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El Reencuentro
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El Reencuentro

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Frente a la decisión de cambiar, todo mundo se siente débil.

En el imperio veneciano del siglo 17, Mikhaela, una joven en sus veintes, se enfrenta a un desafío. Al conocer a un joven veneciano, Alessio, inmediatamente comprende que él representa mucho más que un simple encuentro en su vida. Al llegar a su vida sin ser invitado, o quizá subconscientemente si lo haya sido, le muestra, por medio del amor, una manera de cambiar, renacer y un reencontrarse con su verdadero ser. La lleva a través de un viaje de preguntas, preguntas enterradas profundo en su alma que despiertan con su incapacidad de detenerlas y finalmente la llevan a la decisión final: ¿Qué está haciendo con su vida?

A través de sus palabras, Alessio la acompaña en un viaje interior, hablándole sobre el estado de Ser, y la lleva frente al oscuro túnel de lo desconocido, con una luz brillando al otro extremo, sólo vista por los valientes que pueden cruzarlo sin miedo. Y ahí se enfrenta a la decisión: ¿Entrar en él, dejar todo atrás y comenzar su viaje hacia la luz, o permanecer en la mediocre certeza del presente? 

Al vivir una vida de mediocridad, de rutina y al enfrentarse a un matrimonio cercano, tiene que decidir: ¿Ser o convertirse? Tiene que decidir entre lo normal, lo común, lo que le dicen sus padres, sus amigos y la sociedad o lo extraordinario, lo imposible, lo que su alma anhela. Tiene que decidir entre su actual pareja, su futuro esposo, o él hombre frente a ella, a quién su corazón desea.

Es un libro dedicado a la decisión. A través de cuatro estaciones, este libro acompaña al lector a través del círculo de la vida, un círculo de preparación, de satisfacción, de recuerdos y de vacuidad, las cuatro estaciones que ocurren una tras otra en la vida, comenzando y concluyendo no después de cierto periodo de tiempo, sino después de ciertos eventos.

El reencuentro es un viaje al origen, en el que la humanidad fue participe al principio, un viaje a Dios, al Amor y a la Verdad. Este libro es para los lectores que sepan que no saben, pero que también sepan que todo el conocimiento se oculta dentro, no en las páginas de un libro. Para los lectores que estén listos para levantarse y comenzar el viaje a lo desconocido sin miedo alguno a fallar, con la certeza de que nada puede salir mal, o que lo que sale mal es necesario para alcanzar el único camino a lo correcto.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento21 feb 2018
ISBN9781547518623
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    El Reencuentro - Angelos Ioannis

    Oh Arcángel Miguel, que tu fuerza nos guíe

    cuando estemos listos para abrir la puerta

    con nuestra mano temblorosa sobre la manija.

    Muéstranos el siguiente cuarto

    en el laberinto de la vida

    cuando contemplemos temerosos la puerta de la oportunidad abierta.

    Usa tu espada para que el capullo muera

    y libere a la mariposa que duerme dentro.

    Índice de contenidos

    Índice de contenidos

    Agradecimientos

    Prefacio

    Prologo

    Parte I: Los primeros años 1687- 1708

    Parte II: La primavera

    II.1 El significado de viajar

    II.2 El arte de encontrar

    II.3 El balance de caminar

    II.4 El otro

    II.5 La ausencia del tiempo

    Parte III: El verano

    III.1 Yo era normal

    III.2 El encuentro

    III.3 El flujo de energía

    III.4 La visión de realidad

    III.5 Amor y matrimonio

    III.6 El momento de elegir

    III.7 El drama

    III.8 La escuela de la pena

    III.9 El elefante.

    III.10 El camino del placer

    III.11 La elección regresa

    III.12 El mundo de cristal

    Parte IV: El otoño

    IV.1 El momento de Lucifer

    IV.2 La pérdida de la oportunidad

    IV.3 El camino de la confusión

    IV.4 El regreso

    IV.5 Los padres

    IV.6 El laberinto de la vida

    Parte V: El invierno

    V.1 El desafío

    V.2 Ser o convertirse

    V.3 El mendigo de amor

    V.4 Repite y regresa

    V.5 El Reencuentro

    V.6 El final del invierno

    Parte VI: Los últimos años 1710-1720

    VI.1 El despertar

    VI.2 La voz de la verdad

    VI.3 El boomerang revelado

    VI.4 El final

    Agradecimientos

    Me gustaría agradecer a toda persona que contribuyó consciente o inconscientemente a la creación de este libro. Gente que se cruzó en mi camino durante el año en el que estaba escribiendo el libro y me dio las respuestas a las preguntas que tenía en mi mente. Seres humanos dotados como el venerable monje budista Bhikku Sanghasena, que vive en la cordillera del Himalaya en el estado indio de Ladakh y cuyas palabras pueden encontrarse en varias partes de este libro. O las palabras del sacerdote del monasterio Ortodoxo del Arcángel Miguel en Symi, quien me inspiró la parábola de Jesús caminando sobre el agua, sin saber que, durante su sermón de la tarde, logró contribuir a este libro. Y, por supuesto, me gustaría agradecer a las personas que conscientemente ayudaron a mejorar el manuscrito final con sus críticas constructivas, como Melissa Georgiou, por sus comentarios acerca de la gramática y elección de palabras y Manolis Manolessos junto con Christos Karydis, por sus comentarios sobre la historia y la cultura. También me gustaría agradecer a Katrina Johanson por su inspiración al crear la portada de este libro.

    Sobre todo, me siento honrado de haber tenido a Jean Charity escudriñando mi escrito en búsqueda de errores lingüísticos. Este trabajo ha sido su revisión final antes de que se haya visto forzada a retirarse por problemas de salud, y esto ha fortalecido mi creencia en que ella estaba destinada a ser parte de este libro y sus contribuciones estaban destinadas a plasmarse en las páginas que vienen a continuación.

    Finalmente, me gustaría agradecerle a la fuente de inspiración de este planeta, cuyas palabras y acciones nacen a través de la boca y las acciones de los humildes humanos, como los que he mencionado y yo mismo, pues no expresamos más que su voluntad.

    Prefacio

    Mikhaela, una muchacha joven en sus veintes, vive en el inicio del siglo 18 en la fortaleza de Malvasía. Localizada en la provincia de Morea en el sur de Grecia, es mejor conocida como el pueblo de Monemvasía. Durante los años de 1690 a 1715, Malvasía pasó al dominio Veneciano por segunda vez en su historia.

    Bajo el segundo reinado Veneciano, Malvasía se llena de nuevas personas e ideas modernas que provienen del líder del Renacimiento Italiano. Junto con estas personas llega Alessio, un joven veneciano, cuya misión es trabajar en el magistrado de Malvasía, que está bajo las órdenes directas del dux de Venecia.

    Prólogo

    Y ahí estaba cara a cara con la verdad. De nuevo, la elección regresaba a mí; de nuevo me daba cuenta que había lanzado el boomerang solo para verlo regresar, golpeándome con mucha más fuerza que antes.

    Siempre, entre más fuerza usaba para lanzarlo en el aire, más lejos volaba, más tiempo me daba para respirar, tener una vida de nuevo, crear mi ilusión y vivir en ella. Obtener un poco de felicidad, alegría, tranquilidad, como mis padres me repetían todo el tiempo, como se supone que las personas normales deben vivir. Y de pronto, justo cuando menos lo esperaba, ese curvado trozo de madera regresaba, golpeándome en la frente con una fuerza insoportable, provocándome dolor y sangrado, usando la misma fuerza que yo le di al lanzarlo al aire.

    Alessio solía decir: Es tu propio karma. Lo que se coloca alrededor del ciclo de la vida, termina regresando. Tus acciones siempre regresan.

    Y ahí estaba de nuevo, sosteniendo el mismo curvado trozo de madera, viendo repetirse la misma vieja historia, sangrando de nuevo, sintiendo mucho más dolor que antes, de nuevo encarando a la elección, la dolorosa decisión que me forzaba a ser la asesina, la destructora del que no era elegido. Y de nuevo sería tentada a hacer lo mismo: aventar este boomerang lejos, con todas mis fuerzas, muy lejos, esperando que jamás regresara o que lo hiciera tan tarde que ya estaría muerta, perdida en la eternidad, donde no existe tal cosa como elegir, donde el carruaje se mueve solo y el pasajero solo se dedica a admirar el paisaje.

    Elegir no elegir, el derecho de tener más tiempo, la esperanza de que algo ocurriría, que alguien ayudaría y que la decisión ya no sería mía, pues alguien más elegiría por mí. Alessio me decía: Una decisión incorrecta es mejor que una inexistente. Al fin y al cabo, el río correrá hacia el océano; no hay otro destino que ese. Solo puedes retrasarlo. La única manera de asegurarse de la decisión correcta, es tomando la equivocada. Pero sin importar lo que él dijera, siempre me encontraba lanzando el boomerang con todas mis fuerzas, en un espejismo de seguridad.

    Pero ahora lo sé. Siempre ha de regresar, hiriéndome con la misma fuerza que yo le di, y ahora sé, que la decisión debe tomarse.

    En el fondo, Mikhaela sabía lo que era mejor para ella. Si tan solo no hubiera otros factores. Si tan solo hubiera algo como una decisión totalmente correcta o totalmente equivocada. Pero no lo había. Ella sabía que la única que decidía lo que era correcto o no, era ella misma. O mejor dicho: Los sentimientos que experimentaría después de su decisión final. La sensación de ser una asesina parada frente un cuerpo sin vida, siendo consciente de que no había manera de deshacer lo que se había hecho.

    Lloró. No, no quería ser la asesina. De nuevo, no quería decidir. Sosteniendo el boomerang en su mano, se sintió débil de nuevo.

    Parte I: los primeros años 1687 – 1708

    Alguna vez fui una persona simple. Como todo el mundo, tenía una rutina. Primero iba a la escuela y luego al trabajo. Era de importancia que ocupara mi tiempo en algo y este algo tenía que proporcionarme alegría y debía ser aprobado por los demás, por la gente que respetaba, como mi familia y amigos. La gente que escuchaba la historia de mi vida, también pensaba que era una persona simple, alguien normal que estaba haciendo lo mejor que podía para ella misma y para la sociedad. Los días pasaban, los meses transcurrían y me encontraba contemplando mi vida, asombrada por lo rápido que pasa el tiempo, trayendo consigo momentos tanto hermosos como difíciles.

    Como la mayoría de mis amigos, rara vez utilizaba exclamaciones como sorprendente o fabuloso, ni expresiones negativas como, deprimente o devastador. La mediocridad tenía control sobre mis sentimientos y mi manera de expresarme. No no era parte de mi vocabulario. Prefería un descontento temporal conmigo misma, tal vez reprimir un poco mis emociones, si eso significaba ver a los demás, especialmente a mi familia, felices. No era egoísta.

    Aun si mi vida era feliz, podía sentir que me faltaba algo. Por lo tanto, empecé a combinar ese algo con mis necesidades. Primero necesitaba crecer, pero cuando lo hice me di cuenta de que no era eso. Luego necesitaba ir a la escuela y conocer nuevos amigos, pero cuando fui a la escuela y los conocí, me di cuenta que no era eso. Luego necesitaba terminar la escuela y encontrar un compañero, para ocuparme en el trabajo, para luego hacerme independiente y planear casarme. Una vez que una necesidad era cubierta, aparecía una nueva. Incluso si tenía que esperar por mucho – o al menos era mi manera de juzgarlo – la vida era lo suficientemente generosa conmigo y mi único deseo se realizaría, aunque no fuera por completo – o al menos eso era lo que decía. Pero aun así podía sentir que algo me faltaba.

    Entonces comencé a quejarme de lo que me rodeaba. Si la vida no me daba lo que me faltaba, yo le echaría la culpa a alguien más. A veces mi novio no me entendía, así que deseaba cambiarlo. A veces mis actividades diarias eran demasiado aburridas, así que buscaba algo más llamativo. A veces era mi casa,  mis viejos muebles, que mis amigos me mentían, que mi padre era demasiado estricto, que mi pueblo era demasiado pequeño. Siempre en los momentos de silencio, cuando podía sentir ese algo que me faltaba, trataba de unirlo a algo más para que tuviera sentido. Pero este algo cambiaba constantemente conforme avanzaba en mi vida y tomaba acción respecto a mis quejas.

    La solución más satisfactoria, y al mismo tiempo más engañosa, que encontré para matar el tiempo, fue siempre tener algo que hacer. Hacer mi tarea, hacer mi trabajo, hacer cambios en mi dormitorio, hacer limpieza general de mi casa, un continuo proceso de hacer cosas para llenar ese vacío y mantenerme ocupada. Descubrí que al hacer algo obtenía satisfacción, y al no hacer nada, pensaba que perdía mi tiempo y de nuevo algo me faltaba. Los otros elogiaban mi forma de actuar. Decían que ocuparse en algo es productivo, que nos hace mejores personas, que nos da dinero, que nos ayuda a seguir adelante. Por lo tanto, adquirí pasatiempos. Aprendí a coser, a cocinar, a secar y coleccionar flores y, solo si tenía tiempo libre, lo compartía con mis amigos, solo para mantenerme ocupada, para evitar estar sola, aburrida conmigo misma, dándome cuenta que en medio del silencio siempre había algo que faltaba, dándome cuenta que en medio del silencio yo misma faltaba.

    Hasta que un día mi yo vino a encontrarme.

    Vino en la forma de un muchacho. Llego sin invitación, como una tormenta en mis aguas serenas, iluminando mi oscuridad con sus relámpagos. Y ahí vi lo que me faltaba: un nuevo mundo, un paraíso escondido que se revelaba ante la luz del relámpago y se perdía inmediatamente después en la oscuridad. Como una ilusión, como un sueño que estaba segura de haber vivido, un sueño que yo sabía que era una realidad en sí. La tormenta pasó y todo parecía ser igual que antes. Pero yo ya no era la misma. Esa inocente niña pequeña, que siempre buscaba y se decepcionaba, se había ido muy lejos. Una vida completamente nueva comenzaba, una vida dedicada no a ser gastada, si no ganada. Vaciaría lo que ya estaba lleno y en esa vacuidad encontraría plenitud. Habiendo visto la luz, dediqué mi vida a encontrarla de nuevo. Pero esta vez sabía dónde buscarla. Durante la tormenta, había visto la oscuridad que vivía dentro de mí, junto con él, junto con lo que me faltaba, junto con el paraíso perdido, el universo y al final: Dios.

    Nací exactamente dos días antes del final de 1687 en Esparta, una ciudad otrora famosa por sus valientes guerreros, y pasé los años más importantes de mi niñez viviendo sola con mi abuela. Aunque extrañaba a mis padres, había desarrollado una especie de anestesia que me ayudaba a jugar felizmente con otros niños sin pensar demasiado en la familia que anhelaba. Mis padres habían abandonado Esparta cuando yo tenía tres años, junto con mis dos hermanas mayores, para buscar una mejor vida en el pueblo cercano de Malvasía. Sin embargo, su situación financiera no les permitía llevarse también a la hija más joven de la familia con ellos. Así que me dejaron al cuidado de mi amorosa abuela con la promesa de que me reuniría con ellos cuando fuera mayor.

    Aunque mi abuela era anciana, me cuidaba muy bien; cocinaba para mí, recolectaba vegetales del huerto, trabajaba duro para asegurarse de que hubiera suficiente comida para ambas. Desarrollé sentimientos cálidos por ella. En su corazón, yo era la única niña del mundo. Era como si ella solo existiera para cuidarme. Aún si extrañaba a mis padres y a mis dos hermanas que se fueron con ellos, amaba a mi abuela; ella era la única persona que era realmente cercana a mí.

    De vez en cuando, me preguntaba cómo sería la vida en Malvasía. Aunque nunca la había visto, siempre escuchaba historias maravillosas de ella. La gente decía que los habitantes de Malvasía eran tan valientes como los antiguos espartanos. Aunque Esparta había perdido muchas guerras en la historia reciente, la impresionante fortaleza natural de Malvasía había permanecido orgullosamente intacta durante siglos y ningún enemigo había sido capaz de conquistarla sin sufrir pérdidas significativas. 

    Durante los años de mi niñez, mi familia sobrevivió a violentas guerras entre Esparta y toda la península de Morea contra los venecianos y los otomanos. En 1685, el general veneciano Francisco Morosini llegó a la península y en menos de un año se las arregló para vencer a todos los otomanos de las ciudades de la península, incluida Esparta. Cuando los otomanos abandonaron Esparta, los griegos aceptaron un nuevo gobierno: El Imperio de Venecia. Aunque había de nuevo libertad de expresión y de lenguaje en nuestra pequeña ciudad, la guerra había traído consigo pobreza y escasez de comida. En 1687, meses antes de que yo naciera, Morosini cruzó el corto trecho de Corinto hacia la ciudad de Atenas en una sencilla operación, conquistó la alguna vez importante ciudad de Grecia, y destruyó su monumento más representativo: El Partenón. Con una bomba dirigida al templo sagrado, el monumento de dos mil años de antigüedad quedó totalmente en ruinas. 

    Solo un pueblo sobrevivió a la ira de su feroz enemigo: Malvasía.

    Malvasía era una leyenda en el mediterráneo. Era una enorme formación rocosa que sobresalía orgullosamente del mar, con su elevada meseta rodeada de firmes acantilados. Solo había un pequeño camino de tierra que conectaba a las rocas con tierra firme. Y solo podía accederse a la meseta superior y al castillo a través de un pequeño sendero. Los griegos llamaban a esta formación Monemvasía: traducido como un solo camino.

    Estaba ubicada estratégicamente en la punta sudeste de Morea para poder monitorear todo el tráfico marítimo de mar Ageo. Después de un asedio de casi tres años, los venecianos se dieron cuenta de que era prácticamente imposible conquistar una meseta peninsular elevada como esa. Por lo tanto, convencieron a los habitantes de abrir las puertas de su castillo, selladas a cal y canto, al ofrecerles independencia religiosa y financiera, si es que Malvasía aceptaba unirse a la Republica de Venecia. Por lo tanto, por segunda vez en su historia, Malvasía accedió a ser gobernada por el dux de Venecia: Francisco Morosini.

    Venecia había estado creciendo desde su nacimiento en el siglo diez. La producción de sal, un recurso abundante en sus superficiales aguas, había catapultado el crecimiento y flujo monetario de la joven ciudad. El oro blanco era de invaluable valor, porque era el único material que permitía la conservación de la carne y el pescado mientras estos eran transportados. El comercio de sal le generaba tanto dinero a la ciudad de Venecia, que, en un abrir y cerrar de ojos, se convirtió en un imperio, conquistador de ciudades antiguas como Roma, Florencia y Milán. 

    Poco después de que Malvasía accediera a someterse al Imperio Veneciano, se convirtió en un importante nódulo de comercio entre el oriente y el occidente. Cargueros provenientes del este llegarían al puerto de Malvasía antes de seguir con su viaje hacia Venecia. El movimiento artístico comenzó a renacer en la ciudad y muchos artistas comenzaron a visitar Malvasía para retratar su imponente meseta elevada, sus pequeñas calles y las mansiones que se alzaban en las alturas, con sus escudos ondeando en las colosales torres.

    El cambio de poderes del Imperio islámico otomano al líder del movimiento renacentista, había abierto un camino de transición: de la supresión al amor, y de la sobreprotección a la libertad de expresión. El viaje trajo consigo arte y comercio y Malvasía pronto se convirtió en el hogar del pensamiento independiente y de la tolerancia religiosa. La gente llegaba cargada con productos provenientes del mundo civilizado y pasaba por el ajetreado puerto en su camino hacia el este y el oeste. También, la otrora corta ruta entre Esparta y Malvasía había provocado que muchos espartanos migraran al floreciente puerto de Malvasía y entre ellos, se encontraban mis padres.

    Aunque Malvasía no estaba lejos de Esparta, mis padres rara vez nos visitaban. Estaban tranquilos, pues sabían que yo estaba en buenas manos. Y lo estaba. Mi abuela había aceptado por completo el rol de madre. En mi corazón era como si realmente lo fuera. Pero también conservaba un espacio vacío para mis padres. Un lugar que solo podía ser llenado cuando me mudara a Malvasía también, y mi abuela permanecería inmovible en mi corazón y mis padres estarían junto a ella, pero jamás podrían reemplazarla.

    No sabía si mudarme a Malvasía iba a ser lo mejor para mí o no. Extrañaba a mis padres y a mis hermanas, pero me las había ingeniado para no pensar demasiado en ellos. Me preguntaba: ¿sería mejor extrañarlos a ellos o a mi abuela? No estaba hecha para tomar decisiones. Era una experiencia dolorosa el tener que escoger, dejando ir una de las opciones por haber elegido la otra. En mi ingenua mente, llegué a la conclusión de que una vida de elecciones sería una vida de dolor. Prefería no tener que escoger, prefería aceptar. Inconscientemente, esto me llevó a la primera elección importante de mi vida: la elección de aceptar.

    Aun cuando sabemos que un día llegará el fin de todo, nuestra mente tiene el mal hábito de ignorar este hecho, como si ese día nunca fuera a llegar. Aun si pudiera ser el día siguiente, la mente no puede aceptarlo hasta que tenga un número representándolo. Una fecha aproximada, vaga, siempre parece más lejana que una fecha específica y segura, aun si en realidad esa fecha pudiera ser al día siguiente. Por eso llegué a la conclusión de que la mente solo puede funcionar con números.

    Y esa era la manera en que mi mente funcionaba hasta los 7 años cuando mis padres se presentaron un día en nuestra casa en Esparta, con una brillante sonrisa en sus rostros. ¡Me iría a vivir con ellos a Malvasía! Finalmente las condiciones eran apropiadas para que yo me uniera a ellos y a mis dos hermanas mayores, así como a mi hermana más pequeña, que nació cuando se encontraban allá. Podía estar con ellos, o, mejor dicho, tenía que estar con ellos. Nadie me preguntó si yo quería hacerlo, aunque, claro, siendo la pequeña niña que era, se me preguntó si quería aceptar y no si quería escoger.

    ¡Era emocionante! Finalmente iba a vivir con mi familia, tendría una madre y un padre, por fin podría jugar con mis hermanas. Mi casa estaría llena de gente. Por fin se acordaban del miembro olvidado de la familia.

    Pensé en mi abuela, que se quedaría sola en Esparta. Soledad; es lo que sentiría ante mi partida. Tenía sentimientos encontrados. Por un lado, extrañaba a mis padres y a mi familia, y por el otro, amaba profundamente a mi abuela y no quería dejarla. Incluso cuando sería feliz en Malvasía, ella habría perdido a su única compañera: yo. Sentía que, al irme, sería responsable de su soledad y depresión.

    Mis padres se quedaron en nuestra casa durante dos días, hasta que hubimos juntado mis escasas pertenencias en una bolsa pequeña. Esta vez el futuro tenía un número. En dos días me marcharía. No pegué el ojo durante esos dos días.

    Aún recuerdo el día en que nos marchamos. Lloré muchísimo. No quería separarme del abrazo de mi abuela. ¿No podía llevarla conmigo? ¿Acomodarla en mi bolsa de viaje? Pero extrañamente, ese día me sentí mejor que los dos días pasados. Esperar la ejecución debe ser una tortura, más que cuando te encuentras ya caminando hacia el fuego de la inquisición. Ese día mis sentimientos estaban adormecidos, el tiempo se detuvo y las únicas personas en la escena éramos mi abuela y yo.  Mis sentidos se habían marchado. Me movía en cámara lenta.

    Quizá por culpa de ese día, en el futuro, no solo odiaría elegir, si no que me negaría rotundamente a despedirme. Incluso en los eventos más pequeños, mejor diría nos vemos pronto o hasta luego en lugar de decir adiós. Separarme con la promesa de la terminación de la acción en sí. ¿Qué clase de despedida era esa? En lugar de cerrar una puerta, prefería marcharme y dejarla abierta, con la promesa de cruzarla de nuevo. Mi vida estaba llena de puertas abiertas y de promesas.

    Mientras caminaba hacia la puerta del carro, continuaba mirando hacia atrás, donde estaba mi abuela despidiéndose con la mano. Adopté un estilo de vida: caminar hacia delante con mi cabeza girada hacia atrás. Evitando mirar hacia un futuro incierto. Desarrollé apego.

    Durante todo el viaje hacia Malvasía, continué repitiendo este momento dentro de mí. Yo, mientras sostenía la mano de mi padre, alejándome de Esparta, mirando sobre mi hombro y mi abuela parada en la puerta, viendo como me marchaba. No se movía, sus labios temblaban como si tratara de decir algo, o, más bien, como si estuviera murmurando algo para ella misma. Ella era más que una abuela para mí. Era mi mejor amiga; incluso si no hablábamos mucho, nos hacíamos compañía una a la otra. En el momento de la separación, la veía perderse en la distancia.

    El viaje de Esparta a Malvasía fue un corto recorrido en coche de un solo día. Como Esparta no tiene acceso al océano, los carros por lo general transportaban mercancía y pasajeros de los puertos de Morea, entre ellos Malvasía.

    Pero aun cuando el viaje duró solo un día, a mí me pareció largo y agotador. Tenía que vivir ese día para que ocurriera el primer cambio significativo de mi vida. Un tiempo amargo entre el pasado y el futuro, que transcurría despacio. Un lago después de la cascada que tenía que cruzar antes de que el rio pudiera reanudar su camino al final. Si tan solo pudiera dormirme y despertar cuando este viaje hubiera acabado. La paciencia no era

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