Más allá de las sombras de la muerte
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Álvaro Puig de Morales
Álvaro Puig de Morales nació en Bilbao en 1932. Máster en Marketing y gestión empresarial - curso de Casos Prácticos ESADE - actualmente es tutor personal y escritor. Títulos: Más allá de las sombras de la muerte, La niña que no nació, Conoce tu verdad, La bondad de un loco, Los silencios de Dios, Mis conversaciones con la ermitaña, Confesiones a Zoé, traducidos al catalán, al inglés, al alemán, al italiano, al francés y al portugués. Atraído por otras disciplinas, posee un amplio conocimiento en lo que implica la psico-sociología en relación con el individuo. Especializándose en el análisis, motivación y concepción de producto, así como en sus posibilidades de mercado; habiendo impartido clases en la Escuela Superior de Marketing. Presidente interino del curso de Alta Dirección de la Escuela de Alta Dirección ESADE, ha dado clases en todas las Cámaras de Comercio nacionales, también como profesor preparador, Administración y Dirección de empresas de la UNED y como Directivo y Consultor en Empresa, Industrial, Publicidad y Comunicación, Construcción, Industria alimentaria, Decoración y Centro comercial.
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Más allá de las sombras de la muerte - Álvaro Puig de Morales
MÁS ALLÁ DE LAS SOMBRAS
DE LA MUERTE.
Por ÁLVARO PUIG DE MORALES
alvaropuigdemorales@gmail.com
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización expresa del titular del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidas la reprografía y el tratamiento informático.
Desde las sombras de la muerte,
EL CONFESIONARIO.
Desde aquí se ve y se oye todo, lo que en la tierra no se puede ver ni oír.
Me acerqué a un confesionario,
el confesionario de un pueblo.
Estaba en una iglesia sombría, sin demasiada luz
y sus paredes oscurecidas como la muerte misma.
Todo era un susurro;
la voz de una mujer y las lastimosas palabras de un cura.
Yo pude decir lo que escuché; lo que se dijo en aquel viejo confesionario,
en aquella vieja iglesia.
El susurro no era tal pues escuché que la mujer decía al cura:
-Creo haber pecado pues la otra noche pensé en ti y sigilosamente te amé;
todo lo que el amor me pudo ofrecer; mi cuerpo, todo él, se acercó a ti y con una
completa satisfacción te seguí amando.
Mi pasión era completa, se me nubló la vista,
no veía nada que no fuera tu cuerpo desnudo,
estabas dentro de mí, gocé como no había gozado otras veces.
Mi cuerpo siempre pide lo que desea pero no imaginaba que pudiera gozar tanto.
No sé si es pecado o no.
-¿Por qué va a ser pecado?, cuando acostada estaba;
con el calor de la cama, sentí lo que sentía.
El cura, un hombre de ciudad venido de la ciudad, escuchó lo que aquella mujer decía;
la verdad es que no entendía nada.
No entendía lo que decía aquella mujer; no entendía que le dijera lo que le decía;
refiriéndose a él, que estaba dentro de él, que no fuera pecado.
No entendía nada; su asombro, aunque hubiera venido de la ciudad, fue asombroso.
¡Dios mío, pero qué mujer aquella que se atrevía a decir lo que estaba diciendo!
¿Por qué pensó en él? para desear con él; vivir la pasión desenfrenada que decía;
no era posible nada parecido.
¡Por los clavos de Cristo! pero, ¿por qué demonios tenía que oír una confesión parecida?
No se daba cuenta que escuchando todo eso él también llegaría a sentir la necesidad
de gozar con ella. No hay comprensión, no la había habido.
Tan siquiera sin darle la absolución, si es que se la hubiera dado, la mujer se levantó y
precipitadamente se marchó, ocultándose entre las sombras.
El confesionario también se ensombreció. Su vieja madera se sintió aún más vieja, si cabe.
Se preguntó por qué hay mujeres que dicen todo lo que les da la gana en el confesionario.
No respetan a un viejo confesionario que, por ser viejo, no está para escuchar todo lo que
se dijo como tal cosa.
No se olvidaría de aquella mujer, era para no olvidarla.
Las maderas chirrearon y el confesionario pensó:
-Si contase todos los secretos de alguna de las confesiones serían algo así como unas
tenebrosas historias.
Para no contarlas a los niños a ninguna hora.
Los niños sí que al escucharles, es algo así como el canto a la esperanza.
Pobre confesionario, tuvo que aguantar nuevamente a aquella mujer.
Ví que volvió y volvió con la misma historia; era como una letanía.
Las paredes del confesionario, sin paciencia ninguna, desearon convertirse en astillas y
herir a aquella mente.
El cura le amonestó aunque su susurro no sirvió de nada;
realmente no sabía qué decirle.
Sus amonestaciones fueron como una cascada de pensamientos místicos que únicamente
sirvieron al confesionario recordándole que lo era. No sirvió de nada.
Hasta que una tarde risueña se encontraron en la plaza y paseando el cura le dijo que no
estaba bien lo que le dijo, lo que le seguía diciendo, pues él también la estaba deseando.
Fue principio de un error el que él también se confesara
con ella.
El por qué lo hizo, solo dios lo sabe.
Un error o no, días después estuvieron juntos;
tan juntos que se satisfacieron con imaginación o sin ella;
sus cuerpos vivieron un placer culminante.
Él, avergonzado, marchó del pueblo; ella fue dónde él estaba.
La satisfacción de sus cuerpos siguió siendo completa.
Aunque el confesionario no vió ni escuchó lo que hubiera ocurrido.
Yo sí, pues desde las sombras de la muerte puedo ver y escuchar;
pienso que no debería escuchar pues tampoco ellos deberían actuar como lo estaban
haciendo.
Yo sí era un espectador que con amargura, desde aquí, me entretuve viendo lo
que ví y escuché.
Os aseguro que aquí todo es muy aburrido.
El espectáculo fue que finalmente, el cura dejó la sotana y siguió estando con ella.
Dios también fue testigo de todo ello y trató de perdonarles.
Pero la vida, como penitencia, hizo que el cura, que ya no lo era, estuviera también con
otra mujer.
El desconcierto de ella al saberlo fue mayúsculo; en mayúsculas o sin ellas.
Era lógico que así hubiera ocurrido porque él conoció la entrega sin preámbulos, sin
miramientos, con una mujer que conoció en la barra de un café.
La barra os puede contar la historia.
Cuando vengáis aquí, sabréis de algunas historias parecidas.
Más allá de las sombras de la muerte, podréis ver y oír lo que la vida es para algunos.
Es tremendamente curioso el poder ver lo que las gentes piensan, lo que llegan a desear; como el deseo de aquella mujer y un cura de pueblo o de ciudad, para el caso, lo mismo.
Os parece pura imaginación lo dicho; pues si así os parece, preguntadlo a las gentes del
pueblo, al confesionario.
Si lo sabré yo que, desde aquí, llegué a escuchar los gemidos de ella y el silencio vergonzoso
de él.
Lo que no pude escuchar es el silencio de dios.
Él se sentiría abatido;
deseando dejar de ser dios y perderse en las sombras, ocultando su congoja.
El agua bendita tuvo un color opaco como el pecado del cura y de aquella mujer.
Su deseo fue el conseguirlo y así fue,
llegando a perderlo.
• Un pensamiento que puede ser útil:
NO POSEER LO QUE NO ES VUESTRO. DEJARLO PASAR
.
SI NO FUERA ASÍ, AL FINAL, LO PERDEREIS
.
VISIONES
Desde las sombras de la muerte escuché las conversaciones de una mujer joven,
bella, atractiva y