Ramón Elices Montes: Redactor de "El Centinela Español" y "El Pabellón Español" (1881-1885)
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Ramón Elices Montes - Ana Rosa Suárez Argüello
Testimonios
El periodista
Al público y a la prensa¹
Al tomar a mi cargo la dirección de este periódico, justo es que yo manifieste a mis dignos lectores cuál es el plan que en la publicación de aquel me propongo seguir. De esta manera, el público y la prensa que hasta aquí han favorecido a El Centinela Español, sin duda por estar en manos mucho más expertas que las mías, penetrados de mis propósitos, sabrán a qué atenerse para, en lo sucesivo, y, o continuarán honrándome con su benevolencia, si de ella me consideran merecedor, o me la retirarán en caso de creerme indigno de obtenerla.
Enemigo de pomposas frases, de vanos ofrecimientos y de ridícula charlatanería, la más absoluta seriedad distinguió siempre todos los actos de mi humilde vida.
No he de desmentir en esta ocasión mi modesta fama, ni mucho menos contrariar en lo más mínimo mi propio carácter y particulares inclinaciones; no he de prometer a mis lectores más que aquello que de antemano tenga yo la firme seguridad de su fácil e inmediato cumplimiento. En asuntos de esta naturaleza, como en todos aquellos actos más importantes de la vida humana, los hechos, no las palabras, son los que forman la base sobre [la] que se asienta la reputación de los hombres. Al juicio, pues, que la conciencia pública, después de un maduro examen de mi conducta como periodista, formule, me someto muy gustoso, y el fallo que ella dicte será por mí acogido, con satisfecho orgullo, si me es favorable, con respetuosa resignación si me es adverso.
Nueve meses hace que resido en México, y ese mismo espacio de tiempo cuento ocupando en la redacción de este periódico un puesto de honor y de confianza, debido, no a mis méritos, que jamás los tuve, sino a la generosa atención con que desde mi llegada a este país fui favorecido por el ilustre fundador de El Centinela, D. Telésforo García. Quizá ese mismo puesto de honor y de confianza que tanto halagara mi amor propio, al ser por mí considerado como muy superior a mis fuerzas, me creaba una situación sumamente difícil y embarazosa, obligándome a figurar, a veces en lugar preferente, entre los distinguidos escritores que bajo la acertada dirección del referido Sr. García han colaborado hasta hoy en el periódico, dando a este, con la profundidad de los trabajos literarios de aquellos, un brillo que solamente mis modestas producciones empañaban. Quizá nadie más que yo sabe los sufrimientos morales que esto mismo me ha ocasionado al considerar que si la importancia de la publicación llegase a desmerecer, tal vez fuera únicamente por culpa mía, cuando yo era quien tenía mayor deber de aumentarla y quien en ello cifraba la más noble ambición de su vida.
Pero ni me era dado contrariar a la naturaleza, que no me ha dotado con los preciosos dones que adornan al Sr. García, al colaborador mexicano y a los demás esclarecidos escritores que en esta redacción compartían conmigo las ingratas tareas del periodismo, ni mi escasa instrucción me permitía entregarme a las profundas investigaciones de la ciencia con que ellos tan sabiamente engalanaban las columnas del periódico.
Para llenar, en cuanto posible fuera, este vacío, y cumplir con mi deber hasta donde mis fuerzas alcanzasen, dediqueme de preferencia a tratar los asuntos que a España o a los españoles más directamente se referían; empresa para mí mucho más fácil y que considero de algún interés para la especial índole de una publicación como esta. El corto tiempo que cuenta mi ausencia de la patria, el conocimiento que de su actual situación, de su política y de sus principales hombres he podido adquirir durante mi vida literaria, un poco larga ya, aunque oscura, y la afectuosa amistad con que me honran muchos de los hombres más eminentes en las ciencias, en las artes y en la política de nuestro país, parece como que me prestan las suficientes armas para defender mi patria en el extranjero y ocuparme a la vez en sus asuntos exteriores e interiores, si no con lucidez, al menos con verdad y con algunas probabilidades de acierto en mis conjeturas y de razón en mis juicios.
Esto por una parte, y de la otra el sagrado fuego del patriotismo, que jamás se extinguió en mi pecho y cuya viva llama aumenta más y más en los seres humanos desde que estos dejan de ver lucir sobre sus frentes el claro sol que alumbró los primeros días de su existencia y se ostenta más radiante cuanto más se aleja uno de aquellos encantadores parajes que fueron mudo teatro de las glorias de nuestros padres y que lo serán de las de hazañas de nuestros hijos, han engendrado en mi ánimo una pasión tan grande por todo a lo que mi país atañe, que sólo hablando de mi patria o de mis paisanos encuentro recursos que mi falta de elocuencia me niega siempre al tratar otras