Yo tambien… Yo… mas, 1001 diferencias hombre-mujer
Por Yvon Dallaire
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Yvon Dallaire
Psychologue, sexologue, auteur et conférencier renommé au Québec et en Europe francophone, Yvon Dallaire exerce la thérapie conjugale et sexuelle depuis plus de 30 ans. Il est chroniqueur pour divers médias écrits et participe régulièrement à des émissions de radio et de télévision comme spécialiste des relations homme-femme. Il a créé l'approche psycho-sexuelle appliquée aux couples (APSAC) pour les thérapeutes conjugaux.
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Yo tambien… Yo… mas, 1001 diferencias hombre-mujer - Yvon Dallaire
Agradecimientos
¿Por qué el título de este libro?
Yo también... Yo... más. Al escuchar a hombres y mujeres que discutían entre sí, tuve la idea de dar ese título al libro. Cuando varias mujeres se reúnen, generalmente hablan de lo que han vivido y sobre todo de su experiencia íntima y dentro de una relación; a veces, también hablan de su vida profesional. Las mujeres intercambian sus estados de ánimo y con frecuencia lo hacen al mismo tiempo : ¡Eh! Yo también, justamente eso me sucede.
o Sí, yo pienso lo mismo.
El mío también es así.
Las mujeres se confirman y se consuelan una a la otra en sus relatos y, al parecer, les agrada bastante esa manera de comunicar.
Cuando varios hombres charlan juntos, por lo general hablan de lo que han hecho y de sus hazañas; en pocas ocasiones comentan sus malas experiencias o sus sentimientos y, como en una subasta, van apostando cada vez más. Eso no es nada, si me hubieras visto el otro día
, La mejor experiencia de mi vida, fue cuando...
Además mencionan : El enorme salmón que pesqué
, El rendimiento de mi nuevo automóvil
, La victoria de mi equipo gracias al gol que metí
, El súper negocio que acabo de hacer
Los encantos de mi última conquista
, La manera en que yo dirigiría al mundo...
, Los hombres se comparan unos con otros y, al parecer, les encanta esta manera de comunicarse.
Las dificultades de comunicación surgen cuando la mujer quiere dialogar con el hombre, que adora discutir y, en ese momento, se crea una brecha de incomprensión. Este libro pretende llenar esa brecha, y ayudar a los hombres y a las mujeres a superar sus dificultades para vivir en total armonía.
Introducción
El sexo opuesto
El hombre y la mujer son iguales y... casi semejantes. De hecho, somos más idénticos que diferentes. Podríamos comparar al hombre y a la mujer con dos programas de procesamiento de texto con particularidades específicas. Nuestras semejanzas representan un 97.83% de nuestra naturaleza humana: hombres y mujeres tienen dos piernas, dos brazos, un cuerpo, una cabeza, y sus vidas giran en torno a las mismas dimensiones: personal, de relacionamiento, profesional y familiar. Sus necesidades son prácticamente las mismas: sobrevivir, amar y ser amado, desarrollarse y reproducirse, y también sus miedos. Además sus cerebros tienen las mismas estructuras.
Los hombres y las mujeres son semejantes, aunque también son diferentes. Ni peores, ni mejores, solamente diferentes. ¿Acaso se nos ocurriría, en pleno siglo XXI, declarar que existe una raza superior a otra? ¿Entonces, por qué intentarlo cuando hablamos de sexos? Quizás por una simple mala intención política para obtener poder.
Sin embargo, esas diferencias entre hombre y mujer, aunque mínimas, siempre se hacen presentes y, principalmente, en los momentos en los que menos deberían. Aunque se esté consciente de ello, no siempre es fácil percibirlas y, en especial, pasarlas por alto. A lo largo de toda conversación entre hombre y mujer, el malentendido está al acecho de cualquier chispa para causar una explosión, el conflicto se esconde detrás de cada palabra y de cada entonación.
Los amantes están sentados sobre un barril de pólvora, los padres se encuentran bajo una constante tensión y los profesionistas se vigilan uno al otro... No obstante, como lo menciona tan acertadamente Gabrielle Rolland¹: Aceptar la diferencia, es aceptar al otro, aunque también es aceptarse a sí mismo
.
Entonces, ¿De dónde proviene esta diferencia del 2.17%? ¿De la cultura? ¿Acaso se deberá a las condiciones en que fuimos educados, según lo afirma la psicología llamada «culturalista» que siempre pretende psicologizar todo
? No, el origen de esta diferencia reside en nuestra naturaleza humana, en nuestro código genético y en nuestros atavismos. Todos los seres humanos comparten veintitrés pares de cromosomas; veintidós pares son idénticos y solamente uno, el par sexual, es diferente. El código genético de la mujer está formado por dos X y el del hombre por un X y un Y.
Varias especies vivas son unisexuales y cada individuo realiza las mismas tareas que todos los demás miembros de la especie. Otras especies son bisexuales y, en ese sentido, los dos miembros de dichas especies comparten ciertas tareas; algunas de éstas son intercambiables, otras son inmutables (por ejemplo, el embarazo). Otras formas de vida poseen tres, cuatro o hasta cinco formas sexuales. En esos casos, la distribución de las tareas es muy especializada y algo rígida: la abeja reina solamente puede reproducirse, el zángano tan sólo fertilizar a la abeja reina, y las obreras y los soldados sólo trabajar o defender la colmena. Muy pocas especies son hermafroditas².
Evidentemente, nuestra especie es bisexual, está compuesta de un hombre y de una mujer. ¿Qué es lo que hace que un hombre sea hombre? ¿Qué es lo que hace que una mujer sea mujer? ¿Cuál es la diferencia entre el cromosoma Y y el X? Aun cuando aceptemos que el sexo femenino es el sexo base de la especie humana, la creación del sexo masculino representa una mejora en la evolución. De hecho, está claro que la bisexualidad representa la mejor estrategia de supervivencia de las especies.
Por lo tanto, lo masculino es diferente de lo femenino, de ahí surge la necesidad que siente el niño de alejarse de su madre y de diferenciarse de ella para convertirse en hombre, con ayuda o no de su padre. En las sociedades llamadas primitivas, los niños se quedaban al cuidado de su madre durante su infancia; después los varoncitos, y sólo ellos, debían pasar una prueba cuando tenían entre 14-15 años, una iniciación que les permitiría æsi acaso sobrevivíanæ ser admitidos en el mundo de los hombres. En aquella época, casi siempre se separaban los sexos y se les asignaban tareas muy precisas, como lo demuestran los estudios antropológicos y arqueológicos. Hoy en día, ya no existen esas iniciaciones y las funciones y tareas sexuales se mezclan cada vez más.
Todavía existen algunos intransigentes³ que niegan o rechazan (aunque sus argumentos nunca son realmente concretos) las diferencias entre hombre y mujer, para ello presentan al andrógino o a la ginandra como el sexo superior e ideal al que hay que llegar. No olvidemos que andrógino y ginandra son sinónimos de hermafrodita; ahora bien, lo queramos o no, el ser humano es bisexual y dicha bisexualidad sale por todos los poros de su piel y en todos los ámbitos de su vida, porque cada cromosoma X o Y se encuentran en cada célula humana.
El origen de nuestras diferencias también se sitúa en nuestros tres (o seis) millones de años de evolución. El hombre siempre cazando, atento, concentrado en su supervivencia física y en la de los suyos, mostrando su ingenio para atrapar a sus presas, en silencio, ignorando sus sensaciones para poder resistir el frío, el calor y las incomodidades, venciendo sus miedos de ser devorado por los otros depredadores, teniendo que ubicarse para no perderse, estimulando su espíritu de combate junto con los demás hombres, inspeccionando el horizonte y, de esta manera, desarrollando su fuerza física y sus reflejos. Claro está que todo eso condiciona al hombre y queda inscrito en su naturaleza.
La mujer frecuentemente embarazada, viviendo en la caverna con las otras mujeres y niños, teniendo que aprender a cohabitar en un espacio restringido, atenta a cualquier peligro potencial, vigilando el fuego, alimentando a sus hijos incluso a costa de sus reservas corporales, esperando a los cazadores para ayudarles a retomar fuerzas, aterrada ante el menor ruido sospechoso, recolectando todo lo que pudiese ser comestible, probando de todo, consolándose una a la otra, esperando con impaciencia el regreso del hombre y, de esta manera, desarrollando su fuerza emotiva y sus sentidos. Claro está que todo eso condiciona a la mujer y queda inscrito en su naturaleza.
Y todo eso durante tres (o seis) largos millones de años. Por supuesto que nuestras condiciones de vida han evolucionado enormemente desde hace veinte mil años, el momento en el que pasamos del nomadismo al sedentarismo, y sobre todo desde hace cien años cuando pasamos, al menos en los países desarrollados, de ser sociedades agrícolas e industriales a ser sociedades postecnológicas basadas en el intercambio de información. No obstante, la mayoría de nosotros seguimos reaccionando a través de atavismos que datan de la época de las cavernas. Esas cavernas fueron reemplazadas por casas, pero nuestros comportamientos evolucionaron poco. No podemos cambiar la herencia humana (su código genético y su código ADN) así nada más, con 30 años de feminismo, aun cuando éste sea radical. Quizás en el futuro, pero por el momento todavía existen diferencias entre hombre