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Inteligencia espiritual en los niños
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Libro electrónico274 páginas4 horas

Inteligencia espiritual en los niños

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Una obra para útil para que padres y educadores despierten la espiritualidad de los más jóvenes
La espiritualidad es un rasgo esencial en nuestra personalidad. Todos los seres humanos hemos tenido alguna vez la necesidad de buscar respuestas a nuestras inquietudes y de relacionar nuestros sentimientos con ella. Los niños no son ajenos a ello.
Los valores personales que la espiritualidad aporta son un elemento positivo que potencia un mejor desarrollo de las aptitudes emocionales de los niños. Por ello, una educación basada en la inteligencia espiritual es enriquecedora y estimulante para los más pequeños de la casa.
En este libro se ofrecen unas pautas muy prácticas para aquellos padres que quieran cultivar la inteligencia espiritual en sus hijos, y se reflexiona sobre los beneficios de la espiritualidad en el bienestar psicológico de los niños. A través de conceptos como religiosidad, confesionalidad, creencias o valores, el autor nos mostrará cómo sentar las bases para que los niños interioricen estos principios.
IdiomaEspañol
EditorialPlataforma
Fecha de lanzamiento5 jul 2016
ISBN9788416820054
Inteligencia espiritual en los niños

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    Inteligencia espiritual en los niños - Francesc Torralba

    Inteligencia espiritual

    en los niños

    Francesc Torralba

    Primera edición en esta colección: mayo de 2012

    © Francesc Torralba, 2012

    © de la presente edición: Plataforma Editorial, 2012

    Plataforma Editorial

    c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona

    Tel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 14

    www.plataformaeditorial.com

    info@plataformaeditorial.com

    ISBN: 978-84-16820-05-4

    Diseño de cubierta:

    Marta Martín

    Composición:

    Grafime

    Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

    A mis cinco hijos: Núria, Oriol,

    Anna, Mireia y Valentí

    Índice

    Prólogo

    I

    Introducción: El estado de la cuestión

    1. Educar en el desierto espiritual

    2. Lo espiritual en la educación

    3. Una constelación de significados

    4. Espiritualidad, religiosidad, confesionalidad

    5. Espiritualidad, creencias y valores

    6. ¿Educación espiritual en la escuela laica?

    7. Un modelo holístico de educación

    8. Dos obstáculos: el consumismo y la banalidad

    9. Educar: dar a luz al propio ser

    II

    Fundamentos

    1. La espiritualidad infantil

    2. Más allá de los tópicos

    3. La capacidad espiritual

    4. Las preguntas impertinentes

    5. La experiencia espiritual

    6. Filosofar con los niños

    7. Hacer teología con niños

    8. El despertar espiritual y la circunstancia

    9. El poder de los relatos

    10. El desarrollo espiritual en la infancia

    11. La pregunta por la muerte

    12. Espiritualidad del niño enfermo

    III

    Iniciación

    1. Iniciarse en la meditación

    2. Atención y consciencia plena

    3. Degustar la belleza

    4. Practicar la gratitud

    5. La actitud de reverencia

    6. El sentido del misterio

    7. La interdependencia cósmica

    8. La experiencia de la serenidad

    9. Pedagogía del asombro

    10. Compasión: la unidad con el otro

    11. La potencia de la música

    12. La experiencia del silencio

    IV

    Ejercicios prácticos

    1. Educación infantil

    2. Educación primaria

    3. Educación secundaria

    Bibliografía

    Prólogo

    En enero de 2010 publiqué, en la editorial Plataforma, Inteligencia espiritual. En poco menos de un año y medio desde el día de su publicación, aparecieron cuatro ediciones. Yo mismo fui el primer sorprendido por la grata recepción que aquel libro relativamente largo y denso suscitó entre el público especializado y no especializado.

    Desde entonces, he reflexionado sobre la educación de la inteligencia espiritual en las distintas fases del desarrollo evolutivo de la persona. He tenido la ocasión de ahondar en las distintas expresiones que tiene la inteligencia espiritual en la vida humana y de ampliar y de corregir algunos puntos débiles de aquella propuesta teórica.

    Agradezco a los lectores, a los críticos y a los colegas universitarios, las observaciones que tan amablemente han elaborado de la citada obra, enriqueciendo, significativamente, las tesis en ella defendidas. En lo fundamental, sigo considerando que la inteligencia espiritual es una modalidad de inteligencia que todos los seres humanos poseemos y que nos faculta para una serie de operaciones trascendentales en la vida.

    Considero, además, que junto con la inteligencia social, la emocional y la intrapersonal, es una modalidad fundamental para alcanzar un bienestar integral en la vida personal y que no debe tratarse aisladamente, como si fuera una unidad autónoma, sino en interacción con las otras formas de inteligencia que, desde el mapa de Howard Gardner, han sido objeto de estudio y análisis.

    Como han puesto de relieve, recientemente, investigadores norteamericanos, esta inteligencia es útil no sólo para el cultivo y el desarrollo de la vida religiosa; también lo es para el buen desarrollo de la vida secular, ya sea en el entorno íntimo (la esfera familiar) como en el entorno profesional. No es extraño que, en los últimos años, se escriba tan abundantemente sobre el vínculo entre la inteligencia espiritual y la administración y dirección de organizaciones. La bibliografía sobre esta asociación crece exponencialmente cada año que pasa.

    El nexo entre espiritualidad y management resulta, de entrada, paradójico, pues se asocia lo espiritual a lo monástico, a lo que está fuera de la vida mundana, a lo elevado, a lo trascendental, a lo divino; mientras que el universo del management tiene connotaciones mucho más terrenales. Se relaciona con el afán por el rendimiento, por la ganancia, por el negocio, por las ventas, por la promoción y, finalmente, con el mercado. Estas asociaciones de ideas que se pueden detectar fácilmente en el imaginario colectivo son, además de simples, falsas.

    Si uno ahonda, mínimamente, en la riqueza del universo espiritual y en el arte de dirigir y de gobernar personas, percibe la profunda conexión que existe entre ambas esferas. Como traté de mostrar en el citado libro, la inteligencia espiritual nos faculta, entre otras operaciones, para tomar distancia de la realidad, para elaborar fines, para realizar valoraciones y para preguntarnos por el fin (la misión) de nuestra existencia. Este conjunto de operaciones son esenciales en la vida personal, pero también lo son en el arte de dirigir y de administrar organizaciones, ya sean de carácter cultural, social, económico o político.

    Hace más de dos décadas que se insiste en el valor que tiene el desarrollo de la inteligencia emocional y social en el liderazgo de las organizaciones. Las escuelas de negocios más relevantes del mundo han integrado en sus programas el desarrollo de la inteligencia emocional como un elemento clave para formar a futuros directores y líderes empresariales con el fin de que sean capaces de identificar sus emociones, administrar inteligentemente sus emociones negativas y expresar correctamente sus vivencias positivas. También existe un consenso sobre el valor que tiene la inteligencia social para crear equipos, mantenerlos a lo largo del tiempo, para establecer vínculos empáticos y trabajar en la red, ya sea presencial o virtualmente.

    Lo que resulta novedoso en nuestro país es que se subraye, además de estas dos formas de inteligencia tan extendidas en el mundo de las universidades y de las organizaciones empresariales, la necesidad del cultivo de la inteligencia espiritual. Y, sin embargo, en los journals más importantes del mundo sobre management y business, la relación entre la inteligencia espiritual y la empresa es muy habitual.

    Los expertos en liderazgo subrayan que un líder debe tener capacidad para identificar sus emociones y las ajenas, canalizar su emotividad tóxica y expresar correctamente sus emociones positivas. Se le supone la habilidad para crear red, para establecer vínculos empáticos con sus colaboradores, para crear alianzas con sus clientes y competidores. Pero, además de todo ello, debe saber tomar distancia, proponerse ideales, valorar el proyecto común y plantearse la misión de la organización. Este conjunto de operaciones depende íntimamente de la inteligencia espiritual.

    Preguntarse cuál es el fin de una organización y reflexionar sobre los modos para alcanzar la visión es la tarea esencial del líder y ello requiere de una educación de la inteligencia espiritual. Necesita poder contemplar el conjunto de la organización como un todo, meditar sobre lo que está haciendo cada uno de los agentes, experimentar que todo ello tiene sentido y saber valorar críticamente el recorrido ejercido. Esta capacidad visionaria, en el mejor sentido del término visionario, es determinante en un buen líder, pues sólo así puede innovar, arriesgar, asumir nuevos fracasos y, sobre todo, aprender de ellos.

    Mi propósito, en este libro, no radica en ahondar en este vínculo y constatar los beneficios que aporta el desarrollo de la inteligencia espiritual en la administración y en la dirección de las organizaciones. Ello daría pie a otro libro, que no descartamos en el futuro. Mi finalidad aquí es esencialmente formativa. Me planteo cómo educar y estimular la inteligencia espiritual en los niños, cómo trabajarla en la primera infancia para contribuir, modestamente, a ampliar el horizonte educativo actual y ensanchar sus posibilidades.

    Una parte sustancial de lo que he escrito hasta el presente tiene una orientación educativa, pretende ayudar a los maestros a realizar mejor su tarea y sobre todo a dignificarla desde un punto de vista social. Yo mismo me siento, ante todo, un docente más que un escritor. Estoy convencido de que nuestro futuro colectivo como humanidad depende, esencialmente, de la educación de las nuevas generaciones, de lo que les enseñemos.

    Desde que Inteligencia espiritual apareció en las librerías, he sido invitado por un gran número de instituciones educativas primarias y secundarias, por todo tipo de foros universitarios y no universitarios, por instituciones públicas y privadas, tanto en nuestro país como en el extranjero. Lo agradezco sinceramente, porque me ha servido para contrastar la fortaleza del marco teórico que propuse y seguir innovando en el futuro. He aprendido mucho del diálogo con los profesionales de la educación y he podido constatar, en mi propia carne, las carencias de la vida educativa en nuestro país.

    He percibido reiteradamente un gran interés por parte de la comunidad educativa, de las maestras y de los maestros y de todo tipo de asociaciones de padres y de madres, por esta modalidad de inteligencia. Incluso los más reacios al mundo de lo espiritual fueron capaces de reconocer que esta dimensión desempeña un papel esencial en el desarrollo mental, emocional, social y físico del niño. Entendieron el vínculo que existe entre la inteligencia emocional, social, intrapersonal y espiritual y la necesidad de educarla para alcanzar un desarrollo óptimo de la persona.

    A lo largo de estos viajes y encuentros, he llegado a la conclusión de que todos los agentes educativos desean, más allá de las creencias personales, de los estilos educativos y de las distintas y legítimas opciones políticas, que los niños reciban una educación de calidad, una formación integral que los faculte para enfrentarse a los grandes retos y cambios que se avecinan en este siglo. Algunos por convicción, otros por los beneficios que se derivan de ellas, consideran que la estimulación de la inteligencia espiritual, emocional y social es determinante para el crecimiento armónico del niño.

    Las preguntas que, en términos generales, me formulaban repetidamente en esos foros eran, en esencia, las mismas: ¿Cómo educar la inteligencia espiritual? ¿Cómo potenciar la vida espiritual en los niños? ¿De qué instrumentos nos dotamos para realizar tal labor? ¿Por qué no está contemplada la educación de la inteligencia espiritual en el sistema educativo vigente en nuestro país? ¿Cómo formar su carácter? ¿Cómo garantizar que sean personas espiritualmente profundas, intelectualmente críticas, emocionalmente estables y socialmente inteligentes? ¿Qué lugar debería tener el desarrollo de la inteligencia espiritual en el currículum? ¿Es una cuestión que sólo afecta a la escuela confesional?

    Durante este período de tiempo, he observado un gran interés por articular una educación de la inteligencia espiritual, lo cual pone de manifiesto una necesidad apremiante, pero también una carencia de nuestro sistema educativo. También he constatado la dificultad de encauzar una pedagogía de la inteligencia espiritual, una didáctica que incluya todos los niveles educativos, desde el nivel preescolar hasta la universidad.

    Se puede detectar un grave desfase entre el nivel de reconocimiento y de atención académica que tienen las otras modalidades de inteligencia respecto de ésta. Nadie puede poner en duda que, en los últimos decenios, hemos progresado significativamente en el desarrollo de la inteligencia lingüística, lógico-matemática, kinestésico-corporal, musical y social y, sin embargo, no ha habido un desarrollo paralelo, en el ámbito escolar, de la inteligencia emocional, intrapersonal y espiritual. Me pregunto por qué éstas no merecen una atención paralela a las otras, dado que desempeñan un papel fundamental en el crecimiento armónico del niño y en su futura actividad profesional.

    Lo que me propongo, pues, en este segundo libro, no es una mera continuación de Inteligencia espiritual. El foco, aquí, está puesto en la educación, en la praxis pedagógica, y los destinatarios del mismo son, especialmente, las maestras, los maestros, los padres y las madres, los agentes educativos en general, preocupados por el desarrollo y el bienestar integral de las personas que educan.

    Este libro que presento se puede leer independientemente del primero, aunque, por supuesto, para comprender adecuadamente la naturaleza, los poderes y los beneficios de la inteligencia espiritual, el lector deberá consultar el primer libro. He intentado no reiterarme, ni repetir ideas expuestas en aquél. Este texto se puede leer de un modo independiente.

    Me he propuesto responder, ordenadamente, a algunos de los interrogantes que los lectores, los críticos y, sobre todo, la comunidad educativa me han formulado a lo largo de estos dos últimos años. Entiendo que debo proseguir esta reflexión y tratar de dar respuesta a mis lectoras y lectores y tratar de corresponder, en la medida de mis posibilidades, al interés suscitado. Me siento, antes que un escritor, un profesor que observa atentamente los procesos formativos que tienen lugar en las instituciones y desea contribuir, en la medida de sus facultades, a paliar sus carencias y a mejorar sus posibilidades actuales.

    Pienso que las indicaciones aportadas en el primer libro, dentro del capítulo El cultivo de la inteligencia espiritual, siguen siendo válidas en su conjunto, pero constituyen un marco teórico básico que debe ser cotejado en la práctica y desarrollado, con más precisión, a partir de los conocimientos de la pedagogía y la psicología evolutiva.

    Esta tarea no se puede realizar aisladamente. Requiere de la contrastación de hipótesis en el aula, de la pericia y del buen hacer de los profesionales de la educación, que conocen, como nadie, el destinatario que tienen en sus aulas y que pueden proponer, con conocimiento de causa, estrategias, dinámicas y operaciones para estimular tal modalidad de inteligencia.

    Como es evidente, desarrollar la inteligencia espiritual en la edad preescolar plantea unas posibilidades y unas dificultades cualitativamente distintas de abordarla en la educación primaria, en el nivel secundario, en el bachillerato o en el contexto universitario. Cada edad exige un tratamiento diferencial y un abordaje adecuado al nivel cognitivo y emocional de la persona que se está educando.

    También la inteligencia espiritual se desarrolla progresivamente, como ocurre con la inteligencia musical, la lingüística, la matemática o cualquier otra. Uno no aprende a expresar, de sopetón, todo su flujo emocional. Para ello, necesita lenguaje, dominio de la esfera verbal y no verbal, y esto se adquiere a lo largo de la formación. Uno necesita tiempo para identificar relaciones de calidad, para desarrollar estrategias de comunicación e interacción social.

    Morgovejo, agosto de 2011

    I

    Introducción:

    el estado de la cuestión

    1.

    Educar en el desierto espiritual

    En el mundo educativo actual, percibo tres tipos de analfabetismo que me preocupan especialmente.

    Existe, por un lado, el analfabetismo emocional, que se refiere a la incapacidad de muchos jóvenes (y, por supuesto, también adultos) que ya han culminado la educación obligatoria para identificar sus emociones, expresarlas correctamente y controlar y canalizar adecuadamente sus emociones tóxicas (por ejemplo, los celos, la envidia, la culpa, la angustia, el miedo, el temor, la desesperación, la impotencia, el resentimiento o el rencor).

    Existe, por otro lado, el analfabetismo intrapersonal, que se refiere al escaso conocimiento que tienen, al finalizar sus estudios obligatorios, pero también los postobligatorios, respecto de sí mismos, de su potencial, de sus necesidades y posibilidades, de sus limitaciones, de su misión en el mundo, en definitiva, de su ser.

    Y, finalmente, detecto también un grave analfabetismo espiritual, que se refiere a su incapacidad para tomar distancia de la realidad, para enfrentarse a la pregunta del sentido de la existencia, para maravillarse ante la realidad, valorar sus actos, analizar su propio sistema de creencias, valores e ideales, sentirse parte de un Todo.

    El período más temprano de la vida puede considerarse como el de la edad olvidada. Son muy pocos los adultos que pueden recordar su infancia. Por una parte, la psicología ha ayudado a los padres y adultos en general a darse cuenta de la importancia fundamental que los primeros años de la vida tienen para la totalidad de la existencia de la persona; por otra parte, sabemos que ese período es fundamental para el desarrollo posterior de la persona.

    El período de la infancia es determinante en la vida del adolescente y del joven, pero también afecta al adulto y al anciano. Para bien o para mal, lo vivido, padecido, gozado y sufrido en la infancia deja mella en la vida de todo ser humano, afecta en el plano consciente e inconsciente y eso repercute, decisivamente, en su futuro bienestar o malestar.

    De ahí se deriva la suma importancia que tiene prestar la máxima atención a la educación infantil y desarrollar y estimular lo más adecuadamente todo su potencial, considerando, siempre y en toda circunstancia, que estamos frente a un ser extremamente vulnerable y sensible que es muy permeable a los estímulos externos y al influjo de los adultos.

    En nuestra sociedad se está prestando mucha atención al cuidado de quienes, con un poco de suerte, llegarán a ser adultos. En general, se protege, se cuida y se ama a los niños, incluso en el torbellino de todos los desafíos que sus necesidades plantean a los padres y a los adultos benevolentes que los rodean. He observado, a lo largo de estos años, preocupación e interés, deseo de hacer bien las cosas, benevolencia y gratuidad, pero también una verdadera desorientación a la hora de educar en algunas áreas de la personalidad infantil.

    Por lo general, el primer período de la vida se sigue considerando más por su potencial futuro que por aquello que es en su momento presente, tal vez porque todavía no se considera a los niños ciudadanos de pleno derecho, sino futuros ciudadanos, cuando, de hecho, ya son personas en plenitud y ya pertenecen, de lleno, a la vida ciudadana, como sujetos que son de derechos y de deberes.

    El niño no es una persona potencial, ni una promesa de persona; tampoco es un mero proyecto hacia algo que todavía no es. Es una persona en plenitud y, en cuanto tal, está llamada a hacer de su vida un proyecto personal, único, libre e irrepetible, a vivir la aventura de existir en primera persona del singular, pero en él ya están todas las inteligencias en acción.

    Los educadores deseamos que adquieran, progresivamente, su plena autonomía, no sólo en el terreno físico, sino también en el emocional, en el moral, en el social, mental y económico, pero ello sólo es posible si se cultiva a fondo su inteligencia espiritual. La autonomía en el sentido extenso de la palabra se relaciona con la capacidad de vivir auténticamente, de regular la propia vida desde el yo personal. Ello presupone, de entrada, conocimiento de ese yo, de un yo que trasciende al ego.

    El término griego autos se refiere al yo reflexivo, pensado, en una palabra, autoconsciente. Obrar y vivir autónomamente presupone el dominio de las emociones y capacidad para tomar distancia de la realidad, la identificación de ideales y de criterios propios, y, sobre todo, una elaborada reflexión sobre el sentido de la propia existencia. Sin el cultivo de la inteligencia emocional, social, intrapersonal y espiritual, es imposible alcanzar las cotas de autonomía deseables que el sistema educativo se propone y que la mayoría de los educadores deseamos para nuestros destinatarios.

    Los adultos comparten una tremenda responsabilidad en su dedicación y atención a los niños. Abrumados por las cargas de su protección y educación, los padres, como también otros adultos dedicados a cuidarlos, pueden perder de vista al individuo real con el que constantemente han de relacionarse, la persona real con su riqueza y sus defectos, sus límites y sus cualidades. También esto puede suceder en el ámbito de la espiritualidad.

    Con mucha frecuencia, a los adultos nos resulta más fácil hablar sobre la espiritualidad de los niños que compartir y comunicar experiencias espirituales con ellos, especialmente cuando éstos se encuentran en los primeros años de la vida. A grandes rasgos, la espiritualidad es un

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