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Necesito Tus Ojos En La Obscuridad
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Libro electrónico275 páginas4 horas

Necesito Tus Ojos En La Obscuridad

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De rasgos autobiogrficos, por su estructura filosfica, considerada una leccin de vida. Los personajes que aparecen tienen un ncleo histrico.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento19 sept 2012
ISBN9781463339272
Necesito Tus Ojos En La Obscuridad
Autor

José Miguel López Cabrera

Actor Director contemporáneo de Teatro I.N.B.A. Considerado uno de los héroes movimiento estudiantil 1968. Nació 13 Agosto 1950 Villahermosa, Tab. Mex. Su prosa es como un río caudaloso verbal que atrae la atención del lector con empatía y goce sensual. Cuenta, con la antología poética “Pasión por México” y para fines del 2012, lanzará su tercer trabajo “Efluvios del Alma”.

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    Necesito Tus Ojos En La Obscuridad - José Miguel López Cabrera

    Copyright © 2012 por José Miguel López Cabrera.

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    ventas@palibrio.com

    426636

    CONTENTS

    CAPITULO I

    CAPITULO II

    CAPITULO III

    CAPITULO IV

    CAPITULO V

    CAPITULO VI

    CAPITULO VII

    CAPITULO VIII

    CAPITOLO IX

    CAPITULO X

    CAPITULO XI

    CAPITULO XII

    MI AGRADECIMIENTO, PARA QUIEN COMPARTIÓ HORAS, DÍAS, SEMANAS, MESES, DE MANERA INCONDICIONAL COMO AMIGA Y MAESTRA EN ESTA ARDUA TAREA, PLASMANDO INQUIETUDES Y SENTIMIENTOS MUY PROPIOS CON PROFESIONALISMO. G R A C I A S

    Lic. Ma. De los Ángeles Esquivel Baldomino.

    CURSO A LA VIDA

    Conmovedora felicitación, de un gran maestro.

    Testimonio del FORJADOR de hombres y mujeres de provecho: Profr. Fernando Sarabia Beltrán, a sus 103 años de vida. Guamúchil de Salvador Alvarado, Sinaloa.

    Que mi modesta palabra querido José Miguel, se convierta en una expresión de gratitud por tu expresión halagadora a mi persona, en mi calidad de maestro.

    Emocionado al escuchar en voz de mi hija y mi nieta Silvia, la lectura de tu magnífica obra que hace realidad un gratísimo pasado; en mi modesto concepto, manifiesta la realidad que he vivido como maestro; he podido con mi entrega a la docencia, colaborar en la formación de alumnos que han logrado adquirir conocimientos de una modesta cultura, que les permita alcanzar la meta natural de nuestra existencia. De esa manera realizar todos los afanes que nos enfrenta la inmensa solemnidad de estar presentes. Verdaderamente te deseo infinita vida de bienestar y te felicito de todo corazón por tu expresión literaria tan precisa y de una realidad admirable con lo cual llegaríamos al final de nuestra existencia, íntimamente satisfechos por nuestra manera de dar curso a la vida; con el mejor de los deseos, con la eterna felicidad a todos los seres humanos a quienes los veo y los siento de una manera fraternal.

    Mi más grande felicitación por tu material literario y tan elevada capacidad en el ámbito de la cultura.

    Con mucho cariño, deseándote lo mejor de los éxitos.

    Tu profesor: Fernando Sarabia Beltrán

    PROLOGO

    MEMORIA DE UNA AMISTAD PROLONGADA

    José Miguel López Cabrera y yo nos conocimos hace cuarenta y cuatro años, en nuestra dorada adolescencia, cuando llegamos de nuestras respectivas ciudades provincianas-él, de Tlaxcala y, yo, de Chihuahua- a estudiar actuación en la Escuela Nacional de Arte teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes, aquí en el Distrito Federal. Ambos de diecisiete años y con el bachillerato terminado, igualmente, los dos éramos clasemedieros acomodados. José Miguel era hijo de un importante profesor y director de una secundaria del estado de Tlaxcala, don Mario Antonio López Reyes y, yo, hijo de un antropólogo social y, aparte, abogado, don Raúl Rodríguez Ramos. Nuestras familias no querían que nos dedicáramos a la actuación, lo cual era muy mal visto en la provincia mexicana, pero José Miguel y yo insistimos en nuestros propósitos, faltaba más. Recuerdo que mi madre se me hincó y lloró para que desistiera de mi objetivo, pero yo ya estaba decidido y partí de mi recordada Chihuahua a probar suerte en el Distrito Federal. Mi padre me pidió que me cambiara el nombre para no mancillar su ilustre apellido: Rodríguez. Así lo hice. En la Escuela de Arte Teatral, José Miguel y yo conocimos a muchos jóvenes que querían ser actores como nosotros, lo mismo, a maestros célebres-dramaturgos, directores de escena o actores famosos de aquella época-, entre ellos: Xavier Rojas, Sergio Jiménez, Pin Crespo, Dagoberto Guillaumín, Fernando Cuellar, Soledad Ruíz, Pilar Souza, Carlos Fernández, Sergio Magaña, Emilio Carballido, Hugo Arguelles, Héctor Mendoza, Héctor Azar, Claudia Millán, Elsa Cross, Marcela del Río Reyes, Ignacio Sotelo, Alejandro Aura, Argentina Morales, Marco Antonio Montero y José Solé-que era el director de la escuela-. Toda una pléyade de vacas sagradas del teatro y de la literatura, otros, no tanto. José Miguel a lo largo de esos tres años de estudio, siempre llegó al plantel vestido con traje y corbata, aparte, cobijado por una gabardina oscura que no se quitaba ni en los días de calor, esa era su idea del buen vestir, muy legítima, por cierto. Lo curioso de todo, es que él era un chico de diecisiete años. Yo, a pesar de ser clasemediero acomodado, vestía con playeras o camisas deportivas, pantalones de mezclilla, chamarras rompevientos o suéteres, botines o tenis, salvo en días especiales, me ponía traje y corbata. José Miguel era un dandy, de conversación desenvuelta, de léxico fino, dueño, eso sí, de un humor ácido. Su rostro redondo dibujaba una sonrisa socarrona. Propio, circunspecto, de ademanes elegantes, influido por una educación esmerada. Yo, por mi parte, era un chico pulcro, bastante ingenuo y soñador, ilusionado en convertirme en el nuevo Marlon Brando. José Miguel y yo, éramos de pequeña estatura, delgaditos y con caritas infantiloides, pertenecíamos al círculo de alumnos más jovencitos, entre ellos: Etna Pavón, Javier Jiménez, Delia Casanova, Arturo Beristaín, María Antonieta Salinas, Sara López Mata y otros más que se nos adelantaron: Arturo Alegro, Oscar Liera -Cabanillas- de Sinaloa, Mario Oropeza de Oaxaca, Alfredo Sevilla y Cristina Olay. Q.E.P.D. Mientras aprendíamos los secretos de la actuación leíamos a:

    Emilio Carballido, Sergio Magaña, Hugo Arguelles, Rodolfo Usigli, Antón Pavlovich Chejov, Henrik Ibsen, Augusto Strindberg, Edward Albee, Albert Camus, Jean Paul Sartre, Eugene Ionesco, Samuel Beckett, Antonin Artaud y Luigi Pirandelo; en la escuela de teatro hubo tres acontecimientos drásticos que nos marcaron a José Miguel y a mí, el movimiento estudiantil de 1968, la puesta en escena de EL HUESPED de Carmen Toscano, donde José Miguel se inició como director de escena y, yo, fui su asistente; esto ocurrió en 1969 en un festival de Teatro de la ciudad de Tlaxcala organizado por Oscar González Betancourt, Director de Acción Social y Cultural del PRI, el 18 de mayo de 1969, en el teatro Xicoténcatl. Y el compartir créditos a nivel profesional en la puesta en escena de Marcela del Río Reyes.

    PRIMERA ANÉCDOTA:

    Agosto. 1968. Ciudad de México. Tomé el autobús que se iba por todo Reforma. Me bajé en el Auditorio Nacional. La tarde era lluviosa. Mis ropas estaban algo mojadas. Caminé por el costado del Coloso rumbo a la Escuela Nacional de Arte Teatral, que quedaba detrás, en la Unidad Artística y Cultural del Bosque. Llegué a la plazoleta, vi la fachada de la Escuela de Danza y el café que atendía Mara. Pasé junto al Teatro de la Danza y enfrente del Teatro El Granero, al fondo, estaba la Escuela de Teatro. El plantel estaba desierto, en la recepción de la dirección se encontraba Flor y Esther, las secretarias; Allí me enteré que había asamblea de todo el alumnado en la Sala Villaurrutia. Me enfilé por el pasillo, pasé por la cafetería del señor Fiesco, saludé al viejo bonachón y a Chucho, el conserje. La Villaurrutia estaba repleta, caminé por el pasillo izquierdo de la butaquería, encontré un asiento vacío, me senté al lado de mis compañeros Aurelio Mendoza y Rufo Aguilar. En el escenario, presidiendo el acto, se encontraban: Javier Anaya, Luisa Huertas, Jorge Fernández y Gerardo Soto, la plana mayor de la Sociedad de Alumnos. Se discutía la entrada de la Escuela al movimiento estudiantil, que se había suscitado por el pleito entre dos centros educativos allá en la Ciudadela, el Ejército había entrado para calmar los ánimos y provocó la ira del estudiantado. Se oyeron voces contrariadas tanto en la UNAM como en el Poli y, el reclamo cundió en toda la población estudiantil de la Ciudad de México. Huertas y Anaya hablaron fuerte y con decisión a favor de la huelga. La abogada María Elena Almazán, una compañera de 54 años, estaba en contra de todo y nos daba razones legales sobre el tema de la disolución social y de que todos podíamos ir a la cárcel porque estábamos cometiendo un delito. La callaron y la amenazaron con golpearla. La licenciada Almazán guardó silencio y abandonó el recinto. Se votó por la entrada de la Escuela a la huelga. Hubo compromiso de todos.

    Se oyó un estruendo de botas, la Asamblea quedó expectante. Los soldados entraron a la Sala Villaurrutia y nos rodearon por los pasillos laterales a la butaquería. El alumnado se alarmó. Otro bloque de soldados se puso de frente al público y abajo del escenario, cortando cartucho y nos apuntaron con sus armas. Yo me quedé inmóvil, un fusil me apuntó directo al vientre-un movimiento en falso y estaba perdido, tenía a un asesino frente a mí-. Otros de los sardos subieron al escenario y sometieron a los dirigentes estudiantiles, un oficial recogió los papeles que estaban en la mesa. En la puerta de la Villaurrutia, el maestro José Solé le reclamó a un sargento y, éste, le contestó que quién era él para hablarle golpeado. Soy el Director de la Escuela, replicó firme, Solé. El maestro fue obligado a poner los brazos en alto, sin discusión. La Sala Villaurrutia fue desalojada por la fuerza. Todos salimos amedrentados. Gladys, lloraba, como era Cubana, sabía que le podían aplicar el 33, por su extranjería no debía meterse en política. En la explanada nos formamos en varios bloques, todos con los brazos en alto. Pasaron los minutos, una hora, otro tanto. Rufo Aguilar traía el antebrazo enyesado y ya no sentía el brazo por tenerlo alzado. Un sargento lo apremió a sostenerlo en la posición indicada. Rufo pidió el favor de bajarlo, dos sardos cortaron cartucho y le apuntaron al cuerpo con sus armas, un perro pastor alemán comenzó a olisquearlo. Rufo fue sometido, se humilló. No sé por qué, el sargento me picó con un dedo en la espalda. Yo pegué un grito de terror, creí que me habían clavado una bayoneta. El perro pastor alemán se me acercó y me gruñó, me enseñó la dentadura. Lloré histéricamente. Creí que el perro me iba a destrozar a dentelladas. El sargento me dijo que me calmara, que no me iba a pasar nada. Tan chiquito y en estos jaleos dijo. Yo tenía 17 años, pero con mis rasgos finos y mi cara de niño parecía yo de 14 o 15 años. Lloré como niñita. Me desmoroné. El miedo a morir me sacudió. Mi cobardía afloró. Para guerrillero no sirvo, pensé. Aurelio Mendoza, mi compañero y amigo, me tranquilizó: Ya cálmate, no se vaya a poner peor la cosa. Mis ropas seguían húmedas por la lluvia anterior y tenía ganas de orinar. Al fin, nos subieron a las julias, quedamos todos apiñados, estuvimos mucho tiempo dentro de ellas. Escuché los comentarios de los compañeros. Hacía dos horas que quería orinar y ya no me aguantaba. El frío de la ropa húmeda me caló. Juan de la Loza me dio una bolsa de plástico para que me orinara, la idea de mojarme en los pantalones no me gustaba. Olvidé el pudor y me oriné dentro de la bolsa delante de todos mis compañeros-as-. Otros me imitaron y sacaron tres o cuatro bolsas más. Se anudaron las bolsas y el contenido áureo se resguardó. La julia se movió. Llegamos a la Procuraduría. Era de noche. Bajé con mi bolsita. Había sardos y policías amenazantes por todos lados. Comenzaron a fotografiarnos los reporteros, a medida que bajábamos de las julias nos fotografiaban. Dentro del edificio nos acusaron de subversivos. En una gran sala a algunos nos ficharon, nos tomaron las huellas, las fotografías y dimos los datos personales; otros compañeros se salvaron de esto por la oportuna llegada de José Luis Martínez, el director general del Instituto Nacional de Bellas Artes. Martínez y Solé se abrazaron. Quedamos libres. Estábamos en el centro de la Ciudad. La noche era lluviosa. Caminé al lado de Aurelio Mendoza y de Rufo Aguilar. Risas y comentarios. Me olvidé que había llorado de puro miedo. Todavía traía en la mano la bolsita de plástico con mis orines, la aventé en una coladera.

    Pasaron los días, unas semanas. En la escuela, Luisa Huertas y Dolores Montaño me informaron que las fotos que nos habían tomado los reporteros gráficos al bajarnos de las julias las habían publicado en la revista amarillista POR QUÉ? Un ejemplar de ésta circuló por toda la escuela. Llegó a mis manos, la revisé, algunos de mis compañeros estaban en las fotos, pero yo no estaba. Una foto en especial llamó mi atención, la imagen de mi amigo José Miguel estaba allí, en una de ellas, al centro, rodeado de sardos, uno de ellos aplicándole la calzonera. José Miguel, vestido de traje y corbata y con su infaltable gabardina, fue inmortalizado como un subversivo juvenil y se convirtió en uno de los héroes del momento histórico y en un ícono del Movimiento Estudiantil. Al paso de los años, la revista salió de circulación, no quedó un solo ejemplar, ahora es imposible conseguirla en la Hemeroteca Nacional, órdenes de muy arriba.

    SEGUNDA ANÉCDOTA:

    En 1969, José Miguel López Cabrera, Jorge Ortiz Gris Meixueiro, José Luis Valdés y yo, formamos un grupo de amigos y camaradas con intereses teatrales. Aventurillas y anécdotas sobran para narrarlas en el papel. Ensayábamos obras de teatro, una tras otra, pero por alguna razón, ninguna llegaba a representarse ante el público. El entusiasmo por el teatro no menguaba. El director de escena era Jorge Ortiz Gris, los títulos y géneros variaban: LA MUJER DE ANDROS de Terencio Afer, FARSA Y JUSTICIA DEL CORREGIDOR de Alejandro Casona, PROTEO de Francisco Monterde, EL INCONSOLABLE de Salvador Novo y MUERTOS SIN SEPULTURA de Jean Paul Sartre; todos los proyectos, uno a uno, se cayeron. Jorge, de inicio, tenía empuje, pero no culminaba las empresas. La obra de Sartre la ensayamos 9 meses y no se puso, el representante de los autores franceses en México nos puso el alto, teníamos que pagar derechos de autor si queríamos ponerla. El grupo estaba apoyado por el ISSSTE, dos abogados de la Institución participaban como actores, yo interpretaba al adolecente François, íbamos a inaugurar el Teatro Ciudadela, todo se vino abajo.

    Un día, José Miguel, llegó con el plan de montar EL HUESPED de Carmen Toscano. La idea era ensayarla y representarla en la ciudad de Tlaxcala dentro de un festival organizado por el PRI estatal, pero ahora el director de escena sería José Miguel y no Jorge y, para que éste no se sintiera mal, José Miguel le ofreció el protagónico masculino del drama y, yo, sería el asistente del director, el enroque fue óptimo, la estrategia funcionó y el propósito salió adelante. Lila Gómez y Valentina Ponzanelli se hicieron cargo de los roles femeninos y Alfredo Sevilla fue el cuarto actor. La puesta en escena progresó, José Miguel iba y venía de Tlaxcala, yo cumplí con mis tareas asignadas de asistente. Días intensos de ensayos. Valentina susurraba los parlamentos, José Miguel le pedía más volumen, Valentina, al alzar la voz, perdía las intenciones; José Miguel le trabajaba los tonos, le tuvo paciencia. Lila repasaba sus líneas, se sentía insegura con la memoria, su voz grave era imponente. El 17 de mayo de 1969 partimos a Tlaxcala, José Miguel, Jorge, Alfredo y yo, llegamos a la apertura del festival teatral; se presentó La Venganza de la Gleba de Federico Gamboa –autor de la novela: SANTA-, vimos la obra. Al día siguiente el turno era para nosotros. En la madrugada, José Miguel nos despertó, teníamos mucho trabajo por hacer, armar la escenografía y montar las luces, por la tarde llegaron las actrices y, luego, hubo un ensayo general, por la noche fue el estreno, la representación fue un triunfo. Finalmente, nuestro grupo se llevó todos los premios importantes, con excepción del premio a la mejor actuación masculina, que le asignaron al actor que interpretó a Emiliano Zapata, en la puesta en escena de LA AGONÍA DE ZAPATA. Semanas después, a José Miguel, le encargaron abrir un taller teatral en la ciudad de Tlaxcala con actores aficionados locales, patrocinado por la Dirección de Acción Social y Cultural. Los siguientes meses fueron arduos para José Miguel, de duros ensayos con sus actores. El 28 de febrero y el 1 de marzo de 1970, se representó en los bajos del Palacio de Gobierno de Tlaxcala, la farsa: Sancho Panza en la Ínsula de Alejandro Casona, basada en textos originales de Cervantes, dirigida y protagonizada por José Miguel-que hizo el rol de Sancho y mostró sus grandes dotes de comediante- acompañado por sus alumnos de la Escuela de Arte Teatral. El logro fue apoteósico, función al aire libre, y el público, fue toda la población de Tlaxcala.

    TERCERA ANÉCDOTA:

    Mayo de 1970. Bajo el sol de medio día, caminaba yo por la Avenida Chapultepec casi esquina Cozumel y me encontré con José Miguel, que vestía un traje gris Oxford combinado con una corbata azul marino y unos zapatos negros muy bien boleados. Esta vez no llevaba su gabardina. Nos saludamos y conversamos. Le dije que estaba yo ensayando una obra teatral bajo la dirección de Jorge Esma Bazán y que yo era su asistente. José Miguel se interesó en el asunto. Le informe que la obra era El Pulpo de Marcela del Río Reyes y que trataba sobre la tragedia de los hermanos John y Robert Kennedy. Aparte, le añadí, que esa tarde iba a efectuarse una audición en el Teatro del Bosque para seleccionar a diez actores jóvenes que conformarían el coro de ku klux klanes; José Miguel me preguntó si podría presentarse al casting y yo le contesté que sí. Lo cité a las cinco de la tarde en el mencionado teatro- que todavía no se llamaba Julio Castillo -. Este encuentro iba hacer clave en el futuro de mi amigo. Luego diré por qué. El primer actor Narciso Busquets encabezó el elenco de El Pulpo, encarnó a John F. Kennedy, el asesinado presidente de Estados Unidos. Para el personaje de Robert Kennedy, Héctor Andremar-entonces famoso galán de telenovelas- logró quedarse con el papel. Unos meses después, lo suplió Rogelio Guerra. Mario Alberto Rodríguez interpretó a Nikita Kruschef y Juan José Laboriel se hizo cargo de Martin Luther King. Completaron el elenco: Joaquín Lanz, Manuel Ojeda, Juan Verduzco, Aarón Hernán, Ernesto Vilchis, Antonio González, Agustín Balvanera, Luisa Huertas y Dolores Solana. En el coro quedamos: José Miguel López Cabrera, Serafín Amor, Eduardo Rams, Oswaldo Anderson y Miguel Ángel Vignola. El Pulpo tuvo éxito en el Teatro del Bosque y luego en el Teatro Reforma, develó placa de cien representaciones; la vio mucha gente y el tema era interesante en esos años. José Miguel y yo estábamos impresionados con la manera en que Vignolita se las gastaba como galán con las damas y queríamos aprender de su técnica de conquistador. José Miguel tenía a su novia Laura Eugenia y, yo, tenía a mi novia Patricia, pero de nada nos sirvió el ejemplo del maestro Casanova. Serafín, después de un tórrido romance con Héctor Andremar, se tomó su tiempo para volarle la novia a José Miguel y, yo, le pedí a Patricia se casara conmigo y me mandó a la porra porque yo no tenía dinero y que además yo estaba muy chico. José Miguel y yo apenas llegábamos a los veinte años y Vignola contaba con unos veintiocho o treinta, así que nos llevaba un buen tramo de vida. Vignola y José Miguel hicieron buenas migas. Vignola tenía una novia, Flor, con la que se casó y tuvo hijos. José Miguel conoció a la hermana de Flor, Lilian Solange, con la que se casó y tuvo dos hijas con ella; Sandra Lilian y Flor de Jeannette Vignolita y José Miguel, actores en ciernes, se retiraron de la artisteada y se pusieron a trabajar como representantes de laboratorios médicos. La escena mexicana perdió en José Miguel a un comediante de buen perfil. Vignola se matrimonió por segunda ocasión y radica frente al mar allá en Yucatán feliz con muchos nietos. José Miguel echó el ancla en Apizaco, Tlaxcala. Yo, sólo, enfermo de diabetes –en algunos casos algo hipocondriaco- y sin dinero, vivo en Copilco, Coyoacán en el D.F. Yo, le enseñé su destino esta vez a José Miguel, estaba escrito.

    CRITICA DE LA CRÍTICA CRÍTICA: Necesito tus Ojos en la Obscuridad de José Miguel López Cabrera es una novela de rasgos autobiográficos, poblada de recuerdos, unos gratos y otros dolorosos, llena de fantasmas del pasado; que requiere la forja de una personalidad y una serie de ajustes de cuentas pendientes que emergen en una retrospectiva intrincada. Los sucesos reales se entreveran con ribetes ficticios. La crudeza y la visceralidad se trocan en secuencias literarias elocuentes. El estro del autor adoba lo verdadero. El tema va de lo romántico a la sordidez.

    La idiosincrasia de López Cabrera se refiere en su manera de redactar largos párrafos construidos con pensamientos pródigos adornados con un vocabulario granado, florido, variopinto. Quien conoce a José Miguel sabe que es un gran conversador, que maneja las palabras rimbombantes y, como consecuencia, así escribe; su prosa es elegante, desbordante en su expresión, como un río caudaloso verbal que atrae la atención del lector con empatía y goce sensual. La urdimbre de la novela y los personajes que aparecen en ella tienen un núcleo histórico; pero las situaciones y los seres descritos son diluidos en númenes, en pivotes de ilusión o ensoñación; la realidad se altera y se vuelve invención urgida de una búsqueda artística. Los modelos reales cobran vida en otra dimensión y pululan en la fantasía. Especulación metafísica, imaginación en llamas. Una mentira repetida muchas veces se vuelve verdad ¿Ocurrió así o no?, pero la gente rememora un hecho tal como se cuenta actualmente de forma oral o escrita. Los recuerdos del pasado remoto se distorsionan un tanto por la lejanía del evento y

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