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El Vuelo De Un Sueño
El Vuelo De Un Sueño
El Vuelo De Un Sueño
Libro electrónico341 páginas5 horas

El Vuelo De Un Sueño

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EL VUELO DE UN SUEO Un joven estudiante, sufre una terrible frustracin, al quebrarse su anhelo de ingresar a un centro de estudios superiores. Con impaciencia trata de encontrar un rayo de luz y esperanza, que lo ayude a reorientar sus pasos en la direccin correcta. Su familia intenta apoyarlo, antes de que su espritu se vea arrastrado por el torbellino de la desesperacin y el desatino.

Acuerdan realizar un viaje familiar a USA, materializando un plan de vacaciones pendientes, que estuvieron postergando por varios aos, al interponerse una serie de razones.

Disfrutaron de vacaciones asombrosas y los familiares regresan a su pas; pero Juan Rodrguez, con la autorizacin de sus padres y el apoyo de su primo Pedro, decide buscar nuevas rutas de superacin.

A partir de ese momento, se desarrollan una serie de actividades que abarcan estudios y trabajos, mientras va logrando adaptarse al estilo y la modalidad del ambiente americano, encontrando en el trayecto, el reconocimiento y el apoyo que le facilitan avanzar hacia el logro de su invariable vocacin.

El camino recorrido, no fue tan simple ni sencillo, estuvo lleno de vicisitudes que fueron templando su personalidad hasta convertirlo en la persona til de enorme valor profesional.

En las secuencias del relato, el autor describe con realismo, acontecimientos dramticos, sucesos trgicos y tambin de suspenso, sin omitir las emotivas, con una fuerte carga romntica.

La narracin que aparece en la obra, ha sido elaborada por el autor, en base a las referencias proporcionadas, por los participantes reales, cuyos rostros y nombres, fueron enmascarados por obvias razones, procurando ajustarse a la verdadera historia, con una dosis mesurada de la fi ccin, para acercarse a las situaciones semejantes, experimentadas por muchos inmigrantes. Anloga, a los que iniciaron la audaz aventura, partiendo desde algn lugar de orgen lejano; y lograron alcanzar el xito, con la indomable fuerza de voluntad y el espritu de superacin, que les permiti transformar el sueo de la esperanza, en realidad sobre territorio americano.

Autor: ALFREDO ESPINOZA QUINTANA correo electrnico: alpiespinoza@gmail.com
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento22 mar 2012
ISBN9781463315092
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    El Vuelo De Un Sueño - Alfedo Espinoza Quintana

    Copyright © 2012 por Alfredo Espinoza Quintana.

    Número de Control de la Biblioteca

    del Congreso de EE. UU.:                                      2012903196

    ISBN:                         Tapa Dura                           978-1-4633-1511-5

                                       Tapa Blanda                        978-1-4633-1510-8

                                       Libro Electrónico                978-1-4633-1509-2

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    ventas@palibrio.com

    380402

    Dedicatoria

    En reconocimiento a los inmigrantes de ayer y de hoy, que vienen contribuyendo en la grandeza de la nación.

    Los residentes de Lima, la ciudad capital del Perú, sin la necesidad de averiguar las razones verdaderas, comenzaban a sufrir un martirio terrible, desde el mes de Mayo hasta Noviembre de cada año.

    Tortura y sufrimiento que duraba siete meses: olas de frío, lloviznas intermitentes, calles mojadas, atmósfera húmeda, epidemias de resfríos, tos, asma. Infusiones calientes, inyecciones, reposo en cama, fiebre de varios días y noches. Con una maldición constante acerca del clima desdichado y, contra los que fundaron la ciudad, en el peor lugar del mundo.

    A nadie, con un poco de criterio inteligente, se le hubiera ocurrido escoger el sitio más infame para fundar una ciudad, como lo hizo el viejo Francisco Pizarro. No podía haber sido más cruel su ignorancia, ni tan pésimos los consejos, de su séquito de aventureros.

    El error del lugar escogido, quizás fue inducido, por la corta estación del Verano que comenzaba en Diciembre y terminaba en Abril, lapso en el que los forasteros españoles, contemplaron maravillados, un río atronador que bajaba impetuoso, desde las cumbres nevadas, arrastrando aguas cristalinas, que se precipitaban galopando, sobre su lecho pedregoso, en cascadas cubiertas con cabelleras transparentes, para irrigar las extensas llanuras del valle, cultivadas con esmero en áreas extensas, que se perdían de sus miradas y seguían más allá, los enormes campos verdes, tachonados con mazorcas plenas, en las vísperas de la cosecha.

    A más de quinientos años de distancia, el cielo y la atmósfera habían sufrido cambios profundos; la enorme cantidad de vehículos que circulaban por las estrechas vías de la ciudad, iban contaminando con gases dañinos a todos los seres vivos, dejando un aire enrarecido, y una capa de hollín repugnante, inconvenientes para la salud, exigiéndoles a sobrevivir bajo ese intolerable techo gris taciturno, y, sin ganas para hacer nada.

    Todos los días de Mayo a Noviembre, el cielo permanecía imperturbable y eterno, cubierto con ese velo de color indefinido, como si estuviera saturado de pesares y tristezas, diluidas en sus entrañas impalpables.

    En Lima, la lluvia nunca existió y la persistencia de la humedad era aprovechada por los cultivos de maíz, algodón, camotes y papas, que los antiguos peruanos, con sabiduría asombrosa, utilizaron las técnicas y las ciencias para poner en orden el beneficio preciso, en el lugar exacto, al servicio de su pueblo.

    En esos días crudos de invierno, el sol invisible transitaba, oculto por encima de inmensas capas de impertinentes nubes que permanecían recostados sobre los techos de los edificios, escondiendo en sus entrañas la protesta impotente, de los que quisieran cambiar, el desorden incivilizado, de los conductores de vehículos, que circulaban insolentes y soberbios, disputándose los espacios con los vendedores ambulantes y los falsos mendigos, que no se cansan de acosar a los transeúntes.

    Es posible que esta situación no cambie hasta que aparezcan nuevos criterios y comportamientos, más civilizados; mientras tanto, dentro de esa inmensa carpa gris, que ha engullido a toda la ciudad, los niños seguirán soportando los tormentos del medio ambiente, respirando con dificultad, con los pulmones atormentados, casi ahogados, por el smog, la tos y el asma.

    Y las aguas descuidadas del río hablador (cuyo nombre Rímac, significa eso, en el idioma nativo), ahora discurren sosegadas, obligadas a trasladar, con repugnancia y rechazo, los desechos asquerosos y las porquerías innombrables, de los habitantes que mancillan la majestad indefensa de un recurso vital que la naturaleza sabia puso en ese valle, para cumplir mejores propósitos.

    A pesar de tantas decepciones referentes al aspecto telúrico, los dirigentes de la superpoblada metrópoli más grande del Perú, vienen realizando esfuerzos plausibles para resolver los problemas derivados de su exagerado crecimiento desordenado y mejorar su aspecto urbano, para alcanzar el nivel digno de una urbe moderna.

    En ese escenario, donde había establecido su residencia, la tercera parte de la población total del país, comenzaría a desenvolverse, una sorprendente historia llena de anhelos, frustraciones, dramatismo, suspenso y satisfacciones, que se integran como situaciones de la vida normal diaria, recogidas en este testimonio.

    Uno de esos días brumosos de invierno, sin ningún anuncio previo, y casi rompiendo las cortinas de la neblina, apareció de la nada, la silueta espigada de un extraño. Había recorrido más de dos decenas de kilómetros desde Lima, para llegar en su pequeño vehículo hasta ese lugar.

    Estaba de pie, delante de la casa, tratando de comunicarse, con alguno de sus ocupantes, y solo pudo constatar, con preocupación y descontento, que detrás se escondía el silencio.

    La familia Rodríguez, que supuestamente residía allí desde hace tiempo, no daba señales de vida; pero los elevados muros, cubiertos con buganvilias, recortadas con esmerado cuidado, para no dañar las flores multicolores, daban la impresión, de que estaban atendidas, por un experto que conocía,el arte y el oficio de la jardinería.

    A ese desconocido visitante, anteriormente, nunca lo habían visto, los vecinos de ese distrito, llamado Huachipa; y ahora, lo estaban observando, con recelo y desconfianza, tratando de interpretar sus intenciones, ante el posible fracaso inicial de su misión, después de un largo viaje.

    No se dio por vencido, y trató de auscultar, a través de las ventanas, buscando si había signos de vida, en los ambientes interiores. Inclusive decidió buscar, los resquicios de la puerta y las ventanas, para descubrir con la vista, algo que podría estar escondido, detrás de ellas; pero no alcanzó a divisar nada, al parecer todo estaba dispuesto, para no permitir ninguna observación desde el exterior; y con ese propósito, hasta las persianas estaban tan apretadas, que más semejaban, la continuación de las paredes, con el mismo color blanco humo.

    Un tanto desalentado, ante el silencio total, en medio de sus dudas, se animó a presionar nuevamente, esta vez con energía, el botón del interruptor, que se encontraba empotrado, al lado de la puerta. Su estado de ansiedad fue sorprendido al momento, cuando escuchó un ruido, procedente del interior de la vivienda, e identificó, como las vibraciones del timbre, apenas perceptibles con dificultad, estrangulado por el moho acumulado, durante varios inviernos húmedos. Sin embargo, su entusiasmo no le duró mucho tiempo, porque tampoco en esta ocasión, nadie asomó por ningún lado, por más que insistió en seguir presionando, repetidas veces el interruptor del timbre.

    Uno de los vecinos, de la casa contigua, quizás incomodado por la persistencia del ruido, asomó por la ventana, y con una señal de la mano, hizo que se acercara el forastero, para hacerle notar, que estaba empeñado, en una tarea inútil. Le informó, que ahora no era posible ubicar, a ninguno de los Rodríguez; y en el día, no encontraría en esa casa, a ninguna persona que pudiera dar alguna noticia, referente a los dueños.

    - En las noches,- continuó diciendo el vecino - algunas veces se encienden las luces de la sala, cuando llega el guardián, él es el encargado del mantenimiento de la casa, y el cuidado del huerto. En este momento, no podría asegurarle, si él se encuentra en la chacra; pero es posible que esté empeñado, en realizar trabajos en el huerto, y, es más probable encontrarlo, en las primeras horas de la noche. Él, debe estar más enterado que yo, respecto a los Rodríguez, y le puede proporcionar, referencias más detalladas.

    - Gracias por la información señor, trataré de regresar una de éstas noches, para hablar con el Guardián - respondió el extraño, e introdujo sus manos, en los bolsillos de su saco, como si estuviera, tratando de extraer algo, mientras se iban calmando, los ladridos del perro, en el patio posterior de la casa. Al parecer, el animal despertó de su letargo, con los ruidos del timbre, pero como no vio ingresar a nadie, por ninguno de los accesos conocidos, su protesta se fue apaciguando, hasta recuperar el sueño interrumpido.

    El vecino que había iniciado, la conversación con el recién llegado, era un anciano casi solitario, que tenía la costumbre inveterada, de hablar hasta por lo codos, sobre cualquier tema, simple o complicado, con tal de que se le diera, la ocasión de iniciarla; entonces soltaba un caudal interminable de frases, con y sin sentido, hasta provocarle el cansancio, y, el aburrimiento de su interlocutor. En esta circunstancia, le pareció conveniente, aprovechar la coyuntura, para charlar algo referente, al Guardián de la familia Rodríguez:

    - El guardián es una persona de modales extraños - dijo con la solvencia de la seguridad y la seriedad, que la edad respetable lo acreditaba, y continuó - que ha venido, desde las mismas tierras profundas, de la que proceden sus empleadores. Me parece que no tiene mucha instrucción; pero tiene otras costumbres raras, que lo hacen un tipo especial. Tenemos la intuición, de que solamente se entiende, durante la semana, con su perro leal, y con las plantas que cultiva; con nosotros recién puede hacerlo, los Sábados y Domingos; luego desaparece nuevamente, y no se le puede ver ni la sombra.

    - Su perro no es de casta, pero me parece que ambos, dueño y animal, conocen un modo de comunicarse, que les funciona perfectamente, sin impedimentos ni equivocaciones. Lo ha adiestrado tan eficazmente; para que le sirva como un fiel colaborador, en sus tareas de vigilancia, para la seguridad de la casa. Cuando él se encuentra lejos, realizando los trabajos de la chacra, en lugares bastante alejados de la edificación; se entera de lo que está ocurriendo a la distancia, cuando el perro le comunica, desde el patio trasero de la casa, con ladridos y gruñidos, de diferentes modos y sonidos, para cada caso específico; y él lo reconoce, como si existiera un código extraño, que sólo ellos saben descifrar.

    - Por lo demás, el Guardián solo es visto, cuando sale y entra con frecuencia, los fines de las semanas, para atender la venta de las frutas, las verduras y las flores, a los vecinos de esta comunidad;y, los otros días muy temprano, cuando tiene que despachar, los pedidos de los restaurantes conocidos, que vienen a recogerlos, junto con las primeras luces del día.

    - Los dueños, cuando estaban en la casa, atendían personalmente esos negocios; y, les faltaba manos para las entregas. El Guardián los ayudaba, y, así aprendió todos los detalles de la producción, y conoció a los compradores.

    - Ahora él, se encarga de todo, está al frente de esas actividades, al parecer con buenos resultados. Los Rodríguez regresan del exterior, me parece de Estados Unidos, una o dos veces al año. Don Luis fue el que inició, con mucho esfuerzo y trabajo, casi de la nada, la siembra y la plantación en la huerta, de todo cuanto podía crecer, sobre ese pedazo de tierra. Amasando, con sus propias manos expertas, de canto a canto, con la ayuda del sol, que felizmente en Huachipa, no nos abandona, casi todo el año.

    - La ayuda también viene, con la contribución valiosa, en ideas y acciones, de su esposa y de sus hijos, a quienes también les encantan, contemplar el verdor de las plantas. Al comienzo nosotros los hemos ayudado; y don Luis, con su corazón bondadoso, nos pagó con los productos. Cada vez que viene, siempre se acuerda de sus amigos, de aquellos que les entregaron, sus cuotas de esfuerzo y voluntad, para cubrir de matices verdes, todo el espacio disponible de su chacra, hasta llenarla de flores y frutos.

    - Ahora es envidia, admiración y ejemplo, para todos los que conocemos, como es de pródiga la tierra, cuando se hace un buen trabajo, y la naturaleza ayuda con sus bondades. Por eso, cuando don Luis orgulloso, visitaba el huerto y los jardines, se detenía para agradecer a la providencia, en cada planta y en cada árbol. Les dirigía palabras cariñosas, como si con ellos tuviera, un entendimiento tácito, en rituales indescifrables, pero era evidente, que entre ellos existía reciprocidad.

    Efectivamente, los vecinos habían observado que el dueño de esa finca, recorría su huerto por los mismos senderos, de tierra endurecida, por efecto de las reiteradas pisadas, lentas y cansadas, hasta concluir con esa ronda silenciosa, como una oruga mimetizada. Y se dejaba caer rendido, sobre su viejo sillón desvencijado, por el paso de los años, esbozando la más amplia mueca de satisfacción, perceptible en todo el ámbito, de su rostro cuadrado.

    Tranquilizado su cuerpo, se despojaba de su sombrero de paja, bronceado por los rayos del sol, como si en sus tramas, quisiera perpetuarse las brasas del calor. Lo colgaba de un gancho de madera, ensamblado en la pared, para que las brisas de la tarde, se encarguen de ventilar sus calenturas y le ayuden a recuperar su frescura agradable.

    Nuevamente, el vecino retomó la palabra, después de asegurar los cordones de sus zapatos, y dijo:- Antes de finalizar su breve visita, y dejar arreglado, todos los asuntos pendientes, él mismo Luis Rodríguez nos comentó, que el Guardián le informaba al detalle, de todo lo relacionado, con el mantenimiento de la propiedad, la cantidad y calidad de la producción, revisaba los Movimientos de Caja, en las columnas del Debe y del Haber, generalmente no tenían ningún problema en el Saldo, y la Rendición de Cuentas, cuadraba con exactitud.

    - Después de permanecer pocas semanas, en contacto con su obra, que tanto amaba, como a su propia familia, se marchaban nuevamente al exterior, de donde habían venido.

    Ese visitante extraño, permaneció impasible, escuchando todo el tiempo, con mucha paciencia, y especial atención, manteniendo su mirada fría; sobre la cara de campo arado del anciano, que disfrutaba explayándose en su locuacidad, mientras que el forastero, en algunos instantes, parecía estar tratando, de captar los detalles de sus gestos, y, el verdadero significado de sus expresiones.

    Es posible que ese desconocido, haya ido en busca de informaciones; y, en cierta forma, le interesaban esas referencias, para quedar persuadido momentáneamente, de que los integrantes de la familia Rodríguez, pertenecían a ese estrato, de gente honrada y trabajadora, que obtenían recursos decentes, con trabajo abnegado y honesto. Sin embargo, ese forastero misterioso,a pesar de las buenas referencias, deseaba una entrevista personal, y no se sintió abatido, por el resultado inicial de su empeño, ni perdió la esperanza de lograr, el objetivo de su visita, en una oportunidad posterior, a corto plazo.

    Y por el contrario, en presencia de su interlocutor ocasional, extrajo de uno de los bolsillos de su saco, una pequeña tarjeta de visita,y poniéndose de cuclillas, con cierta dificultad, la introdujo por el resquicio, debajo de la puerta, impulsándola hasta verla desaparecer, posiblemente con la ligera sospecha, de que esta vez, la suerte lo debía ayudar, para que esa breve misiva, sea encontrada por uno de los Rodríguez, en esas esporádicas apariciones, y lo llamen al número del teléfono, que dejó subrayado, con un bolígrafo en la tarjeta.

    Después de pensar un momento, creyó que no estaría demás, asegurar la posibilidad de ubicar, y, establecer el contacto con esa familia, decidiendo dejar una segunda tarjeta, al vecino más próximo, colindante con los Rodríguez. El mismo, que gentilmente le había proporcionado, algunas referencias, que él consideró interesantes, para el propósito que lo había llevado, hasta ese lugar alejado. El encargo que dejó, más parecía un ruego, por el énfasis que puso en la demanda, consistía en procurar la entrega de la tarjeta, en las propias manos de uno de los Rodríguez, que se hiciera presente.

    Ese desconocido, por sus actitudes vehementes, había demostrado, que estaba vivamente interesado, en localizar a la familia Rodríguez; pero al mismo tiempo, quería permanecer en el anonimato, por eso tomó las precauciones, para no ser identificado, y puso la tarjeta en un sobre pequeño, que lo cerró herméticamente, humedeciendo con la lengua, el borde engomado de la tapa, y escribió en el anverso, simplemente dos palabras: Familia Rodríguez.

    El receptor del encargo, no sabía sus intenciones. Al respecto, no había expresado ni una palabra, que revelara si era algún familiar, o simplemente un amigo de ellos; quizás un agente encubierto, o el funcionario de alguna dependencia oficial o privada, pero tal como apareció de la penumbra, se retiró apresuradamente, sin dejar ningún rastro ni sombra.

    El tronco principal de esa familia, por el que indagaba, era don Luis Rodríguez, hombre recio de estatura mediana, de contextura gruesa y fuerte como un yunque de acero, con un caminar lento, de pasos desconfiados. Había templado su espíritu, soportando estoicamente, los golpes de la vida en su lejana tierra natal, la pequeña ciudad perdida de San Miguel, ubicada en la selva norte.

    Esa villa pacífica, por su insignificante dimensión, y pocos habitantes, no figuraba en ningún mapa importante de la provincia, ni menos del departamento. Además, don Luis era dueño de una conversación pausada, e, impregnada de un léxico inconfundible, que lo delataba de inmediato, y a la distancia, el ámbito regional de su procedencia.

    Él confesaba, que todos los pobladores de esa zona, hablaban con la misma entonación, empleando unas inflexiones raras de la voz, como si estuvieran cantando, y, con frecuencia, iban intercalando dentro de sus frases, los términos onomatopéyicos, de los dialectos nativos de la selva profunda, en una alquimia sonora y alegre, que a ellos mismos, les provocaba sensaciones de placer y regocijo, con gran sentido del humor.

    Ese lenguaje peculiar, vigente en la selva peruana,empleado con naturalidad, por los residentes de la zona, en las conversaciones diarias; según las versiones de sus abuelos, había surgido como el producto del encuentro, entre el idioma español, con el dialecto aborigen. Esa mezcla, se fue afirmando con el transcurso de los tiempos, como la manera natural, de comunicarse en la ciudad, lugar donde se establecieron, los que recién habían llegado de la península, y eran visitados por los habitantes nativos, procedentes de las áreas rurales circundantes, establecidos hace miles de años, en esos bosques calientes.

    Esas dos formas de expresión, fueron licuándose, como las aguas de dos ríos que confluyen, para formar otro que conservaba, gran parte de sus orígenes, hasta consolidarse en un nueva melodía, con notas de singular estilo. Las dos vertientes, ya reunidas en una sola corriente, establecieron su propia dinámica de ensamblaje, perfeccionado en cinco siglos, de ajuste armonioso,procreando un lenguaje mestizo, enriquecido en términos y frases, fácilmente comprensibles, por sus propios pobladores.

    Atrás, había quedado en el olvido, la búsqueda intensa de una ciudad quimérica, que según las referencias proporcionadas, por los nativos torturados, se encontraba en medio de la jungla, donde su monarca tenía un trono de oro refulgente, y su ajuar estaba cubierto, con adornos de metales y piedras preciosas. La corte real supuestamente gobernaba, desde un Palacio colosal, con paredes relucientes, cubiertas con planchas de oro y plata, y adornada con estatuas erigidas, empleando metales y piedras preciosas. Las leyendas decían, que las riquezas de esa ciudad eran tan grandes, que ningún reino en la tierra podría igualar.

    Los informantes referían, que las rutas para llegar a ese reino, poblado por corpulentos seres extraños, atravesaban la espesura de la selva, para enfrentarse a caudalosos ríos, profundos barrancos y salvar la vida que era acosada por asesinas anacondas, enfurecidos jaguares y otros animales peligrosos, antes de combatir con los defensores y custodios del reino, mimetizados con las profundidades de la jungla, armados con cerbatanas y arcos, listos para disparar los dardos y las flechas envenenadas.

    Nunca se pudo comprobar, la veracidad de tales afirmaciones, y por más que llevaron, a varios de los nativos como guías, algunos de ellos se libraron, de los suplicios del viaje, desertando en el trayecto, y otros fueron pereciendo, víctimas de las enfermedades, en las regiones tan calientes como el infierno, e inhóspitas, llenas de alimañas letales.

    Los pocos que llegaron a sobrevivir, abatidos por el cansancio y las enfermedades, prefirieron renunciar con acierto, a la improbable riqueza, y tomaron la decisión de conservar la vida, con la paz y el sosiego de esa región paradisíaca, que la llamaron San Miguel, bajo la advocación de San Miguel Arcángel, por haberles iluminado sus cerebros, para que puedan decidir, oportuna y acertadamente, quedarse a disfrutar, de la más valiosa y verdadera riqueza de la existencia, que es la propia vida. Reconociendo que frente a ella, ni el más grande tesoro del mundo, tendría ningún sentido, ni valor.

    Esos primeros inmigrantes se enfrentaban, sorprendidos por primera vez, ante una naturaleza jamás vista y diferente, en la que no sabían los nombres nativos, de las nuevas especies de animales, de los insectos, las plantas, los lugares, las montañas, los ríos y de cuanto existía por los alrededores.

    Ahora, después de tanto tiempo transcurrido, aún son motivo de investigación y estudios prolijos; pero aquellos que se establecieron en esa región, tenían que aprender con dificultad, la pronunciación gutural, que sus oídos recién escuchaban, por primera vez, de los sonidos articulados, por los labios de los nativos; y por ello, no tenían equivalencias, en el idioma traído por los españoles.

    Desde el tiempo en que don Luis, encontró un trabajo en San Miguel, más de un cuarto de siglo había pasado, ejerciendo las tareas de un empleado, dentro de la burocracia del Estado, sin descuidar en su tiempos libres, los trabajos del campo que aprendió desde niño, obligado por las circunstancias difíciles, de un hogar poco afortunado, en el que se desarrolló su infancia, hasta que posteriormente logró, con mucho esfuerzo, su traslado a la capital del país, llegando acompañado de los amados miembros de su familia.

    Su esposa doña Hortensia, debe haber sido en su juventud, una flor hermosa como su nombre; con el matrimonio y el paso de los años, se habían acentuado sus formas de mujer; y, a pesar de sus tres hijos; conservaba aún, esa belleza madura y fértil, como una pera en sazón; tenía una generosa devoción, por atender con esmero, a su marido y sus hijos, siendo admirable su abnegación y la ternura, con los que se entregaba a las tareas de cada día. Con la más grande satisfacción, y, las mejores expresiones de afecto, servía en la mesa familiar su amor y los alimentos.

    El hijo primogénito de don Luis Rodríguez era un muchacho muy apreciado por sus padres, sus hermanos y por aquellas personas, que lo conocían por amistad o parentesco. Le pusieron por nombre Juan, como el que llevaba su abuelo, siguiendo las costumbres ancestrales.

    Desde muy niño, reveló estar dotado de calidades especiales, y, como estudiante, había demostrado que tenía las aptitudes, y, la capacidad sorprendente, de asimilar con facilidad, cuanta materia estuviera a su alcance, con excelentes resultados. Además, durante su participación en las competencias deportivas, igualmente se había destacado por sus habilidades, en los equipos que representaron, los colores de su colegio, obteniendo trofeos, medallas y diplomas, para exhibirlas con orgullo, en sus vitrinas.

    Los ejercicios practicados desde temprana edad, le habían favorecido, para adquirir una contextura física atlética, de músculos bien definidos, y huesos fuertes. Alto de estatura, de tez clara y ojos profundos, de color indefinido, transparentes como el agua, que se venían repitiendo, como un estigma familiar, desde sus ascendientes de origen español, asentados en esa región. Su vocación deportiva, y, sus condiciones físicas saludables, le habían permitido alternar indistintamente, como un buen jugador de básquetbol, o un hábil arquero de fútbol. Actividades que practicaba con mucho entusiasmo y esmero.

    En los campos deportivos, aprendió a competir con mucha vehemencia, poniendo en juego todas sus facultades, y, luchar incansablemente, en la búsqueda de la victoria. Sabía entregar generosamente, en las contiendas, todas sus energías por defender sus colores. Los triunfos logrados, como frutos del esfuerzo y el sacrificio, fueron las más apreciadas satisfacciones espirituales, que paulatinamente se encargaron, de ir templando su espíritu, y modelando su personalidad, para enfrentar los retos que le depararía el futuro.

    Escuchando los dictados de su corazón, y su natural vocación ancestral, al término de sus estudios secundarios, Juan se había inscrito, con muchas ilusiones y fundadas esperanzas, entre los postulantes a la Universidad Agraria de Lima.

    Corría por sus venas, la sangre de sus antepasados, amantes de la naturaleza, saturada de oxígeno fresco, con sabor a hierba fresca y tierra mojada. Ellos le habían enseñado con ternura, desde sus primeros años, como si fueran parte de sus juegos infantiles, la devoción por los misterios que envuelven, al nacimiento de los animales y las plantas, los cuidados en su desarrollo, y, a gustar de los deleites sutiles, con que obsequian los colores de las flores, y los sabores de los frutos.

    El día señalado para rendir, los exámenes de ingreso, una atmósfera pesada flotaba, en los ambientes de la Universidad Agraria, una corriente fría de recelo y miedo, calaba hasta las entrañas de los postulantes que acudieron, con una pizca de esperanza, para alcanzar la realización de sus anhelos. Las caras adustas, y, miradas penetrantes de los supervisores, parecían leer hasta el fondo de las conciencias, y, tenían fama de ser personas expertas, en descubrir hasta la más pequeña intención, de recursos vedados.

    Los postulantes, también estaban convencidos, que era inútil tratar de emplear cualquier actitud, que revele la transmisión, de una comunicación disimulada con los vecinos. La experiencia de los supervisores, era un arma eficaz, para interceptar las miradas furtivas, de nerviosos postulantes, que en sus rostros expresaban, sus inconfundibles clamores de auxilio, en su afán de encontrar la solución, a la pregunta que se mantenía inconmovible frente a sus ojos.

    Estando neutralizados los intentos de trasmitir, o, recibir cualquier dato, rondaba sobre sus cabezas, una atmósfera de frustración, y, junto al avance inexorable del tiempo, unían fuerzas, haciendo cundir el pánico, entre las columnas de inexpertos combatientes. En cambio, algunos de ellos, parecían sobrevivientes veteranos de otras contiendas, ya habían vencido sus temores, y, también aprendieron a levantarse de sus derrotas. Esta vez proveídos con las armas de la serenidad, y, mejores conocimientos, enfrentaron las pruebas de ingreso exitosamente, sin las angustias y sobresaltos del pasado.

    Después que pasaron, varias horas de ansiedades, inquietudes e incertidumbres, al fin salieron publicados los resultados, cuando las sombras de la noche, ya cubrían a la ciudad. Miles de ojos ávidos se agolparon, brillando como luciérnagas, recorrieron con sus diminutas linternas, de arriba abajo o viceversa, tratando de ubicar sus nombres en las listas de los aprobados. Al mismo tiempo, que el espacio de las listas se agotaba, crecía una mezcla de asombro y estupor, en las entrañas de Juan Rodríguez Vega.

    Al final, no encontró su apellido, ni su nombre, y, un escalofrío le atravesó el cuerpo como un rayo. Su vista pareció nublarse, cuando sus ojos se inundaron, de lágrimas de impotencia. Quedó unos instantes, paralizado en silencio, tragando nerviosamente la saliva, como si quisiera pasar

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