Debo confesarlo: nací zurdo. Y lo seguí siendo gracias a mis padres. Preguntaron al que fuera médico de la familia, el doctor Buendía, qué podían hacer con su hijo que les había salido «siniestro». El buen médico les dijo: «Tranquilos, no pasa nada; no es como tener la peste». Así que mis queridos padres, con muy buen criterio, me dejaron ser zurdo. En el colegio quisieron acabar con tamaña monstruosidad pero mis progenitores se opusieron a que me reeducaran como habría hecho un dictadorcillo de poca monta con sus presos políticos. Así que… gracias, padres, por dejarme ser como nací.
No es fácil ser zurdo en un mundo de diestros. Solo lo somos alrededor del 10 % de la población y siempre