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Consciencia o LOCURA
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Libro electrónico303 páginas3 horas

Consciencia o LOCURA

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El agente Kenneth Rusell, especialista en terrorismo, contraterrorismo y asuntos de seguridad interna de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) descubre que, con la irrupción de un comando armado desconocido a una importante base militar y científica en Bagdad, ahora bajo el poder y resguardo del ejército de los Estados Unidos, se encuentra en pr
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 abr 2019
Consciencia o LOCURA
Autor

Marco Arellano

Nació en la ciudad de México. Estudió la carrera de ingeniería industrial en la Universidad La Salle así como estudios adicionales de posgrado en la Universidad Iberoamericana, el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey y el Instituto Mexicano del Edificio Inteligente, A.C. Desde joven adquirió el apasionante gusto por la escritura, actividad que combina junto con la administración inmobiliaria y el desarrollo de negocios por Internet.A la fecha tiene en su haber tres novelas: La Vieja Guerra entre los Hombres, Paseo a la Libertad y Consciencia o Locura.

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    Consciencia o LOCURA - Marco Arellano

    todo…

    1

    En una de las elecciones presidenciales más cerradas y controvertidas en la historia de los Estados Unidos, el virtual ganador…

    Esta noche, en el programa de Larry King, tendremos una entrevista exclusiva con el ganador de….

    A continuación tendremos con ustedes las palabras de felicitación del presidente Warren Young para el vencedor de las pasadas elecciones…

    —Parece que en la radio no hablan de otra cosa mas que de estas malditas elecciones —dijo Jim Sullivan al tiempo en que, impaciente, cambiaba de una estación a otra de su radio, mientras conducía su automóvil hacia el sur. Después de algunos minutos, finalmente llegó a su destino, se estacionó y, emocionado, entró al lugar.

    A pesar del frío de unos 8 grados centígrados que para esta época del año se podía ya sentir, en el interior, perfectamente acondicionada, con las instalaciones y equipamiento de calidad mundial de un sitio que como esta ciudad lo amerita, la temperatura era sumamente agradable, de unos 22 grados.

    Era fines de noviembre, habían pasado ya las elecciones en las que, como cada cuatro años, los norteamericanos asisten a las casillas para votar y elegir así al presidente que, desde la oficina oval, en la Casa Blanca, se hará cargo de los destinos de casi 300 millones de personas.

    Acababa de pasar también el Día de Acción de Gracias y, aunque todavía faltaban algunos días más para festejar la Navidad y el Año Nuevo, poco a poco se notaba, cada día más, que miles y miles de personas de todo el mundo se iban dando cita en esta hermosa y extravagante ciudad del oeste de los Estados Unidos.

    Jim miró su reloj, era temprano aún, por lo que decidió entrar al Starbucks Café que se encontraba ahí, pidió un té Earl Gray, un muffin de chocolate y decidió sentarse en una pequeña mesa con sombrilla de jardín, en la terraza, que daba hacia el pasillo donde fácilmente podía observar a la gente pasar.

    Distintos tipos de personas podían observarse circulando por los pasillos, desde elegantes hombres de negocios vistiendo finos trajes y costosos abrigos hasta los más sencillos turistas vistiendo jeans, chamarras y tenis.

    A lo lejos pudo distinguir a un llamativo grupo que vestía estilo country, con jeans, sombreros tejanos y botas vaqueras. Era un grupo muy animado y entusiasta, unos veinte —calculó Jim—; hacían bromas, reían de buena gana y de manera bastante sonora y llamativa.

    —Seguramente vienen al Torneo Mundial de Rodeo —pensó James y siguió viendo hacia el resto de la gente.

    Era un día como cualquier otro en el Aeropuerto Internacional McCarran de Las Vegas, la capital mundial del juego.

    Jim, sentado aún en la terraza del Starbucks, notó que habían dejado un periódico en la mesa contigua y decidió tomarlo para leer un poco, finalmente todavía tenía buen tiempo antes de la hora establecida; comenzó a leer…

    Siempre le habían gustado mucho los deportes, así que comenzó por esa sección. El periódico dedicaba un artículo mencionando lo bien que habían jugado el domingo pasado los Raiders de Oakland, su equipo favorito de futbol americano, que habían vencido, como visitantes, a los Jefes de Kansas City, uno de los odiados rivales de su misma división —pensó— por marcador de 23 puntos a 7.

    Seguía hojeando el periódico sin mayor concentración hasta que, en la sección internacional, encontró una noticia que llamó fuertemente su atención: "UPI. Noviembre 28. Según fuentes aún no confirmadas, el día de ayer un comando fuertemente armado irrumpió por la fuerza a las instalaciones de una base militar, ahora bajo el poder y resguardo de los Estados Unidos, en las cercanías de Bagdad, dejando un saldo de varios soldados norteamericanos muertos. A pesar de las negativas del gobierno de Irak, la Organización de las Naciones Unidas, ONU, ha confirmado que dicha base militar cuenta con un avanzado centro de investigación en el cual, desde el comienzo de la segunda Guerra del Golfo Pérsico, se sospecha la existencia de armas de destrucción masiva, incluidos los materiales y la tecnología necesaria que podrían llevar al desarrollo de la bomba atómica, aunque esto aún no ha podido ser confirmado. Por su parte, el Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia, CIA, guardaron silencio ante estos hechos ocurridos ayer a altas horas de la noche. Ante esta situación, el gobierno de los Estados Unidos ha declarado ya un estado general de alerta amarilla".

    Como detective, originario de Nueva York, y como norteamericano con un profundo amor a su patria, al pueblo de los Estados Unidos y a la paz del mundo, esta noticia causó a Jim una gran consternación pues, aunque no había nada confirmado aún en cuanto a la naturaleza del asalto a la base militar, era consciente del grave riesgo que este hecho podía representar, no sólo para su país, sino para el mundo entero, pero, ¿qué podría hacer él, un simple detective, al respecto?, nada, absolutamente nada —pensó.

    Jim permaneció ahí, sentado, con la mirada perdida al aire, terminando de beber su té y reflexionando sobre este acontecimiento.

    ¿Habrían entrado a esta base militar a robar armamento?, ¿misiles…?, o tal vez… ¿materiales y tecnología tendientes a la fabricación de una… bomba nuclear…?, ¿acaso… algo más? —El mundo está cada vez más enfermo… cada vez más loco —pensó.

    Todas estas ideas y cavilaciones le habían dejado a Jim la boca seca, así que dio un sorbo a su té, el muffin acaso y lo había tocado.

    Años atrás, cuando ocurrió la tragedia del 11 de septiembre de 2001, Jim trabajaba en el Departamento de Policía de Nueva York, en el área de homicidios. Debido a la magnitud y naturaleza de aquel terrible acontecimiento, Jim fue uno de los miles de servidores públicos que, a pesar de no ser su responsabilidad, participó como voluntario en los cuerpos de rescate en la Zona Cero, en Manhattan, donde, desde los años setentas, habían permanecido las Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio, WTC, como bastiones del capitalismo del mundo occidental e íconos, no sólo de la ciudad de Nueva York o los Estados Unidos, sino del mundo entero.

    Jim permaneció ahí, serio, reflexivo, preocupado, inmerso en sus propios pensamientos.

    —¿Qué habrá pasado en aquella lejana base militar en Irak? ¿Qué habrá estado buscando aquel comando armado?, ¿lo habrá conseguido?, ¿cuáles son sus intenciones?, ¿quiénes son?, ¿qué estarán planeando?, ¿contra quién o contra quiénes?, ¿cuándo y cómo serían los ataques…? —reflexionaba.

    Jim tenía sentimientos encontrados. Por una parte, pensaba que esta grandiosa nación, América, el país que lo había visto nacer hacía ya casi sesenta años, era muy grande y poderosa y que no podría ocurrir nada grave, aunque claro, los hechos recientes le demostraban lo contrario; y, por el otro lado, como ciudadano consciente, culto, informado y responsable, sabía que su gobierno, desde hacía años, había estado siguiendo una política exterior de dudosa honorabilidad, por llamarlo de alguna manera.

    Jim sabía que, tras los bombardeos a Hiroshima y Nagasaki, que habían decidido la victoria para los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos, de manera unilateral, soberbia, arrogante y sin ninguna autoridad moral, se habían autoproclamado como el policía del mundo, decidiendo de una u otra manera qué sí y qué no en todo el planeta, trayendo como consecuencia que muchos países, al verse perjudicados por decisiones tomadas en Washington, se vieran afectados en sus propias economías e incluso sus soberanías y, para muestras, bastaba con citar los casos de Cuba, Corea, Vietnam, luego Irán y, en fechas más recientes, Irak y Afganistán.

    ¿Acaso este país tendría bien merecidas este tipo de represalias…?

    British Airways anuncia la llegada de su vuelo 816 proveniente de Londres, arribando por la sala número 12; el equipaje podrá ser recogido en la banda transportadora número 4 —se escuchó una atractiva voz femenina en el sonido local del aeropuerto.

    Este era el vuelo que Jim, desde hacía ya varios días, había estado esperando con ansiedad, y no era para menos, en él llegaría su esposa, Katherine, quien regresaba a casa tras haber sido invitada a dar una ponencia sobre calentamiento global y cambio climático durante el Foro Mundial de Ecología, Cambio Climático y Medio Ambiente celebrado, en esta ocasión, en la capital inglesa y, como sus padres vivían ahí desde hacía ya varios años, Kate felizmente había podido coordinar sus actividades para poder pasar dos semanas con ellos.

    Jim, al escuchar el anuncio del vuelo, se puso en pie, tiró a la basura el periódico que había estado leyendo, salió del café donde se encontraba y se dirigió a la sala de Llegadas Internacionales donde, en unos minutos más, se reuniría con su esposa.

    2

    Por las fechas, cercanas ya a las festividades de fin de año, mucha gente estaba llegando a Las Vegas por tierra y por aire. Los motivos para visitar esta ciudad eran muy variados. Habían los ricos millonarios que tradicionalmente pasaban estas fechas divirtiéndose en los enormes y hermosos casinos y shows de los fastuosos hoteles; habían los turistas que venían a conocer por primera vez la capital del juego, el entretenimiento y el vicio; habían muchas convenciones de grandes empresas que, más que por motivos reales de trabajo, enviaban a sus altos ejecutivos a disfrutar de unas vacaciones en esta lujosa ciudad, con gastos pagados, como bonos o premios, por un año de trabajo productivo o, mejor dicho, lucrativo; habían muchos eventos en esta época del año tales como el Campeonato Mundial de Rodeo que todos los años, en estas fechas, se llevaba a cabo en Las Vegas, se celebraría la convención mundial de Microsoft en el Centro de Convenciones con la presencia nada más y nada menos que de su presidente, Bill Gates; y también el Mundial de Robótica que se llevaría cabo en la Universidad de Nevada y que reunía a brillantes estudiantes y profesores de las más grandes y prestigiosas universidades de todo el mundo; y por si fuera poco, se llevaría a cabo también el Mundial de Magia en el Hotel Bellagio, evento que, por supuesto, reunía a los mejores exponentes de la magia de todo el orbe.

    Así pues, en el Aeropuerto Internacional se podía ver todo tipo de personas con un punto en común, la intención de divertirse y pasar unos buenos días en esta espectacular ciudad antes de volver a sus hogares y retomar sus vidas cotidianas.

    Jim se encontraba ya en la Llegada Internacional donde permaneció de pie todavía un largo tiempo. Finalmente, a lo lejos, pudo ver a su esposa quien, formada en una de las filas, esperó su turno para pasar por el semáforo de aduana donde, para buena suerte de ambos, obtuvo luz verde y pudo pasar sin tener que rendir una última revisión de equipaje. Jim se acercó presto a su bella esposa y, después de un largo y sentido abrazo, besó a su mujer y ambos se dirigieron, con todo el equipaje de ella, hacia el estacionamiento, donde Jim había dejado su auto.

    —Lamento mucho no haber podido llegar a tiempo para estar contigo y disfrutar del Día de Acción de Gracias —dijo ya en el auto Katherine con pesar a su esposo—. No pude conseguir vuelo, no puedo creer la demanda y la cantidad de gente que se transporta en esta época del año. El aeropuerto Heathrow estaba saturado y bueno, al llegar aquí, ¡veo que también hay muchísimas personas en tránsito! Lo siento mucho, querido.

    —No te preocupes, Kate, lo entiendo, estas cosas suceden.

    —Espero que no hayas pasado solo y aburrido ese día que, tradicionalmente, es para disfrutarse en casa y en familia…

    —Digamos que, como no estarías tú en casa, me ofrecí en la comisaría para cubrir el turno yo solo ya que los dos hijos de Larry, mi pareja de servicio, vendrían de Minneapolis para estar con él y con su esposa Gina en la cena y, además, se quedarán todo el fin de semana. Larry está feliz, a cambio, él me cubrirá en diciembre y yo podré pasar la Navidad contigo, así que fue un buen trato para ambos.

    Kate miró a Jim y no pudo dejar de conmoverse al verlo. Hizo un breve silencio, le sonrió y cambió la plática.

    —Ha bajado ya la temperatura, está fresco aquí afuera —dijo.

    —Sí, lleva ya más de una semana que, de estar en los 15 ó 16 grados centígrados, repentinamente bajó a 7 u 8.

    —¡Y a ti que no te gustan las bajas temperaturas! —agregó ella con un poco de preocupación por su esposo.

    —¡Sí, caray! Ni cuando vivíamos en Nueva York ni aún ahora con los inviernos de esta ciudad, que son menos severos que allá, simplemente no me he podido acostumbrar al frío, pero ni hablar, trato de no prestarle atención, además, un buen abrigo y un té caliente lo resuelve, y ahora que ya estás tú de vuelta en casa, pues más aún, ¿no crees? —respondió Jim optimista y prosiguió—. En cambio, a ti siempre te han gustado las bajas temperaturas, ¿no es cierto?

    —Sí. El frío me gusta, por el contrario, el calor de esta ciudad, especialmente en julio y agosto, es algo que me pone hasta de mal humor, siento que me derrito, ¡no lo aguanto! Aquí, que estamos en medio del desierto, ¡las temperaturas en verano pueden llegar a pasar incluso los 41 grados! Del frío te puedes tapar y ya está, en cambio, del calor, no hay nada que hacer, salvo esconderme y refugiarme bajo el alivio del aire acondicionado —dijo Katherine.

    —Sí, Kate, por esa parte tienes razón, pero creo que el frío es algo a lo cual nunca me acostumbraré, como cuando fuimos a esquiar a Canadá, ¿recuerdas? En esa ocasión llegamos a estar a menos 28 grados centígrados en la montaña, ¡esa sí que la sufrí!

    —Bueno, ¿pero qué tal nos divertimos? —agregó ella.

    —Sí, fue un gran viaje, incluso a pesar del frío.

    —¡Hey! —exclamó Jim—, aún no te he preguntado qué tal estuvo tu viaje de vuelta a América, mi amor.

    —Muy pesado, ya que lo mencionas, y no tanto por el vuelo, que en sí es muy largo, sino que ya estando en suelo norteamericano, formados para poder pasar migración, la revisión fue muy tardada, además de que a todos los pasajeros nos hicieron muchas preguntas, incluso también a los propios ciudadanos estadounidenses.

    —Si a mí, que soy norteamericana, me demoraron tanto para permitir el paso, ¡ya me imagino lo molesto y tardado que debe ser el ingreso al país para los extranjeros!, además, habían soldados y nos trataron con despotismo y prepotencia, ¿puedes creerlo? —dijo Kate, un poco molesta.

    Jim hizo una pequeña pausa…

    —Sabes, hace un momento, mientras esperaba tu vuelo en el aeropuerto, leí una noticia en el periódico. Parece que alguien, un grupo armado, entró por la fuerza en una base militar en Irak y… —pausa.

    —¿Y qué, mi amor? —preguntó intrigada Kate.

    —Pues el periódico sólo decía que este grupo armado había penetrado una base militar cerca de Bagdad y…, bueno, no dan mayores detalles, ve tú a saber si porque todavía no tenían más información o por censura del gobierno, pero debido a la naturaleza militar y de investigación de la base, se cree que alguien podría tener ya en su poder la tecnología para construir una… una bomba atómica… —hizo un nuevo silencio, y prosiguió—: Decía también que el gobierno declaró ya estado de alerta amarilla ante esta situación —concluyó él.

    —¡Eso es terrible! —exclamó Kate, visiblemente sorprendida —¿y tú crees que, entonces, todos los inconvenientes que tuve para reingresar al país sean consecuencia del refuerzo en la seguridad de los aeropuertos por este motivo?

    —Sí, es muy probable que sea por eso.

    —¿Y… tú crees que se esté preparando algún tipo de ataque… contra nuestro país…? —preguntó inquieta la mujer.

    —No lo sé. Si algo nos enseñó el 9/11 es que los grupos terroristas cada vez depuran y planean mejor sus métodos y que cada día se atreven a más, eso es un hecho. De milagro les falló el plan con el vuelo 93, el tercer avión, que probablemente destruiría la Casa Blanca o el Capitolio.

    —Esperemos que las autoridades tomen las medidas necesarias para bienestar y seguridad de todos nosotros, el pueblo de los Estados Unidos. Nadie quiere otro septiembre 11 —dijo Kate preocupada—, ¡¿te imaginas?! Las grandes ciudades como Nueva York, Boston, Los Ángeles, Washington, Chicago… deben estar prácticamente blindadas…

    —Sí, así es. Supongo que el FBI1, la CIA2 y la NRO3 deben estar ya trabajando al respecto —agregó Jim.

    —¡Quién sabe qué vaya a suceder, no quiero ni imaginarlo! —exclamó Kate e hizo un profundo suspiro—, bueno, mejor cambiemos de tema, ¿te parece querido?

    —Sí, por supuesto. Sabes, me da mucho gusto que ya estás de vuelta aquí conmigo, ¡sana y salva!, y para festejarlo… no estarás muy cansada como para que te invite a almorzar a un bonito lugar, ¿o sí? —propuso Jim galantemente a su esposa.

    —No, no estoy tan cansada porque, dentro de lo que cabe, pude dormir bien en el avión, pero…

    —¿Pero qué, cariño?

    —Es que no tengo mucho apetito ya que, aunque aquí es la hora del almuerzo, recuerda que yo vengo con el horario de Europa, es decir, para mí es como si fuera media tarde.

    Jim guardó silencio, un poco decepcionado por la respuesta de su mujer aunque, tras pensarlo mejor, le pareció una respuesta honesta y razonable.

    —¡Anda, vamos! —dijo Kate brindando a su amado esposo una dulce y complaciente sonrisa—, vamos a almorzar a donde tú quieras, te acompaño, yo puedo pedir una ensalada ligera o algo así.

    Jim se conmovió ante el gesto de Kate.

    Las tres semanas que su esposa había pasado en el viejo mundo, primero participando en el Foro, y luego visitando a sus padres, le habían recordado lo mucho que amaba a aquella mujer. Esos casi veinte días le habían parecido muy largos y, ya al final, Jim contaba las horas y los minutos para dirigirse a toda prisa al aeropuerto, a recibir a Katherine.

    En los casi treinta años de matrimonio de los Sullivan, como en todos los matrimonios en el mundo, ciertamente habían tenido sus altibajos, claro, no todo era color de rosa, sin embargo, desde hacía tiempo habían logrado acordar y sostener algo así como un pacto de sangre que les había apoyado, en todos esos años, para salir adelante y facilitar las cosas dentro de la relación.

    Aunque el pacto era en los dos sentidos y obviamente aplicaba por igual para ambos, Jim se sentía especialmente afortunado por gozar de los beneficios de ese acuerdo, el cual consistía en que, cuando alguna acción o situación causada por uno de los cónyuges molestara al otro, el afectado tendría la responsabilidad de hacerle saber al ofensor lo que le había molestado, esto en un tiempo razonablemente cercano al momento de la ofensa, con el objeto de evitar, más adelante, recriminaciones hirientes y frases como: hace tres semanas hiciste…, o bien, es que tú siempre… o pues tú nunca….

    Mediante este acuerdo, tan pronto surgía una diferencia o una fricción entre ellos, por pequeñas que pudieran ser, se podían aclarar y solucionar de inmediato, impidiendo que se generara algún tipo de resentimiento e impidiendo también

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