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La prensa se equivoca y otras obviedades: Artículos 1908
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La prensa se equivoca y otras obviedades: Artículos 1908
Libro electrónico331 páginas4 horas

La prensa se equivoca y otras obviedades: Artículos 1908

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G.K. Chesterton, autor de novelas como El hombre que fue jueves y creador del famoso detective Padre Brown, fue ante todo un periodista que escribió miles de artículos para distintos medios.

Su colaboración más longeva —de 1905 hasta su muerte en 1936— fue en el semanario gráfico Illustrated London News. En sus artículos, que eran verdaderos ensayos, habló de sus contemporáneos con una visión que hoy sigue resultando fresca y reveladora. Ya escribiera de educación, prisiones, elecciones, moda, turismo, teatro, ritos sociales o historia, hizo siempre gala de un tono combativo, pero alegre y burlón. Apostó por el hombre común frente al experto; por la tradición y la costumbre arraigada frente a la moda caprichosa y pasajera; por la alegría de un mundo material que se nos dona y tiene un significado positivo frente al pesimismo filosófico que todo niega o duda.

Este volumen, realizado en colaboración con el Club Chesterton de la Universidad San Pablo CEU, es el tercero de esta serie que pone a la disposición del lector, con el humor, la brevedad y la inteligencia chestertonianas, los artículos de un año donde el movimiento sufragista femenino, la relación del hombre con el lenguaje, las historias locales londinenses y sobre todo el comportamiento de la prensa, captan la atención del escritor para ofrecernos su ironía y sentido común en textos de una vigencia sorprendente.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 ene 2021
ISBN9788413393797
La prensa se equivoca y otras obviedades: Artículos 1908
Autor

G.K Chesterton

G.K. Chesterton (1874–1936) was an English writer, philosopher and critic known for his creative wordplay. Born in London, Chesterton attended St. Paul’s School before enrolling in the Slade School of Fine Art at University College. His professional writing career began as a freelance critic where he focused on art and literature. He then ventured into fiction with his novels The Napoleon of Notting Hill and The Man Who Was Thursday as well as a series of stories featuring Father Brown.

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    La prensa se equivoca y otras obviedades - G.K Chesterton

    La prensa se equivoca y otras obviedades

    Sociedad

    Serie editorial a cargo de Pablo Gutiérrez Carreras y María Isabel Abradelo de Usera

    G. K. Chesterton

    La prensa se equivoca y otras obviedades

    Artículos 1908

    Introducción de Ian Boyd, C.S.B.
    Traducción de Carlos Rafael Domínguez

    © Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2021

    © De la edición e introducción: Pablo Gutiérrez Carreras y María Isabel Abradelo de Usera

    Traducción del texto: Carlos Rafael Domínguez

    Traducción de la introducción: Pablo Gutiérrez Carreras

    El presente libro es la recopilación de los artículos escritos para The Illustrated London News durante 1908, comprendidos en The Collected Works of G. K. Chesterton, t. XXVIII, Ignatius Press, San Francisco (1987)

    Esta edición cuenta con la autorización de Editorial Vórtice (Buenos Aires), que en el libro Cien años después publicó todos los artículos contenidos en este libro menos dos: «Nueva religión y nueva irreligión», 4-4-1908 y «Los estadounidenses en el deporte y el jingoísmo», 15-8-1908. Estos dos artículos se incluyeron en el libro De todo un poco, Pórtico, Buenos Aires (2005).

    El Club Chesterton de la Universidad CEU San Pablo y Ediciones Encuentro quieren agradecer especialmente a Alejandro Bylick su generosidad y su inestimable colaboración para la publicación de este volumen.

    Introducción: Ian Boyd, C.S.B.

    Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

    Colección Nuevo Ensayo, nº 78

    Fotocomposición: Encuentro-Madrid

    ISBN: 978-84-1339-379-7

    Depósito Legal: M-168-2021

    Printed in Spain

    Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

    Redacción de Ediciones Encuentro

    Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

    www.edicionesencuentro.com

    índice

    Nota de los editores

    Introducción

    Artículos (1908)

    Índice de nombres

    Índice temático

    Nota de los editores

    Con estas líneas presentamos al lector el tercer volumen del proyecto de colección completa de los artículos periodísticos que Chesterton escribió para el Illustrated London News, volumen que comprende los artículos publicados en 1908. Este tercer libro se une a los dos primeros de la serie, El fin de una época y Vegetarianos, imperialistas y otras plagas.

    Con este nuevo título, La prensa se equivoca y otras obviedades, reconocemos la atención que en estos años —y veremos que en 1909 más aún— Chesterton prestó a reflexionar sobre el periodismo, como la vocación a la que respondió desde el primer momento de su carrera profesional. Como los índices de estos tres volúmenes demuestran, hay varios temas que fueron recurrentes en su pensamiento: el tema de la mujer, tratado especialmente a través de las protestas de las sufragistas; la cuestión de los ritos, las ceremonias y los símbolos; la educación y el periodismo. No fueron, evidentemente, los únicos, porque todo lo miró y de todo escribió, pero estos temas le ocuparon muy especialmente.

    1908 es, por otra parte, el año en que se publicó la que es quizá su obra más célebre —junto a los relatos del Padre Brown—, la novela El hombre que fue jueves, así como la obra apologética Ortodoxia. En los presentes artículos hallamos más presentes los elementos estructurales de esta última que los de la novela. Encontraremos en estos artículos la afirmación de la importancia de los credos, así como la crítica a la concepción de tener la «mente abierta», conceptos ambos que merecen un lugar especial en el gran ensayo; pero también encontramos las luchas de Chesterton contra esa pretendida ciencia criminalística que era capaz de determinar, por el aspecto físico, la presencia de un «tipo criminal»; los esbozos de su futura batalla contra la eugenesia; y asimismo están presentes ideas positivas como la concepción del bien como algo primigenio que se salva del naufragio, como Robinson Crusoe y las galletas; la vida ordinaria considerada algo grande y milagroso, como una aventura; la imposibilidad de que la evolución, en tanto que teoría científica, aporte un concepto de «mejor», «más elevado» con el que comparar los estadios de evolución; el rechazo de las alegaciones de quienes creían poder alejar el mal de la guerra por meras razones de evolución o desarrollo; o la crítica de los que construyen una moral a partir de las excepciones y no de las reglas, a partir de los escandalizadores, y no a partir de los hombres comunes. Cada lector podrá disfrutar de su particular catálogo de temas preferidos porque prácticamente encontramos reflexiones acerca de todo.

    Chesterton, como bien describe Ian Boyd en el trabajo introductorio que presentamos ahora, desarrolla una filosofía o una teología no sistemática de la sacramentalidad. Lo que vemos nos remite a realidades superiores; los sacramentos son las rendijas por las que la eternidad se cuela en el mundo. Encontramos en estas páginas muchos de los hitos que conducen a esa obra inmortal llamada Ortodoxia.

    Pablo Gutiérrez Carreras María Isabel Abradelo de Usera

    Introducción

    El periodismo como parábola

    El padre Ian Boyd, C.S.B. presentó su ponencia «El periodismo como parábola» en conferencias realizadas en Estados Unidos, Latinoamérica y Europa y fue publicada en la revista The Chesterton Review, vol. XXXLIII, nos. 3 & 4, otoño/invierno, 2017. El padre Boyd es fundador y presidente emérito del G. K. Chesterton Institute for Faith & Culture y editor fundador de la revista del Instituto The Chesterton Review ambos con sede en Seton Hall University, So. Orange, N.J. (www.shu.edu/go/chesterton).

    Podemos considerar a Chesterton como un escritor que continúa la tradición periodística de Thomas Carlyle y John Ruskin y el resto de los sabios victorianos cuyos escritos trataban de educar a un público aturdido y confundido por unos cambios intelectuales y sociales que apenas podían entender. En su meritoria introducción a una antología de escritos periodísticos de Chesterton, The Man Who was Orthodox, A.L. Maycock cita un pasaje de Ruskin en el que el autor dice que por cada cien personas que sienten, solo hay una que piensa, y que por cada diez mil que piensan, solo hay una que ve. Maycock aplica este comentario al propio Ruskin y a Chesterton, y los describe como autores que poseen el don del poeta, «un insólito poder de intuición que en las Escrituras recibe el nombre del don de la sabiduría, la aprehensión inmediata de la verdad, que supera al ejercicio de la razón, presentándose como un repentino resplandor y como una revelación». Maycock cita algunos aforismos tomados del periodismo de Chesterton: «El hombre más miserable es inmortal y el movimiento más poderoso es temporal, por no decir fugaz»; o, hablando del sufrimiento, «el rey puede dar una condecoración cuando clava al hombre en la cruz tanto como cuando clava la cruz en el pecho del hombre»; o cuando se refiere a la relación entre la anarquía moral y el moderno Estado burocrático: «cuando te saltas las grandes leyes, no encuentras la libertad, ni siquiera encuentras la anarquía, lo que encuentras son leyes pequeñas». Maycock sigue después comentando la trascendencia de este tipo de escritos: un hombre puede recordar la primera lectura que hace de estos fragmentos como hechos decisivos en su vida. Provocan, precisamente, el efecto de shock o sorpresa que, como Chesterton repite una y otra vez, son necesarios para permitirnos ver las cosas tal y como son, para ver el mundo con el asombro y la gratitud que merece.

    Muchas de las dificultades que presenta el periodismo de Chesterton pueden ser resueltas cuando se le reconoce y se le lee como una expresión imaginativa y visionaria, más que como una sobria información de investigación científica. El comentario más claro acerca de lo que era el distributismo, por ejemplo, se encuentra en El regreso de Don Quijote (Londres, 1927), una novela que apareció, parcialmente, por entregas en el G.K.’s Weekly. La novela lleva el subtítulo de «Una parábola para reformadores sociales» y se dedica a W.R. Titterton, uno de los seguidores más entusiastas y literales del distributismo. Chesterton escribió en una ocasión que dudaba de que una verdad pudiera ser contada salvo a través de parábolas, y el sentido de esta parábola particular es fácil de captar. Lo que la novela satiriza es precisamente el medievalismo romántico que supuestamente representaría el sueño político del propio Chesterton. La novela advierte contra los peligros inherentes a la nostalgia de ciertas políticas, porque estos movimientos políticos pueden acabar cegando a las personas frente a los acuciantes problemas de la vida contemporánea y pueden hacerlos vulnerables a la explotación por parte de ideologías políticas extremistas y sin escrúpulos. En lugar de una toma de partido estridente y vacía de humor frente a la corrupción política, el periodismo de Chesterton contiene sutiles y autocríticas preguntas acerca del movimiento que él había fundado. La crítica más inteligente del periodismo de Chesterton está, por tanto, contenida en su propio periodismo. John Coates señala en su libro Chesterton and the Edwardian Cultural Crisis, el único que analiza los textos chestertonianos en su contexto periodístico, que el rostro del Chesterton periodista lleva una irónica sonrisa cervantina. En opinión de Coates, el periodismo de Chesterton presenta una perspectiva cautelosa, humana y equilibrada de las limitaciones del hombre y del pecado original; renuncia a invocar panaceas autoritarias; nunca rechaza ni la democracia ni las tradiciones liberales acerca de la tolerancia; es de corte moderado y desconfía de las declaraciones estrechas, simplificadas o blancas o negras hasta de sus propias posiciones, y establece con sus lectores una relación que se apoya en el afecto, la confianza y la libertad, así como en un cierto tono de guasa y burla de uno mismo. No reconocer estas características en su periodismo equivale a no entender su periodismo.

    Los defectos más evidentes del periodismo de Chesterton se entienden mejor como defectos de su imaginación, normalmente generosa y exuberante. Una época de crisis imaginativa y emocional le sucedió poco tiempo antes de la Primera Guerra Mundial, cuando bajo la tensión de una situación política agobiante, y con su hermano amenazado por las circunstancias del escándalo Marconi. Se convirtió, por poco tiempo, en el estrecho y furioso periodista que algunos aviesos críticos han creído que fue siempre. De modo intermitente, durante estos años, por ejemplo, en los artículos que escribió para el diario socialista y sindical Daily Herald, la crítica del periodismo de Chesterton estaría tristemente justificada. Es muy significativo que la mayoría de los pasajes que podrían considerarse como verdaderamente anti-semitas procedan de esta época. Pero si bien comenzó su carrera periodística protestando contra el tratamiento de los judíos en la Rusia zarista y previniendo al indiferente público eduardiano acerca de los peligros de un movimiento protonazi y racista como el movimiento eugenésico, acabó su carrera denunciando la persecución hitleriana de los judíos en Alemania, persecución que consideró la continuación de un mal anterior, pero bajo nuevas formas. En el periodismo de Chesterton, como señaló John Gross, no hay ninguna sombra larga que manche su honestidad.

    Sin embargo, aún permanece una persistente convicción de que en el recorrido periodístico de Chesterton hay algo más que una mera honestidad característica del liberalismo del momento. El propio Chesterton insistía siempre en que las ideas populares acaban siendo más ciertas que falsas. De ser así, será también verdad la opinión popular que Orwell expresó cuando afirmaba que el periodismo de Chesterton es en realidad una forma de propaganda política y religiosa. No sería fácil decir si es propaganda y de qué. Como liberal de larga trayectoria, Chesterton fue, no obstante, un duro crítico del liberalismo político, y aunque insistía en que fuera lo que fuera, él no era un conservador, lo cierto es que combinó un respeto profundamente conservador por la tradición y un radical disgusto por los que despreciaban la tradición. Enemigo de la nostalgia de los conservadores, sus antagónicos héroes eran Samuel Johnson y William Cobbett, ambos tories, pero de muy distinto signo. Como distributista, Chesterton pareció quedar significativamente distante del movimiento político que él había fundado. Su posición religiosa era igualmente compleja. Si a comienzos de su labor periodística hacía gala de una formación deísta, casi unitarista, se hizo anglicano y siguió siendo anglicano durante gran parte de su carrera periodística. Pero incluso como anglicano no practicó la fe de la que era portavoz. Su conversión al catolicismo romano fue el gran acontecimiento de la última parte de su vida. A pesar de ser católico romano, y practicante, en su periodismo tomó parte, sorprendentemente, en muy pocas de las controversias católicas del momento. Como el Padre Brown, era católico sin ambages, pero apenas dice nada acerca de las doctrinas específicamente católicas, prefiriendo la defensa de las sencillas realidades materiales, el lado aparentemente profano de la vida diaria que se encarna en la recta razón y en las buenas formas.

    Aun así, aunque todo esto sea cierto, la mordaz crítica de Orwell expresa la verdad fundamental del periodismo de Chesterton. Más que ninguna otra cosa, Chesterton es portavoz y apologeta del catolicismo. Sus escritos políticos, sociales y literarios son parte integral de una singular concepción de la vida. El Chesterton periodista es, verdaderamente, el Chesterton maestro religioso.

    Cómo un periodismo que evita entrar directamente en las cuestiones religiosos pueda ser profundamente religioso es, quizás, la mayor de las paradojas chestertonianas. T.S. Eliot comentó que Chesterton era, en su tiempo, el más importante portavoz de las ideas sociales y políticas católicas; pero desde el punto de vista de Eliot, en orden a mantener a su público inglés, Chesterton ocultaba sus objetivos revolucionarios bajo un disfraz johnsoniano, de modo similar a como en su novela El hombre que fue jueves, el presidente Domingo oculta sus designios revolucionarios reuniendo a sus compañeros y conspiradores anarquistas en un balcón de Leicester Square. Ocultaba mostrándose. Pero esta táctica no era deshonesta. La tradición a la que pertenecía Chesterton, como anglicano y como católico romano, era una tradición sacramental. Según esta tradición, la Encarnación fue el punto culminante de la historia humana, porque esta entrada de lo divino en los acontecimientos humanos significa que toda la historia humana adquiere un significado religioso. Cristo es el signo sacramental de la presencia de Dios entre los hombres a través de la comunidad cristiana que recibe el nombre de Iglesia. La tarea de un periodista cristiano es, por tanto, interpretar los acontecimientos contemporáneos como signos sagrados de la permanente revelación del Dios encarnado. En la tradición sacramental, Dios mismo es considerado como un novelista que habla a través de parábolas y alegorías. Pero estas historias sagradas son también historias humanas cuya significación religiosa solo es comprendida por los que admiten que el acontecimiento único del Evangelio se hace continuamente presente a través de la historia, en la vida de las personas comunes.

    Esta fe en la sacramentalidad nos da la clave para todo lo que es desconcertante en el periodismo de Chesterton. El gusto por la alegoría y la expresión simbólica y la creencia de que las verdades últimas solo pueden ser reveladas a través de parábolas acaba teniendo una gran importancia religiosa. La visión del distributismo social, a la que Chesterton dedicó gran parte de su carrera periodística, adquiere una profunda significación. El respeto por el hombre común no es un sentimentalismo popular, sino la expresión de una fe religiosa en que todo hombre es el signo sacramental privilegiado de Cristo. La intención de enseñar a unas personas vulnerables e interiormente confusas acerca de su dignidad humana puede ser vista ahora como el intento de ofrecerles comprender la significación religiosa de un aspecto de su vida que consideraban meramente humano. Este periodismo evita las estrechas disputas religiosas, porque lo que busca es acentuar aquellos aspectos de la vida material que normalmente se consideran profanos, pero que contienen en sí la más profunda y más rechazada de las verdades religiosas.

    Ian Boyd, C.S.B.

    Artículos (1908)

    4 de enero, 1908

    Consideraciones navideñas sobre la vivisección

    La semana pasada, mientras me encontraba en medio de los comentarios sobre la vivisección, fue sometido a vivisección mi propio artículo. Lo cortaron en dos partes mientras estaba vivito y coleando. Y así como la cola del gusano continúa retorciéndose, también el final de mi artículo se retuerce todavía. Se trata de lo siguiente.

    Ordinariamente sería algo extraño discutir estas cosas repugnantes tan cerca de Navidad. Pero, por raro que parezca, el mismo nombre de Navidad me recuerda esto. Exactamente en este tiempo del año uno ve en los periódicos las protestas de ciertos humanitaristas contra lo que ellos llaman la «carnicería» de animales en Navidad. Esto es un muy buen ejemplo de la suerte de humanitarismo que yo no acepto de ninguna manera, de las tesis morales que, como dije anteriormente, descarto desde el primer momento. Yo no sé si un animal sacrificado en Navidad ha tenido un tiempo mejor o peor que el que hubiera tenido si no hubiera existido la Navidad o las comidas de Navidad. Pero lo que sí sé es que las luchas y el sufrimiento de esa hermandad a la que pertenezco y le debo cuanto soy, la humanidad, hubiera tenido un tiempo mucho peor si no hubiesen existido la Navidad o las comidas de Navidad. Si el pavo que Scrooge le dio a Bob Cratchit hubiera tenido un destino mejor o más melancólico que otro pavo menos atractivo, es un tema sobre el que ni siquiera pretendo conjeturar. Pero que Scrooge fue una mejor persona por darle el pavo y Cratchit fue alguien más feliz por recibirlo, son dos hechos que acepto, así como acepto que tengo dos pies. No me preocupa lo que la vida y la muerte pueden significar para un pavo, pero me interesan el alma de Scrooge y el cuerpo de Cratchit. Nada me podrá inducir a echar sombra sobre los hogares humanos, o destruir las festividades humanas, o insultar a los regalos o a los favores humanos, por la consideración de cierto conocimiento hipotético que la naturaleza mantiene oculto a nuestros ojos. Nosotros, hombres y mujeres, estamos todos en un mismo barco, en medio de un mar tempestuoso. Nos debemos unos a otros una terrible y trágica lealtad. Si atrapamos tiburones para nuestro alimento, que sean sacrificados con mucha piedad. Permitamos que el que así lo desea, ame a los tiburones, los convierta en mascotas, les ate cintas alrededor del cuello, les dé azúcar y les enseñe a bailar. Pero si alguien sugiere que un tiburón vale más que un marinero, o que a un pobre tiburón se le debería permitir que ocasionalmente se coma la pierna de un negro, en ese caso yo llevaría a esa persona ante una corte marcial, porque es un traidor al barco.

    Y mientras adopto este punto de vista del humanitarismo de la anti-Navidad, quiero terminar el escrito que dejé truncado la semana pasada, y terminarlo diciendo que estoy decididamente contra la vivisección. Si es que existe alguna vivisección, yo estoy contra ella. Estoy en contra de hacer cortes a perros vivos, por la misma razón por la que estoy a favor de comer pavos muertos. La conexión puede no resultar obvia, pero eso es debido a la extrañamente poco saludable condición del pensamiento moderno. Yo estoy en contra de la crueldad de la vivisección, como estoy en contra del cruel ascetismo de la anti-Navidad, porque ambas cosas involucran la alteración de hermandades existentes y el trueque de los buenos sentimientos normales por algo que es intelectual, fantasioso y remoto. No es algo humano, no es algo humanitario ver a una pobre mujer contemplando hambrienta un arenque ahumado y no pensar en los obvios sentimientos de la mujer sino en los inimaginables sentimientos del fallecido arenque. Del mismo modo, no es algo humano, no es algo humanitario mirar a un perro y pensar en los descubrimientos teóricos que se podrían realizar si fuera permitido hacer una perforación en su cabeza. Tanto la fantasía de los humanitaristas acerca de los sentimientos escondidos dentro del arenque ahumado, como la fantasía de los partidarios de la vivisección acerca del conocimiento escondido dentro del perro, son fantasías poco saludables porque alteran la cordura humana, que ya posee algunas certezas, mediante la búsqueda de algo que es necesariamente incierto. El partidario de la vivisección, buscando algo que puede ser útil o no, hace algo que ciertamente es horrible. El humanitarista anti-Navidad, buscando tener con un pavo una simpatía que ningún ser humano puede tener, sacrifica la simpatía que ya tiene con la felicidad de millones de pobres.

    No es hoy inusual que en la realidad se toquen los más locos extremos. He experimentado siempre que el imperialismo brutal y la no-resistencia de Tolstoi no solamente no eran opuestos, sino que eran lo mismo. Los dos encierran la misma idea despreciable de que no se puede resistir a la conquista, mirada desde los puntos de vista del conquistador y del conquistado. Del mismo modo, el abolicionismo y la manera degradante de vender bebidas alcohólicas y beber whisky responden exactamente a la misma filosofía moral: ambos se basan en la noción de que el licor fermentado no es una bebida sino una droga. Pero yo estoy absolutamente convencido de que el extremo del humanitarismo vegetariano es afín al extremo de la crueldad científica. Los dos permiten que una dudosa especulación interfiera con la beneficencia ordinaria. Una sólida regla moral, en materias tales como la vivisección, se me presenta siempre de esa manera. No hay ninguna necesidad ética más esencial y vital que esta, a saber: que los casos excepcionales, aunque se admitan, deben ser aceptados solo como excepciones. De esto se sigue, creo, que si bien podemos hacer algo horroroso en una situación horrorosa, debemos tener certeza de que realmente nos encontramos en esa situación. De este modo, todos los moralistas sensatos sostienen que alguna vez podemos decir una mentira, pero a ningún moralista sensato se le ocurriría decirle a un niño que practique decir mentiras, por si acaso algún día tuviera que decir una que esté justificada. Del mismo modo, la moral ha justificado frecuentemente que se dispare un arma contra un asaltante o un ladrón, pero no justifica ir a la escuela dominical del pueblo y disparar contra todos los niños que parezcan futuros ladrones. La necesidad puede surgir, pero se debe esperar a que la necesidad haya surgido. Para mí es muy claro que si uno traspasa este límite cae en un precipicio.

    Ahora bien, torturar a un animal puede ser o no ser una acción inmoral, pero, por cierto, es algo atroz. Pertenece al orden de los actos excepcionales y hasta desesperados. A no ser por una razón extraordinaria, yo nunca lastimaría gravemente a un animal. Por una razón extraordinaria, lo haría. Si, por ejemplo, un elefante loco me estuviera persiguiendo a mí y a mi familia y yo solo pudiera dispararle, de modo que el animal tuviera que morir en agonía, lo dejaría morir en agonía. Pero el elefante debería estar ahí; yo no le haría eso a un elefante hipotético. Ahora bien, siempre me ha parecido que este es el punto débil en los argumentos de los partidarios de la vivisección: «Suponga que su esposa se estuviera muriendo». La vivisección no la practica un hombre cuya esposa se está muriendo; si así fuera, debería evaluarse la situación del momento. Entonces se podría mentir, o robar pan, o realizar cualquier otra acción desagradable. Pero la acción fea de la vivisección es hecha a sangre fría, con calma, por parte de hombres que no saben si eso va a ser útil para alguien, hombres de quienes lo mejor que puede decirse es que posiblemente marquen el comienzo de un descubrimiento que tal vez pueda salvar la vida de la esposa de alguien en algún futuro remoto. Es algo demasiado frío y distante como para privar al acto de su horror inmediato. Es lo mismo que entrenar a un niño para que diga mentiras en previsión de un gran dilema que tal vez nunca llegue a ocurrir. Se hace una cosa cruel, pero no con la pasión suficiente como para tornarla aceptable.

    Esto es bastante para explicar por qué estoy en contra de la vivisección. Me gustaría añadir, en conclusión, que todas las otras personas contrarias a la vivisección que yo conozco, debilitan infinitamente su argumentación al dirigir su ataque contra una especialidad científica que tiene de su lado, por lo común, al corazón humano. Y ellos no tienen de su lado el corazón humano al atacar costumbres universales. He oído hablar a los humanitaristas, por ejemplo, de la vivisección y del deporte de la caza como si fueran la misma cosa. La diferencia me parece simple y enorme. En ese deporte una persona se introduce en un bosque y se mezcla con la vida existente en ese bosque. Solamente se convierte en un destructor en el sentido simple y saludable en el que todas las criaturas son destructoras. El hombre se convierte por un momento, para ellas, en lo que ellas son para él: otro animal. En la vivisección un hombre toma a una criatura más simple y la somete a sutilezas que solo el hombre puede infligirle, y por las que el hombre es, por lo tanto, grave y terriblemente responsable.

    Mientras tanto, sigue siendo cierto que yo voy a comer una gran cantidad de pavo esta Navidad. Y no es de ninguna manera cierto (como dicen los vegetarianos) que yo haga esto porque no me doy cuenta de lo que estoy haciendo, o porque yo hago lo que sé que está mal, o que lo hago con vergüenza, o con duda, o con intranquilidad de conciencia. Por una parte, yo sé muy bien lo que estoy haciendo. Por otra parte, yo sé muy bien que no sé lo que hago. Scrooge, los Cratchits y yo estamos, como he dicho, en un mismo barco. El pavo y yo somos, para decir lo máximo, barcos que pasan en la noche y se saludan al pasar. Le deseo el bien, pero es casi imposible descubrir si realmente lo trato bien. Puedo evitarle, y lo hago con horror, todos los tormentos especiales y artificiales, clavándole alfileres por diversión o cortándolo con cuchillos para una investigación científica. Pero si al alimentarlo lentamente y al matarlo rápidamente, para satisfacer las necesidades de mis hermanos, he mejorado ante sus propios y solemnes ojos su destino, extraño y separado; si lo he convertido a los ojos de Dios en esclavo o en mártir, o en alguien que es amado por los dioses y por eso muere joven, todo eso está más lejos de la posibilidad de mi conocimiento que la mayor parte de las abstrusas complejidades del misticismo o la teología. Un pavo es más oculto y horrible que todos los ángeles o arcángeles. En tanto Dios nos ha revelado parcialmente un mundo angélico, nos ha dicho parcialmente lo que un ángel significa. Pero Dios no nos ha dicho

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