Los silencios de Dios
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Álvaro Puig de Morales
Álvaro Puig de Morales nació en Bilbao en 1932. Máster en Marketing y gestión empresarial - curso de Casos Prácticos ESADE - actualmente es tutor personal y escritor. Títulos: Más allá de las sombras de la muerte, La niña que no nació, Conoce tu verdad, La bondad de un loco, Los silencios de Dios, Mis conversaciones con la ermitaña, Confesiones a Zoé, traducidos al catalán, al inglés, al alemán, al italiano, al francés y al portugués. Atraído por otras disciplinas, posee un amplio conocimiento en lo que implica la psico-sociología en relación con el individuo. Especializándose en el análisis, motivación y concepción de producto, así como en sus posibilidades de mercado; habiendo impartido clases en la Escuela Superior de Marketing. Presidente interino del curso de Alta Dirección de la Escuela de Alta Dirección ESADE, ha dado clases en todas las Cámaras de Comercio nacionales, también como profesor preparador, Administración y Dirección de empresas de la UNED y como Directivo y Consultor en Empresa, Industrial, Publicidad y Comunicación, Construcción, Industria alimentaria, Decoración y Centro comercial.
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Los silencios de Dios - Álvaro Puig de Morales
LOS
SILENCIOS
DE DIOS
por Álvaro Puig ©
Los silencios de Dios
© Álvaro Puig – Tel. contacto: (+34) 932.035.014
Barcelona ( España)
Correo electrónico:
alvaropuigdemorales@gmail.com
Queda rigurosamente prohibida sin la autorización
expresa del titular del Copyright
, bajo las
sanciones establecidas en las leyes, la reproducción
total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidas la reprografía y el
tratamiento informático.
Álvaro Puig
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Los silencios de Dios
Yo he escuchado los silencios de Dios.
El Autor.
Álvaro Puig
3
Los silencios de Dios
Para los que desean encontrar a Dios.
Lo dijo el peregrino.
Álvaro Puig
4
Los silencios de Dios
No hablar cuando no se pregunta; que la historia
quede en el regazo del amor.
Lo dijo Dios.
Álvaro Puig
5
Los silencios de Dios
Nuevamente me encuentro en el templo del Señor.
¡Qué gratificante el que así sea, pues pretendo
encontrarme y encontrar mi fe, oculta a los
hombres: es la fe de un viejo! Es complicada. Difícil
de encontrar, después de todo lo pasado en ese
largo camino. Sigo sin haber encontrado esa
infancia espiritual que me permita poseer la fe que
debería ser de hoy y de siempre. En mi juventud la
fe era todo un florecer; en el respirar a la vida, una
fe y una infancia espiritual, que era fruto de el a. Lo
que digo solamente pretende recordar a aquel joven
que fui y pude ser. Lo que digo es tan
escandalosamente profundo como pudieron ser las
conversaciones que tuve con un joven que encontré
en la placidez de la mañana, en el riachuelo de la
vida. El silencio de Dios las escuchó. Estoy seguro
de el o. Dios se sirvió de él, de un muchacho, para
escuchar sus silencios. Dios y aquel muchacho me
permitieron encontrar la fe y una infancia espiritual.
Álvaro Puig
6
Los silencios de Dios
Historia contada por
Un joven,
El viejo,
Un cura,
El campanero,
La maestra del pueblo,
Un alcalde,
El médico,
Un peregrino,
El escribiente,
Un visitante,
La rama del bosque,
El pájaro volador,
El pájaro del bosque,
El riachuelo,
El profesor,
La langosta,
El espantapájaros,
La ardil a,
El pájaro triguero,
El gorrión,
Un ciego,
Un buhonero,
El hortelano,
El autor y Dios.
Todos los personajes son ficticios, menos Dios.
Álvaro Puig
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Los silencios de Dios
Hablé con el joven. Le preguntaba las cosas como
sólo los viejos, como yo, pueden preguntar a los
jóvenes. Mientras, Dios guardaba un silencio
desconsolador. Lo primero que le dije es que
estuviera atento a todo cuanto le podía decir, como
en los cuentos o como en aquellas historias
familiares. El joven escuchaba, con curiosidad y
aplomo. Escuchaba al viejo, porque el silencio de
Dios se prolongaba. El viejo se preguntaba si a Dios
no le interesaba lo que decían. Es posible que ya lo
supiera, y que lo que le interesara fuera escuchar la
conversación entre el viejo y el joven.
La expresión del joven se alargó, con sosiego y a la
vez con una cierta tristeza. El joven, mirando a lo
lejos, sonrió con gratitud al viejo por cuanto le iba
diciendo. Para el joven, todo lo que le decía el viejo
le era nuevo. Él, el joven, solamente conocía su
propia vida. Como era corta y sin
demasiados
acontecimientos, todo lo que ocurriese a los demás,
le resultaba sorprendente. El joven quería aprender
del viejo, pues mucho sabía de las historias de los
demás, y la que le había contado le parecía que no
era demasiado real. Pero sí que lo era. Además si el
viejo no se las contaba, ¿quién le contaría una u otra
historia?
El silencio de Dios estaba cogido a las estrelas, y
sólo el as podían fijarse en lo que ocurría en la
Tierra. Las estrel as podían escuchar los silencios de
Dios. El viejo quería encontrar la bondad y la
calidez del joven que le escuchaba y escuchar,
también, los silencios de Dios.
Álvaro Puig
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Los silencios de Dios
Pensó el joven que Dios conocía al viejo no
solamente por sus muchos años, sino desde
siempre. Aunque no se hablasen, aunque el viejo y
Dios no se dijeran nada, ni uno ni el otro. ¡Dios
estaba tan lejos y el viejo era tan viejo! Si pensaba en
él, era todo un silencio. El joven sintió que amaba a
uno y a otro. A Dios, al que iba descubriendo, y al
viejo, porque sus palabras eran bondadosas y
acerantes al mismo tiempo. El joven pensó: "Tanto
uno como otro son uno del otro, se pertenecen." Y
él estaba en medio, porque el destino así lo quiso.
¡Qué manera de jugar con el destino, como si el
destino fuera cualquier cosa!
--Nadie puede hablar de una historia, sino es
diciéndola como si fuera un cuento--esto lo dijo
Dios al joven.
El viejo, sonriendo, dijo al joven:
--Dios siempre tiene razón. No porque sea Dios,
sino porque ve más que nosotros. Esto es posible
porque Dios está muy cerca de nosotros y a la vez
muy lejos. La lejanía le permite conocer la tragedia
de las vidas.
Recordó lo que había dicho un monje: "En el
silencio está Dios." No l egó a comprenderlo. Lo
único que pensó es que cuando un hombre santo
dice algo parecido debe de tener razón. Lo que sí le
pareció es que la frase era sorprendentemente
profunda, o debería serlo, y exclamó:
--¡Estos hombres santos cuántas cosas dicen que los
demás no entendemos! A lo mejor por eso son
santos.
Álvaro Puig
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Los silencios de Dios
El viejo, leyendo el pensamiento del joven, exclamó:
--¡Cuánta verdad hay en todo lo que piensas! Para
ser tan joven, sabes más que los viejos.
Viejo o no, pensamos: ¿por qué se sufre tanto
cuando el sufrimiento no siempre tiene sentido? No
siempre hay un porqué. ¡Demonios, con los
humanos! Deberíamos escuchar el relampaguear de
las luces de la noche y también a los que sueñan al
despertar diariamente a la vida. Dios la hizo, aunque
no nos haya dicho demasiado de el a.
--Así es la vida--dijo el viejo.
El joven loró por las palabras del viejo. Siendo un
buen hombre, sus pensamientos y dichos eran bien
tristes. El joven intentó hablar con Dios, pero su
silencio fue sepulcral.
¿Dónde estaba la magnificencia de la vida, si todo, o
casi todo, era lo que el viejo decía? La oración del
joven fue escuchada por Dios y le dijo:
--En las palabras del viejo hay muchas verdades
sobre el ser humano. La vida del ser humano es así,
pero eso no importa porque, así y todo, existe la
magnificencia.
La voz de Dios se hizo profunda.
--El vivir del hombre es mucho más profundo y
magnífico que su obrar. Muchas veces obra sin
maldad alguna. ¿Por qué crees--siguió diciendo al
joven--que yo lo creé? Lee los libros sagrados, en
el os encontrarás más de una explicación. Yo he
amado al ser humano, y, a veces, más de lo que
debía, porque es mucho lo que se equivoca.
Álvaro Puig
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Los silencios de Dios
Además, no olvides que el bien y el mal están en él,
así como su conversión, porque si no, dejaría de ser
humano.
El joven creyó entender lo que había dicho su Dios,
y quedó dormido en el regazo del amor, del amor
de Dios y en el deseo de amar, de amar a los demás.
--A ver si el ser humano sabe quién soy, de una vez
para todas: soy el Dios de todos, pero no para todo.
Dejé que el ser humano supiera vivir con todo lo
que le he ido dando.
Dios sonrió, no dijo nada más, pues se cansó de sus
propias palabras y de la incomprensión del hombre.
Dicen, pensó el viejo, que Dios está cerca del
hombre. Puede que sea cierto, pero su silencio hace
que no lo sintamos.
--¿Acaso--preguntó--es que su silencio es necesario
para él? ¿Para que de este modo y manera, oremos y
sigamos orando como si fuéramos sordos al
misterio de lo divino? En resumidas cuentas, poco
debe de contar nuestro sufrimiento, cuando el
silencio de Dios se hace impenetrable.
El joven escuchó con cierto asombro las
lamentaciones del viejo, y pensó que no era como
decía, pues él había escuchado a Dios.
Se hizo una bendita pregunta: "¿No sería que para
oír a Dios, es necesario que sintamos o vivamos una
infancia espiritual? ¿que seamos más puros que las
vírgenes que iluminan el mar, que todo purifica,
Álvaro Puig
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Los silencios de Dios
como un bautismo?" Los pensamientos del joven
eran transparentes como el agua del riachuelo.
El riachuelo lo conocía bien, pues cada mañana se
sentaba cerca de él, pensando e intentando adivinar
cuantas cosas no entendía.
--Ciertamente el viejo sabe mucho, profundiza, llega
a analizar las cosas que ocurren y a conocer a las
personas. Por el o os digo: escuchadlo porque, a
veces, sus palabras--él no lo sabe--, se las dicto yo,
su Dios, que hice de él, sin que lo supiera,
conocedor de lo que puede ser, sencil amente,
humano. Incluso en la aparente sencil ez de la frase
la vida no es más que la vida
. Si l ega a
pronunciarla es porque conoce realmente lo que es
la vida. Es una realidad plana.
Dios, pensó que es magnífico que haya en la Tierra
hombres capaces de pensar y de decir lo que dice el
viejo.
--Bueno, al menos, tengo a alguien en quien
descansar, y no solamente en los santos, algunos de
los cuales, lo tengo que decir, no siempre son
capaces de acercarse a la humanidad del viejo.
También me tranquiliza que el joven le escuche,
aunque no siempre comprenda todo lo que dice. Ya
lo entenderá y, aunque no l egara a entender todo lo
que dice el viejo, no me importa. No importan
tanto las palabras, lo que más importa es cómo se
dice. Algo así como cuando yo hablaba a las
multitudes, a unos y a otros. Mis palabras no
siempre fueron oídas. Pero abrí las mentes,
mostrando como el devenir de la vida de cada uno
no depende solamente de uno mismo, ni tan
siquiera de mí; pues si así fuera, dejaría de ser Dios
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Los silencios de Dios
para los humanos, y no pretendo quedarme solo, sin
ellos.
Dios cal ó, pues creía que había dicho demasiado de
una sola vez.
--¡Qué consciente es Dios! --exclamaron las
estrellas.
Cuando se pronunció tal frase, se apagaron. Su
tintinear había molestado al firmamento, como si
el as fueran las únicas del cosmos. Siempre se
hablaba de el as cuando alguien quería decir algo
sentimental. Aunque fuera grande su enfado, Dios
dijo que eran sus estrel as y las quería, pues más de
una vez le habían servido para comunicarse con los
humanos. El joven dijo a su Dios, abiertamente, que
no debería ser tan infantil, que tenía que ser un Dios
fuerte y sin sentimentalismos. El Dios de los libros
sagrados.
Dios respondió:
--¿De qué libros sagrados me hablas?, y ¿por qué
tengo que ser fuerte y no infantil? Pero, hijo--
cuando lo dijo su voz se amplifico--, ¿qué piensas o
crees que es Dios? No seas tan imprudente,
diciendo lo que dices. No me enfado porque eres
joven, pero piensa un poco más y conocerás mi
realidad, aunque sea tan poco conocida por los
hombres. Dile al viejo que te hable de mí, sin más
discursos ni peroratas.
Dios, en su silenciosa caridad, hubiera querido decir
al joven y al viejo: "No sufráis, porque aquí me
encontraréis. No os angustiéis. ¿No sabéis que soy
el Dios de la paz, conocedor de que todo lo que
ocurre, y que, si lo conozco, es que así debe ser?
¿Por qué la angustia del hombre l ega a cubrir las
montañas, como la lava del volcán?"
Álvaro Puig
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Los silencios de Dios
Dios elevó su mirada a los astros, mientras pensaba
en todo ello y exclamó:
--¡Es que el hombre no puede dejar de ser lo que es!
Es imposible que su espiritualidad pueda ser mayor
de la que es. El hombre debería descansar en su
espíritu. Yo, como Dios, puedo anular las angustias
y los sufrimientos, pero, ¿qué quedaría del ser
humano? Si ahora ya es poco, entonces quedaría en
nada. ¿Y yo, como Dios, qué podría significar para
él? Si así fuera, el hombre no sabría orar, lo cual es
la esencia de sí mismo. No sabría ni podría amar,
que es lo que le dignifica. ¿Qué hubiera significado
la relación de todo lo que he creado? La naturaleza
estaría huérfana de tantos afanes y súplicas. Que el
hombre no se queje de mí, porque para algo estoy.
Habiendo dicho esto, su mirada rozó el infinito del
firmamento, y se