La tercera vía
Por Miquel Iceta
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Miquel Iceta
(1960) Es ministro de Cultura y Deporte del Gobierno de España y presidente del Partido de los Socialistas de Cataluña. Asimismo, fue primer secretario de este entre 2014 y 2021, presidente del grupo socialista en el Parlamento de Cataluña y ministro de Política Territorial y Función Pública.
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La tercera vía - Miquel Iceta
Miquel Iceta
La Tercera Vía
puentes para el acuerdo
DISEÑO DE CUBIERTA: PACO LACASTA
© MIQUEL ICETA, 2017
© LOS LIBROS DE LA CATARATA, 2017
FUENCARRAL, 70
28004 MADRID
TEL. 91 532 20 77
FAX. 91 532 43 34
WWW.CATARATA.ORG
LA TERCERA VÍA.
PUENTES PARA EL ACUERDO
ISBN: 978-84-9097-282-3
E-ISBN: 978-84-9097-328-8
DEPÓSITO LEGAL: M-9.420-2017
IBIC: JP/1ADSEJ
ESTE LIBRO HA SIDO EDITADO PARA SER DISTRIBUIDO. LA INTENCIÓN DE LOS EDITORES ES QUE SEA UTILIZADO LO MÁS AMPLIAMENTE POSIBLE, QUE SEAN ADQUIRIDOS ORIGINALES PARA PERMITIR LA EDICIÓN DE OTROS NUEVOS Y QUE, DE REPRODUCIR PARTES, SE HAGA CONSTAR EL TÍTULO Y LA AUTORÍA.
La vía del acuerdo
Ángel Gabilondo
Dado que la mesura no es una mediocridad, ni una medianía, y la moderación no es sin más un simple término medio, nos equivocaríamos si consideráramos la llamada tercera vía como una más entre las existentes, que se situaría supuestamente en la mitad de otras dos ya dadas. Eso obedece a que lo que la caracteriza es que se trata de una vía acordada. Y aquí radica también lo que merece dilucidarse, en qué consiste un acuerdo y qué cabe entender por él.
No faltan espacios de discordia y de controversia, y precisamos encuentros necesarios y fecundos. Sobre todo cuando, como ocurre cada vez con más frecuencia, nos desenvolvemos en el terreno de lo debatible, de lo discutible, de lo que exige una deliberación.
Crecen los ámbitos de incertidumbre. Se precisa una cultura del acuerdo, que no es una coincidencia preestablecida, y que conduce a la necesidad de abordar las preferencias y de responder a ellas a través de decisiones compartidas. De no ser así, la tercera vía es siempre una vía muerta, incluso antes de su inauguración.
Por eso se precisa reconocer que es cuestión de elaborar y de labrar acuerdos. Todo empieza por estar dispuesto a dejarse decir algo y por no creer que uno lo sabe todo y mejor que los demás, frente al partidismo, al sectarismo y al dogmatismo. No se trata de combatir la arrogancia con engreimiento. Y esta es la grandeza de las terceras vías, que están teñidas de tarea y son siempre un itinerario tan necesario como imprevisible. Ni son pura toma de distancia, ni simple acercamiento. Son desplazamiento.
El acuerdo ha de construirse. No es cosa de creer que nos toparemos con él, como si aguardara impasible nuestra llegada. Y menos aún de utilizarlo como un ariete frente a otras posiciones. Si hay que hacerlo es porque, dicho sea con un término no exento de delicadeza, hay que adoptarlo
.
No hay que desconsiderar la posición de quienes hacen valer sus buenas razones. No es que en este caso falte comprensión, es que simplemente a nuestro autor no le resultan convincentes las de quienes pretenden que se imponga alguna de las posiciones enfrentadas. Y no va de eso, en absoluto. Y no propone un consenso que se sostenga en la previa y simple eliminación de las diferencias, en una suerte de reducción al mínimo común lo que ya pensamos o ya somos. De ser así, lo propuesto carecería de interés.
Precisamente por ello la vía aquí presentada es tercera, solo en el sentido de que no se reduce a ninguna de las dos propuestas por las diferentes vías que acaban perfilándose como contendientes. El asunto es otro. Ni una pura y equidistante instalación en comodidad alguna, ni una mediación aséptica, ni una resignación interesada. La cuestión es si se puede acceder a otra posición. Y efectivamente, se exige un auténtico desplazamiento. No el que se sustenta en la simple desconsideración o eliminación de lo que defienden los demás.
El acuerdo no se alcanza instalando un pequeño reducto intermedio entre posiciones ambivalentes y tomando asiento en la comodidad de no verse involucrado en los errores de las otras dos posturas contrapuestas. No es un mero intercambio interesado ni se logra simplemente con doblegar al contrario
. Hacen bien en desconfiar de él quienes estiman que se trata de eso. Si así lo conciben, es razonable que lo encuentren desaconsejable y paralizador. Salvo si se entiende útil para embaucar. Y, en efecto, hay quienes estiman que parece más adecuado tratar de hacer valer la propia posición y ganar poder y adeptos para llevarla adelante.
De hecho, el diálogo no es la sustitución de lo que uno piensa por la mera posición del otro, sino la reiterada búsqueda de aquello común a partir de lo cual diferenciarse. Y es evidente que requiere esfuerzo y paciencia. Es una creación que precisa trabajo y competencia. No es un amaño ni una mera renuncia a las propias convicciones, sino un modo de labrar a partir de ellas. Los buenos consensos son transformadores.
De aquí la grandeza de lo que este libro nos propone. No es la búsqueda de adeptos entre quienes no defienden posición alguna, para hacer acopio de otra vía de alineados y de una nueva posición formada que se limita a recolectar despistados confusos. Se dirige a todos sin exclusión y busca dialogar y conversar con sus motivos y sus emociones, con sus argumentos y sus posiciones. Y para ello no se ampara en la falsa comodidad de la descalificación.
La tercera vía como acuerdo, o más sencillamente la vía del acuerdo, exige innovación social, la de generar nuevas posibilidades, que surgen de otro modo de ver y de entender, sin ser una simple estrategia. Prácticamente la tarea es la de engendrar nuevas convicciones, no resignadas claudicaciones, ni resúmenes del estado de cosas ya dado. No es un resto frío y vacío.
Esta vía del acuerdo no se abre paso entre las ya existentes, sino que es una convocatoria a otro modo de proceder frente a procesos ya definidos o clausurados. Su potencia de innovación radica en su capacidad de incorporar perspectivas inauditas entre formas diferentes de inmovilismo, que se nutren de no tener ya dudas sobre lo que ha de hacerse. No va de intercambiar piezas o naipes, sino que hemos de ser capaces de inaugurar otro juego que busca ser mejor. Es una vía como procedimiento de acción.
No es cuestión de proponer una conjugación de intereses que se desmembren en una compraventa de bienes y valores, en la filfa de las concesiones. Ciertamente la razón y la palabra no son patrimonio de nadie, de ningún individuo, de ninguna formación dispuesta al trueque. Así que este libro no crecerá con la descalificación de quienes defienden otras posiciones. No hay una vía fecunda que impida o clausure la discordia o la disensión, ni la posibilidad incluso de pactar o de constatar diferencias.
En definitiva, el asunto es generar otra convicción, la que aglutina voluntades en torno a un proyecto común. Y eso hay que crearlo y construirlo. Lo común no está previamente dado, esperando ser liberado por nuestra genialidad. Y esta es la base de toda comunidad que busque ser autónoma, y el fundamento de toda convicción.
La vía del acuerdo no persigue ni unanimidad ni uniformidad. Este busca ser compartido, no una nueva adición de partes. Que este libro considere que es necesario y viable no significa que suponga un itinerario que sea fácil. Y que sea realista no implica que sea un camino ramplón, corto de miras y fruto de simples permutas y cambalaches.
Miquel Iceta nos propone esta vía como convocatoria a todo un proceso de transformación de la mirada, una modificación, incluso, del alcance de los objetivos, que no quedan reducidos a lo más inmediato.
Y así el libro viene a ser la reiterada voluntad de comprometernos en lo que Iceta considera que solo tiene una vía de solución. Y esta vía, ahora sí, es la única vía eficiente y legítima, la vía del diálogo, la negociación y el pacto
. Lo reitera una y otra vez como un estribillo, ya que entiende que unilateralidad y desobediencia no llevan a ninguna parte
. La declaración de que queremos a Cataluña y la queremos en España
adopta la forma de una verdadera proclamación que es una llamada, a veces clamorosa, en ocasiones un tanto desgarrada y siempre intensa, firme y sin resentimiento alguno. Al contrario, plena de afecto.
En un contexto que se define de desconcierto y de cierta parálisis e inhibición, el libro llama a reflexionar, considera que el pensamiento nutre la acción eficaz y consistente, si no deseamos agravar aún más la situación. Ello exige, a su juicio, un cambio de rumbo de la política catalana y de la política sobre Cataluña. Y esta cuestión concierne a España. No es un asunto lateral, ni simplemente coyuntural, sino que afecta a la vida y a las expectativas, es estructural y emocional. Iceta propone recorrer los caminos del federalismo como la mejor alternativa a la confrontación entre nacionalismos
, al estar basado en la libertad, el respeto mutuo y la solidaridad
. Y hemos de ser capaces de construir en Cataluña y en el conjunto de España, en el que conviven ciudadanos de múltiples identidades y sentimientos diversos
. Somos federalistas
—añade— porque buscamos asegurar convivencia y derechos a través del pacto
.
Estamos ante un libro, en un libro, y se trata de leerlo. Y eso comporta sus exigencias y conlleva sus oportunidades. Es un texto que se ofrece asimismo como un gesto político de fraternidad y que se entrega para dar con soluciones prácticas, o tratar de construirlas. No es cosa de suplir su lectura con un prólogo que pretenda suplantar lo que en él se dice y requiere lectura. Pero si buscamos procurar una zambullida en el libro, es preciso que todo se sostenga en una confesión de Miquel Iceta: Soy militante del acuerdo y el pacto. Soy constructor de puentes
.
Y entonces la lectura no es una ratificación. No nos encontramos ante un manifiesto. El tipo de lectura que se requiere es otro. No la de quien recita ni se entretiene con lo ya dicho. Hay que discernir, distinguir, elegir y preferir. Y la lectura es la capacidad de reactivar, de hacer que lo dicho vuelva a tener posibilidades nuevas de decir, y de llevar más allá lo ya subrayado. Por eso el libro de Iceta es una incitación a proseguir la tarea. Es cuestión de abordar la complejidad, de deletrear los argumentos, de contrastar las razones y, en definitiva, de participar en el debate al que el libro no solo nos convoca, sino que nos provoca. No como una simple agitación de lo que pensamos, sino como un cuestionamiento para poner en el juego fecundo de la recreación de nuestras convicciones. Y no para renunciar a ellas, sino para hacerlas efectivas y eficientes.
En última instancia, este asunto se abre sin nostalgias a un porvenir que hemos de construir conjuntamente, en el que las condiciones justas y dignas de vida y el respeto mutuo permitan la convivencia, en el que las políticas eficaces y solidarias procuren bienestar y sostengan modos de existencia libres y compartidos. Y no pocos estamos dispuestos a recorrer juntos esta vía. El futuro no es una instancia definida que espera nuestra llegada. Es tiempo de labrarlo, de cultivarlo. Y leer y