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Los caballos de la cocaína
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Libro electrónico207 páginas2 horas

Los caballos de la cocaína

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Un libro de periodismo investigativo, producto de un juicioso y exhaustivo trabajo de Marta Elvira Soto Franco, directora de la Unidad Investigativa del periódico El Tiempo. Experta en temas de narcotráfico y paramilitarismo, tierras y corrupción, la autora narra y documenta cómo el narcotráfico infiltró el exclusivo mundo de los caballos de paso en Colombia para lavar sus ganancias ilícitas, camuflarse en un selecto sector de la sociedad y expandir su oscuro poder. Las revelaciones de la autora recuerdan sangrientos hechos de retaliaciones, disputa por el poder y terrorismo de la mafia, ponen al descubierto la magnitud de la penetración del narcotráfico en el ámbito del paso fino colombiano.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 abr 2014
ISBN9789587572872
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    Los caballos de la cocaína - Martha Elvira Soto Franco

    Los caballos de la cocaína

    © 2014, Martha Elvira Soto Franco

    © 2014, Intermedio Editores S.A.S.

    Edición, diseño y diagramación

    Equipo editorial Intermedio Editores

    Diseño de portada

    Agencia-Central

    Fotos

    Archivo El Tiempo

    Intermedio Editores S.A.S.

    Av Jiménez No. 6A-29, piso sexto

    www.circulodelectores.com.co

    Bogotá, Colombia

    Primera edición, abril de 2014

    Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente,

    sin el previo permiso escrito del editor.

    ISBN: 978-958-757-374-9

    Epub por Hipertexto / www.hipertexto.com.co

    Veneno verde

    La cola de Tupac Júnior, campeón trochador colombiano declarado fuera de concurso, empezó a oler a podrido a mediados de 1985. Cuando Adolfo Gómez, su montador, fue a revisar al ejemplar, hijo del famoso Tupac Amarú y de la yegua Rosarito, se quedó con algo de pus y con la cola completamente necrosada (muerta) entre sus manos . De inmediato, el montador le avisó lo sucedido a Luis Camilo Zapata Vásquez, el entonces dueño del animal, quien ordenó localizar y matar a un reputado cirujano de perros que había viajado desde México exclusivamente a arreglarle el pelo a Tupac Júnior para una exhibición.

    Pero esa no era la primera vez que Zapata, finquero de Campamento (Antioquia), daba la orden de asesinar. Ya había mandado matar al reconocido caballista y juez Jaime Mejía Escobar luego de que, en una exposición equina en Agroexpo, este cogió del cabestro a Marinero, uno de sus ejemplares favoritos, y lo eliminó tras verificar que no daba la alzada reglamentaria. A Marinero, hijo de Veneno y nieto del gran campeón Don Danilo, le faltaban tan solo dos centímetros de estatura.

    El juez Mejía se salvó milagrosamente de que los sicarios cumplieran la orden de Zapata y, poco después del incidente, decidió viajar a Estados Unidos con su familia y diez de sus mejores caballos. Sin embargo, su atentado fue la notificación oficial de que la mafia se había tomado el exclusivo mundo de los caballos colombianos, para lavar sus ganancias ilícitas, camuflarse en un selecto sector de la sociedad y expandir su oscuro poder.

    En expedientes judiciales, en poder de la justicia de Estados Unidos y de Colombia, está la evidencia de cómo sanguinarios capos del narcotráfico y del paramilitarismo le han inyectado plata de la mafia a esta actividad. En esa lista figuran desde Gonzalo Rodríguez Gacha, Leonidas Vargas, Juan Carlos Ramírez Abadía, alias «Chupeta»; el clan Ochoa Vásquez, Diego Montoya, alias «Don Diego», y Carlos Mario Jiménez, alias «Macaco»; hasta Hernando Gómez, alias «Rasguño»; Alejandro Bernal, alias «Juvenal»; el clan Urdinola Grajales; Pedro Pineda Camargo, alias «Pispi»; Daniel el «Loco» Barrera, Andrés Arroyave, alias la «Maquinita», los hermanos Álvarez Meyendorff y algunos socios del gran capo de México, Joaquín el «Chapo» Guzmán.

    Todos, sin excepción, compraron criaderos o campeones (directamente o a través de terceros) y terminaron en fiestas y ferias equinas a las que asistían expresidentes de la República, como Álvaro Uribe Vélez; exministros de Estado, como Andrés Uriel Gallego y senadores, como Aurelio Iragorri y Jorge Hernández Restrepo, este último (q.e.p.d.) fundador de la Asociación de Criadores de Caballos Criollos Colombianos de Silla (Asdesilla) y la Asociación Colombiana de Criadores de Caballos Árabes (Asoárabes).

    A pesar de la vida monástica, austera y sencilla que profesa, Andrés Uriel Gallego también fundó un criadero: La Sierra. Por allí han pasado ejemplares de lujo, entre los que se encuentra el hermoso Timonel, ejemplar del año en 1992; más de veinte veces ratificado como fuera de concurso y mejor reproductor de trocha en 2000 y 2001.

    La mejor evidencia de la infiltración del narcotráfico en este sector está en el reciente top 20 de los criaderos más importantes del país en la última década, elaborado y publicado en mayo del 2013, por una reputada asociación equina¹. Siete de las empresas que aparecen punteando tanto el top nacional como los regionales figuran en investigaciones judiciales por narcotráfico, lavado de activos, enriquecimiento ilícito o por receptación. También por camuflar entre sus propietarios a individuos que fueron extraditados, condenados o están siendo monitoreados por Estados Unidos y por la Policía Nacional, bajo el señalamiento de traficar cocaína e incluso de asesinar a informantes de la DEA.

    La Leyenda, La Cantaleta, La Luisa, Villa Concha y Providencia hacen parte de ese grupo que, de manera paralela, ha logrado meter en sus corrales a los grandes campeones colombianos de paso fino y de trocha, gracias a lo cual se han llevado consigo premios nacionales e internacionales.

    De hecho, el seguimiento a varios ejemplares se ha convertido en una estrategia de agencias extranjeras antimafia para ubicar narcotraficantes colombianos, mexicanos y venezolanos que lavan sus fortunas coleccio­nando campeones. Los investigadores también saben que los caballos (al igual que reinas, modelos y carros de alta gama) son usados por los mafiosos para hacer alarde de su poder y para figurar socialmente en un gremio en donde, a diferencia de algunos clubes sociales, nadie hace muchas preguntas.

    Informes de inteligencia de la DEA y de la Policía colombiana señalan que «Puntilla», el actual capo de capos del narcotráfico en Colombia, es un expalafrenero que saltó de pronto a respetable caballista. Hoy vive en una extensa hacienda de Tabio (Cundinamarca), participa en todas las ferias equinas y concursos, cabalgando al lado de un poderoso exfuncionario público de dudosa reputación, que también tiene caballos de paso.

    Hasta principios de los ochenta, el negocio lícito estaba en manos de viejos y prestantes caballistas, como Horacio Zuluaga, Martín Vargas, Arturo Blanco, Ricardo Boger y Alfredo Hasche Koppel, de nacionalidad alemana.

    Aunque la afición de este último eran los caballos de polo, fundó San Rafael, uno de los criaderos de paso fino más famosos de finales del siglo XX, ubicado en Flandes (Tolima). Relator, Lucifer, Mussolini, Tocaima y Rejonero, fueron algunos de los campeones que se formaron en sus potreros con la asesoría del chalán Bernardo Arenas. Incluso, Hasche –gerente de la cervecera de Julio Mario Santo Domingo y pariente de grandes masones colombianos– conservó a Stalin, un potro negro que le compró a unos gitanos y que se volvió blanco después de un monumental aguacero.

    Algunos conocedores del tema también le suman al listado de grandes caballistas colombianos a Alberto Uribe Sierra, padre del expresidente Álvaro Uribe y del ganadero Santiago Uribe, quienes le heredaron esa pasión. Juez equino, gran chalán, bohemio y criador, Uribe Sierra se inició como discípulo de Fabio Ochoa Restrepo en la Pesebrera Ayacucho (detrás de la Feria Vieja de la Calle Colombia, en Medellín). Luego fundó La Clarita, su propio criadero, por donde pasaron animales como Castalia, Petrarca, Dulcinea y La Medusa, declarada fuera de concurso en 1978. De allí también salió La Consigna, madre del legendario caballo Tayrona.

    Fabio Ochoa Restrepo contaba que Uribe Sierra era un gran declamador, negociante y honrado trabajador, víctima de muchos altibajos económicos, de los problemas del agro y, finalmente, de la guerrilla de las Farc, que lo asesinó. Meses antes de morir, Uribe Sierra viajó a México y, según Ochoa, volvió a Medellín con un helicóptero y siete caballos de rejoneo que él mismo montaba en memorables corridas de toros en la plaza La Macarena de Medellín.

    Para ese entonces, tan solo unos cuantos capos habían logrado colarse en las rutas y pistas de exposición, entre ellos Alberto Bravo Agudelo, el segundo esposo de la poderosa narcotraficante Griselda Blanco, alias la «Viuda Negra»; los hermanos Galeano y Jorge González, gatillero de Pablo Escobar conocido con el alias de el «Demente».

    Bravo y su hermano Bruno, señoritos paisas egresados del Colegio San Ignacio, organizaron varias ferias para exhibir a sus ejemplares, entre ellos a Sucesor, Napoleón, Majestad, La Lámina, Filósofo y a sus dos favoritos campeones: el gran Pompeyo y La Mazurca, esta última catalogada como una de las yeguas más finas que ha tenido el país.

    Los dos hermanos aparecen en registros, como caballistas prestigiosos, en la misma época en la que la justicia de Estados Unidos les abría un indictment por narcotráfico².

    Bruno, amante de los caballos finos y de los perros dóberman, fue asesinado en 1980 y, un año después, la propia Griselda acribilló en un parqueadero de Medellín a Alberto Bravo por diferencias en varios envíos de cocaína a Estados Unidos. En ese momento, todos sus caballos fueron repartidos en silencio entre varios criaderos, donde los recibieron sin preocuparse por averiguar el origen del dinero de los señoritos Bravo.

    El narcotraficante Jorge González, sicario de Pablo Escobar y socio de Griselda Blanco, también era considerado por el gremio de caballistas colombianos como uno de los suyos. El joven asesino, nacido en La Estrella (Antioquia), se dio el lujo de comprar de contado la reputada pesebrera del caballista Fabio Acosta (también conocido con el apodo de la «Chiva») y en menos de dos meses la llenó de campeones, entre ellos Resorte de San Juan y el famoso Judas IV.

    Este último nació en Pescadero, el criadero que los narcotraficantes Mario y Fernando Galeano Berrío tenían en el municipio de Valparaíso (Antioquia)³.

    La carrera delincuencial de los Galeano está mejor documentada que su actividad como caballistas, de la cual apenas se conocen los nombres de algunos ejemplares, como Hechicero y el gran Tornillo de Pescadero, un ejemplar fuera de concurso al que ponían a competir en bacanales privadas con animales de otros mafiosos de Antioquia.

    También está documentado que el gran Judas IV, hijo de Don Pepe, nació sin un testículo y que así pasó a manos de Jorge González, quien insistía en ponerlo a competir a pesar de su defecto genético. Para subsanar sus carencias, que por reglamento lo dejaban fuera de las pistas de competencia, el sicario le mandó implantar una prótesis de silicona traída de Estados Unidos, en donde, por lo demás, él tenía un proceso abierto por narcotráfico, que compartía con la Viuda Negra.

    Con el implante en su lugar y emparejado con su color bayo, Judas IV empezó a ganarse todos los concursos equinos.

    Pero su buena racha se frenó cuando el espigado y hábil juez Eduardo Mesa Múnera, médico de profesión, descubrió que era un ciclán (animal con un solo testículo) y fue a denunciarlo a la sede de Asdesilla para que quedara descalificado de inmediato.

    Su veredicto enfureció tanto a los Galeano y al Demente, que ese mismo día mandaron matar a Mesa. El juez fue baleado en su camioneta cuando salía de la sede principal de Asdesilla.

    Este crimen es uno de los secretos mejor guardados del gremio de los caballistas, quienes siempre se han opuesto a que se les vincule con el narcotráfico, pero se sienten avergonzados por la suerte que corrió el distinguido juez Mesa.

    Meses después, al Demente lo asesinaron en una de sus grandes haciendas, ubicada en las goteras de Medellín. La orden la impartió el propio Pablo Escobar después de que otros sicarios acusaron al dueño de Judas IV de robarse un cargamento de coca de propiedad del clan Moncada, socios del gran capo.

    Los Galeano tuvieron un final muy similar. Mientras cruzaban ejemplares de primera calidad en su criadero Pescadero, lideraban el área financiera de la organización narcoterrorista de Pablo Escobar. En ambas actividades eran reconocidos y respetados. Pero, el 2 de julio de 1992, Fernando Galeano fue asesinado en el interior de la cárcel La Catedral, cuando llegó a reclamarle a Escobar por el robo de una caleta repleta de dólares.

    El capo ordenó que fusilaran al caballista y que su cuerpo fuera picado e incinerado dentro de la lujosa prisión. Su conductor, Walter Estrada, el «Capi», corrió la misma suerte. Pero antes de ser asesinado, al Capi lo obligaron a llamar y a citar a su otro patrón: Mario Galeano. Este cayó en la trampa y fue secuestrado por hombres de Escobar y luego asesinado porque su familia se negó a pagar veinte millones de dólares por su rescate. Su cadáver, con signos de tortura, fue encontrado el 11 de julio de 1992, en

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