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Ella y él en el siglo XXI: Un diálogo renovado sobre sexo, género, roles, pareja y futuro
Ella y él en el siglo XXI: Un diálogo renovado sobre sexo, género, roles, pareja y futuro
Ella y él en el siglo XXI: Un diálogo renovado sobre sexo, género, roles, pareja y futuro
Libro electrónico207 páginas9 horas

Ella y él en el siglo XXI: Un diálogo renovado sobre sexo, género, roles, pareja y futuro

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Buenos amigos entre sí, los autores del presente volumen decidieron este encuentro cordial y afectuoso en un diálogo escrito que también es confrontación de ideas, acuerdos y desacuerdos sobre el hombre y la mujer, sus diferencias y semejanzas, el sexo, los roles, los cambios de los últimos tiempos, la pareja y su futuro. Un libro para leer y reflexionar en pareja, discutir en rueda de amigos o meditar en soledad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 sept 2021
ISBN9789875993853
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    Ella y él en el siglo XXI - Alfredo Torres

    Alfredo torres · Silvia fittipaldi

    Ella y él

    en el siglo XXI

    Un diálogo renovado sobre sexo,

    género, roles, pareja y futuro

    Revisión: Lucas Bidon-Chanal

    Diseño: Verónica Feinman

    © Libros del Zorzal, 2004

    Buenos Aires, Argentina

    Libros del Zorzal

    Printed in Argentina

    Hecho el depósito que previene la ley 11.723

    Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de Ella y él en el siglo xxi, escríbanos a:

    info@delzorzal.com.ar

    www.delzorzal.com.arm>.

    A Sylvia Quincoces

    Alfredo Torres

    Al Dr. Guillermo Vitali,

    a mis padres, a mis amigos

    Silvia Fittipaldi

    Índice

    Prólogo

    Capítulo 1

    El sexo, la diferencia más evidente

    Una propuesta coloquial Confrontación y diálogo | 8

    Capítulo 2

    Cuerpo a cuerpo. El encuentro sexual, una experiencia personal compartida | 34

    Capítulo 3

    Ella, género femenino. Él, género masculino.

    La gramática de los sexos | 48

    Capítulo 4

    Mujeres... ¿Eran las de antes?

    El gran cambio | 75

    Capítulo 5

    Machos y hombres.

    La virtud de tenerlas bien puestas | 101

    Capítulo 6

    La pareja: Lo difícil de andar parejos | 128

    Capítulo 7

    Siglo xxi. El futuro a corto plazo.

    Variables y constantes | 153

    Prólogo

    He aquí un encuentro frontal entre dos distinguidos profesionales de la inteligencia: Silvia Fittipaldi, profesora de Letras

    (UBA, 1985), periodista especializada en lo que denominamos temas de la mujer, coordinadora de talleres literarios, y Alfredo Torres, médico (UBA, 1963), psicoanalista eminente, profesor titular de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires; ambos, expertos en el tema que van a confrontar, con largo tiempo de bucear en el alma humana. Buenos amigos entre sí, en cuanto tales es fácil imaginar su encuentro cordial y afectuoso. Pero la palabra encuentro, que han escogido para titular sus diálogos, ofrece sutilmente otra acepción, otro costado, el del choque, de la batalla, de la disidencia. Ambas cosas están explícitas en este libro, la convergencia y la divergencia, el acuerdo y el desacuerdo, el "encuentro –nuevamente– del hombre y la mujer" que, decía Miguel Hernández, hace marchar al mundo.

    Los temas aquí desflorados son prácticamente todos: hay una referencia constante al pasado, a cómo se han desarrollado, a través de los siglos, la guerra y la paz, el ejercicio del poder social y familiar entre los sexos, cómo se ejecuta actualmente, luego del arrasador cambio en aquellas relaciones que ha traído el mundo contemporáneo, y una perspectiva de futuro, al menos de futuro inmediato. Pero, además, como no podría ser de otro modo, se abordan las grandes cuestiones y perplejidades, los valores, su crisis, sus reemplazos, nuestros miedos y tabúes, Eros y Tánatos. Por todo ello, y por su tratamiento inteligente –diríamos, lujosamente inteligente–, éste es un libro que atrae y fascina, inquieta, aclara pero deja pensando, es decir, insta al poco ejercitado trabajo de pensar, tan escaso en nuestro mundo de relumbrón, facilismo y frivolidad. En tal sentido, diremos que es un libro fuera de época; pero, quizá por ello mismo, no dudamos de las buenas consecuencias que puede y merece tener.

    Un libro que haga meditar, que pueda debatirse en familia o en rueda de amigos, un libro que no sea un mero pasatiempo de playa o de peluquería o de antesala del doctor, constituye hoy un mérito notable. Su lectura nos enriquece; a leerlo pues. Desentrañará uno de los infinitos laberintos que tornan tan apasionante la terrible aventura de reflexionar sobre la condición humana.

    Horacio Sanguinetti Unquillo, 2004.

    Capítulo 1

    El sexo, la diferencia más evidente

    Una propuesta coloquial

    Confrontación y diálogo

    Ella. – Comienzo haciendo una aseveración interrogativa, si cabe el invento. Después de todo, en general, somos las mujeres las que inauguramos los comienzos. No obstante, te dejo la oportunidad de la primera respuesta, también como siempre. Las mujeres solicitan; los hombres responden, si pueden.

    Él. – Me estás desafiando. Quizás sea el condimento excitante para todo comienzo.

    Puedo admitir lo acertado de tu afirmación. Aunque muchas veces imperceptible, en casi todo el reino animal, la señal de inicio la da la hembra. No te sientas tan original. A tu prima la mona le pasa lo mismo. Recuerdo el decir de un profesor de pintura, en mi adolescencia, que, lleno de experiencia en lides galantes, afirmaba que el saludo y el acercamiento del varón los motiva la mujer, de otro modo, éste corre el riesgo de hacer el papel de estúpido.

    Ella. – Un homenaje a ese profesor polifacético, que ha dejado en vos una enseñanza fundadora. Pensaba en nuestro diálogo. No como una lucha de habilidades intelectuales. Se me ocurrió aprovechar la ubicación espacial que tenemos, frente a frente, para considerar que estamos en una confrontación de buena voluntad, con posibilidades de síntesis.

    Él. – ¿Me permite que la acompañe, señora? En el libro Manwatching de Desmond Morris, una especie de guía visual sobre la conducta humana, hay una fotografía de una mujer y un hombre desnudos, de pie, enfrentados, separados por la unión de las carillas. Sus miradas son de interrogación, acerca del misterio de las diferencias, también de la distancia que los separa, aquella que podrían salvar momentáneamente para que se instale nuevamente cada uno en su página. He visto algo similar en algunos pintores del Renacimiento, que plasman ese momento peculiar en Eva y Adán, separados por un árbol o por el marco de los cuadros de cada uno.

    Ella. – He notado tu galantería al mencionar primero a Eva. No es lo acostumbrado. Ni siquiera en el Génesis. Me parece que esa secuencia marca una historia en las relaciones entre los sexos. También sería posible que tu galantería escondiera una actitud machista, la del que concede porque tiene mayor fuerza muscular.

    Él. – No estés tan segura de que los hombres somos más fuertes. En una primera apreciación, así parece. Pero en la calidad de la fuerza y en el objetivo de su uso está la clave.

    Primero, la biología

    Ella. – Esto que decís implica marcar una diferencia. Pero comencemos por el principio: la diferencia básica entre los sexos es de carácter biológico.

    Él. – Sin duda, eso se aprende en la primera infancia: vos sos niña porque tenés escarpines rosas.

    Ella. – Si le pongo escarpines rosas a un niño, también tiene escarpines rosas y sigue siendo un varón... Yo diría que soy nena por cosas mucho más obvias. Cuando nací, el doctor le avisó a mi papá que yo era niña. Me había visto cuando salí de la panza de mi madre...

    Él. – La cuestión es si había visto o no. Si tenías o no.

    Ella. – ¿Si tenía o no tenía qué cosa?

    Él. – Me refiero al pene.

    Ella. – No, yo era nena porque tenía vagina.

    Él. – Te digo que estoy de acuerdo, en buena medida. Todavía hoy, la mujer es determinada por privación de pene. Lo cual es muy distinto de ser determinada por presencia de vagina. Mutatis mutandis, el varón podría ser definido como una persona que no tiene vagina. En resumen, la concepción anterior proviene de una cultura esencialmente falocéntrica o machista.

    Ella. – Claro, que la cultura es machista ya lo sabemos y vamos a discutirlo más adelante. Pero las diferencias biológicas marcan otras distinciones.

    Él. – Sí, pero la primera diferencia es biológica. Después consideraremos otros factores que son igualmente importantes para determinar y definir lo femenino y lo masculino.

    Para la Biología, la vulva y la vagina, igual que el pene, tienen el rango de caracteres sexuales secundarios, como pueden serlo la barba o la forma de distribución del vello pubiano (de forma triangular en la mujer y romboide en el varón). Pero hay otros aspectos más importantes, que marcan con más claridad las diferencias.

    Ella. – ¿Por ejemplo?

    Él. – Lo determinante en cuestión de diferencias son las gónadas, los ovarios y los testículos, considerados caracteres sexuales primarios, productores de las gametas o células germinales, potencialmente fecundantes, los óvulos y los espermatozoides respectivamente. Esto determina la verdadera diferencia, aun para la cuestión legal del reconocimiento de la identidad sexual.

    La auténtica verdad sobre el cuerpo femenino

    The real truth about the female body es el título del extenso artículo en el que Barbara Ehrenreich combina tres niveles de información: a) datos extraídos de ciencias básicas –Psicología, Sociología, Antropología, Fisiología–; b) especulaciones a probar; c) retórica feminista.

    Muchos de los contenidos del ensayo están basados en tres libros de aparición relativamente reciente : Woman: an intimate geography (La mujer: una geografía intima) de Natalie Angier; Just like a woman (Precisamente como una mujer) de Dianne Hales y The first sex (El primer sexo) de Helen Fisher.

    Las actitudes de enfoque y estudio sobre el cuerpo femenino están cambiando. De tal manera que, si cuestiones como menstruación y menopausia eran consideradas negativamente, hoy día las nuevas generaciones de mujeres consideran el período menstrual como un primordial signo de poderío femenino. A partir de este cambio de posición, se comienza a usar el término femaleist (algo así como hembrista) en lugar del clásico feminismo y en oposición al machismo.

    El trabajo cuestiona ideas generalmente admitidas sobre los orígenes y desempeños sociológicos de los sexos, del hombre como cazador y de la mujer como cuidadora de la cría y el fuego, que espera el retorno del varón. Parece ser, según sus investigaciones, que esto ha dependido del lugar de asentamiento de los grupos primitivos: bosques, llanuras, costas, clima, etc. Cada asentamiento ha requerido distintas respuestas de cada sexo para asegurar la supervivencia.

    Se extiende, por lo tanto, a discutir y rebatir las concepciones clásicas de Freud (cabe suponer que respecto de la teoría de la llamada envidia del pene) y de Darwin (en cuanto a la evolución de los sexos).

    Por lo tanto, este ensayo admite una notable diferencia en las funciones vitales del cuerpo femenino y del masculino, esencialmente desde el punto de vista bioquímico, condicionante de la conducta. Por supuesto que no subestima, sino por el contrario, lo mucho que la cultura y la historia han influido en las conductas sexuales. Diferencia de los cuerpos que le dan a cada sexo una fortaleza específica, en distintas situaciones vitales.

    Time Magazine, 8 de marzo de 1999.

    Ella. – ¿Por qué?

    Él. – Porque un recién nacido puede tener caracteres sexuales secundarios dudosos. Por ejemplo, un clítoris que parezca un pene y grandes labios que parezcan el escroto. Ante la duda de la identidad sexual, se deberá estudiar la identidad de las gónadas. Si tiene ovarios, es mujer; si tiene testículos, es varón.

    Ella. – ¿Y los hermafroditas?

    Él. – Son muy raros los casos, más aun para la Biología humana, en que conviven en la misma persona testículos y ovarios. Con todo, he de decirte que la denominación de hermafroditas les queda inadecuada, porque en Biología los organismos de ese nombre conllevan la capacidad de autofecundación, que no tienen caso en los seres humanos, al menos hasta donde yo estoy informado.

    Ella. – Algo más sobre los caracteres sexuales primarios.

    Él. – Sí, por otro lado, las gónadas son las productoras de las hormonas sexuales, agentes bioquímicos que determinan el funcionamiento específico de la conducta sexual y los caracteres sexuales secundarios. Fijate que, como consecuencia del accionar de las hormonas, éstos son transformables

    (pueden cambiar de forma), por mal funcionamiento gonadal, en más o en menos, así como por el agregado externo de hormonas, que pueden desarrollar mamas en una persona biológicamente masculina, o barba y otros rasgos en una femenina. De hecho, se sabe que la mayoría de los transvestidos son sexualmente transformados, al menos de manera parcial, por obra y gracia de las hormonas y complementariamente por cirugía.

    Ella. – Para continuar con lo que te decía anteriormente, yo imagino que el hecho de que uno nazca con vagina o con pene determina conductas, sensaciones, formas de actuar distintas.

    Él. – Sin duda, a la larga es así, el registro de esas sensaciones diferentes, en relación con otros registros de sensaciones correspondientes a tener cavidades o salientes en la topografía corporal, marcarán durante el desarrollo formas de actuar distintas.

    En algún lugar de su obra, Freud dijo: el yo es esencialmente corporal. Para mí, ésa es una frase muy significativa. Particularmente, la interpreto como que el solo hecho de tener un cuerpo masculino o femenino, interno y externo, hace que la persona organice en consonancia con el propio cuerpo una mente masculina o femenina, debo agregar, si las múltiples variables que intervienen se dan adecuadamente. Pero no debemos olvidar que, en buena medida, lo que marca la diferencia en la conducta, desde la perspectiva biológica, es la función hormonal. Desde este punto de vista, será lo mismo un varón o una mujer de la Polinesia que un par de africanos o germanos.

    Ella. – ¿Y en qué pueden ser diferentes?

    Él. – Si te parece bien, este tema, que incluye la cultura, lo dejamos para discutirlo un poco más adelante. Continuamos con las diferencias entre mujer y hombre, o hembra y macho, desde el punto de vista corporal.

    Ella. – Está bien, pero comencemos por el principio. ¿Cómo y cuándo un bebé que está dentro de la panza de su mamá comienza a tener determinado sexo?

    El principio de los principios

    Él. – Debemos hacer alusión a conceptos elementales de Genética Humana. Todas las células de nuestro cuerpo, en su núcleo, contienen, entre otros elementos, unas estructuras llamadas cromosomas, que son los portadores de los genes, que a su vez contienen todo el material informativo referido a nuestra particularidad corporal.

    Ella. – ¿Qué son los genes entonces?

    Él. – Son entidades específicas, responsables de los caracteres hereditarios. Cada persona tiene en sus cromosomas una distribución especial y particular de estos genes. Le fueron otorgadas por el contenido en genes del óvulo y del espermatozoide al unirse en la fecundación. La forma en que se distribuyen parece pertenecer al azar.

    Ella. – Parece algo difícil de explicar... complejo, digamos.

    Él. – Algo que requiere un especial estudio, siempre en descubrimiento. De hecho, se descubre que las unidades de genes están compuestas a su vez por partículas más pequeñas y se siguen individualizando genes responsables de la transmisión hereditaria de tal o cual rasgo, normal o patológico. Son hechos científicos que tienen difusión periodística de manera bastante continua. Pero nos referimos a una explicación elemental. Si te parece sigo.

    Ella. – Sí, pero no te vayas por las ramas.

    Él. – Bueno, vuelvo a los cromosomas entonces. Puede decirse de manera elemental que están compuestos por cadenas de estructuras químicas complejas, llamadas ácidos nucleicos. En genética humana, se trata de cadenas de ácido desoxirribonucleico, el consabido ADN.

    Ella. – Es lo que se estudia para reconocer la filiación o pertenencia familiar de algún individuo.

    Él. – Así es, se reconoce la particular forma y distribución de estas cadenas.

    Ella. – ¿Y la determinación del sexo en el bebé?

    Él. – Sigo. En cada una de casi todas las células de su organismo, el ser humano tiene sus 46 cromosomas agrupados de a pares de unidades homólogas. Los humanos tenemos entonces 23 pares de cromosomas, de los cuales un par es denominado par sexual, porque designa el sexo genético del individuo.

    Ella. – ¿Porqué el sexo se llama genético?

    Él. – Porque el sexo definitivo implica un camino de desarrollo durante la gestación en el útero materno. Hay casos en que puede no coincidir con el determinado genéticamente. Son casos que causan asombro, pero tienen explicación científica. En la mujer, el par de cromosomas sexuales es denominado XX; en el varón, el par se denomina XY.

    ¿Mujer o varón?

    Ella. – La mujer siempre es XX y el varón siempre XY.

    Él. – Normalmente sí, genéticamente hablando el macho se diferencia de la hembra por un cromosoma, el Y.

    Ella. – ¿Cómo se da esta situación de la determinación? ¿En todo caso, es cierto que el sexo del embrión lo determina el padre?

    Él. – Hay una consecuencia casi lógica que lleva a pensar la cosa así. En la medida en que

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