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El Canto De Los Gallos De Oro
El Canto De Los Gallos De Oro
El Canto De Los Gallos De Oro
Libro electrónico446 páginas6 horas

El Canto De Los Gallos De Oro

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Información de este libro electrónico

A fin de evitar los juicios de Nremberg al final de la Segunda Guerra
Mundial, altos funcionarios nazis escaparon de Europa, llevando consigo
parte del botn robado a las vctimas del Holocausto, con la ayuda de Juan
Domingo Pern, el presidente de Argentina. Desde all difundieron sus
despiadadas tcticas militares entre las unidades paramilitares de Amrica
Latina, resultando en cientos de miles de secuestros y asesinatos a lo largo
de los aos.

Esta historia encubierta surge repentinamente en Venezuela cuarenta y cuatro
aos ms tarde, cuando Ivn Trushenko, un joven venezolano consumido por una
pasin un tanto ingenua por el comunismo cubano, se involucra por error con
presuntos criminales de guerra nazis.

El caso de Trushenko le da la oportunidad a un popular general del ejrcito,
conocido como Gallo de Oro, de descubrir una alianza inesperada entre
extremistas de izquierda y de derecha con el objetivo de controlar la rica
economa petrolfera de Venezuela.

Este descubrimiento pone a los Gallos de Oro en una carrera contra el tiempo
para capturar a estos criminales antes de que sea demasiado tarde.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jun 2011
ISBN9781426943041
El Canto De Los Gallos De Oro
Autor

Margaret Donnelly

Después de su infancia en Venezuela, la autora se mudó a los Estados Unidos y desarrolló una carrera próspera como abogada. Recibió su Doctorado de Jurisprudencia de la Universidad de Texas, Austin, Texas, U.S.A., y recibió su título de Bachelor of Arts (B.A.) del prestigioso Instituto de Estudios Latino Americanos de la Universidad de Texas. Hoy en día, divide su tiempo entre su práctica de ley, escribir, y en proyectos cívicos con la comunidad. Fue nominada para el premio de la Fundación Right Livelihood de Suecia en 2004 (conocido como el premio alternativo Nobel) por su trabajo comunitario.

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    El Canto De Los Gallos De Oro - Margaret Donnelly

    Contents

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    Epílogo

    Acerca de la Autora

    OTROS LIBROS POR MARGARET DONNELLY

    The Spirits of Venezuela

    [Los espíritus de Venezuela]

    The Song of the Goldencocks

    (www.trafford.com)

    The Path of Lord Jaguar

    (www.authorhouse.com)

    Dedicado a mi padres, Ines y Walter W. Donnelly,

    Y al Gran Libertador,

    Simón Bolívar

    Es un hecho que al menos 364.018 personas fueron asesinadas por escuadrones de la muerte en Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Paraguay,

    Perú y Uruguay entre los años 1970 y 1995.

    Figuras Públicas Mencionadas

    (En orden cronológico)

    Simón Bolívar

    (General del Ejército, 1813–1814, 1819, Venezuela;

    Presidente, 1819–1830, República de la Gran Colombia)

    Antonio Guzmán Blanco

    (General del Ejército, 1870–1887, Venezuela)

    Cipriano Castro

    (General del Ejército, 1899–1908, Venezuela)

    Juan Vicente Gómez

    (General del Ejército, 1908–1935, Venezuela)

    Eleazar López Contreras

    (General del Ejército, 1936–1941, Venezuela)

    Juan Domingo Perón

    (Presidente, 1946–1955, 1973–1974, Argentina)

    Rómulo Betancourt

    (Presidente (mediante golpe de estado), 1945–1948;

    Presidente (por elecciones directas), 1959–1964, Venezuela)

    Marcos Pérez Jiménez

    (Gobernante Militar, 1952–1958, Venezuela)

    Fidel Castro

    (Primer Ministro, 1959–1976; Presidente, 1976–2008, Cuba)

    Carlos Andrés Pérez

    (Presidente (por elecciones directas), 1974–1979, 1989–1993, Venezuela)

    Raúl Alfonsín

    (Presidente (por elecciones directas), 1983–1989, Argentina)

    Carlos Menem

    (Presidente (por elecciones directas), 1989–1995, 1995–1999, Argentina)

    1   

    9 de Noviembre de 1990

    Caracas, Venezuela

    Iván se estremeció al escuchar el eco de los pasos de unas botas contra un piso duro. Entonces, el ruido se detuvo. Una sensación de horror perforó su pecho. Su respiración se tornó más pesada. Una telaraña de oscuros recuerdos se aferró a su mente hasta que, de repente, la marcas de quemaduras en sus muñecas lo llevó al momento en que todo en el interior de su cuerpo fue pulverizado por la picana eléctrica y sus riñones fueron casi arrancados fuera de sus cavidades.

    Para distraerse, experimentó con una posición diferente y se sentó en el suelo de concreto. El dolor en su espalda bajo la cintura disminuyó al poner sus rodillas contra su pecho y al recostarse contra la pared que también era del mismo material. Debajo de ese concreto, antiguas piedras unían al piso y las paredes. Una prisión era por lo general un lugar ruidoso, pero ésta no lo era, lo cual indicaba que él estaba en una celda clandestina, ubicada en un antiguo edificio de Caracas, el cual según sus cálculos, había sobrevivido a muchas renovaciones de la parte colonial de la ciudad.

    Segundos después, desvió lentamente su mirada hacia el otro lado de la celda, donde una bombilla vertía un débil rayo de luz sobre las ranuras de la pared. Algunas eran lo suficientemente profundas como para sobrevivir años, si no décadas. Su mente se detuvo el tiempo suficiente como para llegar a una conclusión. Entre la mampostería alguien había tallado nombres, fechas, insultos, y frases llenas de rencor que emitían sus propios gritos silenciosos. Eran de almas maltratadas alojadas en la misma celda que con gran esfuerzo gritaban sus historias, obsesionadas por lo que habían dejado atrás.

    Mientras fijaba su mirada en esos surcos, Iván se centró en sus propias obsesiones y lo invadió una ola de ira.

    Un mosaico de imágenes sórdidas se apoderó de su mente. Entre ellas estaba la de los sicarios que lo fueron a arrestar y lo culpaban a él… ¡a él!, Iván Trushenko, de proporcionarle una identidad falsa a un criminal de guerra. ¡Lo que merecían era que Dios se orinara sobre ellos y sobre ese hijo de puta de José Rodriguez por entregarlo a los agentes de la policía de seguridad! Ese desgraciado no era digno ni siquiera de una mujer con ladillas. Ese desgraciado solo se merecía la muerte.

    Rodríguez lo había convencido de interrumpir su estadía en Cuba. De hecho, Rodríguez le había implorado que regresara a Caracas con la excusa de reunirse con un importante patrocinador de su partido, el Movimiento hacia la Izquierda (MI). Después de todo, Iván era el primero en la escala de poder del MI. Eventualmente, este patrocinador desconocido se convirtió en alguien que necesitaba una identidad falsa. Mientras el desconocido le entregó una gran contribución al MI, Rodríguez le envió el pasaporte falso por medio de Iván. Horas después de esa reunión, agentes de la policía de seguridad arrestaron a Iván, acusándolo de ayudar a un miembro de la Kameradenwerke.

    Hasta el momento del interrogatorio por la policía de seguridad, nada parecía tener sentido. Él no sabía lo que era la Kameradenwerke. Además, un gobierno fascista no era lo que necesitaba su país. Lo estaban acusando de algo que iba en contra a todo lo que él representaba. Él luchaba para llevar su país hacia la izquierda, no hacia la derecha. Sin embargo, durante el interrogatorio, sus torturadores lo acusaron de conspirar con un hombre que había trabajado para las SS. Su nombre era Janis Endelis. Le informaron también que Endelis había huido a la Argentina en 1946 con la ayuda de la red de escape conocida como la Organización de Antiguos Miembros de las SS, u ODESSA.

    ODESSA había operado en América Latina a fines de los años 1940 y principios de la próxima década, cuando cambió su nombre por el de Kameradenwerke. Por intermedio de esta asociación Nazi, cientos de ex oficiales de las SS se infiltraron en la maquinaria militar del Presidente argentino Juan Domingo Perón durante su gobierno. Perón siempre fue muy cuidadoso de su imágen pública, pero existían evidencias de que él le abrió las puertas a Janis Endelis y ahora, 44 años más tarde, Endelis se encontraba en Venezuela.

    *****

    Después de mirar la bombilla momentáneamente, Iván escuchó nuevamente el mismo ruido, y esta vez sus ojos se dirigieron fijamente a la puerta de la celda. El sonido de las botas fue creciendo hasta que la puerta de la celda se abrió repentinamente.

    Pudo controlar el terror que sentía y logró cerrar sus ojos, mientras dos soldados lo agarraron uno por cada lado y lo arrastraron fuera de la celda. Su auto-control fue solo por unos segundos y se desbarató al darse cuenta que debía dejar algún testimonio antes de morir. Por lo tanto, gritó tan fuerte como pudo mientras sus pies descalzos se arrastraban por el piso de un pasillo al que tantas veces había atravesado y sobre unos fríos escalones. Lo arrastraron hasta el centro de la cámara de torturas adonde el olor putrefacto a carne quemada, a sudor y a excremento humano, invadió sus fosas nasales. Echado en el árido piso, se encorvó en silencio.

    Mientras tanto, una silueta familiar se detuvo al otro lado de la puerta. Luego de susurrar algo a los soldados, la silueta entró en la habitación con paso firme.

    La luz de la cámara de torturas intensificó las líneas de la cara del Capitán Alfredo Villanueva, un hombre de mediana estatura bien entrado en sus cuarentas. Se dirigió a una silla de madera sin apoyabrazos, la giró hacia sí acomodándose en ella como si fuera una silla de montar, tal cual lo había hecho hace unas horas. Una vez que cruzó los brazos sobre el respaldar, dejó correr su mirada por el cuerpo curvado de Iván.

    —Hablábamos de Janis Endelis— dijo Villanueva con cierta malicia —¿por qué no haces las cosas más fáciles para ti, eh?

    Sus palabras quedaron impregnadas en el hedor de la habitación hasta que, abruptamente, una rabia se apoderó de Iván.

    —Como ya dije antes, yo solo entregué el pasaporte.

    Los ojos impenetrables de Villanueva dejaron escapar una sonrisa. —Mi amigo, ya hemos discutido ésto anteriormente. Es cierto que no debería importarnos en lo más mínimo, pero no queremos que nadie nos acuse de ayudar a criminales de guerra.

    —¿Acaso tus jefes están dispuestos a asesinarme por algo de tan poca importancia?

    —No, este gobierno no quiere volver al pasado. Después de todo, Venezuela es una democracia.

    —Entonces deberían soltarme porque no sé absolutamente nada acerca de…, de ese criminal de guerra. Yo ni siquiera había nacido cuando él entró de contrabando en la Argentina.

    —El pasado tiene una manera muy particular de mezclarse con el presente, ¿no te parece?

    Iván se llenó nuevamente de ira. —Si tú y tus superiores son halcones, ¿por qué se toman la molestia de querer comerse a una cucaracha como yo?

    —Puede que seas una cucaracha, pero conoces la nueva identidad de Endelis, y no divulgarla puede ponerte en una posición muy comprometida— replicó Villanueva, y agregó, —aunque gracias a ti, es posible que Endelis ya se haya escapado de Venezuela.

    Iván miró hacia el techo y dijo, —Ya les he dicho todo lo que sé.

    —Apreciamos la información, pero lamentablemente lo que nos has dicho no es suficiente.

    —Rodríguez me convenció para que regresara de Cuba. Fue una trampa.

    —Sí, ya nos dijiste eso.

    —Rodríguez me dijo que un hombre de negocios muy importante quería ayudar a nuestro partido.

    —¿Y por qué tu amigo te tiraría a la mierda de esa manera?

    Iván contestó con desprecio, —Rodríguez no es mi amigo, está tratando de librarse de mí porque quiere controlar el partido.

    —Ah…, entonces, él te conectó con un ex oficial de las SS para quien tú compraste un pasaporte falso…

    —Rodríguez fue el que organizó la reunión y luego me dio el pasaporte.

    —¿Y por qué no se reunió con Endelis él mismo?

    —Porque estaba protegiendo a sus contactos, gente muy importante, pero yo no sé quiénes son.

    —¿Me estás queriendo decir que no conoces a gente importante?

    —Por supuesto que los conozco, pero no estoy en el negocio del contrabando de pasaportes.

    —No tiene sentido retener esa información— contestó Villanueva. Después de una pausa, continuó, —A decir verdad, como ya lo has insinuado, Endelis no es importante para ti…, a no ser que él esté tratando de controlarte a ti y a tu partido.

    Lleno de furia que tanta gente lo estaba jodiendo, contestó, —¡Yo no sé absolutamente nada! !Mi partido nunca será manipulado por un criminal de guerra!

    —Ah, sí— respondió Villanueva con frialdad, lanzando una mirada irritada hacia la puerta mientras con su cabeza le hacía señas a los dos soldados, quienes corrieron a despojar a Iván de sus ropas sucias. Arrastraron su cuerpo desnudo y amoratado y mientras uno de los soldados lo sujetaba por las muñecas, el otro las ataba con unas cuerdas.

    Iván juntó las fuerzas suficientes como para lanzar gritos ahogados, —¡Mírenme a la cara, hijos de puta!— Rápidamente, una bota lo pateó en la cara, presionando su cabeza contra el suelo.

    Uno de los soldados le abrió las piernas y amarró sus tobillos a unos anillos incrustados en el piso de concreto. El otro hábilmente tomó unos trapos mojados de un balde de metal y los colocó sobre su pecho y sus hombros. Entonces lo comenzó a picanear en ambos hombros. Iván lanzó un violento jadeo con cada uno de los golpes de electricidad. Lo picanearon en el pecho con mucho cuidado para evitar el área ubicada directamente sobre su corazón. De todas formas, sintió como su cavidad respiratoria caía bajo el peso de miles de ladrillos hasta quedar inconsciente.

    Media hora más tarde, abrió los ojos. Sus piernas estaban libres, pero sus muñecas seguían amarradas. Vio el rostro de Villanueva sobre él.

    —Ah, veo que ya estás de regreso, ¿estás listo para hacer una declaración completa?

    —Tengo sed— respondió Iván, contrayéndose por el dolor en el pecho. Un soldado recogió un poco de agua con una taza de metal del balde y la puso contra sus labios. Iván tragó el agua con abandono y pidió, —¿Pueden…, pueden desatarme?

    Villanueva trató de evitar su creciente molestia y dijo, —Dame el nombre.

    —Y qué me van a hacer si se los digo— dijo él casi jadeando.

    —Te dejo ir.

    —¿Por qué no me dejas ir y te envió mi confesión desde Cuba?

    A Villanueva la broma no le causó ninguna gracia.

    Iván sabía que no podría soportar más golpes de corriente. Tosió hasta casi ahogarse de solo pensar que no tenía manera de asegurarse de salir sano y salvo. Después de algunos segundos balbuceó, —Su nombre es Manuel Blanco.

    Villanueva esperó.

    —¡Vamos, anda y escríbelo ya!— gruñó Iván.

    —Ahórrame las molestias. Dímelo todo y así preparamos la declaración.

    —La nueva identidad de Endelis es Manuel Blanco— dijo —Endelis estaba acompañado por otro hombre…, un hombre más joven…, se veían como si fueran parientes. El hombre más joven tenía un llavero con un diseño extraño.

    Tomó una bocanada de aire y en ese momento pensó en un refrán que usaba su gente. Pierden sus cabezas en sus revueltas, y su valor cuando son encadenados. Se sintió abrumado por el peso de la derrota.

    2   

    Matthew Sheridan dejó la embajada de Estados Unidos para reunirse con el Coronel del Ejército Eleazar Suárez. Era una tarde templada bañada por el sol. Habían fijado la cita en un horario en que los restaurantes del distrito colonial estaban poco concurridos.

    Mientras conducía su automóvil, propiedad de la embajada, atravesó un congestionamiento de tráfico, lo que le dio tiempo para pensar en la conversación que había tenido con Suárez hace unas pocas horas. Suárez le había pedido información de inteligencia que los venezolanos no poseían. A simple vista, era un pedido bastante extraño. Y de existir algún tipo de información, era probable que estuviera juntando polvo en algún oscuro archivo subterráneo de la agencia.

    Además, se trataba de un tema sobre el cual los venezolanos, siempre se habían mantenido histórica e ideológicamente alejados. Eso es, hasta que Suárez mencionó más detalles, como el nombre de Janis Endelis, quién había trabajado para las SS y para Perón. Más recientemente, Endelis había brindado sus servicios a elementos militares de extrema derecha durante la guerra civil de El Salvador. A causa de esta guerra, cientos de miles de refugiados habían ido a parar a los Estados Unidos, y ésto ya era motivo suficiente como para despertar el interés inmediato de Matt.

    Mientras calculaba el tiempo que le faltaba hasta llegar a su destino, unos 20 minutos, quizás más, Matt se dio cuenta de unas ironías, una de ellas, que Suárez compartió ciertos detalles pero omitió los más importantes.

    Matt había llegado a Venezuela solo unos pocos meses antes, por lo tanto, aún no sabía descifrar lo que los venezolanos no mencionaban. Habitualmente, los venezolanos disfrazaban sus opiniones verdaderas si tenían alguna consecuencia política. Era como si fueran personajes de un melodrama en el cual tenían que mostrar una cara con una expresión en blanco. Algunos se referían a dicha idiosincrasia como ‘poner cara de perro muerto’. Sin embargo, cuando se inclinaban hacia la honestidad, usaban refranes, tales como los tigres no se comen a tigres, o el canto del gallo no puede ser más claro.

    Matt estaba consciente que para comprenderlos, tenía que desenmascarar su realidad y conocer su historia.

    Su cargo oficial era el de enlace legislativo, pero su verdadera tarea era la de servir como intermediario entre la CIA y los militares venezolanos. Su trabajo era producto de la reciente reorganización del departamento de Operaciones. Irónicamente, él no era un militar, pero había obtenido el cargo por una combinación de factores, entre ellos su experiencia en el campo de la inteligencia y su dominio del idioma español.

    Llevaba ya diez años trabajando para la agencia. Se había unido a la CIA poco tiempo después de haberse graduado en la Universidad de Yale. Luego de perfeccionar sus habilidades, la agencia lo asignó a la frontera con México, luego a Bolivia, Panamá, Ecuador y finalmente a Venezuela, donde actuaba como nexo entre el General Francisco García, miembro del Estado Mayor Venezolano, y Richard Anderson, su jefe. La mayoría de sus reuniones eran con Suárez, ya que Suárez trabajaba directamente bajo las órdenes del General García.

    Matt se dirigió hacia el distrito colonial, que no era tan histórico como su nombre lo sugería, ya que la mayoría de los edificios coloniales habían desaparecido en la década de 1940, durante un apogeo de la construcción que acabó con varias manzanas históricas. En la actualidad, el pasado había sido reemplazado por estructuras comerciales y residenciales modernas. Paradójicamente, al distrito colonial se lo denominaba El Silencio, aunque estaba muy lejos de ser silencioso. Su nombre servía para conmemorar el silencio mortal que se produjo a consecuencia del terremoto de 1641, aunque actualmente, gracias al tráfico incesante, era uno de los lugares más ruidosos de la ciudad.

    Caracas fue fundada en 1567 por emisarios de España en un largo y estrecho valle. Las montañas del norte con su exhuberante vegetación funcionaron como barrera al mar, protegiendo a la colonia del ataque de los piratas, que actuaban tanto en forma independiente como en representación de las coronas de Francia e Inglaterra. Sin embargo, nunca faltaron saqueos, redadas, terremotos, plagas, intentos de invasión, e inmigrantes ávidos de sangre, pillaje y poder. A pesar de todo, milagrosamente prosperó y eventualmente se convirtió en un centro de exportación de cacao, algodón, añil, tabaco y tintes. A partir de mediados de los años 1800, el café se convirtió en uno de los mayores productos de exportación hasta el auge del petróleo en los 1920.

    Desde entonces, el rédito de las exportaciones de petróleo venía abultando las arcas del gobierno. Cada aumento en la producción estimuló renovaciones como las del distrito colonial, y cada una de ellas fue expandiendo la ciudad hasta sobrepasar los límites al este y al oeste marcados por los barrancos de Caraota y Catuche. Sin embargo, al norte de El Silencio, unos pocos edificios coloniales se salvaron de las renovaciones, como la Catedral, que fue construida en 1674.

    La iglesia anterior fue la sede del primer obispado Católico Romano de la ciudad, cuyo puesto fue ocupado por Fray Mauro de Tovar, uno de los primeros tiranos pequeños de la historia venezolana. Su persecución sangrienta a los infieles puso a prueba la paciencia de los habitantes. Catorce años más tarde, cuando finalmente lograron su transferencia a México, su despedida fue muy poco agradable. Antes de abordar el barco, se sacudió sus sandalias y dijo con desprecio, —¡De ustedes, ni siquiera el polvo quiero!

    Los testigos de la despedida, asintieron silenciosamente con la cabeza su falta de educación en reconocimiento que se estaban liberando de un tirano.

    No muy lejos del restaurante hacia donde Matt se dirigía, un edificio colonial amarillento de una planta, con rejas de hierro forjado en las ventanas, atrajo a Matt. Sin poder resistirse a su encanto familiar, ya que ya lo había visitado anteriormente, estacionó su automóvil cerca del edificio. Tenía tiempo de sobra, así que sin prisa, dejó deslizar su cuerpo atlético de aproximadamente un metro ochenta del carro, y se puso una chaqueta deportiva que sacó del asiento delantero. Caminó por el frente de unas tiendas, ignorando las miradas curiosas que invariablemente provocaba, ya que él era un musiú, un término popular derivado de Monsieur, que también se utilizaba para describir a los norteamericanos. Sus ojos de un azul profundo, su cabello castaño intenso, su chaqueta de corte americano sobre un cuello blanco abierto y sus pantalones azul marino, lo hacían resaltar entre los lugareños.

    Cuando vio por primera vez el simple edificio amarillento se sorprendió, pues imaginaba que el lugar adonde había nacido el hombre más famoso de las Américas, Simón Bolívar, sería un lugar más digno.

    Cerca de la entrada del edificio, había dos retratos en los que se podían observar los surcos de preocupación en el rostro de Simón Bolívar en diferentes etapas de su vida, aunque a decir verdad, no faltaron razones para su envejecimiento prematuro. Los venezolanos nunca entendieron su genio nativo e irónicamente ahora se quejaban de lo mismo de lo que él tanto luchó por protegerlos, de las superpotencias mundiales. No le creyeron cuando vivía, y muchos de ellos seguían sin comprenderlo en la actualidad.

    Después de 160 años, el alma de Bolívar se cernía sobre la población como una nube enorme y oscura o como una gran fuente de inspiración. Según la perspectiva individual, despertaba en ellos un gran sentimiento de culpa o un profundo sentido de nacionalismo. Aquellos que aún dudaban de los motivos que impulsaron a Bolívar, se planteaban dos dudas. Por un lado si su dedicación fue solo para acumular más poder para sí mismo, y por otro si había favorecido más a los colombianos. En resumen, ningún líder de su estatura sufrió más angustia emocional y mental a causa de sus paisanos.

    Al final de su vida, había utilizado toda su riqueza y había dedicado el 60 por ciento de su existencia a la lucha por la independencia de Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia y Ecuador. Murió en 1830, a los 47 años, en Santa Marta, Colombia. Su alma debe haberse erizado cuando transfirieron sus restos a Caracas en 1842. Sus huesos fueron enterrados en la Catedral, hasta que fueron trasladados al Panteón Nacional 34 años más tarde.

    Hoy en día, evidencias sobraban de que Bolívar estaba convencido que la mejor manera de protegerse de España, era creando una alianza entre Colombia, Venezuela y otros países, denominada la Gran Colombia. Impuso dicho pacto en discordancia con sus paisanos, quienes especialmente se oponían a la alianza con Colombia. Los venezolanos se diferenciaban de los colombianos por razones de geografía, intereses, indiferencia, y por no comprender las ventajas de unirse contra las potencias extranjeras. En una carta escrita 15 meses antes de su muerte, Bolívar admitió que la Gran Colombia existía solamente por su autoridad, y que dejaría de existir cuando interviniera la providencia o la acción de otros hombres, como finalmente sucedió. Un año después de su muerte, Venezuela se separó de la alianza, y posteriormente se dividió internamente liderada por facciones de demagogos que competían entre sí.

    En retrospectiva, Bolívar previó esas luchas internas que se repitieron incontadas veces luego de que la Gran Colombia dejó de existir. De hecho, el ambiente de su país se retrotrajo a los días en que los tigres acechaban en emboscada. Las lecciones que aprendieron de los españoles fomentaron la tiranía, y la tiranía produjo mediocridad, y la mediocridad mantuvo a los venezolanos en un estado permanente de amnesia. Una amnesia tan permanente que llevó a que gran parte de la población no comprendiera el complejo legado de Bolívar.

    Si bien él posicionó al país como líder entre las naciones Latinoamericanas, un cuarto de la población pereció en la guerra de independencia. Aún así, durante el dominio español, los venezolanos también sufrieron la muerte, el deshonor, el acoso, la humillación y la ignorancia. Los esfuerzos de Bolívar para liberar al país de un destino similar bajo el dominio de cualquier tirano, fueron destruidos cuando la historia se repitió tan pronto murió y el país fue controlado por una larga lista de dictadores hasta que una revuelta popular terminó con el último de ellos en 1958.

    *****

    Matt frenó su impulso de volver a inspeccionar el soleado y espacioso interior de la casa de Bolívar y siguió caminando hacia el restaurante. Al llegar, eligió una mesa cerca de la puerta de la cocina, en la parte posterior del edificio adonde el sol de media tarde acentuaba las sombras del pesado mobiliario. La ubicación de la mesa le proporcionaba una vista directa de la entrada. Una vez sentado, pidió que le sirvieran dos whiskys con hielo tan pronto como llegara su invitado. El whisky era una preferencia típica de los militares venezolanos.

    Unos minutos después, Suárez llegó y se detuvo en la antesala. Vestía un elegante traje gris oscuro con una corbata al tono. Tenía 42 años y había nacido en los mismos llanos sureños que habían engendrado al gran estratega y a los mejores combatientes militares Bolivarianos. Las personas criadas en los llanos, se caracterizan por tener paciencia y resistencia y Suárez tenía ambas cualidades. Los llanos abarcaban más de 900 kilómetros que durante los seis meses de temporada de lluvias exhibían una exhuberante vegetación y pantanos, mientras que durante los meses restantes de sequía se convertían en tierra tostada.

    Los venezolanos gozaban de una reputación mundial por su hermosura, y Suárez no era la excepción. Su físico era una atractiva combinación de indio y español que se reflejaba en su téz morena clara, cabello negro, naríz afilada y ojos grandes y grisáceos. Era esbelto como Matt, pero unos pocos centímetros más bajo. Su compostura dura y seria contrastaba con su buen sentido del humor.

    Suárez se dirigió a la mesa y saludó a Matt cordialmente en inglés. Cuando la hielera, un par de vasos y una botella de Chivas fueron colocados en la mesa, le pareció que era demasiado temprano para comenzar a beber, pero no quiso rechazar la gentil invitación. Después de unos minutos, dijo, —Por favor, explíqueme la situación que mencionó por teléfono.

    Suárez estaba interesado en obtener información acerca de la influencia de Janis Endelis en América Latina. Estaba ansioso por obtener más datos al respecto.

    Matt lo había consultado con Anderson, quien no había querido darle información, así que solo pudo decir, —La invasión de Irak a Kuwait está distrayendo la atención de los estadounidenses en este momento.

    —Más de lo mismo, ¿no?— respondió Suárez, refiriéndose a la actitud de no poner demasiada atención en América Latina, queja favorita de los venezolanos. Sin embargo, tanto Suárez como Matt estaban conscientes que muchas paradojas operaban en la misma conversación. Los venezolanos acusaban también a la CIA de ser una bruja cumbamba sobreprotectora que con su escoba pasaba volando sobre ellos repetidamente.

    —Si, pero yo no diría que es intencional— respondió Matt —nuestros políticos están distraídos por muchas cosas…

    —¿Por ejemplo?

    —Además del problema de Irak, el Congreso recibió recientemente un informe sobre inmigración y desarrollo económico en América Latina. Probablemente ésto pueda abrir las puertas para un tratado de libre comercio con México.

    —¿Y este tratado va a ayudar acaso a mejorar nuestros problemas de comunicación?— exclamó Suárez con un brillo en los ojos.

    —México es solo un trampolín hacia el resto de América Latina. Luego de éste, vendrán otros tratados. Para nosotros es muy importante pues ya tenemos uno con Canadá— respondió Matt, sin comprender por qué seguían discutiendo este tema a fondo.

    —Entonces, México aumentará su importancia como productor de petróleo.

    —Tenemos que proteger nuestros mercados— dijo mientras asentía con la cabeza.

    —Lo malo es que esta alianza podría antagonizar a sus aliados del Medio Oriente.

    —Quizás.

    —A veces líderes pierden demasiado tiempo apadrinando a las personas equivocadas.

    El comentario le hizo gracia a Matt aunque sabía que no dejaba de tener cierto sentido. Los Estados Unidos habían apoyado a Irak en la guerra Irán-Irak, una situación que no había sido creada por el gobierno actual, pero que había tenido un horrible efecto boomerang. Ahora Irak era el agresor en contra de Kuwait, otro aliado, y los Estados Unidos tenían que proteger a Kuwait.

    Matt cambió el tema de la conversación, y refiriéndose a Janis Endelis, dijo, —Queremos cooperar, porque no estamos dispuestos a aceptar ésta clase de basura en Venezuela.

    —Su gobierno tiene información de inteligencia muy importante.

    Mientras tanto, Matt se preguntaba cuándo iba a ir al grano.

    —Estamos tratando de seguir los canales oficiales— dijo Suárez. Después de otra pausa, él repitió, —Cualquier información nos es útil, aunque ustedes la consideren extemporánea.

    —Haré todo lo possible—. Matt tomó otro trago de su whisky. —¿Qué hay detrás de estas indagaciones?

    —Como ya le expliqué por teléfono, Endelis formó parte del gobierno de Perón, y sospechamos que ahora está desarrollando una red paramilitar en Venezuela.

    —¿Para qué?

    —Endelis promueve la utilización de la táctica de los escuadrones de la muerte para controlar a los gobiernos y las economías. Miembros de su red están adquiriendo nuevas identidades.

    Matt quedó perplejo. —¿Acaso están planeando un golpe de estado?

    —Es una posibilidad.

    Se quedó esperando que Suárez mencionara la Escuela de Las Américas, pero Suárez no lo mencionó, y dijo, —Ahora que Argentina tiene un nuevo presidente…

    —Si, Carlos Menem.

    —…tenemos que utilizar otros canales. Quizás ya sabe que Menem ha suspendido las investigaciones que había comenzado el gobierno anterior. Yo diría quiere cerrar la puerta en lo que se refiere a las conexiones sucias de Argentina con los Nazis.

    Matt se quedó en silencio.

    —Pero estamos trabajando con información que nos había proporcionado el gobierno anterior.

    —¿Algún resultado?

    —No sabemos qué grupo es el cerebro tras este esfuerzo en Venezuela, pero lo que sí sabemos es que Endelis los está asesorando—. Bebió un sorbo de su bebida y continuó, —Un pasaporte venezolano fue emitido para Endelis. El pasaporte es parte de un lote que desapareció del Ministerio.

    —¿Quién es la fuente de información?

    —Un hombre llamado José Rodríguez. Nos dio información acerca de la persona que le vendió el pasaporte a Endelis, Iván Trushenko. Rodríguez y Trushenko son los líderes de uno de nuestros partidos minoritarios de izquierda.

    —¿Trushenko?— Matt repitió el nombre tratando de adivinar la nacionalidad.

    —Su padre es un ruso que inmigró a Venezuela.

    —¿Y qué hace un izquierdista con un derechista como Endelis?

    Suárez sonrió. —A veces suceden cosas más raras— dijo con picardía.

    —¿Y cómo encontraron a Trushenko?

    —A él lo entregó Rodríguez, pero luego Rodríguez desapareció. Tras resistir varios interrogatorios, Trushenko nos dio la nueva identidad de Endelis.

    —¿Qué saben sobre Rodríguez?

    —No mucho.

    —¿Y sobre Trushenko?

    —Nos dijo que Endelis estaba acompañado por un hombre más joven cuando compró el pasaporte. De todos modos ya teníamos mucha información acerca de Endelis. A fines de la década de los 1940, y principios de la década de los 1950, Endelis estaba relacionado con una organización de oficiales con base en Argentina, el Grupo de Oficiales Unidos. Este grupo presionó a Perón para que importara a ex oficiales de las SS, quienes pusieron en práctica sus tácticas para fortalecer la autoridad Argentina…

    —¿Autoridad?

    —Si.

    —Perón tenía autoridad.

    —Exactamente a eso me refiero— dijo Suárez —nadie quiere discutir esta parte de la historia.

    —Pero los Nazis son el pasado, ya no tienen relevancia.

    —Si no tuvieran relevancia, no tendríamos este problema de comunicación con Menem, ¿no le parece?

    —Continúe.

    —Su estrategia es la de poner hombres leales en posiciones clave. Cohesión de grupo con un sentido del honor, aunque no haya nada de honor en sus tácticas subterráneas. Su modus operandi combina el terror con la agresión, controlando las economías por medio de infiltración del aparato militar. Perón no pudo completar sus planes porque fue derrocado.

    —¿En 1955?

    —Correcto.

    —¿Qué es lo que saben específicamente de Endelis?

    —Él era miembro de la Policía Auxiliar Letona. La policía se reportaba al Gruppe A, que era parte de la organización de Himmler— respondió Suárez —y cuando escapó a la Argentina tenía 35 años. Ahora tiene alrededor de

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