestra de ballet, una trovadora, una escritora, un artista de la plástica y un cineasta, y constatar que en todos esos ámbitos contamos con seres humanos que reúnen en sí un gran talento y un magisterio que entregan a los más jóvenes, día por día y toda la vida. Que han aprendido a despojarse del egoísmo con que marca la sociedad de dominación a todos —y que nos convierte en lobos frente a los demás—, y de la soledad y la exacerbación de la individualidad que muchas veces caracterizan al creador, por su tipo mismo de actividad y por los severos enjuiciamientos de su calidad que debe enfrentar. Personas que son capaces de dedicarse a ese magisterio no solo por un tiempo, de no entrar y salir de ese papel, sino de disfrutarlo, mantenerlo y convertirlo en una manera de vivir.

    Con este premio, la Asociación reafirma al mismo tiempo su pertenencia al decurso histórico de la cultura cubana, al incluir entre las actividades de su aniversario el reconocimiento al valor de los intercambios con intelectuales y artistas de generaciones precedentes a la suya. Esto no les quita nada a su novedad y su independencia, a su irrupción en el campo de las artes, las letras y el pensamiento, ni a su originalidad. La asunción crítica de la acumulación cultural y la formación en sus múltiples aspectos son requisitos para que la nueva generación pueda protagonizar la etapa que necesitamos, de creaciones, de promoción y de conducción cultural a la altura de las necesidades y del proyecto de sociedad en trance de liberación.

    Antes de pasar a mi último comentario, permítanme personalizar a uno entre los premiados, la única que no está hoy con nosotros, sino que todos estamos con ella. Para todos los cubanos, Sara Gónzalez y Silvio Rodríguez son también la epopeya popular de Girón, devuelta en canciones. Para los de mi edad y mis experiencias, esas canciones son la materia sublime en que el mejor arte es capaz de convertir a la sangre y el polvo —que es el sucio primer sudario de los muertos—, al miedo que se vuelve heroísmo, a la entrega de todo y la pelea sin límites por los ideales de liberación, a las revoluciones, que siempre dejan tras sí victorias humanas. Por eso puede una canción ser tan alegre y ser un himno, y puede trasmitir tanta vida aquella voz de Sara, cuando canta: nuestra primera victoria/ nuestra primera victoria. Casi veinte años después de Girón, en los días de la embajada del Perú y de El Mariel, Sara llegó a Nicaragua y la fui a buscar. Hablábamos por el camino, y se dio cuenta de que yo no tenía vivencia alguna de lo que estaba sucediendo en Cuba. Me preguntó cuánto tiempo llevaba fuera, y como consideró que era demasiado, me cantó, para mi solo, Yo me quedo, con aquel vozarrón maravilloso suyo. Sara supo enseñarme, ponerme al día y emocionarme, de una sola vez, con los medios pedagógicos mejores que ella posee.

    Yo quisiera ser como fue mi inolvidable maestra de primaria, y que al cabo de la larga jornada me suceda lo que les pasó a nuestros maestros.

    Cuando yo era un niño, aquellos educadores eran los únicos intelectuales que estaban al alcance de la mayoría de los muchachos del país. Ellos hicieron lo indecible para que fuéramos muy patriotas, honestos y cívicos. Para que supiéramos comportarnos en cualquier situación, y aprendiéramos matemáticas, español, historia y geografía del municipio y nacional. Nos formaban para la modestia, porque ellos no padecían de vanidad. Pero, sobre todo, aquellos maestros querían que nosotros llegáramos a ser los protagonistas de la Cuba futura, una nación soñada que tendría que realizarse del todo, y conquistar toda la libertad, la justicia y la prosperidad.

    Para cumplir con esos maestros de juventudes, tuvimos que ser lo que ellos nos habían enseñado, pero también nos vimos obligados a no hacerles caso en todo aquello que nos impidiera cumplir con los ideales que nos habían inculcado. Y logramos cambiar a Cuba, y comenzamos a hacerla cada vez más libre, más justa y también más próspera, porque ahora la prosperidad consistía en repartir la Patria entre todos sus hijos.

    Cuando hoy nos otorgan este grado tan alto, el grado de maestro, mi mayor deseo es que me suceda lo que les pasó a los maestros míos. Que los alumnos de todos nosotros —de los maestros de hoy—, puestos a la tarea de realizar y cumplir, no nos hagan caso en nada que hayamos dicho que pueda estorbarles para cumplir los ideales que estamos compartiendo hoy. Que sientan siempre con su propio corazón, y piensen siempre con cabeza propia. Solo así serán capaces de hacer a Cuba cada vez más libre, más justa y más próspera.

    El largo año 68

    ¹

    1 Una versión primitiva de este trabajo fue publicada bajo el título El largo año del 68, en La Gaceta de Cuba no. 1, La Habana, enero-febrero 2013. He revisado y ampliado el texto para esta publicación.

    Lo que sigue son notas que solo se refieren a ciertos aspectos de las realidades cubanas de 1968. Esto es así por dos razones: la primera es la premura de entregar a tiempo una contribución para este número de La Gaceta; la segunda es que quiero escribir otro texto largo, y lo más fundamentado posible, sobre aquella coyuntura tan importante dentro de un quinquenio que fue definitorio para la historia del socialismo cubano. Mi propósito está, por consiguiente, limitado a llamar la atención sobre algunas características de aquel momento histórico y de los que lo vivieron, desde mi perspectiva.

    En realidad, en Cuba el año 1968 comenzó unos meses antes de enero: fue en octubre de 1967, con la caída del Che en Bolivia, desenlace trágico de una aventura internacionalista que era crucial para la estrategia de la Revolución cubana. Ella se sabía perteneciente a un mundo, el latinoamericano, en el que podría encontrar su afirmación y una expansión efectiva que le era imprescindible para defender y mantener su proyecto. La muerte del Che fue un golpe abrumador para el pueblo y para la dirección revolucionaria: desaparecía el mayor y más descollante de los compañeros de Fidel. El dolor fue trasmutado en la exaltación de su figura y su ejemplo, y en el deseo de emular su conducta y realizar el proyecto tan radical de socialismo que el Che había encarnado. Ningún análisis debe olvidar que el peso del Che resultó decisivo en el campo de los ideales políticos cubanos durante el resto de la década de los sesenta.

    En noviembre fue necesario actuar en los campos penal y político contra la llamada microfracción, una conspiración contra el socialismo cubano en el seno de la Revolución. Fue una forma extrema y deleznable de una relación que era inevitablemente conflictiva, entre el proceso insurreccional y de revolución socialista de liberación nacional sucedido en Cuba y el llamado campo socialista liderado por la URSS y las organizaciones políticas y sociales a escala mundial que ella conducía o en las que influía. La historia cubana de esa relación ha sido sometida al olvido. Mientras duró, podría argüirse que se consideró necesario, en aras de la unidad y la conducción política general, y de nexos internacionales que resultaron vitales para la Revolución, pero en estos últimos veinte años nos ha perjudicado no socializar un conocimiento efectivo de las dos partes, sus relaciones y las implicaciones que ellas tuvieron para Cuba. Hoy es indispensable, para comprender aquel proceso y para situarnos mejor ante el país actual.

    En 1961-1962, el socialismo cubano estaba envuelto en combates de vida o muerte —de enfrentamiento a las agresiones de Estados Unidos y a la violencia contrarrevolucionaria interna—, a la vez que inmerso en un océano de transformaciones muy radicales. Pero en 1962 se vio forzado a eliminar el llamado sectarismo, que pudrió el primer intento de formar una organización política de la Revolución con su pretensión de reducir el proceso cubano al modelo que en el movimiento comunista de entonces se llamaba democracia popular. La Revolución continuó profundizándose, y entre 1965 y 1967, el socialismo cubano había consolidado su predominio en el sistema político, por lo que la conjura microfraccional no resultó un gran peligro. Pero sí tuvo el efecto de fortalecer mucho un rechazo generalizado a las ideas y las prácticas del campo socialista. Las relaciones con la Unión Soviética llegaron a su momento más bajo, y solo comenzaron a mejorar en 1969.

    Magnífica y sola, la Revolución cubana era criticada o aislada por el campo de orientación soviética, pero no le iba mejor con China y sus seguidores. Por su parte, Estados Unidos mantenía su riguroso sistema de bloqueo económico y su implacable determinación de acabar con la Revolución, y lograba impedir relaciones de Cuba con otros países que le permitieran resolver necesidades, diversificar sus relaciones o avanzar hacia ciertos objetivos de desarrollo económico. Las buenas noticias venían de Vietnam: la Ofensiva del Tet y la pelea organizada de un pueblo entero batían o empantanaban a medio millón de soldados y toda la fuerza aérea yanqui, y los bombardeos y demás actos criminales norteamericanos eran repudiados a escala planetaria. El acuerdo no formalizado de fines de 1962 entre la Unión Soviética y Estados Unidos acerca de que estos no invadieran a Cuba, tan poco seguro, era superado por la acción vietnamita, que le ponía freno práctico a la agresividad norteamericana.²

    2 …¡porque los vietnamitas están brindándonos y están derramando por nosotros su propia sangre, y la están derramando por todos los pueblos del mundo! Fidel Castro: Discurso del 13 de marzo de 1968.

    Una de las deficiencias de nuestro sistema de instrucción es que no explica a niños y adolescentes prácticamente nada de la historia de la sociedad cubana de los últimos sesenta años. Esto hace difícil exponer la situación, los hechos, los propósitos y las motivaciones de 1968 a la mayoría de los lectores. Me limito entonces a llamar la atención sobre algunas cuestiones. Ante todo, que estaba en curso el empeño colosal de que Cuba viviera un tercer auge extraordinario de su formación económica que fuera totalmente diferente a los dos anteriores, el que sucedió en los dos tercios de siglo comenzados a fines del siglo xviii y el de la segunda y tercera décadas del xx. Los dos habían consumado una deformación muy profunda de la economía y la sociedad de Cuba, al convertir al país en un monoexportador subalterno de un producto primario para centros del capitalismo mundial, en condiciones, primero, de colonia, y después, de neocolonia.

    Ahora se actuaba bajo la dirección central de un poder revolucionario que ejercía la soberanía nacional sin cortapisas y con el consenso activo y el entusiasmo de la mayoría de una población consciente de lo que ese auge tan diferente implicaría. El nuevo poder tenía un gran control sobre los factores relevantes de la economía interna, pero muy escaso sobre los factores externos; también era alta la dependencia de los fenómenos naturales.

    Las insuficiencias humanas y materiales para realizar aquel proyecto eran descomunales, precisamente porque a diferencia de los dos grandes auges anteriores, este no se basaba en la explotación de enormes masas de trabajadores y la integración subordinada al capitalismo mundial. Ahora se puso en marcha el plan más ambicioso que había concebido el país en toda su historia. Lo que se pretendía era la satisfacción de las necesidades y las expectativas crecientes de toda la población, dotar al país de capacidad para aprovechar sus recursos, desarrollar las habilidades y los conocimientos de las personas y las producciones, los servicios y la educación, operar y gestionar la economía con eficacia, realizar con ventaja los intercambios internacionales y alcanzar una real autonomía nacional.

    Quizás un analista actual considere excesivos esos objetivos. Pero desde 1959 se habían venido obteniendo logros que parecían excesivos y hasta imposibles, lo que constituía una fuente formidable de autoconfianza. Y con una conciencia mucho más desarrollada que en los inicios de esos diez años, ahora se comprendía, además, que esos objetivos eran necesarios.

    La salida del país de profesionales, técnicos y otras personas capacitadas había sido muy grande, precisamente cuando Cuba necesitaba esas categorías en un número cada vez mayor, por la gran multiplicación de la oferta de servicios básicos y el rápido crecimiento de las actividades económicas, sociales y políticas. Casi nunca se recuerda que, al mismo tiempo, fue necesario dedicar a las tareas de la defensa a una parte apreciable de los jóvenes que poseían capacidades y una alta disposición de servir a la sociedad. No es posible aquí enumerar siquiera los déficits de técnicos, directores, activistas, equipos, insumos, medios de transporte, organización y productividad del trabajo; la falta de producciones propias muy necesarias y de complementación entre las ramas de producción existentes; la dependencia de la exportación de azúcar crudo —a precios más bajos desde 1965—, a pesar

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