eclamar transparencia es alejar lo oculto, lo que al no mostrarse puede desvirtuar una verdad. Es reclamar la visibilidad de una concordancia entre la verdad de lo que se dice y lo que se piensa, entre lo que se dice y se piensa con relación a lo que se hace. En la exigencia de transparencia esas concordancias y esa verdad no solo deben darse, sino que además deben ser vistas, mostradas, de forma que se aprecie la «inocencia»: la realidad del no «hacer mal» al encubrir, por ejemplo, que sus intereses particulares se antepondrán a los de (de honesto) con el que los romanos legitimaban para cargo público al que había demostrado un compendio de virtudes. Hasta aquí todo comprensible. Pero cuando la exigencia de transparencia deviene un imperativo de orden en una sociedad y en las relaciones que en ella se establecen la cosa se complica. Se pervierte. La exigencia de que todos en lo colectivo y cada uno de nosotros en lo privado devengamos cristalinos, entidades que no ocultan nada, que no tienen secretos, que no guardan contradicciones es más un distópico porvenir que parte de premisas erróneas y tiene propósitos muy distintos a los de establecer relaciones basadas en la confianza.
La transparencia y sus excesos
Feb 21, 2023
3 minutos
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