No me caso por poderes
Por Corín Tellado
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Corín Tellado
Corín Tellado es la autora más vendida en lengua española con 4.000 títulos publicados a lo largo de una carrera literaria de más de 56 años. Ha sido traducida a 27 idiomas y se considera la madre de la novela de amor. Además, bajo el seudónimo de Ada Miller, cuenta con varias novelas eróticas. Es la dama de la novela romántica por excelencia, hace de lo cotidiano una gran aventura en busca del amor, envuelve a sus protagonistas en situaciones de celos, temor y amistad, y consigue que vivan los mismos conflictos que sus lectores.
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No me caso por poderes - Corín Tellado
CAPITULO PRIMERO
—Escucha, escucha. Por favor, Jana, óyeme bien... —Jacinto al hablar sofocado, blandía un pliego de papel, pero su hija Jana apenas si le miraba. Se diría que pasaba del documento y de quien lo sostenía—. Hay que ser consecuentes. Hay que ser realistas. Hay que...
—Jaci, me parece que estás perdiendo el tiempo. Tu hija no te oye.
Sí que oía.
Jana los miraba a los dos alternativamente, si bien no detenía la mirada verde en ninguno de ambos.
Cualquiera que la observara en aquel instante diría que se miraba más a sí misma pese a tener los ojos en movimiento de un lado a otro, o de un rostro a otro.
—Jana, ¿es verdad que no me oyes o no quieres oírme?
—Tengo que pensar en todo eso, papá. Comprende. Ha pasado mucho tiempo... Tal vez...
—La gente no se hace rica en dos días, Jana —se apuraba Jacinto Benjumea con desesperación—. Y, en cambio, sabes muy bien que sí se empobrece en poco tiempo. Nosotros... Bueno, tú sabes... Y si no lo sabes te lo estoy diciendo yo. Hace años poseíamos una fortuna. ¿Y qué? De ello vivíamos, ¿no? La verdad es que yo jamás trabajé porque no necesité hacerlo. Tu madre poseía una fortuna en valores, y no digo yo... Pertenecemos a una familia de ricos y en los pueblos como éste... Ejem... todo se sabe. ¿No comprendes? De repente empezaron a torcerse las cosas, a perder enteros los valores y hoy, salvo unos dividendos de nada, cada seis meses, son papel mojado. Vender no es prudente porque lo que antes era una fortuna, hoy son dos duros. Pero vivir de fantasías maldito si merece la pena. Yo soy tu padre y tengo el deber de ayudarte, de aconsejarte.
Jana sabía todo aquello.
Y más que sin duda se callaba su padre.
—Necesito dar un paseo —decía a media voz—. ¿Puedo? Luego, si te apetece, continúas, papá.
Papá parecía desencajado y súbitamente mudo.
La madre tomaba ahora la palabra:
—Jana, sé realista. Tu padre tiene toda la razón del mundo. Vivimos en un pueblo y nada se ignora... Además la situación del país está muy mal y las grandes fortunas se fueron al traste. Es terrible que a la sazón, de una rica heredera, te hayas convertido en una chica más.
Jana no se sentía «una chica más». Pensaba que debieron permitirle ir a la capital a estudiar cuando terminó el bachillerato. Pero no fue así.
Sus padres temían que se perdiera su moral, que se uniera a malas compañías... Y además consideraban que una chica de su posición no tenía, forzosamente, por qué ser universitaria.
—Por estos sitios —añadía la madre ajena a los pensamientos de la hija— no hay chicos más que en verano y ya se sabe lo que son los veraneantes y los turistas. Lo pasan bien y cuando se van ni se acuerdan de lo que queda. Y por otra parte, hasta hace poco más de un año, tú tenías novio. Es decir, lo sigues teniendo.
—Y ese novio quiere casarse —apostillaba el padre sin perder el sofoco—. ¿Que pretende hacerlo por poderes? Bueno, pues eso antes era corriente. Aún si no le conocieras... Pero era tu novio, ¿no? De súbito hereda la fortuna de su tío y, lógicamente, tendrá que atender negocios. Bien claro lo dice aquí su abogado. Se quiere casar y le es imposible desplazarse desde Nueva York.
Jana aspiró hondo.
Todo aquello lo sabía, pero...
—Hace una tarde espléndida —murmuró por salir de aquel atolladero— y necesito tomar aire puro.
—Jana —la madre iba tras ella, mientras el padre se quedaba hundido en el sillón aún con la carta en la mano—, piensa que hace sólo un año te carteabas con él, le querías, pensabas que un día vendría a buscarte.
Jana sintió como un escalofrío. En doce meses ocurren cosas desconcertantes... Y a ella le habían ocurrido.
—En la noche, si gustas, mamá, continuamos.
—Pero, hija...
—Es que ahora me esperan las amigas.
Laura Benjumea se quedó pegada al porche mientras veía desolada cómo Jana atravesaba el amplio jardín, perdiéndose por el enarenado sendero hacia el portón.
* * *
—No seas tan insistente —apostilló Laura cuando retornó al salón donde su marido aún permanecía hundido en el sillón sin soltar el pliego de la carta—. Hay que ir con calma, Jaci.
—Mira —decía el marido con acento desesperado—, por mí mandaba todo esto al diablo. Pero... —pasaba la mano por la frente limpiando el cálido sudor que la empapaba—. Las cosas se ponen mal. Muy mal. De seguir así hasta me veré obligado a hipotecar el viejo caserón añejo. Entiende, Laura, entiende.
La esposa entendía de sobra y más.
—Siempre fuimos los más ricos de esta villa. Y ya se sabe lo que es una villa o un pueblo, que para el caso es igual, porque esto tiene más de pueblo que de villa. Yo no soy egoísta, Laura, y bien lo sabes. No me importa prescindir de mi fuera borda ni de mis partidas en el casino, ni de mis cacerías. En realidad, ¿desde cuándo no voy a cazar? Qué sé yo. Pero el caso está aquí —y movía la carta con desesperación—. ¡Aquí! Juan quiere casarse... ¿Por qué no ha de casarse Jana con él aunque sea por poderes? El abogado de Juan lo dice aquí bien claro y en todas las cartas que escribió desde que falleció el tío de Juan. ¿Por qué, de repente, Jana duda? Nos salvaríamos todos de este ahogamiento, Laura. Y además yo no pido a mi hija que se venda. ¿No eran novios? Siete años siendo novios... ¿No es suficiente?
—Jaci, querido, todo eso que dices es verdad —y Laura se sentaba amantísima junto a su marido asiendo una de sus heladas manos sudorosas—. Pero el que se casa no eres tú, ni yo. Es Jana. Y ella dice que por poderes no lo hace.
Otra vez Jacinto Benjumea blandió el pliego.
—Pero tú sabes que Juan no puede venir. Los negocios que heredó de su tío se lo impiden y, lógicamente, ahora que es libre, que el tío no presiona sobre él que es heredero de una colosal fortuna en dólares, quiere casarse y Jana dice que no.
—Jana no ha dicho aún que no,