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La eugenesia y otras desgracias
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Libro electrónico236 páginas4 horas

La eugenesia y otras desgracias

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La eugenesia y otras desgracias recoge una serie de artículos escritos por Chesterton en torno a la aprobación de la Mental Deficiency Act de 1913, que limitaba los derechos y libertades de personas a quienes los "expertos", aplicando la selección natural darwiniana, clasificaban como "no aptas". Estas páginas suponen la resistencia intelectual del gran escritor inglés a la ideología eugenésica que se extendió por el mundo como un tsunami en la primera mitad del siglo XX. Con su sentido común característico, su alegre ironía y su profundo convencimiento de la dignidad humana, Chesterton desenmascara los sofismas utópicos de los eugenistas, deja al descubierto sus tretas de manipulación e ingeniería social y defiende al hombre real frente a quienes, invocando una supuesta ciencia y la mejora de la raza, querían -y quieren todavía- imponer la ley del más fuerte. A cien años de distancia, sus argumentos y razones no son sólo reflejo de su época, sino que, lejos de perder actualidad, parecen también casi proféticos de las oportunidades y los riesgos de nuestro tiempo.
De La eugenesia y otras desgracias (1922) (Eugenics and Other Evils) los lectores de Chesterton en lengua española tenían poca o casi ninguna noticia, pues hasta la fecha solo se había publicado una traducción en Argentina en la década de los 60. De ahí el interés de esta nueva edición española ahora traducida por Aurora Rice y presentada con una extensa y documentada introducción de Salvador Antuñano. Se añade también un ensayo sobre la reforma social y la problemática del control de la natalidad que permanecía inédito en español y que Chesterton publicó separadamente en 1927.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 feb 2017
ISBN9788415177678
La eugenesia y otras desgracias
Autor

Gilbert Keith Chesterton

Gilbert Keith Chesterton, más conocido como G. K. Chesterton, fue un escritor y periodista británico de inicios del siglo XX. Cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la narración, la biografía, la lírica, el periodismo y el libro de viajes. Se han referido a él como el «príncipe de las paradojas».​ Fecha de nacimiento: 29 de mayo de 1874, Kensington, Londres, Reino Unido Fallecimiento: 14 de junio de 1936, Beaconsfield, Reino Unido

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    A fantastic work, rivaling even Orthodoxy with its razor sharp insight, wit and prescience. Chesterton was an early opponent to eugenics at a time when it was very fashionable. With a clarity that is as tragic as it is brilliant, Chesterton foretold what was to come. There are many things that can be said about the Holocaust, but one thing that cannot be said is that we were not warned.In addition to dealing with the Eugenists, Chesterton also speaks on economics and freedom. Building on the foundation that Hilaire Belloc began with The Servile State, Chesteron comments on the deficiencies and absurdities of both Capitalism and Socialism, offering Property (Distributism) as the sane and humane alternative.The timelessness of this book is truly remarkable. Even though overt eugenics has fallen into disfavor, it is tragically apparent that the same goals and mindset are thriving in the abortion industry. Indeed, abortion and artificial contraception has largely succeeded in fulfilling the wildest dreams of the Eugenists... and Chesterton cries out from heaven warning us, once again, of what is to come.
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    La introducción es brutal, aunque no es de Chesterton. El libro empieza un poco flojo para los estándares de Chesterton, pero a partir de la segunda parte, todo es el vaivén profético por el cuál el autor es famoso.

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La eugenesia y otras desgracias - Gilbert Keith Chesterton

G. K. Chesterton

LA EUGENESIA Y OTRAS DESGRACIAS

Traducción de Aurora Rice Derqui

Prólogo de Salvador Antuñano Alea

Espuela de Plata · Clásicos y Modernos

Portada de la primera edición de 1922

© Prólogo: Salvador Antuñano Alea

© Traducción: Aurora Rice Derqui

© 2012. Ediciones Espuela de Plata

Diseño de cubierta: Equipo Renacimiento

ISBN: 978-84-15177-67-8

G. K. C. En defensa de la vida humana

Gilbert Keith Chesterton (Londres, 1874-Beaconsfield, 1936) es conocido principalmente por su obra narrativa¹, por sus biografías², por sus poemas³ y, evidentemente, por sus ensayos religiosos⁴. Todo esto forma parte de una extensa producción cuya calidad le ha merecido un muy digno lugar en la literatura inglesa, como ya probaron Belloc⁵ y Lewis⁶, y entre nosotros Unamuno⁷ y Borges⁸. Desde luego, era un artista y un poeta; manejaba el lenguaje diestramente y con un estilo retórico expansivo y alegre, lleno de vigor, grandeza romántica y sincero convencimiento. Su trato con las letras inglesas le hizo destacar como uno de los más notables críticos literarios y uno de los más acerados comentadores de Chaucer, Shakespeare y Dickens⁹ –y sus apreciaciones en este campo son todavía hoy muy valoradas entre los expertos¹⁰–. Y aunque no todos estén de acuerdo con la filosofía que expone en sus obras, la mayoría reconoce su mérito literario, la agudeza de su ingenio, su desafiante inteligencia y encuentra en sus escritos estímulo para la reflexión, ya sea para compartir la posición del autor o para discutirla.

Pero hay una amplia parte de la obra de Chesterton que, quizás por no enmarcarse exactamente en ninguno de los géneros anteriores, es a veces considerada como secundaria, casi anecdótica e incluso obsoleta. Se trata de los artículos y ensayos en los que el autor expone sus ideas sobre la sociedad¹¹ –y, por tanto, sobre la política y la economía y cuestiones relacionadas con todo ello–. Sin embargo, tales obras eran para Chesterton probablemente las más importantes, y a ellas y a proyectos en ese campo dedicó muchas de sus mejores horas. En estos escritos vertió su imagen de la realidad, los puntos fundamentales de su filosofía y la aplicación de esos principios a la vida social concreta. De hecho, junto con sus ensayos religiosos y en íntima conexión con ellos, en sus escritos sociales puede descubrirse la clave y el trasfondo de toda su obra narrativa, de buena parte de la poética y no pocas de sus perspectivas para la crítica literaria.

La obra que hoy publica Espuela de Plata en una nueva, necesaria y esmerada versión de Aurora Rice, es uno de estos ensayos sociales. En ella, Chesterton expone sus ideas, según su costumbre, no con un discurso sistemático y cuadriculado, sino en forma de discusión, con toda la fuerza de su ironía y la afilada inteligencia de su análisis. De hecho, la obra se forjó originalmente en el fragor de un debate social de enorme importancia en su momento, hace ahora unos cien años, en torno a la aprobación de lo que terminó siendo la Mental Deficiency Act de 1913.

En el prefacio de 1922 a la edición inglesa publicada por Cassell and Company Ltd.¹², Chesterton afirma que la escribió antes de la Primera Guerra Mundial (1914-1919), cuando los «eugenistas»¹³ empezaban a proponer una serie de iniciativas de lo que él llama «scientific officialism and strict social organization» y que bien podríamos traducir hoy como ingeniería social. Dice también que, en un momento determinado, pareció que una de las consecuencias de la Guerra iba a ser la superación de la mentalidad eugenésica, hasta el punto de que él pensó que estos papeles ya resultarían inútiles. Sin embargo, al poco tiempo, esa mentalidad resurgió con fuerza, por lo que Chesterton creyó importante publicar entonces, en forma de ensayo temático, lo que unos diez años atrás había escrito como artículos periodísticos.

Quizás entonces, poco después de la Gran Guerra, esas breves líneas bastaban para que el lector pudiera enmarcar adecuadamente la obra en su contexto. En nuestro tiempo, en cambio, probablemente no sean suficientes y quienes se acerquen a este ensayo sólo a partir de ellas, podrían hoy llevarse la impresión de que las páginas que tienen entre manos son, como decíamos antes, un mero escrito de ocasión y por tanto anecdótico, o cuyo interés podría estar, a lo sumo, como testigo arqueológico del pasado, porque, además, la eugenesia parece también a muchos una cuestión ya superada y no necesariamente «una desgracia».

Pero tal percepción sería falsa, o al menos muy parcial, pues el interés de esta obra es, en realidad, muy grande cuando menos por tres sólidas razones. En primer lugar, la obra es, sin duda, un documento histórico de primera mano, en el sentido de que refleja con fidelidad una de las partes de una controversia pública –es decir, política y en el fondo filosófica– sostenida hace un siglo en Inglaterra sobre la cuestión de la eugenesia y sus aplicaciones prácticas –jurídicas, sanitarias, económicas y laborales–. En segundo lugar, como pasa con los ensayos sociales de Chesterton, se trata de una obra en la que aparece clara su imagen de la realidad, sus principios políticos y la proyección concreta que de ellos se deduce al caso particular de una propuesta legislativa. Lo primero nos lleva a conocer la historia y lo segundo a conocer a Chesterton. Y estas dos razones por sí solas valdrían ya la pena para afrontar la lectura de este ensayo, que sin duda captará por sí mismo el interés de los lectores y, como otras obras del mismo autor, no los dejará indiferentes. Pero hay además una tercera razón, y es la materia misma que en la obra se discute. La eugenesia no es, ni mucho menos, una cuestión del pasado antiguo, cuya teoría puede encontrarse en los diálogos platónicos y cuya práctica se dio en lugares como Esparta; ni tampoco del tiempo en el que Chesterton debatía las tesis de los Galton y Saleeby, tesis que los nazis, y no sólo ellos, aplicaron en la primera mitad del siglo XX. Es una cuestión muy actual. Y aunque sus formas sean hoy más sutiles y sofisticadas, sus principios son muy parecidos a los argumentos de Platón, los espartanos y los miembros de la Sociedad Eugenésica fundada en Londres en 1907. De forma análoga, los principios que Chesterton sostuvo entonces contra ellos siguen teniendo vigor, pues se apoyan en un profundo conocimiento del ser humano y en la radical afirmación de su dignidad inalienable.

El presente prólogo intentará desglosar cada una de estas razones, no sólo con la intención de mostrar el valor de la obra de Chesterton, sino también con el propósito de encuadrarla en su contexto histórico y filosófico, y así facilitar una mejor comprensión de sus ideas y expresiones.

1. La historia de un debate

Como podrá advertir el lector en el segundo capítulo de la obra, Chesterton hace referencia a una Ley debatida en la Cámara de los Comunes a la que llama The Feeble-Minded Bill –el decreto de los débiles mentales (p. 56 de esta edición)–, y con la ambigüedad de la frase pretende aludir no tanto a quienes son objeto de la ley sino sobre todo, con explícita ironía, a quienes la propusieron y aprobaron. En ese mismo capítulo dice que tal decreto ha sido aprobado por la Cámara de los Comunes, lo que sitúa el escrito de Chesterton en mayo de 1912, cuando la mayoría de los representantes de ambos partidos votaron a favor en el primer trámite del proceso –a pesar de ello, la propuesta fue retirada posteriormente–.

La propuesta intentaba modificar la legislación anterior sobre la materia, la Lunacy Act de 1890. Con ello se trataba, entre otras cosas, de definir quiénes podían caer dentro de la denominación de «lunáticos», «débiles mentales», «locos», con la intención de poder tratarlos del modo conveniente: para distinguirlos de los criminales comunes y evitar que se les encerrara en prisiones –con sus castigos inherentes–, se proponía un análisis de los casos, un registro y un internamiento en instituciones específicamente creadas para ellos. A ese efecto, la Royal Commission on the Care and Control of the Feeble-Minded constituida en 1904 había publicado un informe en 1908¹⁴ en el que sugería varias medidas, entre las que se encontraban, además del confinamiento de los «débiles mentales», la ocupación laboral, la discriminación y la esterilización forzosa.

Martin Gilbert¹⁵, que es tal vez el biógrafo más solvente de Winston Churchill y uno de los mejores historiadores de ese período, escribió no hace mucho un artículo sobre la relación que ese gran político tuvo con la eugenesia en los primeros años de su vida parlamentaria. El artículo¹⁶ refleja al detalle el contexto del debate al que nos referimos y da cumplida cuenta de la importancia de la cuestión y de la influencia enorme que entonces tuvo el movimiento eugenésico.

Gilbert relata que Churchill, al menos por entonces ferviente partidario de la eugenesia, escribió en diciembre de 1910 al Primer Ministro, Asquith, una nota en la que defendía la marginación de los «débiles mentales»¹⁷. Al parecer, sostenía esas opiniones desde tiempo atrás y por eso había apoyado las recomendaciones eugenésicas del informe de la Comisión. De hecho, en una sesión parlamentaria sobre el asunto, en octubre de ese mismo año, había afirmado que, si bien había que «hacer todo lo que una civilización cristiana y científica pudiera» por los 120.000 deficientes mentales del Reino, sin embargo, también se les debería aislar «under proper conditions so that their curse died with them and was not transmitted to future generations»¹⁸. En febrero del año siguiente, Churchill impulsó la reforma de la ley en esta dirección, aunque sin éxito.

Un segundo intento se tuvo un año más tarde, pero ya no por intervención directa de Churchill, que entonces estaba en el Almirantazgo. En el Parlamento se aceptó a trámite el «Feeble-Minded Control Bill», aunque no exactamente como lo había preparado Churchill: se dejaba fuera la esterilización forzosa, pero se prohibían los matrimonios con «débiles mentales», al tiempo que se prescribía el establecimiento de un registro para tenerlos controlados y, por supuesto, su internamiento. El documento contó con el apoyo de numerosas personalidades de la ciencia, de la cultura y de la Comunión Anglicana, pero también con la oposición de la prensa liberal y de los católicos. Al final, la propuesta fue retirada. Pero entonces el Gobierno presentó la suya, el «Mental Deficiency Bill». En julio de ese año se tuvo en Londres la primera Conferencia Internacional de Eugenesia, que contribuyó a intensificar el ambiente favorable a la reforma de la ley, pues entre sus organizadores y participantes había notabilísimos nombres –Churchill ocupaba la vicepresidencia–. Finalmente la ley fue aprobada al año siguiente como la Mental Deficiency Act de 1913. Además de definir cuatro tipos de deficientes mentales, la ley prescribía su registro e internamiento, para lo cual establecía el Board of Control for Lunacy and Mental Deficiency. Estuvo vigente hasta 1958. Gilbert concluye mostrando que, a la larga, la legislación británica resultó menos dura que la adoptada por muchas otras naciones, cuyas medidas eugenésicas incluían la esterilización forzosa que Churchill había propuesto¹⁹.

Tal es el contexto en el que Chesterton escribe estos artículos²⁰. Como se ve, el debate no se daba sólo en el Parlamento, sino también en la prensa, en la calle, en la vida social y cultural. En él intervenían personas como H. G. Wells y Bernard Shaw, que apoyaban la medida y Chesterton y Randall²¹ que la rechazaban. Una buena parte de la sociedad veía con buenos ojos la propuesta pues el texto parecía mejorar las condiciones de los internos y distinguirlos de los criminales, al tiempo que pretendía limitar el influjo negativo de determinadas conductas. Pero otras disposiciones de la propuesta eran mucho más polémicas: se establecía con toda claridad la discriminación, la segregación y el confinamiento de los deficientes mentales, cuando, además, bajo esta denominación podrían entenderse no sólo los dementes sino también quienes mostraran cualquier tipo de deficiencia intelectual, a juicio de un equipo de especialistas. Así, en virtud de la decisión de unos funcionarios, una persona no necesariamente loca sino simplemente no muy espabilada –y mucho más quienes estuvieran afectados por el síndrome de Down, o el autismo, o alguna otra alteración que dificultara su aprendizaje (y una de estas podría ser la pobreza)–, se verían privados de derechos fundamentales y se les podría internar en instituciones creadas a tales efectos. En estas instituciones, además, se les ocuparía con trabajos productivos, de modo que fácilmente se podía caer en el abuso de convertirlos en mano de obra barata, como de hecho ocurrió²². El internamiento tenía también el objetivo de impedir, sin necesidad de la esterilización, que esas personas pudieran reproducirse.

No paraba allí la cosa, porque si la propuesta distinguía a los criminales de los deficientes, también hablaba de los «deficientes morales». De este modo, quienes mostraban algún comportamiento moral no adecuado –siempre según el criterio de los expertos nombrados al caso– podrían ser objeto de las mismas medidas discriminatorias, aunque no hubieran cometido nunca un crimen o delito, sino para evitar que lo cometieran o que su tendencia criminal pasara a generaciones futuras –como se ve, la tentación del Minority Report (Steven Spielberg, 2002) no es necesariamente algo exclusivo de ficciones futuristas–.

En el debate, los partidarios de la reforma invocaban el bien de la raza y de la nación, la necesidad y oportunidad de ayudar científicamente a la selección natural, el propio y evidente carácter científico de la iniciativa, los peligros de una degeneración física y moral, y, por supuesto, el progreso de la humanidad. Los católicos y otros grupos se oponían duramente a la reforma sobre la base de la dignidad humana y la libertad frente al Estado. Si no se tienen en cuenta los términos y las implicaciones del debate podría parecer que las páginas de Chesterton se pierden en discusiones bizantinas o exageran la importancia de las medidas propuestas por la ley o que son fruto de su aversión a los grupos de poder. Pero si se profundiza un poco en las tesis que sostenían los defensores de la eugenesia, uno capta perfectamente la fuerza y la lógica de los argumentos de Chesterton. Y si uno tiene en cuenta el desarrollo posterior de la eugenesia, no tanto ni sólo en Inglaterra, sino en otras naciones y particularmente en Alemania, puede darse cuenta de la trascendencia de aquel debate y lo que en él estaba en juego.

La eugenesia, como «ciencia para la mejora de la raza»²³, tuvo un amplio desarrollo a partir de las ideas de Francis Galton (1822-1911), quien aplicó algunas de las hipótesis de su primo Charles Darwin (1809-1882) a las sociedades humanas con intención de acelerar la «selección natural» y convertirla en «artificial», dirigida evidentemente por los científicos y los políticos para el perfeccionamiento de la raza²⁴. Con los típicos prejuicios europeos del XIX, estaba convencido de la excelencia de la raza blanca, de modo que la eugenesia implicaba, en realidad, la justificación pretendidamente científica del racismo. Galton propuso como uno de los principales objetivos de la eugenesia la recolección de datos genéticos –y el laboratorio que estableció con ese fin es un claro precedente del Human Genome Project–²⁵. Junto con Karl Pearson (1857-1936)²⁶ fundó la Eugenics Education Society en 1907, de modo que ambos son tenidos como padres de la «ciencia eugenésica». Pearson se dedicó a sistematizarla y conseguir métodos de medición adecuados para contrastar la evolución de las razas y linajes humanos. Era también un ferviente partidario de la esterilización de los «feeble-minded»²⁷.

Con ellos y tras ellos vinieron otros que «estudiaron» las diferencias raciales y sus procesos evolutivos para establecer qué elementos podrían causar degeneraciones y qué otros podrían potenciar la raza. De esta forma, los investigadores se erigieron en los poseedores del canon para determinar la nueva humanidad supuestamente mejorada. Así, Caleb William Saleeby (1878-1956)²⁸, médico, estableció, por ejemplo, que la craniometría podría definir la sanidad racial. Así también, el Deán anglicano de San Pablo, William R. Inge (1860-1964)²⁹, defendía la eugenesia sobre la base de las hipótesis de Malthus (1766-1834) y entendía que la población inglesa crecería hasta que en la Isla se agotaran los recursos para alimentarla. Para solucionar eso, y habida cuenta de su convencimiento de que la raza de los ingleses era la cúspide de la evolución natural, proponía que el gobierno creara una agencia o ministerio de migración que llevara a los británicos –y sobre todo a las británicas– a aquellas regiones del Imperio que podían no sólo acogerlas con facilidad por su escasa densidad de población, sino también proveer a sus necesidades por la feracidad de sus tierras. Esto permitiría –siempre según el Muy Reverendo Deán– fortalecer el Imperio tanto frente las acechanzas militares alemanas como frente a la amenaza demográfica de chinos y árabes. Qué pudieran pensar o querer las personas concretas a las que él quería enviar a Australia o Canadá, ni siquiera se lo cuestionaba; lo importante era la gloria del Imperio y la mejora de la raza inglesa. Por supuesto, en su proyecto de colonización no incluía a las clases bien situadas en la metrópoli, sino a las masas de los proletarios e indigentes³⁰.

De esta forma se pasaba de las teorías a las propuestas y de las propuestas a las leyes y a las prácticas: las naciones más desarrolladas de Europa y América comenzaron a legislar, casi en competencia, a favor de la eugenesia; sus investigadores trabajaban por «validar sus hipótesis» en experimentos diversos, usando para ello a enfermos mentales, deficientes, prisioneros, poblaciones indígenas de pueblos sometidos, pobres; se desarrollaron campañas de esterilización, educación e ingeniería social, hasta llegar al horror ejemplificado por los nazis. Todo esto suponía un nuevo y más sofisticado dominio del hombre sobre el hombre, una forma de esclavitud donde unos se constituían en dueños de la vida de otros y señores de su destino. Así, en nombre de una supuesta ciencia y de un supuesto beneficio para la humanidad futura, no les dolía sacrificar a seres humanos vivos en el presente. Chesterton advirtió estas prácticas, los peligros a los que conducía y la radical injusticia en la que se fundaban, de modo que reaccionó en defensa de la vida humana y particularmente de la vida humana de los más débiles.

2. Una filosofía en defensa de la vida

Los argumentos esgrimidos por Chesterton en este debate se derivaban de su filosofía social y de su imagen de la existencia. De hecho, veía la eugenesia como parte de un proceso en el que estaban implicadas no sólo la política sino también la economía, y concretamente en una alianza entre los poderes políticos y los económicos. Por eso, su crítica de la eugenesia es también un rechazo radical del capitalismo, que no es ni mucho menos un mero sistema económico, sino también político y filosófico, basado en una muy peculiar concepción del ser humano. De esta forma, para Chesterton, la eugenesia venía a ser

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