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El futuro imperio. China: luces y sombras del Gigante Rojo
El futuro imperio. China: luces y sombras del Gigante Rojo
El futuro imperio. China: luces y sombras del Gigante Rojo
Libro electrónico147 páginas2 horas

El futuro imperio. China: luces y sombras del Gigante Rojo

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Durante siglos, China fue un coloso dormido. Pobre y asolada por conflictos de todo tipo, a mediados del Siglo XX alcanzó una relativa estabilidad política bajo el partido comunista, pero subsistían males ancestrales como el hambre, la insalubridad de algunos sectores y notorios niveles de desigualdad. Tras la muerte del dirigente chino Mao Tse Tung, China comenzó a abrirse al mundo, permitió el ingreso de inversiones extranjeras y enderezó su política hacia un capitalismo sui generis. Este libro trata de desterrar toda visión prejuiciosa o simplista del fenómeno, e invita a internarse en la apasionante aventura de entender qué esta pasando en el gigante asiático.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 nov 2013
ISBN9781940281131
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    El futuro imperio. China - René Bartillac

    Introducción

    Podría decirse que durante al menos casi cuatro siglos, China fue un gigante dormido. Pobre, subdesarrollado y devastado por guerras externas e interiores, el gigante de Asia pudo recién a mediados del siglo XX alcanzar una cierta calma de la mano del Partido Comunista liderado por Mao Tse Tung. Calma que sólo significó la ausencia de guerras en su propio territorio, pero no mucho más que eso.

    Los más de veinte años que supuso la experiencia maoísta lograron, es cierto, una relativa integración poblacional de la que China había carecido, pero lejos estuvo de mitigar males ancestrales como el hambre, la falta de salud de los sectores más desposeídos y algún tipo de igualdad entre los distintos estratos de la sociedad.

    La frustrada alianza con la Unión Soviética, la participación indirecta en la guerra de Corea y el tajante corte planetario que provocó la Guerra Fría, sumados a la concepción de la revolución permanente de Mao y a su Revolución Cultural, le impidieron al gigante asiático poder alzarse, de una vez por todas, en toda su estatura.

    Pero tras la muerte del líder indiscutido de la República Popular, una nueva generación de dirigentes, encabezada por Den Xiaoping, se hizo cargo del timón chino, y un raro pero exitoso pragmatismo reemplazó la dura ideología marxista que Mao pretendió llevar adelante contra viento y marea.

    Los reformistas estaban convencidos de que el comunismo, tal cual lo imaginaran Marx y Engels, difícilmente podría abrirse paso si ya había demostrado ser incapaz de internacionalizarse. Algo de esto había sospechado Lenin cuando lanzó en la URSS su Nueva Política económica.

    Lo cierto es que hacia el final de la década de los 70, la economía China comenzó a abrirse al mundo. Suavizando apenas su riguroso sistema de partido único y controlando férreamente las libertades individuales de su población, el gobierno, sin embargo, permitió el ingreso de capital extranjero, enderezó su política económica hacia un capitalismo sui generis, y en pocos años el gigante comenzó a ponerse de pie.

    En la última década, China no sólo se ha convertido en uno de los mayores socios comerciales de las principales potencias del mundo (estados Unidos, la Unión europea y su viejo y tradicional enemigo, Japón) sino que, desde el comienzo de las reformas, su PBI se ha multiplicado por cuarenta.

    Además, China es hoy el único país del mundo que compite seriamente con estados Unidos en la carrera espacial.

    Pocos dudan en nuestros días que, hacia la mitad del siglo XXI, China será la nueva superpotencia planetaria.

    Sin embargo, este enorme país asiático, con una superficie de casi 9 600 000 kilómetros cuadrados y un PBI estimado de alrededor de 5,900 miles de millones de dólares (lo que la vuelve la segunda economía más grande del mundo), no tiene aún, y posiblemente no los tenga tampoco en un futuro cercano, un sistema republicano y una democracia tal como la concibe la mayoría de los países de Occidente. Tampoco su modelo judicial es similar al que conocen los occidentales.

    Hasta hoy, China insiste en que su política exterior se basa en la convivencia pacífica de todos los pueblos del mundo, pero su arsenal militar aumenta mucho más de lo que declara, y reacciones como las que tuvo el gobierno contra los estudiantes en la sangrienta plaza Tiananmen (para tomar un caso resonante) no parecen confirmar su declamada tolerancia.

    Desde luego, tampoco América Latina ha quedado fuera de la influencia china. México, Venezuela, Brasil y Argentina, por ejemplo, son socios importantísimos del gigante asiático, y las inversiones que los chinos vienen realizando en la región autorizan a suponer que pronto tendrán una influencia decisiva en esas economías.

    Por fin, la asociación con los países en desarrollo más grandes, como India, el creciente Brasil, Rusia y Sudáfrica, le asegura que, al igual que en Asia, China pueda adquirir la categoría de referente fundamental entre las naciones periféricas.

    Conocer, entonces, un poco más profundamente las características de este fenómeno con el cual se asociará seguramente la historia del siglo XXI implica atisbar, aunque sea en parte, el mundo que se viene, los nuevos tiempos que habrán de regir las relaciones entre los países en el siglo recientemente iniciado y en el próximo.

    China es un gran desconocido. Toda visión simplista, todo abordaje superficial tendrá como resultado una visión incompleta de su cambiante realidad, de su pujanza y complejidad. Pero no intentar aproximación alguna implica quedar en los márgenes de la historia internacional actual, y de la venidera.

    De allí el sentido de este breve trabajo introductorio.

    Capítulo 1. China a vuelo de pájaro

    "Cuando China despierte, el mundo temblará."

    Napoleón Bonaparte

    Para intentar comprender la compleja China del siglo XXI, es menester sumergirse brevemente en la historia de este gigante que llegó a producir colosales avances tecnológicos mucho antes que Occidente y que también transitó periodos de asfixiante atraso social, económico, cultural y político. Esta China que, junto con Cuba, continúa hoy conservando un régimen de partido único al modo socialista, pero que interviene en el mundo como una incipiente potencia capitalista, esconde una particular historia, por lo general desconocida para el observador occidental independiente.

    La milenaria civilización china se adaptó a diversas etapas de desarrollo social en distintos momentos, manteniendo siempre la unidad de su espacio. No aspiró a avanzar hacia Europa o Medio Oriente, como fue la tendencia dominante de los ejércitos de la estepa mongol o del Imperio Persa, o como hicieron los occidentales para establecer el dominio griego, primero, o el romano después.

    Tampoco se aventuraron por mar buscando conquistas territoriales; sólo lo hicieron para obtener alimentos o como mercaderes, por aspiraciones culturales o para que migrara parte de su población excedente, que se radicó en las costas americanas del Pacífico o se asentó en el sudeste asiático.

    Un estilo de vida vinculado a la tierra dejó profundas huellas en el pueblo chino. Desde el neolítico (12 000 años atrás), los habitantes de China del Norte construyeron viviendas en fosas o en cuevas sobre el fino y volátil suelo amarillo de loes, que cubre cerca de 260 000 kilómetros cuadrados y tiene una profundidad de hasta 45 metros, moradas frescas en verano, cálidas en invierno, y sólo peligrosas en caso de terremotos. La deforestación, la erosión y las inundaciones han desafiado su esfuerzo y creatividad para controlar las aguas y, con paciencia e ingenio, crearon técnicas contra anegamientos y para el riego eficiente.

    La tierra como molde humano

    Más adelante haremos un paneo sobre las cifras territoriales de China, su densidad poblacional y otros datos referenciales ineludibles. La compleja naturaleza del gigante asiático y su vertiginosa transformación nos obligan a ir y volver sobre datos conexos entre sí, pero cuya importancia individual reclama saltos de langosta hacia adelante y hacia atrás. Tratándose ésta de una brevísima introducción más o menos fiable al fenómeno chino, toda ortodoxia expositiva deberá ser dejada de lado.

    Hoy, los chinos siguen usando ese particular suelo en la producción de alimentos para el consumo humano, especialmente el arroz. Debido a la carencia tanto de tierra como de capital, el campesino chino se concentró en un tipo de agricultura intensiva de gran rendimiento, basado en la mano de obra y no en la mecanización. En la retina del visitante quedan apiñadas las imágenes de los cultivos, multicolores, en terrazas añosas que son al mismo tiempo reliquias históricas y actualidad productiva.

    La intensa aplicación de mano de obra y de fertilizantes en pequeñas porciones de tierra también dejó fuertes señales en la sociedad. Los primeros modernizadores tropezaron con el rechazo a la maquinaria agrícola; también el ferrocarril fue atacado por privar de trabajo a carreteros y cargadores. Y ante esa resistencia, no había demasiada gratificación para iniciativas que ahorraran trabajo humano.

    La intrínseca relación entre población y tierra hizo fracasar reiterados intentos individuales por llegar a una agricultura moderna, y la adaptación al medio ambiente físico produjo efectos contradictorios, tal como reza un viejo proverbio: el cieno nos alimenta pero también nos destruye.

    Pero, paralelamente, se generó en lo social un sólido espíritu comunitario. El campesinado creció en el vínculo solidario entre vecinos y entre familiares; así, el grupo primó sobre el individuo.

    Fuera del ámbito geográfico, fue muy importante en la concepción china del mundo la influencia de pensadores asiáticos como Confucio (551-479 a. C.) y su discípulo Mencio (372-289 a. C.), contemporáneos ambos de los grandes maestros de la India (como Buda, c. 500 a. C.) y de Grecia (Platón 429-347 AC.; Aristóteles 384-321 a. C.). Ellos, entre otros, constituyeron la era axial, el periodo en que se crearon las formas básicas del pensamiento chino. El neo confucionismo fue dominante en los funcionarios imperiales que asesoraban al emperador, especialmente en lo relativo a las formas de construir una sociedad armoniosa, previsible, sin sobresaltos. El reformista más famoso y controvertido fue Wang Anshi (1021-1086). Como clasicista, consideraba a los antiguos sabios de China, hasta Confucio, modelos de perfección. Las directrices de Wang buscaban un sistema perfecto, autónomo y autoperpetuante. Protegido por el emperador, a partir de 1068 sorteó la burocracia instituida, colocando a su gente en puestos oficiales, a fin de combatir la corrupción y las desigualdades. Aplicó una fuerte intervención estatal en la economía, limitando la tenencia de la tierra y la riqueza privada. Organizó al pueblo en entidades de responsabilidad mutua con propósitos de control y de gestión de lazos comunitarios, para debilitar el poder de las familias dominantes. Con ello facilitó el ingreso a los exámenes de intelectualidad (para llegar a caballeros eruditos) a administradores y mercaderes locales. Pero en el año 1100 perdió el apoyo oficial, desechándose a partir de allí ese innovador programa y a sus propulsores.

    La continua superioridad de la nobleza (periodo de la Gran era de China Song norte y Sur) sobre la masa de campesinos estaba asegurada no sólo por la tenencia de la tierra, sino también porque de ella provenían, mayoritariamente, los mencionados caballeros eruditos, que perpetuaban las grandes tradiciones de la caligrafía, la pintura, la literatura, la filosofía y la vida oficial, estableciendo los códigos de comportamiento en lo privado y en lo social.

    Por debajo, anónima, numerosa, sin aspiraciones posibles de movilidad social,

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