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Ah, ¿sí?: Cómo hablar de Dios a los niños
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Ah, ¿sí?: Cómo hablar de Dios a los niños
Libro electrónico195 páginas2 horas

Ah, ¿sí?: Cómo hablar de Dios a los niños

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Información de este libro electrónico

Los niños son forjadores de preguntas impertinentes. A menudo, sus interrogantes nos hacen ruborizar. A través de sus demandas nos muestran la insostenible levedad de nuestros conocimientos, la fragilidad de nuestras teorías. Ellos no conocen, aún, lo que es tabú, no son esclavos del lenguaje políticamente correcto. Preguntan y esperan respuesta. Los que creemos que Dios es el Amor cósmico que alienta a la persona y la conduce a la máxima plenitud, consideramos que merece la pena que los niños descubran, en la profundidad de su ser, esta energía creadora de bondad, de verdad y de belleza. He escrito este libro pensando, especialmente, en mis cinco hijos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 jun 2019
ISBN9788491362258
Ah, ¿sí?: Cómo hablar de Dios a los niños

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    Ah, ¿sí? - Francesc Torralba

    FRANCESC TORRALBA ROSELLÓ

    Traducción de Jesús Ballaz

    Ah, ¿sí?

    Cómo hablar de Dios a los niños

    Segunda edición

    Ilustración de la cubierta: Anna Torralba del Blanco

    © Francesc Torralba Roselló

    © Editorial Claret, slu

    Roger de Llúria, 5 – 08010 Barcelona

    Tel.: 933 010 062 –Fax: 933 174 830

    www.editorialclaret.es – editorial@claret.es

    Conversión a libro electrónico: El Taller del Llibre, S. L.

    ISBN: 978-84-9136-225-8

    Para Núria,

    Oriol,

    Anna,

    Valentí

    y Mireia

    Proemio

    Éste no es un libro para niños. Tampoco para teólogos y menos aún para filósofos. Es un libro para padres, sobre todo, para madres. Me pregunto aquí cómo hablar de Dios a los niños del siglo XXI. Hablar de Dios siempre es difícil y, más aún, en un contexto espiritualmente anémico como el nuestro. Pero partimos de la convicción de que vale la pena hablar de ello, incluso asumiendo la posibilidad de no hacerlo con éxito.

    Me pregunto cómo hablar de Dios a los niños de hoy, pero hay unas preguntas previas que no tienen una respuesta obvia y que probablemente, al leer el título, muchos se plantearán: ¿Por qué hablar de estos temas? ¿Hay alguna razón para hacerlo? ¿Qué interés puede tener en el proceso formativo de un hijo? ¿Le ayudará a ser más feliz? ¿Por qué dedicar esfuerzos a ello?

    Muchos consideran que la cuestión de Dios es irrelevante, un tema carente de interés educativo, un vestigio del pasado que no interesa a las nuevas generaciones. Otros no sólo consideran estéril sino inquietante e, incluso, negativo suscitar en los niños el deseo de Dios. Asocian la idea de Dios a sentimientos de culpa y de temor que no desean para sus hijos.

    En nuestro contexto cultural, occidental, líquido y posmoderno, ya no es evidente que se tenga que hablar de Dios a los niños. Esta idea es una novedad histórica significativa. Se cuestiona lo que antes se daba por sentado. Eso exige un ejercicio de razonamiento, de persuasión. Hay que evitar el sistemático proceso de proyección. Sería muy lamentable no hablar de Dios a los hijos por una mala transmisión que nosotros hayamos sufrido. Les debemos ofrecer la posibilidad de vivir esta experiencia, estimular su dimensión espiritual, pero para ello, hay que superar prejuicios enquistados en la estructura emocional de la persona.

    Parto del siguiente presupuesto: si Dios no es fuerza liberadora, un Amor que edifica y cura desde dentro de la persona, no creo que valga la pena dilucidar cómo hablar de Dios. Quienes creemos que Dios es el Amor cósmico que alienta a la persona y la conduce a la máxima plenitud de su ser no somos indiferentes a la pregunta sobre cómo hablar de Dios a los niños del siglo XXI, porque consideramos que vale la pena que descubran en el fondo de su ser esa energía creadora de bondad, verdad y belleza.

    El niño es un forjador de inquietantes preguntas. Es crítico, rápido y, a veces, impertinente. Sus interrogantes muchas veces nos hacen sonrojar. Con sus demandas, se pone de manifiesto la insoportable levedad de nuestros conocimientos, la fragilidad de nuestras teorías. El niño desconoce todavía el tabú y no es esclavo del lenguaje políticamente correcto. Descarado, inocente, inquiere y espera respuestas. No se contenta con cualquier respuesta. Desea razones, aspira a entender lo que pregunta.

    Dios es algo extraño en la vida de los niños de nuestro tiempo. Son hijos de una cultura donde Éste está ausente o al menos ha sido eclipsado tras una constelación de pequeñas divinidades. Viven y juegan en un mundo sin Dios. Se mueven en espacios profanos, viven tiempos profanos. La experiencia religiosa se repliega a la estricta intimidad y eso afecta, lógicamente, a los procesos de transmisión.

    Con todo, surgen algunas preguntas. ¿Nos habríamos preguntado por Dios, si nunca nos hubieran hablado de Él? Hay que estimular en los niños una actitud de búsqueda admirativa, reflexiva y contemplativa. No es fácil sacarles de las autopistas y mostrarles senderos por descubrir, pero debemos hacerlo porque de esta manera adquieren un sentido más complejo de la realidad. Creo que los padres debemos potenciar en ellos el deseo explícito de saber y, sobre todo, de amar.

    He recogido algunas preguntas reales, otras son elaboraciones mías. Parto de una experiencia autobiográfica, real, vivida. Quedan, sin embargo, muchas preguntas en el tintero, una constelación de interrogantes que, sencillamente, no han tenido cabida en este texto.

    Estoy convencido de que lo más relevante no es hablarles de Dios sino que escuchen su Voz, que experimenten su interpelación. Los padres somos intermediarios. Hemos de crear las condiciones de posibilidad para ese encuentro interpersonal, pero no podemos sustituir ni simular ese encuentro único que es el acto de fe. Seguro que debemos evitar ser obstáculo. Tengo muy claro que lo más esencial no es hablarles de Dios, sino que se sientan llamados a escucharle y a hablarle.

    He suprimido preguntas que tienen que ver con la moral de la persona y con otros tratados de la teología y me he centrado sólo en la cuestión de Dios, la libertad y la muerte. He tratado de agrupar las preguntas en bloques más o menos temáticos para facilitar la lectura y para identificar bien los problemas. Ya sabemos que una conversación, si es viva, no se deja constreñir fácilmente y salta de un tema a otro. No he pretendido, en ningún caso, reproducir el esquema tradicional de los antiguos catecismos (pregunta-respuesta). Más bien, he dejado fluir pensamientos e ideas en torno a la naturaleza de Dios a partir de preguntas que no siempre son fáciles de contestar. Un célebre pensador danés, Søren Kierkegaard dice que «el discípulo es una ocasión para que el maestro se conozca mejor a sí mismo». Estoy convencido de la verdad que contiene esta frase. Las preguntas que nos plantean los hijos son una ocasión para entrar a fondo, para conocernos de verdad, para profundizar en las propias convicciones y medir mejor la calidad de nuestra fe. 

    En ocasiones, pienso que es mejor no hablar de Dios, pero somos seres racionales, estamos dotados de esta maravillosa herramienta que es la palabra. Debemos esperar que la palabra que brota de nuestros labios sea un reflejo, aunque pálido, de la Palabra de Dios, de aquella Palabra que Él, en un acto infinito de Amor, ha querido dirigir a todos los hombres y mujeres.

    Hay que reconocer, sin embargo, que no siempre es apropiado hablar de Dios. Hay muchas interferencias en la vida cotidiana que hacen difícil hablar de esto con la debida serenidad. Vivimos en entornos muy saturados de comunicación y la inmediatez es el pan nuestro de cada día. Cuando no es el ruido exterior, es el ruido dentro de nosotros lo que obstaculiza una elevación espiritual. También debemos reconocer que hay temas que da pereza tratarlos, porque no nos sentimos seguros en ellos y tenemos miedo de caer en el ridículo. Nos falta luz, claridad. El entorno tampoco ayuda. Da la impresión de que hablar de Dios en un contexto donde está cultural y socialmente ausente es ir contracorriente, picar piedra, emprender un camino que nos conduce a un fracaso seguro.

    Tampoco es fácil encontrar el momento oportuno para hablar de Dios. No es sencillo buscar el lugar adecuado, ni las palabras justas. Somos como somos. Se nos llama a hacer presente lo eterno en la porosa vida cotidiana, pero hay mucho ruido en la vida cotidiana y la velocidad que imponemos a nuestras existencias hace difícil entrar en las grandes cuestiones.

    Hemos adoptado la forma de diálogo siguiendo como modelo a los grandes pensadores de la historia de la filosofía cristiana como el mismo San Agustín. En su obra, reproduce diálogos y, a través del intercambio de palabras y de silencios, se entrevé la verdad. Un diálogo especialmente luminoso que inspira este modesto libro es el De Magistro donde San Agustín dialoga con su hijo, Adeodato. El hijo va planteando preguntas a su padre y éste responde a ellas y suscita otras nuevas. 

    El libro que el lector tiene en sus manos no pretende ser un catecismo infantil y, menos aún, un catecismo para adultos. No tengo autoridad ni capacidad para hacer una obra de este tipo. Tampoco es una apología de la fe, ni una defensa racional de las verdades del Credo. Es, sencillamente, un instrumento, que espero sea útil a las madres y a los padres que se atreven a hablar de Dios a sus hijos. Al terminar este prólogo, me vienen a la memoria aquellas palabras de Ludwig Wittgenstein en el prólogo al Tractatus (1921): «Si este trabajo tiene algún valor, consistirá en dos cosas. Primero, en que se expresan pensamientos, y este valor será mayor cuanto mejor expresados estén. Cuanto más se haya remachado el clavo. Aquí soy consciente de haberme quedado muy por debajo de lo que era posible. Simplemente porque mis fuerzas para cumplir la tarea son escasas. Que vengan otros y que lo hagan mejor».  

    Sentimos cierto temor a la hora de hablar de Dios. Experimentamos desazón porque hay un universo de preguntas en el tintero que no somos capaces de responder. Con todo, hay que hablar de ello abiertamente. No se puede olvidar que el mejor modo de hacerlo presente en la vida familiar es a través del testimonio de un amor incondicional que se vuelca, a fondo perdido, que se abandona y no espera nada. Absolutamente nada.

    EL AUTOR

    Presentación de los personajes

    Javier es el protagonista de este libro. Es un chico de doce años, perspicaz, un poco distraído y muy movido. Tiene una inmensa curiosidad por todo lo que ve y toca. Nada detiene su capacidad de preguntar. Quiere conocerlo todo. Le gusta el fútbol y, de mayor, quiere ser astronauta. Su capacidad de preguntar no conoce límites y, muy a menudo, pone a su madre contra las cuerdas. Saca buenas notas sin esforzarse mucho, vive pegado al televisor y ya hace tiempo que reclama un teléfono móvil sin éxito. Todos los niños de su clase ya lo tienen y él cree que no tardará mucho en convencer a su madre.

    Blanca es la madre de Javier. Tiene treinta y nueve años. Es una mujer alta, bella, de piel morena. Es maestra. Ha terminado la licenciatura en filosofía y se ha embarcado en una tesis doctoral sobre Baruch Spinoza. Vive ajetreada, como todas las mujeres de su generación, entre el trabajo y la familia. Intenta ser coherente. Sabe que la fe es el tesoro más grande que puede comunicar a sus hijos. Para muchas preguntas no tiene respuesta, pero le maravilla Jesús y confía en Él. No es una devota en el sentido tradicional del término, pero posee una rica espiritualidad. Reza a menudo, le gusta recorrer bosques y senderos, vislumbra a Dios en todas las cosas y acepta la vida como el mayor don y, a la vez, como una aventura muy incierta. Ama locamente a su hijo y quisiera que él también descubriera dentro de sí la presencia de Dios, de un Dios que le acompaña y le cuida con ternura de todos y cada uno de los detalles de su vida.

    I. Los orígenes

    (del mundo, de la humanidad, de Dios)

    1. ¿Dios creó el mundo?

    JAVIER: Mamá, dice la maestra que la naturaleza es el resultado final de una explosión que tuvo lugar al principio.

    BLANCA: Es la conocida hipótesis del Big-Bang o explosión originaria. Tu maestra está muy bien documentada. Es una buena maestra. Parece que los científicos cada vez están más de acuerdo en admitir que, al principio, se produjo una gran explosión y de allí surgieron todas las estrellas y los planetas. Nosotros aparecimos en un planeta llamado Tierra después de millones y millones de años de aquella explosión.

    –Pero, entonces, la catequista se equivoca, porque nos leyó un texto que contaba que Dios creó el mundo en seis días y que el último día, el domingo, descansó, porque estaba agotado.

    –La catequista os leyó las primeras líneas del Génesis que,

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