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Los silencios de Dios
Los silencios de Dios
Los silencios de Dios
Libro electrónico424 páginas2 horas

Los silencios de Dios

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Nuevamente me encuentro en el templo del Señor. ¡Qué gratificante el que así sea, pues pretendo encontrarme y encontrar mi fe, oculta a los hombres: es la fe de un viejo! Es complicada. Difícil de encontrar, después de todo lo pasado en ese largo camino. Sigo sin haber encontrado esa infancia espiritual que me permita poseer la fe que debería ser de hoy y de siempre. En mi juventud la fe era todo un florecer; en el respirar a la vida, una fe y una infancia espiritual, que era fruto de ella. Lo que digo solamente pretende recordar a aquel joven que fui y pude ser. Lo que digo es tan escandalosamente profundo como pudieron ser las conversaciones que tuve con un joven que encontré en la placidez de la mañana, en el riachuelo de la vida. El silencio de Dios las escuchó. Estoy seguro de ello. Dios se sirvió de él, de un muchacho, para escuchar sus silencios. Dios y aquel muchacho me permitieron encontrar la fe y una infancia espiritual.
IdiomaEspañol
EditorialÁlvaro Puig
Fecha de lanzamiento9 jul 2018
ISBN9788494903854
Los silencios de Dios
Autor

Álvaro Puig de Morales

Álvaro Puig de Morales nació en Bilbao en 1932. Máster en Marketing y gestión empresarial - curso de Casos Prácticos ESADE - actualmente es tutor personal y escritor. Títulos: Más allá de las sombras de la muerte, La niña que no nació, Conoce tu verdad, La bondad de un loco, Los silencios de Dios, Mis conversaciones con la ermitaña, Confesiones a Zoé, traducidos al catalán, al inglés, al alemán, al italiano, al francés y al portugués. Atraído por otras disciplinas, posee un amplio conocimiento en lo que implica la psico-sociología en relación con el individuo. Especializándose en el análisis, motivación y concepción de producto, así como en sus posibilidades de mercado; habiendo impartido clases en la Escuela Superior de Marketing. Presidente interino del curso de Alta Dirección de la Escuela de Alta Dirección ESADE, ha dado clases en todas las Cámaras de Comercio nacionales, también como profesor preparador, Administración y Dirección de empresas de la UNED y como Directivo y Consultor en Empresa, Industrial, Publicidad y Comunicación, Construcción, Industria alimentaria, Decoración y Centro comercial.

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    Los silencios de Dios - Álvaro Puig de Morales

    LOS

    SILENCIOS

    DE DIOS

    por Álvaro Puig ©

    Los silencios de Dios

    © Álvaro Puig – Tel. contacto: (+34) 932.035.014

    Barcelona ( España)

    Correo electrónico:

    alvaropuigdemorales@gmail.com

    Queda rigurosamente prohibida sin la autorización

    expresa del titular del Copyright, bajo las

    sanciones establecidas en las leyes, la reproducción

    total o parcial de esta obra por cualquier medio o

    procedimiento, comprendidas la reprografía y el

    tratamiento informático.

    Álvaro Puig

    2

    Los silencios de Dios

    Yo he escuchado los silencios de Dios.

    El Autor.

    Álvaro Puig

    3

    Los silencios de Dios

    Para los que desean encontrar a Dios.

    Lo dijo el peregrino.

    Álvaro Puig

    4

    Los silencios de Dios

    No hablar cuando no se pregunta; que la historia

    quede en el regazo del amor.

    Lo dijo Dios.

    Álvaro Puig

    5

    Los silencios de Dios

    Nuevamente me encuentro en el templo del Señor.

    ¡Qué gratificante el que así sea, pues pretendo

    encontrarme y encontrar mi fe, oculta a los

    hombres: es la fe de un viejo! Es complicada. Difícil

    de encontrar, después de todo lo pasado en ese

    largo camino. Sigo sin haber encontrado esa

    infancia espiritual que me permita poseer la fe que

    debería ser de hoy y de siempre. En mi juventud la

    fe era todo un florecer; en el respirar a la vida, una

    fe y una infancia espiritual, que era fruto de el a. Lo

    que digo solamente pretende recordar a aquel joven

    que fui y pude ser. Lo que digo es tan

    escandalosamente profundo como pudieron ser las

    conversaciones que tuve con un joven que encontré

    en la placidez de la mañana, en el riachuelo de la

    vida. El silencio de Dios las escuchó. Estoy seguro

    de el o. Dios se sirvió de él, de un muchacho, para

    escuchar sus silencios. Dios y aquel muchacho me

    permitieron encontrar la fe y una infancia espiritual.

    Álvaro Puig

    6

    Los silencios de Dios

    Historia contada por

    Un joven,

    El viejo,

    Un cura,

    El campanero,

    La maestra del pueblo,

    Un alcalde,

    El médico,

    Un peregrino,

    El escribiente,

    Un visitante,

    La rama del bosque,

    El pájaro volador,

    El pájaro del bosque,

    El riachuelo,

    El profesor,

    La langosta,

    El espantapájaros,

    La ardil a,

    El pájaro triguero,

    El gorrión,

    Un ciego,

    Un buhonero,

    El hortelano,

    El autor y Dios.

    Todos los personajes son ficticios, menos Dios.

    Álvaro Puig

    7

    Los silencios de Dios

    Hablé con el joven. Le preguntaba las cosas como

    sólo los viejos, como yo, pueden preguntar a los

    jóvenes. Mientras, Dios guardaba un silencio

    desconsolador. Lo primero que le dije es que

    estuviera atento a todo cuanto le podía decir, como

    en los cuentos o como en aquellas historias

    familiares. El joven escuchaba, con curiosidad y

    aplomo. Escuchaba al viejo, porque el silencio de

    Dios se prolongaba. El viejo se preguntaba si a Dios

    no le interesaba lo que decían. Es posible que ya lo

    supiera, y que lo que le interesara fuera escuchar la

    conversación entre el viejo y el joven.

    La expresión del joven se alargó, con sosiego y a la

    vez con una cierta tristeza. El joven, mirando a lo

    lejos, sonrió con gratitud al viejo por cuanto le iba

    diciendo. Para el joven, todo lo que le decía el viejo

    le era nuevo. Él, el joven, solamente conocía su

    propia vida. Como era corta y sin demasiados

    acontecimientos, todo lo que ocurriese a los demás,

    le resultaba sorprendente. El joven quería aprender

    del viejo, pues mucho sabía de las historias de los

    demás, y la que le había contado le parecía que no

    era demasiado real. Pero sí que lo era. Además si el

    viejo no se las contaba, ¿quién le contaría una u otra

    historia?

    El silencio de Dios estaba cogido a las estrelas, y

    sólo el as podían fijarse en lo que ocurría en la

    Tierra. Las estrel as podían escuchar los silencios de

    Dios. El viejo quería encontrar la bondad y la

    calidez del joven que le escuchaba y escuchar,

    también, los silencios de Dios.

    Álvaro Puig

    8

    Los silencios de Dios

    Pensó el joven que Dios conocía al viejo no

    solamente por sus muchos años, sino desde

    siempre. Aunque no se hablasen, aunque el viejo y

    Dios no se dijeran nada, ni uno ni el otro. ¡Dios

    estaba tan lejos y el viejo era tan viejo! Si pensaba en

    él, era todo un silencio. El joven sintió que amaba a

    uno y a otro. A Dios, al que iba descubriendo, y al

    viejo, porque sus palabras eran bondadosas y

    acerantes al mismo tiempo. El joven pensó: "Tanto

    uno como otro son uno del otro, se pertenecen." Y

    él estaba en medio, porque el destino así lo quiso.

    ¡Qué manera de jugar con el destino, como si el

    destino fuera cualquier cosa!

    --Nadie puede hablar de una historia, sino es

    diciéndola como si fuera un cuento--esto lo dijo

    Dios al joven.

    El viejo, sonriendo, dijo al joven:

    --Dios siempre tiene razón. No porque sea Dios,

    sino porque ve más que nosotros. Esto es posible

    porque Dios está muy cerca de nosotros y a la vez

    muy lejos. La lejanía le permite conocer la tragedia

    de las vidas.

    Recordó lo que había dicho un monje: "En el

    silencio está Dios." No l egó a comprenderlo. Lo

    único que pensó es que cuando un hombre santo

    dice algo parecido debe de tener razón. Lo que sí le

    pareció es que la frase era sorprendentemente

    profunda, o debería serlo, y exclamó:

    --¡Estos hombres santos cuántas cosas dicen que los

    demás no entendemos! A lo mejor por eso son

    santos.

    Álvaro Puig

    9

    Los silencios de Dios

    El viejo, leyendo el pensamiento del joven, exclamó:

    --¡Cuánta verdad hay en todo lo que piensas! Para

    ser tan joven, sabes más que los viejos.

    Viejo o no, pensamos: ¿por qué se sufre tanto

    cuando el sufrimiento no siempre tiene sentido? No

    siempre hay un porqué. ¡Demonios, con los

    humanos! Deberíamos escuchar el relampaguear de

    las luces de la noche y también a los que sueñan al

    despertar diariamente a la vida. Dios la hizo, aunque

    no nos haya dicho demasiado de el a.

    --Así es la vida--dijo el viejo.

    El joven loró por las palabras del viejo. Siendo un

    buen hombre, sus pensamientos y dichos eran bien

    tristes. El joven intentó hablar con Dios, pero su

    silencio fue sepulcral.

    ¿Dónde estaba la magnificencia de la vida, si todo, o

    casi todo, era lo que el viejo decía? La oración del

    joven fue escuchada por Dios y le dijo:

    --En las palabras del viejo hay muchas verdades

    sobre el ser humano. La vida del ser humano es así,

    pero eso no importa porque, así y todo, existe la

    magnificencia.

    La voz de Dios se hizo profunda.

    --El vivir del hombre es mucho más profundo y

    magnífico que su obrar. Muchas veces obra sin

    maldad alguna. ¿Por qué crees--siguió diciendo al

    joven--que yo lo creé? Lee los libros sagrados, en

    el os encontrarás más de una explicación. Yo he

    amado al ser humano, y, a veces, más de lo que

    debía, porque es mucho lo que se equivoca.

    Álvaro Puig

    10

    Los silencios de Dios

    Además, no olvides que el bien y el mal están en él,

    así como su conversión, porque si no, dejaría de ser

    humano.

    El joven creyó entender lo que había dicho su Dios,

    y quedó dormido en el regazo del amor, del amor

    de Dios y en el deseo de amar, de amar a los demás.

    --A ver si el ser humano sabe quién soy, de una vez

    para todas: soy el Dios de todos, pero no para todo.

    Dejé que el ser humano supiera vivir con todo lo

    que le he ido dando.

    Dios sonrió, no dijo nada más, pues se cansó de sus

    propias palabras y de la incomprensión del hombre.

    Dicen, pensó el viejo, que Dios está cerca del

    hombre. Puede que sea cierto, pero su silencio hace

    que no lo sintamos.

    --¿Acaso--preguntó--es que su silencio es necesario

    para él? ¿Para que de este modo y manera, oremos y

    sigamos orando como si fuéramos sordos al

    misterio de lo divino? En resumidas cuentas, poco

    debe de contar nuestro sufrimiento, cuando el

    silencio de Dios se hace impenetrable.

    El joven escuchó con cierto asombro las

    lamentaciones del viejo, y pensó que no era como

    decía, pues él había escuchado a Dios.

    Se hizo una bendita pregunta: "¿No sería que para

    oír a Dios, es necesario que sintamos o vivamos una

    infancia espiritual? ¿que seamos más puros que las

    vírgenes que iluminan el mar, que todo purifica,

    Álvaro Puig

    11

    Los silencios de Dios

    como un bautismo?" Los pensamientos del joven

    eran transparentes como el agua del riachuelo.

    El riachuelo lo conocía bien, pues cada mañana se

    sentaba cerca de él, pensando e intentando adivinar

    cuantas cosas no entendía.

    --Ciertamente el viejo sabe mucho, profundiza, llega

    a analizar las cosas que ocurren y a conocer a las

    personas. Por el o os digo: escuchadlo porque, a

    veces, sus palabras--él no lo sabe--, se las dicto yo,

    su Dios, que hice de él, sin que lo supiera,

    conocedor de lo que puede ser, sencil amente,

    humano. Incluso en la aparente sencil ez de la frase

    la vida no es más que la vida. Si l ega a

    pronunciarla es porque conoce realmente lo que es

    la vida. Es una realidad plana.

    Dios, pensó que es magnífico que haya en la Tierra

    hombres capaces de pensar y de decir lo que dice el

    viejo.

    --Bueno, al menos, tengo a alguien en quien

    descansar, y no solamente en los santos, algunos de

    los cuales, lo tengo que decir, no siempre son

    capaces de acercarse a la humanidad del viejo.

    También me tranquiliza que el joven le escuche,

    aunque no siempre comprenda todo lo que dice. Ya

    lo entenderá y, aunque no l egara a entender todo lo

    que dice el viejo, no me importa. No importan

    tanto las palabras, lo que más importa es cómo se

    dice. Algo así como cuando yo hablaba a las

    multitudes, a unos y a otros. Mis palabras no

    siempre fueron oídas. Pero abrí las mentes,

    mostrando como el devenir de la vida de cada uno

    no depende solamente de uno mismo, ni tan

    siquiera de mí; pues si así fuera, dejaría de ser Dios

    Álvaro Puig

    12

    Los silencios de Dios

    para los humanos, y no pretendo quedarme solo, sin

    ellos.

    Dios cal ó, pues creía que había dicho demasiado de

    una sola vez.

    --¡Qué consciente es Dios! --exclamaron las

    estrellas.

    Cuando se pronunció tal frase, se apagaron. Su

    tintinear había molestado al firmamento, como si

    el as fueran las únicas del cosmos. Siempre se

    hablaba de el as cuando alguien quería decir algo

    sentimental. Aunque fuera grande su enfado, Dios

    dijo que eran sus estrel as y las quería, pues más de

    una vez le habían servido para comunicarse con los

    humanos. El joven dijo a su Dios, abiertamente, que

    no debería ser tan infantil, que tenía que ser un Dios

    fuerte y sin sentimentalismos. El Dios de los libros

    sagrados.

    Dios respondió:

    --¿De qué libros sagrados me hablas?, y ¿por qué

    tengo que ser fuerte y no infantil? Pero, hijo--

    cuando lo dijo su voz se amplifico--, ¿qué piensas o

    crees que es Dios? No seas tan imprudente,

    diciendo lo que dices. No me enfado porque eres

    joven, pero piensa un poco más y conocerás mi

    realidad, aunque sea tan poco conocida por los

    hombres. Dile al viejo que te hable de mí, sin más

    discursos ni peroratas.

    Dios, en su silenciosa caridad, hubiera querido decir

    al joven y al viejo: "No sufráis, porque aquí me

    encontraréis. No os angustiéis. ¿No sabéis que soy

    el Dios de la paz, conocedor de que todo lo que

    ocurre, y que, si lo conozco, es que así debe ser?

    ¿Por qué la angustia del hombre l ega a cubrir las

    montañas, como la lava del volcán?"

    Álvaro Puig

    13

    Los silencios de Dios

    Dios elevó su mirada a los astros, mientras pensaba

    en todo ello y exclamó:

    --¡Es que el hombre no puede dejar de ser lo que es!

    Es imposible que su espiritualidad pueda ser mayor

    de la que es. El hombre debería descansar en su

    espíritu. Yo, como Dios, puedo anular las angustias

    y los sufrimientos, pero, ¿qué quedaría del ser

    humano? Si ahora ya es poco, entonces quedaría en

    nada. ¿Y yo, como Dios, qué podría significar para

    él? Si así fuera, el hombre no sabría orar, lo cual es

    la esencia de sí mismo. No sabría ni podría amar,

    que es lo que le dignifica. ¿Qué hubiera significado

    la relación de todo lo que he creado? La naturaleza

    estaría huérfana de tantos afanes y súplicas. Que el

    hombre no se queje de mí, porque para algo estoy.

    Habiendo dicho esto, su mirada rozó el infinito del

    firmamento, y se

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