Es nuestra vida
Por Corín Tellado
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"—Gracias, —dijo Doni—. En realidad no quisiera ni hacer uso de un dinero que perteneció a mis padres, ni de lo que ellos tienen. Me gusta vivir la vida a mi aire sin estar supeditada al mandato de los demás y si solicito ayuda, estaré sujeta a esa misma ayuda.
—Eso es lo esencial. No estar sujeta a nada.
Doni volvió la cara para mirarlo.
—Oye, Al, asunto sentimental, nada, ¿verdad?
Al se echó a reír con desenfado.
—Bueno, en realidad nunca se me ocurrió pensar en eso con respecto a ti, pero no estoy seguro de que un día te pida que seas mi íntima amiga.
—¿Sin amor?
Al volvió a alzarse de hombros."
Corín Tellado
Corín Tellado es la autora más vendida en lengua española con 4.000 títulos publicados a lo largo de una carrera literaria de más de 56 años. Ha sido traducida a 27 idiomas y se considera la madre de la novela de amor. Además, bajo el seudónimo de Ada Miller, cuenta con varias novelas eróticas. Es la dama de la novela romántica por excelencia, hace de lo cotidiano una gran aventura en busca del amor, envuelve a sus protagonistas en situaciones de celos, temor y amistad, y consigue que vivan los mismos conflictos que sus lectores.
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Es nuestra vida - Corín Tellado
CAPITULO PRIMERO
—Me gustaría que tuvieras energía suficiente para decir a Doni lo que procede en estos casos. Y si tú no te atreves, al menos, cuando yo hable, hazme el favor de callarte. Pero tú no sé cómo te las arreglas, que tan pronto abro yo la boca para cantar verdades, tú saltas sacando la cara por la chica. Estimo, Bernardo…
El marido le cortó con un gesto.
Sabía que tenía toda la razón su mujer, pero no era tan fácil como ella suponía enfrentarse a una muchacha como Doni. Aun si él fuera un tipo culto. Si supiera hablar con Doni, si tuviera su verborrea, si supiera lo que decía realmente…
—No sé —continuaba Leonor— a qué fin teniendo nosotros tanto dinero, un negocio en marcha y unos amigos de postín y ella un pretendiente de Enrique, le permites vivir de esa manera —mostró su reloj de pulsera—. ¿Has visto la hora? Son las dos de la madrugada y no ha llegado aún.
Bernardo se movió en el lecho.
—Ella se busca su trabajo, Leonor. Entiende…
—Claro que no entiendo —saltó la esposa—. ¿Cómo voy a entender que una chica de su posición económica y social anda por ahí haciendo reportajes?
Bernardo llevó los dedos a la cabeza y rascó nervioso su incipiente calva.
Es verdad que su mujer tenía toda la razón, pero… cuando Doni terminó el bachillerato y decidió hacerse periodista y abogado a la vez, nadie le quitó la idea de la cabeza. Es más, él pensó que se cansaría. Que un día decidiría vivir en el hogar, como una señorita rica y mandaría la universidad al díablo.
Pero lo triste y lamentable es que no fue así.
Doni terminó limpiamente, tenía veintitrés años y a ver quién era el guapo que le decía que se detuviera, se vistiera elegantemente, asistiera a cócteles y fiestas y se casara con Enrique Sampedro de la Reguera…
—Tenemos mucho dinero —decía Leonor ajena a los pensamientos de su marido—. Sólo nos falta un nombre rimbombante y Doni sería aceptada con todas las de la ley en la alta sociedad, e incluso en la corte.
Bernardo pasó la lengua por los labios resecos.
Es verdad. Nada le agradaría más que lo que decía su mujer.
Enrique Sampedro de la Reguera no tendría dinero, pero nombre, elegancia y amigos le sobraban y además su padre era senador. Su tío coronel del ejército y su abuelo había sido marqués, marquesado que ostentaba ahora el padre de Enrique y que andando el tiempo, luciría su hijo.
Pero a Doni todo aquello debía tenerle sin cuidado.
No parecía recordar que él, su padre, empezó vendiendo chatarra en sus tiempos (treinta años antes por lo menos) y a la sazón tenía una fábrica de laminados que producía lo suyo pese a todo el embrollado sistema político y la crisis energética que asolaba al país, por lo cual sólo le faltaba casar a Doni bien y después vivir como potentados encumbrados en la sociedad actual. Porque, la verdad, pese a su dinero, si bien se les recibía en aquella sociedad, se hacían ciertos reparos. Él no era más que un morales rico y su mujer pese a sus joyas y sus modelos exclusivos no tenía todas las amigas que quisiera.
Para ponerse más a tono él había comprado un chalet precioso en Puerta de Hierro, en aquella zona residencial, sólo destinada a privilegiados, pero eso no bastaba. Tenía amigos en aquella zona residencial, e incluso les invitaba a aquella u otra fiesta, pero para ser orondamente recibidos les faltaba un buen arrimo y aquél era ni más ni menos Enrique.
Y la verdad es que Enrique hacía números por Doni.
Vivía su familia en un palacete cercano al suyo y se pasaba el día preguntando por Doni. Pero Doni pescaba su cacharro Fort fiesta azul marino y se largaba a Madrid y casi nunca regresaba ni siquiera a comer.
—Lo mejor que puedes hacer —indicaba Leonor tercamente—es abordar el asunto con nuestra hija.
A eso Bernardo asentía con una cabezadita, pero maldito si estaba de acuerdo.
Doni no era demasiado habladora, pero cuando decía algo ¡menudo cómo lo decía!
No se le secaba la lengua ni se aguardaba nada y se reía limpiamente de las aspiraciones de sus padres.
Él intentó más de una vez hacerle entrar en razón, pero Doni tenía réplica para todo y razonamiento y, además, persuasión.
—Me gustaría a mí saber dónde anda ahora —insistía la esposa—. Pasa de las dos y no ha venido.
El marido dijo con cierta timidez:
—Igual está en su cuarto y no la hemos oído llegar.
A lo cual Leonor saltó con viveza.
—Sabes muy bien que no es así. Para pasar hacia su cuarto ha de cruzar este pasillo —mostraba la puerta— y no la hemos oído pasar. Además no es la primera vez que regresa a estas horas. En realidad, es habitual que vuelva, si vuelve que no siempre lo hace, a las tantas de la madrugada. Yo me digo si esa vida es para una chica de su categoría.
—Es que trabaja —insinuó el marido con timidez.
Leonor se sulfuró.
—Trabaja. ¿Y qué necesidad tiene de hacerlo?
* * *
Bernardo Morales le daba toda la razón a su mujer, aunque aparentemente intentara defender a su hija, pero es que él intentó más de una vez a solas con Doni, hablarle de aquel asunto del trabajo, y Doni siempre respondió igual:
«Yo he estudiado para sacar provecho a lo aprendido, a mis títulos, a mis experiencias. Y no pienso vivir como un parásito de la sociedad. Además, el dinero se acaba y los títulos son cheques al portador.»
Decidió encender un cigarrillo recostado en la cama y fumar aprisa. Más nervioso que otra cosa.
Era un tipo de unos cincuenta y cinco años. Poco pelo, rostro con algunas arrugas muy profundas y enjuto. Realmente él había trabajado lo suyo. Había bregado de lo lindo y si a la sazón vivía como un señor sus sudores le costó. Tenía su mérito y Doni se lo daba sin duda, pero ella más que trabajar físicamente prefería hacerlo intelectualmente para lo que había sido preparada.
—Ahora todo el mundo estudia —decía Leonor enfadada—. Y así anda la gente descolocada por ahí. Sobran títulos y faltan puestos. Doni es tan tonta que prefiere desgañitarse a vivir cómodamente de fiesta en fiesta.
—Doni anda todo el día en fiestas —se atrevió a decir su padre.
Lo que sulfuró a Leonor.
—Claro. ¡No faltaba más! Pero ¿qué tipo de fiestas? Buscando siempre noticias para escribirlas y figurando como un sabueso. Pero no la vi jamás con un traje de noche, asistiendo a «nuestras» fiestas.
Bernardo ya sabía eso.
Y sabía también que los amigos de su hija no eran nobles ni ricos, ni siquiera residentes de la colonia. Ella andaba siempre por la ciudad Universitaria mientras estudiaba, y después en salas de fiestas o reuniones de partidos buscando noticias. Ya sin terminar la carrera empezó a escribir cosas y cuando finalizó periodismo se colocó en un periódico, pero no le dio